Míralos MorVIP 3

Una heroína sin capa

Por Santiago Calori

Quizás no sepas quién fue Virginia Kellogg. No porque seas brutx y no sepas nada, sino más bien porque hay que rascar mucho para encontrarla. Pero, como otros grandes misterios de la humanidad, tampoco había que rascar tanto y el misterio estaba a la vista de todos, pero nadie preguntaba. Porque, para resolver este misterio, solo había que leer los créditos de las películas.

La de Virginia Kellogg está muy lejos de ser una de esas historias de alguien que llega a Hollywood con una valija llena de ilusiones y las cosas invariablemente se ponen muy LA Confidential (1997): tuvo su cuatro de hora de fama en algún momento de la década del cuarenta.

Y lo tuvo haciendo un trabajo que, en aquel momento, era bastante común entre las mujeres: era guionista.

Bueno, bastante común: menos común que años antes, en el cine mudo, donde ese trabajo estaba dominado por las mujeres.

Parece extraño, pero con la llegada del sonoro y de cierto poder a Hollywood, los roles femeninos fueron bajando en cantidad.

Lo cierto es que, para la época donde Kellogg hizo sus cosas, el poder de la rama femenina venía en franco descenso.

Y se notaba con solo ver los créditos de las películas donde hizo su magia: muchas veces aparece tapada por otros «guionistas» hombres, dándole solo un crédito de historia que, en aquel momento, era bastante popular.

Tanto, que el rubro estaba entre las categorías que podía recibir Óscars. Y Virginia estuvo nominada dos veces, antes de desaparecer para siempre.

No, no hay un policial acá, ni una investigación digna de un film noir: lo que sí hay es alguien que hizo mucho en muy poco tiempo y después se retiró.

Kellogg escribió historias para ocho películas, antes de retirarse a mediados de los años cincuenta.

De esas ocho películas voy a hablar de cuatro, porque si efectivamente hubieran estado escritas por un hombre, hoy habría libros para analizarlas.

Kellogg reinventó el film noir que, recordemos, hasta que vinieron los franceses, los americanos solo consideraban «policiales baratos de filmar» y rompió con varios estereotipos del género. O jugó con ellos, dándolos vuelta. Vamos por partes.

La primera de las cuatro películas de las que voy a hablar es Felicidad robada (Stolen holiday, 1936) de Michael Curtiz. Sí, el que después dirigió La carga de la brigada ligera (Charge of the Light Brigade, 1936), Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938) y, bueno, claro, Casablanca (1942).

Y no es precisamente un noir noir, pero pega en el palo. Es una suerte de misterio romántico donde una inocente modelo termina implicada en una estafa por un maligno hombre de apellido Orloff (habría que ver si Jesús Franco se robó el apellido de acá para esta aberración, pero no es el tema de hoy).

Felicidad robada, como dije antes, no era un policial al 100%, pero había empezado con una manía que iba a tener la obra de Kellogg y que no se iba a ver mucho en el Hollywood de esa ni ninguna época: el rol que le daba a la mujer.

Porque las mujeres en los policiales (y no tanto) que escribía Kellogg no estaban en ninguna de las dos posibilidades que daba el género hasta acá: en peligro o malignas.

Las mujeres que escribía Kellogg no hacían que el hombre se pierda de su camino recto, lo acompañaban en él y se divertían.

Puede sonar sutil y una casualidad, si la cosa no hubiera seguido así.

Algunos años después, Kellogg escribió la historia para Mala moneda (T-Men, 1947), dirigida por Anthony Mann. Sí, tenía buena suerte para los directores: esta vez le tocó el de la geniales Pasiones de fuego (Raw Deal, 1948) y El demonio de la noche (He Walked By Night, 1948). Su crédito, una vez, estaba sepultado bajo el de un hombre con el título de «sobre una historia sugerida por…»

Y era, nuevamente, una historia extraña para el film noir. Porque era de un grupo de falsificadores que eran perseguidos por unos del Departamento de Tesoro y estaba contada de una forma algo «documental».

