Míralos MorVIP 12

El dictador caníbal,
el documentalista inocente
y su triste desenlace

Por Santiago Calori

Quizás sea bueno empezar haciendo dos breves biografías.

Por un lado tenemos a Barbet Schroeder. Quizás te suene, quizás no. Nació en Irán, pero es es más francés que otra cosa. Produjo algunas películas de la nouvelle vague y después tuvo una filmografía que podríamos llamar… variada.

Porque se ganó una Palma de Oro en Cannes por Barfly (1987) una producción de ¡Cannon Films! y, vista hoy, muy de su época, después pegó el salto a los grandes estudios y surfeó la ola del thriller poronga pero rendidor noventis con Mujer soltera busca (Single White Female, 1992) y Cálculo mortal (Murder by numbers, 2002) y pasando un poco en el medio por el tema del prestigio con La virgen de los sicarios (2000)

Por el otro lado tenemos a Idi Amin., presidente de facto de Uganda entre 1971 y 1979. Muchas cosas se han dicho sobre él, y nunca muy buenas, para qué mentir.

Se supone que es el culpable de entre cien y quinientas mil muertes durante su mandato y se rumorea que se comía el hígado de sus víctimas «para que no lo atormenten sus espíritus»

¿Qué tienen que ver estos dos, dirás?

La respuesta es muy simple: uno le hizo la película al otro a principios de los años setenta.

Pará pará pará: ¿vos me estás diciendo que un tipo que produjo películas con Eric Rohmer le terminó haciendo un documental a un dictador?

Bueno, sí y no. La historia es, como siempre, un poquito más complicada.

Schroeder pasó gran parte de su niñez y adolescencia viajando por trabajo de su padre geólogo en varios países de África.

En los comienzos de su filmografía como director la cosa empezó a ser un poco reflejo de esas épocas, con películas como La vallée (1972) que mostraba la vida de tribus en el continente y, bueno, con la película de la que voy a hablar hoy.

Por una serie de pensamientos que vaya uno a saber de dónde vinieron, a Schroeder se le ocurre que es una idea brillante ir a Uganda y empezar a filmar a su presidente Idi Amin quien, en principio, parece encantado con la idea.

Guardá ese «en principio» y tenelo a mano que te va a venir bien después.

Así es como Schroeder y un joven Néstor Almendros (director de fotografía de Días de gloria (Days of Heaven, 1978) de Terrence Malick, entre otras gemas) llegan a Uganda para filmarlo.

Hay varias versiones sobre el por qué Amín dice que sí a la propuesta de Schroeder pero muchas parecen coincidir en la idea de que, en su megalomanía, el dictador quería tener su propia El triunfo de la voluntad (Triumph des Willens, 1935) o, si quieren un ejemplo más vernáculo, su propia La fiesta de todos (1979).

Quizás no tengamos que hacer tantas lecturas y simplemente quedarnos con el «en su megalomanía.»

Porque lo que se ve en General Idi Amin Dada: A Self Portrait (1974) es, básicamente, el monólogo de un loco homicida que llegó demasiado lejos. Con puestas en escena que parecen propuestas por él, se lo ve ganando en todos los deportes, siendo bueno, explicando cosas que sabe todo el mundo ante gente que se sorprende por terror, tocando el acordeón, hablando con cocodrilos, etcétera.

O, como nos gusta decir a nosotros (?) la típica película de dictador en ejercicio

Lo de «toca el acordeón» era tan así, que en los créditos el propio Amin aparece como autor de la banda sonora.

La película, quizás por el año en el que fue filmada, no se aleja mucho de otros esfuerzos europeos exploitation del llamado cine mondo, como Perro mundo (Mondo Cane, 1962), África ¡Adiós! (Africa Addio, 1966) o Adiós, tío Tom (Addio Zio Tom, 1971).

No digo que fuera la intención, pero si las miramos sin mucho detalle, todas entran en la bolsa de «europeos filmando africanos.» Un día debería hablar largo de cine mondo: no será hoy, claro.

