Míralos MorvIP 9
Nouvelle vagos
Por Santiago Calori
Empiezo por decir que esta no es ni pedo una historia de la Novuelle Vague, sino más bien la de algo que pasó durante ese período cinéfilo.
Pero, como el público se renueva y nadie tiene por qué saber qué carajo era la Nouvelle Vague, voy a hacer una explicación breve y sacarme de encima el entuerto.
La Nouvelle Vague o Nueva Ola francesa fue un movimiento del cine galo de principios de los años sesenta, manijeado principalmente por la revista de crítica Cahiers du Cinéma, de donde habían salido gran parte de los directores de la corriente (Truffault, Godard, Rohmer, Chabrol, Rivette, y una larga lista de etcéteras).
Cahiers primero y la Nouvelle Vague después querían poner al director como autor de la película por encima del guionista y el productor y con esto promover una idea de que un director de cine (incluso como parte de un proceso industrial) era más cercano a un pintor o un escritor.
Esto invariablemente terminó en la teoría del cine arte y cine negocio que nunca fueron conceptos de los franceses, pero sí de varios pelotudos que leyeron las teorías según les convenía y terminaron haciendo mucho daño.
Pero esperá que había una buena: los de Cahiers y, por consiguiente los de la Nouvelle Vague, eran fanáticos del cine de Hollywood. De directores como Hawks, Hitchcock, Ford, etcétera y ayudaron a darles la relevancia histórica que nunca habían tenido como parte del engranaje del sistema de estudios.
Con esto explicado, sigo con lo que venía a contar.
Para finales de los años cincuenta y principios de los sesenta, el cine francés estaba en plena ebullición. De hecho, fueron dos estrenos en poco menos de un año los que ayudaron a poner a la Nouvelle Vague sobre la mesa.
Por un lado, estaba Los 400 golpes (Les quatre cents coups, 1959) de François Truffaut, que había ganado Cannes y era eso de lo que hablaba todo el mundo, y por el otro estaba Sin aliento (À bout de souffle, 1960) una película también exitosa y un poco más experimental de Jean-Luc Godard, uno de los mejores amigos de Truffaut.
De ambos habla esta historia. Y no habla bien, para qué mentirte. Y para contarla bien tengo que hacer un flashback que en un momento va a terminar en ese Cannes del 1959.
El término «mejores amigos» quizás se queda corto. Truffaut y Godard eran culo y calzón. Se habían conocido en alguna función de la Cinematheque Francaise o del Cineclub que coordinaba Eric Rohmer, y desde ese momento iban para todos lados juntos, viendo películas y comentándolas con vehemencia.
Ambos, como dije antes, eran parte de la plantilla de escritores estables de Cahiers, donde se ponían gede con las cosas que no le gustaban y amaban (un poco de más) las que sí.
A pesar de haber congeniado tan bien siempre, Godard y Truffaut venían de realidades diametralmente opuestas: Godard era nieto del fundador de uno de los bancos más importantes de Francia y había pasado su niñez y adolescencia entre mansiones y campos en suiza, mientras que Truffaut, bueno: había vivido Los 400 golpes.
En sus años más mozos el bueno de François llegó a robarse una máquina de escribir para financiar un proyecto que quería filmar.
En medio de todo ese caos, un director italiano les tira una punta: era Roberto Rossellini, que venía de ser uno de los que había inventado el neorrealismo italiano y a quien los Cahiers, a diferencia de buena parte de la critica más «normal», trataban con un cariño deferente.
Rossellini les propuso que salieran a filmar, que cambiaran el cine con nuevas propuestas como ellos habían hacía una década o menos.
Tiene sentido: la parte de «filmar en la calle con gente real» fue un poco usado por la Nouvelle Vague, además de otra larga lista de influencias.
Truffaut se puso a pensar en una historia para filmar. Influenciado por el film noir que hasta habían bautizado, se detuvo un tiempo en la de un ladrón que, acorralado, toma una serie de decisiones incorrectas. No tardó mucho en olvidarse de ese proyecto y consiguió la plata para filmar lo que luego sería Los 400 golpes y el comienzo de la saga de Antoine Doinel.
En medio de ese Cannes triunfal, Godard se apura por llegar y pedirle a Truffaut que le ceda la idea del ladrón para su película. Ayudado por el éxito de François y el de varios Cahiers más, Godard consigue la plata y filma Sin aliento.
En menos de un año los amigos habían logrado el éxito de taquilla y el reconocimiento internacional. Pero las diferencias no iban a tardar en aparecer.
De hecho si analizamos ambas obras, nos vamos a encontrar con contrastes interesantes: lo personal que termina resultando Truffaut con una película más clásica y lo distante que resulta Godard con la más “loca y experimental” y a la vez lo cercano de Truffaut y lo “cine de Hollywood mal filmado” de Godard.
