Míralos MorVIP 58

Tenemos que hablar de ese monstruo

Por Santiago Calori

Como suele ocurrir en estos envíos, seguramente en un momento lleguemos a la película de la que voy a terminar hablando, pero suele ser necesario ponerla en contexto histórico.

Desde la época del verdadero cine «clase B» (esto ya lo hablé en algún momento) la naturaleza ha sido una fuerza de la que el cine se nutrió para dar miedo.

Desde animales malos hasta fenómenos meteorológicos impensados con elenco multiestelar en la época del «cine catástrofe», la naturaleza estuvo ahí para hacer daño, no como los humanos (?)

Y lo que puse recién a modo de chiste tiene un poco de verdad, sobre todo si hablamos de películas.

El ahora llamado “eco horror” y antes llamado “la naturaleza se venga” fue un clásico de muchos esfuerzos de clase B y del cine de género que vino después, llegando incluso hasta nuestros días.

Podríamos generalizar y decir que nació con el miedo a la mutación nuclear y ese tipo de horrores que, muy a pesar de la guerra fría que vino después, quedó más del lado de la cancha de los japoneses con sus kaijus y coso.

Si bien hay ejemplos de mutaciones tan atrás como los insectos gigantes de El mundo el peligro (Them!, 1958) de Gordon Douglas, para los años setenta, la gente se empezaba a preocupar por cosas.

Cosas como si manejar hasta para ir acá a dos cuadras no generaba contaminación o si los cigarrillos en una de esas “bien” no hacían.

Esta preocupación por “el medio ambiente” o por “lo que le estamos haciendo al planeta” empezó a verse sobre todo en el cine exploitation, quizás el mejor lector de “lo que se está hablando” en el momento, con películas probablemente un poco difíciles como las ranas Frogs (1972) de George McCowan, los ¡conejos gigantes! de la favorita de Tarantino Una noche escalofriante (Night of the Lepus, 1972) de William F Claxton, o la increíblemente tardía adaptación de H.G. Wells La plaga asesina (Food of the Gods, 1976) de Bert I. Gordon.

Claro que había también ejemplos buenos de “algo está pasando en el planeta” como el único esfuerzo sobrenatural de Alfred Hitchcock (sí, ya sé que es los jueves) Los pájaros (The Birds, 1963) o Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1972) de Richard Fleischer.

Y en el medio hubo arañas, pájaros, peces (en general pirañas y tiburones), insectos de todo tipo (incluso abejas), murciélagos, osos, perros, gatos, monos, ratas, reptiles y hasta ballenas y plantas que nos querían matar en las películas.

Y ahí fue cuando los estudios —en este caso Paramount, específicamente—, viendo los números que hacían muchos esfuerzos más «baratitos» se pusieron a pensar qué pasaría si le pusieran un presupuesto, director y guionista decentes a una patriada de estas características.

Y ahí, justamente ahí, es cuando la cosa se complicó fuerte.

O no tanto: lograron contratar a un guionista que venía de escribir La profecía (The Omen, 1976) —y sus secuelas, digamos todo— y a un director que tenía fama, pero que quizás no estaba en el mejor momento.

Así es como David Seltzer escribió un guión que hablaba de los desastres que los humanos le hacen a la naturaleza, pero que incluía un monstruo cosa de que la lección ecologista (poco se usaba ese término por aquel entonces) tuviera tickets cortados.

(Sí, las épocas de documentales hechos a medida para los Óscar con un actor famoso haciendo la voz en off estaban muy, pero muy lejos.)

Y, con el guionista de La profecía adentro, salieron a buscar director.

Hace su entrada John Frankenheimer.

Frankenheimer no es un extraño para Míralos Morir. De hecho fue, con una de sus primeras (y probablemente más genial) películas El otro señor Hamilton (Seconds, 1966) protagonista de uno de los primeros envíos en los que empezaba a escribir «largo de un solo tema.»

La carrera de Frankenheimer —que empezó en la televisión como muchos de su misma franja etárea, siguión con joyas como la de más arriba, El embajador del miedo (The Manchurian Candidate, 1962) o Domingo negro (Black Sunday, 1976) y terminó con su muerte en 2002 mientras hacía películas como Ronin (1998) o Doble traición (Reindeer Games, 2001)— fue, como podrás ver de esta sola muestra, de lo más variada. El bueno de John vio en el plan de dirigir una película de terror algo nunca había hecho y se subió al tren.

Los productores decidieron agregar a la ecuación 12 millones de dólares de presupuesto (un montón para la época y el tipo de película) y contratar actores de primera línea como Talia Shire, que venía de ser Adrian Balboa hacía relativamente poco.

Si tuviéramos que reducir todo a terminología de memes, sería uno de los “A ver cojan” más grandes de la historia del cine.