La intención de Schroeder, de quien su obra habla por él y quien no siendo buenos difícilmente podamos acusar de exploitator, era la de documentar al personaje, volver a casa y darle a la obra otro punto de vista con el montaje.

Existe la noción de que «las películas se puede cambiar en el montaje», un concepto que en films narrativos quizás no sea del todo exacto, ya que se pasa por tres instancias de escritura: la formal del guion, la informal del rodaje y una suerte de «edición narrativa final» o «ultima reescritura» en el montaje.

Esto, en el cine documental es absolutamente distinto: todo lo que se filma se termina «narrando» en la instancia de montaje y un «documental sentido y con tono de homenaje en vida» se puede convertir en un retrato cruel.

Y acá viene la parte donde el «en principio parece encantado con la idea» empieza a jugar.

La película fue a algunos festivales, y Amin no tardó en enterarse que todas esas cosas que contaba tan fascinado y todas esas puestas en escena quizás no estuvieran siendo tomadas como él, alguien que hablaba de sí mismo en tercera persona, hubiera pensado.

Y ahí, justamente ahí, fue cuando se picó.

Y se picó en serio, eh. Porque, estando en ejercicio, creer que se le puede «ganar a un dictador» es, como mínimo, subestimar el problema que tenés entre manos.

Para cuando la película se estrenó en Francia en 1947, el afiche tenía un tagline bastante espectacular: «Nadie corre más rapido que la bala de un rifle»

Las críticas no tardaron en resaltar el personaje cómico de Amin con frases como «Si no fuera verdad, sería la mejor comedia de todos los tiempos».

En las ruedas de prensa, Schroeder trató de morigerar a Amin, tratando de que todo se vea como una mise-en-scène diabólica con frases como «Está bromeando todo el tiempo que siente que tiene una audiencia» o «Yo no estaba haciendo una ficción con forma de documental, estaba poniendo la ficción de Amin en un documental.», además de aclarar que había hecho un testamento antes de viajar a Uganda a filmar.

Atento a lo que el público pudiera pensar de él, Amin mandó a sus espías a grabar el audio de la película y las reacciones del público.

Enterado de que se reían de y no con él, pensó que era un buen momento para pedir cambios. Y, por supuesto, los iba a pedir de una forma muy, pero muy especial.

Para asegurarse de que se hicieran sus modificaciones en el montaje final (principalmente, algunos offs que editorializaban de más según sus parámetros) mandó a secuestrar a unos cien ciudadanos franceses que vivían en Uganda, los metió en un hotel y envió un mensaje urgente: si Schroeder no hacía los cambios que se le pedían en el montaje, la sangre de esos ciudadanos franceses iba a estar en sus manos.

Se han visto negociaciones de versión final picantes, pero esta se pasa un poco.

Schroeder finalmente accedió a hacer unos cambios, que finalmente no fueron tantos y la película finalmente se estrenó y Amin no mató a todos los del hotel, pero bueno, igual mató un montón más.

Que haya sido «cortada a pedido de un dictador» le dio a la película una vibra medio chota y no terminó funcionando en ningún lado.

Muy a pesar de ciertos homenajes algo tardíos (muchos al cumplirse los ¡cuarenta! años del estreno), una versión restaurada a los valores originales con posterioridad a la muerte de Amin y hasta una edición Criterion, el aura de película maldita no se la pudo despegar jamás y General Idi Amin Dada: A Self Portrait es, a esta altura, más una rareza y una mancha de tuco en la filmografía de Schroeder que otra cosa.

La verdad que me encantaría terminarlo con una moraleja, pero no la hay. Bueno, o sí: si te llama un dictador africano para que le filmes el documental, evitalo. Y si no lo evitás, por lo menos no sobres la situación.

Idi Amín finalmente tuvo su película en 2006 con El último rey de Escocia (The Last King of Scotland) de Kevin McDonald, donde si hacemos el esfuerzo y vimos la película de Schroeder, lo podemos ver a Forest Whitaker haciendo la gran Martín Bossi con lo que había filmado el otro treinta años antes.