Como para establecer un parámetro, Godard se vanagloriaba de haber «dejado solo las escenas que me gustan» sin mucho criterio narrativo ni estético más que el de quedar como un distinto.
Pasó poco tiempo y la Nouvelle Vague se apagó más rápido que los floggers (?)
Las culpas de la muerte del movimiento se fueron disparando entre todos, con los más narrativos culpando a los más experimentales y viceversa.
Lo cierto es que pocas cosas hablan de la carrera y las intenciones de un director que su propia filmografía: para cuando Truffaut y Godard iban por la tercera película, ya se podía intuir claramente quién estaba filmando con el corazón y quién para provocar.
“Si uno juega con la imagen y el sonido de una manera poco convencional, es razonable que la gente te grite” dijo Truffaut por aquel entonces, hablándole a nadie (y a uno solo) en particular, además de señalar que la Nouvelle Vague no había prendido nada de toda la crítica que habían hecho sus miembros.
Y esto, no te digo que proscribió a Truffaut de Cahiers, pero casi casi.
Mientras todos, como críticos a la salida de una privada, se peleaban para ver quién decía la frase más ampulosa, Truffaut se puso a hacer las entrevistas y a escribir El cine según Hitchcock, que le tomó como tres años, al tiempo que el cine de Godard se volvía más y más caótico.
Para finales de los años sesenta, Godard ya había entrado en la del maoísmo, filmando La chinoise (1967) y Week End (1967), película placa final anunciaba el fin de su carrera y ¡del cine en su conjunto!
Para mayo de 1968, ya medio que todos sabemos lo que estaba pasando en París. Paralelamente, Truffaut estaba presentado película en Cannes y Godard le sugiere que boicoteen el festival, algo a lo que Truffaut accede pero no con toda la espectacularidad que hubiera querido su antiguo compañero de andanzas.
Poco tiempo después, Godard le sugiere ir a hacer lo mismo en el festival de teatro de Avignon y Truffaut no parece muy convencido. Godard ensaya con un discurso de barricada, que el proletariado y la mar en coche y Truffaut solo responde: «Nunca voy a estar del lado de los hijos de la burguesía”, a lo que Godard, ni lerdo ni perezoso, retruca “Pensé que eras un hermano y resultaste un traidor.”
Y ahí sí que empezó el quilombo.
Para 1972, Godard se sentía un poco afuera de su círculo y del cine en general. Como motivo del estreno de La noche americana (La nuit americaine, 1972) decide mandarle una carta a su ¿ex? ¿amigo? contándole qué opinaba de la película.
Y obvio que no era nada nuevo.
La llamó una «aberración» y en la misma carta le daba a Truffaut la oportunidad de «resarcise» consiguiéndole el dinero para que pueda filmar una película.
Truffaut, ya con los huevos en una carretilla le respondió la carta con una ¡de veinticinco páginas! donde: lo llamó «celoso y envidioso», le explicó que su obra quedaba vacía porque «entre tu interés por las masas y tu propio narcisismo no queda espacio para nada más», concluyendo muy amablemente también que «Igual que Sinatra o Brando, no sos más que un pedazo de mierda en un pedestal.»
Bueno, alguien había quemado naves, se ve.
Godard siguió con una carrera despareja y cada vez más experimental: se podría decir que «vivía de su gloria pasada», mientras que Truffaut siguió haciendo películas hasta el final de sus (cortos) días.
Para 1980 Cahiers decidió entrevistarlo nuevamente, levantándole ese veto secreto pero visible que había tenido por años, y el bueno de François explicó un poco su relación con Jean-Luc de manera muy tranquila: “Incluso en la época de Nouvelle Vague la amistad con él era un camino de un solo sentido.”
Qué lindo que las cosas estaban más solucionadas, ¿no?
Ese mismo, luego de cruzarse en público y no saludarse, Godard lo invitó a una mesa redonda, invitación que Truffaut declinó con otra larga carta que incluía el highlight: “Te sugiero que filmes una película autobiográfica que se llame Una mierda es una mierda”
Pare cuando Truffaut murió de un tumor cerebral a los 54 años en 1984, Godard escribó el obituario en Cahiers, venerando al crítico y menospreciando al director.
Algo que, para los que sabían la historia completa, no sorprendió absolutamente a nadie.
Si te gusta fuerte el puterío, podés buscar en internet traducciones y detalles puntillosos de la correspondencia de Truffaut que fue editada en en forma de libro en Francia en 1988, edición para la cual Godard ¡escribió el prólogo!
Pero, te quieras meter o no, me parece que si hay algo que te tenés que llevar de todo esto, además de unos chismes muy jugosos de un movimiento fílmico que parecía muy prestigioso pero en el fondo era el living de Roccasalvo, es que claramente hay dos tipos de personas: los que creen que la secundaria fue lo mejor que les pasó en la vida y los que siguen adelante.
Ni tengo que decir de qué lado estaba Godard y de cuál Truffaut. Ni mucho menos de cuál está este humilde newsletter.