Edición 20
Una historia de espías
bastante increíble
Por Santiago Calori
Estuve buena parte de la semana escuchando un podcast (en inglés) que tiene una premisa fabulosa. ¿Es Wind of Change de Scorpions una canción escrita por la CIA para que sea la banda sonora de la caída de las dos Alemanias y la Unión Soviética?
Y ahí fue cuando me acordé de Argo (2012), la película de Ben Affleck basada en hechos reales, donde un grupo de agentes de la misma agencia se infiltran en Irán, haciéndose pasar por un equipò de filmación que buscada desiertos para filmar una película «onda La guerra de las galaxias.»
Pero no estoy acá para contarte una historia que bien podrías ver si ves Argo. Que, por cierto, si nunca la viste deberías ver porque, como ya dijimos: Affleck dirigiendo > Affleck actuando. Estoy acá para contarte una que no se leyó tanto.
Para finales de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos estaba obsesionado con los comunistas. Los veía en todas partes del mundo y hasta los flasheaba entre sus actores y actrices.
Tanto era esto así, que para 1947, el gobierno le dio más poder al House Unamerican Activies Comitee, una institución que veía comunistas hasta en la sopa y que ya venía dando vueltas hace tiempo.
La mayor preocupación del Comité eran los comunistas que podían tener una influencia sobre la sociedad… Y las películas, y la gente que las hacía, fueron el blanco elegido. De esta forma, podían dar el ejemplo con personajes que todo el mundo conociera.
Durante 1947 el Comité hizo nueve días de audiencias con entrevistas a las personas que, creía, eran sospechosas y con las personas que, sabían, iban a delatar a quien fuera necesario.
Y así nacieron “los diez de Hollywood”: un grupo de guionistas y directores que se negaron a contestar algunas preguntas.
Junto con muchos otros, fueron puestos en una lista negra y los estudios, por más famosos o buenos en su trabajo que fueran, no les dieron más trabajo.
La cosa siguió más o menos hasta mediados de los años sesenta, donde tuvieron que adaptarse a las nuevas formas de vida de los jóvenes si querían seguir teniendo espectadores.
Claro que las agencias de inteligencia seguían obsesionadas, sobre todo con lo que pasaba en los países emergentes. Y uno de esos países era Indonesia.
Indonesia venía de ser una colonia holandesa en el último tiempo, se había «independizado» y estaba gobernada en aquel entonces por un dictador que se llamaba Sukarno.
Sukarno estaba mal visto por los Estados Unidos porque no era de esos dictadores que sí quieren colaborar con ellos: bueno, como casi todos los otros y la CIA estaba obsesionado con poder derrocarlo de alguna manera. Fue ahí que surgió la idea de desprestigiarlo como mejor se pudiera.
¿Y qué fue lo mejor que se les ocurrió?
Claro, obvio: yo hubiera contestado lo mismo. Filmar una película porno con un falso Sukarno y pasarla como verdadera.
Pará, pará, pará: ¿vos me estás diciendo que la CIA se puso a castear una película porno a principios de los años sesenta para derrocar a un dictador que, a diferencia de muchos otros, no les quería hacer caso? Repetíselo a mi tía que está en Santa Fe leyendo el newsletter.
Correcto: a principios de los sesenta, y con el porno como una amenaza a la moral, las buenas costumbres y, sobre todo, el sueño americano más grande que incluso la llegada de los OVNIs o los comunistas (que poco antes habían sido lo mismo, pero eso lo vamos a hablar seguramente en otro momento) la CIA se puso a castear una película porno para derrocar a un dictador que, a diferencia de muchos otros, no les quería hacer caso.
Y acá es cuando la cosa se pone un poco difícil de seguir, porque lo que llegó hasta nosotros son poco más que trascendidos.
Aparentemente, la CIA habría contratado a un equipo de televisión para que casteen en el submundo de las stags (películas porno de un rollo en 8mm que ya por aquel entonces se vendían por debajo del mostrador y por correo) a alguien que se pareciera a Sukarno. Que encontraron un mexicano (sí, ni empecemos a hablar de la cantidad de capas de racismo que tiene esta sola decisión) le pusieron una máscara de látex que le daba un buen lejos, que filmaron la película y que recién ahí decidieron dar de baja el plan.
Trascendió también que la cosa era una vergüenza y que todos se fueron silbando bajito, jurando que nunca nadie se enteraría de esto.
Y acá es donde nos tenemos que poner a analizar la cosa desde el costado sociológico, porque hay algo medio tierno del plan de la CIA, y es su idea moralista de norteamericano de los años sesenta. Pensaban que la sola aparición en pantalla de la sexualidad de una persona la iba a desprestigiar a tal punto que su poder o su carrera política iba a quedar reducida a añicos.
Es extraño de pensar hoy, donde un sextape puede terminar en una carrera, pero en aquella época el porno era el Cuco.
Pero esperá que se pone más extraña: porque la CIA reveló el plan, pero no como propio. En documentos y testimonios que fueron apareciendo, la agencia de inteligencia yanqui culpa a la KGB rusa de querer hacer lo mismo, hasta llegando a segurar que los rusos tenían una porno de Sukarno que era verdadera.
¿Habrá sido esta guerra fría de películas porno la que hizo que el plan de la CIA se cajoneara? ¿O fue el propio sentido común?
Lo cierto es que Sukarno finalmente, y después de un par de masacres de inocentes tuvo que dejar el poder a otro dictador, llamado Suharto que, a diferencia de su antecesor, sí se llevaba bárbaro con el gobierno de Estados Unidos. Tanto es así, que pudo gobernar por 31 años sin que nadie le rompa mucho las pelotas, y operando los escuadrones de la muerte que aún están impunes y hablando como si nada en The Act of Killing (2012) de Joshua Oppenheimer.
La CIA siguió operando en las sombras de la pornografía mucho tiempo. Estaba obsesionada, creyendo (esto es un poco cierto) que las primeras producciones de la era dorada del porno estaban financiadas por la mafia.
Llegaron a infiltrar agentes, algunos de los cuales no volvieron nunca más a las filas de la agencia de inteligencia, quizás demasiado copados por esta nueva vida, como cuentan Legs McNeil y Jennifer Osborne en esa maravilla de libro que es El otro Hollywood: Una historia oral y sin censurar de la industria del cine porno, pero de eso seguro que me voy a ocupar otro día.
Son miles las teorías que podríamos tejer y las conspiranoias que podríamos jurar que son ciertas: lo único que podemos asegurar con pruebas es que el porno y la CIA son ubicuos casi hasta nuestro días.
Basta con recordar que cuando encontraron el bunker de Bin Laden, de lo primero que se habló fue de la enorme cantidad de pornografía que había y que en Las tortugas pinja de Víctor Maitland se habla de un plan de la agencia de inteligencia… ¿CASUALIDAD? NO LO CREO.