Edición 73
Una novedad que no podía esperar
Por Santiago Calori
En alguna edición de los martes hablé del llamado «cine regional»: ese cine que se hizo en Estados Unidos en paralelo con el New Hollywood que venía de lugares muy disímiles y, por supuesto lejanos a Los Ángeles y Nueva York que se podrían considerar (incluso al día de hoy) la meca mayor y menor, respectivamente.
Ese cine, generalmente hecho por directores «de oficio», que venían de filmar cine industrial (películas educativas, material para consumo interno de empresas, institucionales) tenía una impronta muy distinta a la de los malcriados de las grandes urbes.
Una impronta que lo hacía único y no iba a tardar en convertirlo en una influencia en sus «hermanos mayores» si es que el término cabe.
Así fue como estos «obreros» del cine empezaron a inundar las salas no tan prestigiosas y terminaron llegando a las con mejor alfombra a fuerza de espectadores que querían ver sus películas.
La cosa, se podría decir, empieza (por fecharlo caprichosamente, es casi imposible de decir) con Herk Harvey y su El carnaval de las almas (Carnival of Souls, 1962) y termina en cosas como Tobe Hooper y El loco de la motosierra (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), Sam Raimi con Diabólico (The Evil Dead, 1981) y hasta con John McNaughton y Henry: retrato de un asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, 1986).
Pero en el medio, y para que no haya sido todo un milagro, pasó algo fundamental: estuvo La noche de los muertos vivientes (Night of the Living Dead, 1968) de George A. Romero.
Decir que Romero es «el padre de los zombies» es bajarle el precio. Sí, es cierto, impuso las reglas de las películas de zombies modernas. Sí, también es cierto, había zombies más cercanos a las ceremonias de vudú y demás yerbas en películas muy anteriores, pero la de «le tenés que destrozar el cerebro para matarlo» es de él.
Pero ese no fue el único aporte que le hizo Romero al cine. Ya con con ese se podía haber vuelto a la casa contento pero, se vio con el paso del tiempo, tenía más cosas para dar.
Sus películas, por más místico que suene, se adelantaron a muchas de las conversaciones que tuvimos hace poco, o que incluso estamos teniendo ahora mismo.
Y no en un sentido «ciencia ficción» de «mirá, no habían inventado el ADN y estos están hablando de ADN» sino en un sentido más social, más de lo que realmente pasaba en el mundo en general y en la sociedad norteamericana en particular.
Y fueron varias las veces en las que el cine de Romero funcionó como una predicción. Tantas que a veces da hasta un poco de miedo.
Empecemos por decir que La noche de los muertos vivientes, una película «menor» para la crítica, (inclusive hasta nuestros días) era bastante más que «una de zombies.»
Era una película que hablaba de manera metafórica (y con un protagonista afroamericano, algo raro para las convenciones de la época) del problema racial que vivía Estados Unidos, a menos de un año del asesinato de Martin Luther King.
La noche… es una película absolutamente política, y también inventa el género del zombie moderno. Su valor social, además del que tiene para la «historia del terror» es enorme e incuestionable.
Pero este primer esfuerzo no fue el único de un joven Romero que capaz por edad y en palabras de Mirtha Legrand estaba «muy politizado»: gran parte de su obra, o por lo menos las de la saga «de los muertos» tienen un claro mensaje anti algo.
Tardó diez años en el filmar El amanecer de los muertos (Dawn of the Dead, 1978), la secuela de su clásico en blanco y negro y en este caso se centró en la sociedad de consumo que, por el final de los años setenta, estaba (bueh, sigue) corroyendo a la sociedad americana.
Esos zombies que iban al shopping porque «era algo que les resultaba familiar» no eran una simple casualidad o una decisión de locación fácil de conseguir: eran un mensaje que Romero quería dar.
Lo mismo pasó con la siguiente de la saga El día de los muertos (Day of the Dead, 1985), donde Romero se dedicó a cuestionar la milicia americana localizando su tercera película de «de los muertos» en una base militar secreta, Tierra de los muertos (Land of the Dead, 2005) en una suerte de «barrio privado» libre de zombies con una lucha de clases muy palpable, con Diary of the Dead (2007) con las noticias y la percepción que tenemos de ellas y con Survival of the Dead (2009) que pasa en una isla y, bueno, se había puesto a hacer demasiadas películas «de los muertos», capaz.
En el medio hizo otras películas, muchas muy interesantes, pero por alguna razón las de la saga «de los muertos» fueron las que terminaron resonando más entre los espectadores.
Podríamos incluso extremar un poco más las cosas y preguntarnos, en épocas de pandemia, qué enseñanzas nos dejó el cine de Romero que, además de las crisis que se ocupaba de señalar entre medio de una trama «de zombies«, señaló otras sin saber, como un Benjamín Solari Parravicini con anteojos muy grandes.
«Ah, listo, contame todo gordo predicción.»
Si pensamos en El amanecer de los muertos, tenemos gente volviendo a shoppings y supermercados para stockear cosas (¿papel higiénico, alguien?) frente al fin del mundo, además de un caos informativo donde nadie termina de entender muy bien qué está pasando (¿prendiste un noticiero últimamente?), algo que ya había hecho, pero de manera más leve en La noche…
En Los crazies (The Crazies, 1973) habló de la ineficiencia política para enfrentarse a, justamente, una pandemia, algo que también llevó adelante en El amanecer… y por el lado de los milicos en El día de los muertos.
En Diary of the Dead profundizó aún más la desinformación de sus dos primeras películas de la saga, casi casi entrando en el concepto de fake news que todavía no se había inventado.
Y todo esto si no hacemos un paralelo entre el personaje de Dennis Hopper en La tierra de los muertos con Donald Trump y del líder revolucionario afroamericano Big Daddy y el movimiento Black Lives Matter ¿qué? ¿quince años antes?