¿Y dónde estaba la mano de Kellogg? Acá: uno de los que era perseguido era en realidad una. Una mujer que se había decidido sola por la vida criminal. No era la mujer de nadie, no estaba detrás de un novio, nada. Era ella, delincuente e independiente.

Kellogg se las arregló para meter la cuchara, aunque no le dieran el crédito completo. Podría hasta acá (dos películas) ser una casualidad, pero…

Dos años después se filmó Alma negra (White Heat, 1949), bajo la dirección de Raoul Walsh (el de Altas sierras (High Sierra, 41), Murieron con las botas puestas (They Died with their Boots On, 1942) y Fugitivos del infierno (Desperate Journey, 1942) entre muchísimas otras) y donde Virginia nuevamente sugirió la historia a dos guionistas hombres.

En ella James Cagney sale de la cárcel y vuelve a reunir a sus amigos mafiosos para dar un golpe que los saque finalemnete de pobres.

Alma negra es una historia de gangsters de esas que vimos miles de veces, pero tiene una vuelta: la líder de la pandilla es la madre del protagonista que, como Pepito Cibrián (?) era muy mamero.

Pero esperá que hay una más….

Porque año siguiente Kellogg tuvo finalmente su título de guionista. Compartido con un hombre, pero titulo de guionista al fin con Amarga condena (Caged, 1950), dirigida por John Cromwell casi al final de una filmografía bastante larga.

Y acá sí que se nota el guionismo y las obsesiones de Kellogg. Porque habla de los mismos temas que habló siempre, contando la historia de una chica joven reciente viuda de un marido criminal que entra a la cárcel por haberlo acompañado en sus tropelías.

Lejos está de ser una víctima, y no tarda en entender a la perfección el sistema carcelario. Amarga condena es un film noir con mujeres y es también la semilla de un género que empezaba a dar vueltas e iba a durar muchos, pero muchos años: el del cine de cárceles de mujeres.

La película es quizás el punto más alto de la dramaturgia de Kellogg y donde logra poner sus ideas bien claras sobre la mesa. Todas las prisioneras culpan a un hombre de su suerte y una de ellas habla con la protagonista y le dice: «Tenés suerte que tu marido murió.»

Ponelo en contexto: mil novecientos cincuenta.

 

Después de Amarga condena, la carrera de Kellogg fue diluyéndose y para mediados de los cincuenta había desaparecido del ojo público.

Muchas fueron las especulaciones de por qué se retiró, pero ninguna puso ser confirmada.

Quizás la más interesante sea esta, que le daría a nuestro personaje más aires superheróicos de los que ya tiene, pero nadie lo pudo comprobar con exactitud: se rumorea que por una serie de contactos, Kellogg se hizo pasar por presa unos meses en distintas cárceles para poner escribir Amarga condena de manera verosímil.

Si esto es cierto, deberías avergonzarte, Robert De Niro, que pensabas que por manejar un taxi dos semanas para Taxi Driver (1976) habías hecho la del actor de método.

Siendo muy extremista, se podría hasta decir que hubo un antes y un después de Virginia, que vino, dio vuelta los valores del film noir y desapareció del mundo del espectáculo, para morir muchos años después en Los Ángeles en 1981. Si hubiera habido más como ella, quizás hoy el mundo sería un poco mejor, o por lo menos más interesante.

Poco más se sabe de su vida: no hay libros, no hay casi artículos, hay una muy breve bio en IMdD que habla más de los maridos que tuvo que de las cosas que hizo.

Quedaron sus películas, que no es poco.

 

Esta edición curiosa del newsletter tiene un solo objetivo y es que si no viste alguna o todas las películas que nombré, vayas a buscarlas y las veas ahora mismo.

Te aseguro que tu semana va a ser varios cientos de veces mejor cuando las hayas terminado de ver.

Lo lindo que tienen los noirs es que además de entretenidos, son cortitos. Duran ni dos capítulos de serie: uno y medio, a más tardar.