Míralos MorVIP 22
Una secuela de la que
no se habla tanto
Por Santiago Calori
Quizás para hablar de la película de hoy sea mejor empezar hablando de la anterior en la saga. Porque, sin dudas, lo mejor para hablar de El vengador anónimo II (Death Wish, 1947) sea hablar un poco de El vengador anónimo (Death Wish II, 82).
¿Y por qué hablar de «la dos» si ya «la uno» no resiste mucho análisis? Bueno, por empezar, porque todo lo que la rodea es bastante gracioso. Pero no nos adelantemos.
El vengador anónimo es una película de Michael Winner, basada (muy libremente) en una novela de Brian Garfield. Y cuando digo «muy libremente» es muy libremente: la novela era una historia sobre el horror que alguien siente al hacer justicia por mano propia. De como alguien común corriente se convierte en un monstruo. Y lo padece.
En la versión de Charles Bronson, como en la mayoría de su cine, el psicoanálisis queda de lado por un acercamiento más práctico al dilema: si voy a matar que sea a la mayor cantidad de gente y de la manera más entretenida posible. Una clara puja de Freudistas contra Fordianos, si valen los términos medio inventados, pero con argumentos de películas.
La película, a la que se le puede caer de cien mil formas distintas porque no deja minoría sin dañar, ocurrió en un contexto muy específico: la decadencia de la ciudad de Nueva York.
Para principios y mediados de la década del setenta, la ciudad estaba fundida e inmersa en una serie de actos de violencia urbana cotidianos e imposibles de parar. Bronson, en la primera película, toma una suerte de carácter superheróico (que, de volar, lo haría solo para la derecha) de «paladín de la justicia.»
El otro punto para entender por qué estas cosas pasan es hacer un scanneo de lo que estaba pasando en el cine más exploitation. Con posterioridad al estreno de Pánico a medianoche (Last House on the Left, 1972), las películas de «violación y venganza» se habían vuelto populares: hacer una un poco más mainstream era solo cuestión de tiempo.
La película a nivel dramático jugaba con algo muy poderoso: el personaje de Bronson no era para nada como termina siendo. Es empujado por sus circunstancias. El primer acto lo presenta como un arquitecto socialdemócrata que cree que «las cosas van a mejorar» hasta que, bueno, le pasa lo que le pasa y hace lo que hace.
Lo más demente en su raid vengativo, es que sus víctimas son casuales: El vengador anónimo, si nos vamos a poner realistas, no «venga» un carajo.
Como nos podríamos haber esperado, la película súper funcionó a nivel público y cero funcionó a nivel crítica. Pero lo más más extraño pasó ¡ocho! años después.
Sí, porque la noción de «secuela al toque» de los ochenta no estaba tan pulida en los setenta y la gente, se ve, se tomaba su tiempo. O encontraba en el fondo de un cajón una oportunidad de hacer guita fácil. Revisemos un poco eso último.
La primera de la saga era una producción de Dino De Laurentiis, a quien se le pueden decir muchas cosas menos «che, qué garantía de calidad». Tenía los derechos dormidos y no pensaba hacer nada con ellos.
Y ahí es cuando entran dos amigos de este newsletter (tranquilx, te juro que no hay ningún tano este martes): Menahem Golan y Yoram Globus de Cannon Films.
Los de Cannon para este momento ya estaban empezando a enloquecer de poder y a filmar a diestra y siniestra, sin importarles mucho cuánta guita entraba ni cuánta salía.
Se juntaron con De Laurentiis y le compraron los derechos de El vengador anónimo para hacer la secuela. Contrataron a Bronson que pidió cualquier guita y se la dieron y ahí empezó la aventura.
Golan la quería dirigir, pero Bronson que parecía ser la voz de la razón en este contexto, insistió para que llamaran a Winner nuevamente. Winner, que no metía un hit desde la anterior y estaba medio «al salto por un bizcocho», aceptó gustoso.
Golan antes y después nos regalaría un corpus de obra (?) como director que incluiría La furia de los ninjas (Enter the Ninja, 1981), Fuerza Delta (The Delta Force, 1986) y Halcón (Over the Top, 1987), entre otras.
Otro de los pedidos expresos de Bronson era que se casteara a Jill Ireland, su esposa de ese momento como su interés afectivo y «que a ella no le pasara nada malo.» Hablame de ternura.
En este caso, años después de los ocurrido, el personaje de Bronson está en pareja nuevamente, va a buscar a su hija a la institución psiquiátrica en la que terminó para llevarla a su casa, que ahora es en Los Ángeles y que, obvio, también está infectada de crimen. Llegan a casa y no va que les vuelven a pasar las mil y una.
Con su hija ahora muerta (¡spoiler!), Bronson se ve obligado a salir a buscar ¡esta vez sí! a los culpables, matando a 16 personas en total, porque «la gente quería ver eso.»
Sí, si les sacamos el hecho de que no sale de un lago y quizás mata de una manera menos creativa, Bronson actúa como una suerte de Jason Vorhees, con el aditamento horroroso de que puede pensar de manera un poco más fluida que el amigo del Crystal Lake.
El autor de la novela original, que ya había puesto el grito en el cielo con la primera, fue un rosario de puteadas con la segunda. No nos olvidemos que nunca compraron su novela secuela, sino el derecho para usar los personajes porque los de Cannon argumentaron que «tenían ideas más cinematográficas.»
La primera de la saga tenía una banda sonora (bastante épica) de Herbie Hancock. Se barajó el nombre de Issac Hayes, hasta que Winner mencionó que «tengo de vecino a Jimmy Page.»
(Recordemos que en los noventas Jimmy Page era vecino de Sofovich, pero esa es una historia que no tiene nada que ver con el cine, así que acá no va.)
Me pregunto qué hubiera pasado si hubiera tenido de vecino a Alcides, pero es pura especulación. La banda sonora es rara, está hecha a las apuradas y se ganó un Razzie a peor música original ese año, si es que eso es patrón de algo.
A pesar de ser la película más vendida en VHS de los años ochenta en Alemania (!), El vengador anónimo II tiene, además de todo esto que conté hasta ahora una historia bastante mágica a nivel film marketing. La cuento bastante, así que capaz no te resulta nueva, pero «el público se renueva»
Gran parte de que la película no haya hecho todo lo que soñaban de taquilla se lo atribuyó al poster. No porque el poster no prometiera lo que la película daba, ni porque no fuera el típico poster que llevaba espectadores al cine. Había algo en el que, sostenían sus productores, era piantavotos.
Y era precisamente que el «II» estuviera con números romanos. El rumor dice que un ejecutivo llegó a decir: «El público natural de esta película no sabe leer en números romanos» y mandó a hacer un estudio de mercado. Tenía razón: la muestra arrojó como resultado que la mayoría no sabía lo que eran esas dos letras i.
El error fue subsanado en El vengador anónimo 3 que, algunos sostienen, anduvo mejor en costo / beneficio.
Fuera del componente legendario del estudio de mercado, puede que los números romanos nos ayuden a delimitar si una película es para un publico un poco más preparado que otra. No sé, poné Rocky IV (1985) al lado de Rápidos y furiosos 5in control (Fast Five, 2011) y me contás.