¿Sorprendidx? Me pareció.
Y así es como, después de este segmento digno del canal Infinito, llegamos a la novedad que, bueno, no es una novedad sino una película de 1973 que recién pudimos ver ayer.
The Amusement Park (2019) es una película que Romero filmó a pedido. Tras una debacle económico financiera con La noche… cuyos derechos quedaron quedaron en dominio público por un drama de productores y cotillón variado que merece un envío por sí solo, el bueno de George había intentado con una comedia (There’s Always Vanilla, 1971) a la que le había ido pésimo y con una de terror más místico (Season of the Witch, 1972) que había corrido casi la misma suerte.
Romero estaba fundido y escuchando cualquier oferta que le pudiera aparecer para financiar su próximo proyecto.
Volviendo a sus días de realizador de cine industrial, acepta la propuesta de la Lutheran Service Society, una suerte de sociedad de beneficencia luterana con foco en la tercera edad para escribir, producir y dirigir una «película educativa» sobre la vejez.
(Sí, capaz que los de la Lutheran Service Society se podrían haber buscado alguien un poco menos atravesado, pero ese es otro debate. Eran de Pittsburgh como Romero, y Romero necesitaba la plata.)
El resultado es The Amusement Park, filmada en solo dos días y con menos de una hora de duración. Con un protagónico casi absoluto de Lincoln Maazel (que volvería a trabajar con Romero en Martin, el amante del terror (Martin, 1977)), cuenta la historia de un hombre grande (71 años: grande para la época, un pibe para una potencial novia de Eduardo Costantini) que decide ir a dar una vuelta por un parque de diversiones y no tarda en descubrir que ese mundo que está «ahí afuera» ya no es para él.
El resultado, viniendo de la mente de Romero, es un desfile de atrocidades y horrores cotidianos muy exagerados, por momentos bordeando el absurdo con el que él creía podía despertar conciencia y ayudar a la tercera edad, eligiendo una pesadilla diurna como el medio para que todo eso se concrete.
La película rabaja sobre el «ahí afuera no hay nada para nosotros», del mismo modo que el horror en general lo hace sobre el miedo al, precisamente, «ahí afuera» a secas.
Quizás demasiado cínica y burlona (una constante en el cine de Romero), la película comenta el status quo de una manera frontal, de la misma forma en la que lo hizo toda su filmografía cada vez que pudo, como dije más arriba con el racismo, el consumismo, el gobierno, los militares, las luchas de clases y el largo etcétera.
The Amusement Park, como toda la obra de Romero, es una película política. Y lo es incluso más muchas de las más festejadas porque ese «ambiente controlado» de «película para consumo interno» le permitió hacer prácticamente lo que quisiese.
La película, de más está decirlo, tras un visionado de la Lutheran Service Society fue descartada por demasiado cruda y pasó a dormir el sueño (casi) eterno.
Romero, con la plata en el bolsillo y alguna financiación que puso asegurarse acá y allá se fue a filmar la apocalíptica Los crazies (The Crazies, 1973) ese mismo año y revivió (qué término poco feliz para alguien que filmó tantos zombies) su carrera.
Y The Amusement Park quedó perdida. Tanto, que ni su última esposa Suzanne Desrocher-Romero estuvo enterada de su existencia hasta poco antes de la muerte del George en 2017.
Fue contactada por gente del Festival de Torino, que le informaron que había una copia 16mm de la película y se la mandaron.
Poco antes de morir, Barbara y George volvieron a ver el material, recordando viejos tiempos. Tras la muerte de él, ella decidió que este último material debía estar disponible para todos.
Y ahí comenzó con una campaña de crowdfunding vía la George A. Romero Foundation para que el proyecto se concrete. En el interín apareció por otra vía una copia adicional también bastante maltrecha y entre las dos se pudo reconstruir la película lo mejor posible gracias a un mastering digital.
Que la película haya estado rodada en 16mm y con la tosquedad habitual de Romero, junto con el paso del tiempo y su inclemencia sobre el material, especialmente sus colores, le da a todo un tono de «película hogareña» del infierno imposible de dejar pasar.
Para 2019 se la pudo ver algunos festivales internacionales y de género, pero el gran público se seguía preguntando hasta hace relativamente poco dónde o cuándo podría ver esta ¿película maldita? del padre de los zombies.
Se podría decir que, del mismo modo que Romero previó todas las cosas que cité más arriba haciendo un cine que para el afuera (p más precisamente para la crítica) era pasatista e irrelevante, con The Amusement Park nos dejó una cápsula del tiempo, que cuando la abrimos en 2021 los viejos no pueden salir a la calle porque el peligro sigue estando, justamente «ahí afuera». Capaz que la forma en la que lo muestra es muy lineal (en definitiva, hacía películas de terror y con un estilo bastante más crudo que el de sus pares), pero no por eso menos sorprendente.
The Amusement Park no será una obra maestra, pero te hace sentir lo suficientemente mal. Y si la ponemos al lado de «la otra» que resucitó hace poco (El otro lado del viento (The Other Side of the Wind, 2018) de Orson Welles) es bastante más resolutiva que esos Instagram Stories a contrapelo del tiempo que nos quisieron hacer pasar como «cine maldito» hace un par de años.
Shuddder, ese streaming de terror con el que todos soñamos pero no podemos tener por territorio la estrenó ayer y las almas caritativas que regentean el bulín de Incas y Torrent lo hicieron posible.
The Amusement Park no es una caminata por la pradera, no es una película que quieras ver un día que estés medio abajo, pero es, sin dudas una que no habíamos visto de un hombre que, con su estilo seco y personal, cambió el cine de terror (y el cine en general, pongamos los huevos arriba de la mesa) para siempre.