La sinopsis, algo que no me copa hacer porque me recuerda a esos “reseñistas” que pululan por medios de comunicación aportando cercano a cero, sería algo así como: “Tras la muerte de unos operarios en extrañas circunstancias, un médico es enviado a investigar la posible contaminación que una maderera está haciendo en una zona muy alejada de Maine.”

A esa sinopsis habría que agregarle que “Pueblos originarios de la zona se quejan de la contaminación, los de la maderera los culpan de las muertes. Los aborígenes sostienen que se trata de Katahdin, un monstruo legendario de la zona.”

Bueno, ahora viene la parte donde adivinás quiénes tienen razón.

La película se llamó Engendro (Prophecy, 1979) y se estrenó con pésimo timing el 15 de junio de 1979 (más de esto más tarde.)

El resultado, te imaginarás si leés esto seguido, no salió como lo planeado, pero tuvo más problemas que “capaz el género ya estaba muerto para cuando los de los estudios se dieron cuenta”

De hecho, el género, que descubrió una nueva vida y casi que quedó del lado de “la cosa del prestigio” con Tiburón (Jaws, 1975) estaba en un gran momento.

Había habido problemas. Montones de problemas.

Tanto Seltzer como Frankenheimer se arrepintieron de haber hecho la película, pero por razones opuestas. Si pasa en una reunión de consorcio, imaginate con el cine.

Seltzer sostiene que Frankenheimer que venía de Contacto en Francia 2 (The French Connection II, 1975) “no estaba en su mejor forma” y que la película rehecha hubiera sido infinitamente superior.

Frankenheimer, por su lado, no negó ni confirmó nada. O mejor dicho, hizo un “sí o todo” grande como una casa. Tras el fracaso de la secuela de la película de Friedkin, empezó a tomar con más frecuencia de la que debía. Para cuando llegó el momento de filmar Engendro, estaba en pedo 24/7.

Sí, usó la estrategia de Stephen King con Ocho días de terror (Maximum Overdrive, 1986) de “Estaba tan drogado, que no me acuerdo de nada”, y probablemente haya sido todo cierto.

Muchas de las decisiones (el cambio en el monstruo, la manía de mostrarlo de más) fueron obra de ese Frankenheimer que no estaba justamente fresco.

Hace unos párrafos hablé de Tiburón y del mal timing del estreno. No fue casual.

Tiburón (con su consabida historia accidental de “no funcionó el tiburón mecánico y entonces…” que repiten cada aniversario los trivieros de IMdB) empezó algo que después siguieron otras. El “no muestres tanto al monstruo”.

“Hasta acá lo de Tiburón. ¿Y el timing?”

Bueno ahí viene.

Tiburón hizo escuela. Y no tuvo un alumno más prolífico y exitoso que Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) de Ridley Scott, estrenada el 25 de mayo de 1979.

¿Estás viendo las fechas?

Engendro no le fue mal de taquilla, a casi ninguna película de terror le va mal, porque el público del género es fiel y las va a ver todas, pero la idea de que el monstruo se podría haber visto menos y que la película hubiera sido más efectiva quedó flotando.

Porque, seamos buenos, quizás hubiera estado bueno no mostrar tanto a Katahdin.

En una de esas, fuera del consumo problemático de alcohol de Frankenheimer haya habido otra razón para tanto arrepentimiento: el horror “de monstruo” fue un género en el que el director no volvió a entrar, un dato no menor teniendo una filmografía tan variada.

Ahora, con una mano en el corazón, es pertinente que nos hagamos una serie de preguntas.

¿Es tan mala Engendro? La verdad que no. Como ya dije mil veces “Una película mala de los años setenta, es una película decente y hasta buena de las décadas que vinieron atrás.”

¿Podría haber sido mejor el monstruo? Probablemente, pero más que nada se podría haber mostrado menos.

¿Es disfrutable y entretenida como “lo que es”? Más vale que sí.

¿Es hasta progresista y con un mensaje positivo “pro naturaleza”, incluso a su modo? No tengas dudas.

Y, quizás, la más importante: ¿Hubiéramos tenido esa maravilla del ozploitation que es Destructor (Razorback, 1983) si no hubiera existido Engendro?

Y yo, te imaginarás o te enterarás en este momento ni idea, me niego a vivir en un mundo donde no exista Destructor.

Cerrando esto y pensando en voz alta sobre todo si no viste ninguna de las dos te pregunto: ¿sale ese doble programa? ¿Qué estás esperando?

Una pequeña coda, a modo de Misterios sin resolver que, sabemos bien, no se resuelven nunca. Si Frankenheimer estaba tan en pedo después de Contacto en Francia 2… ¿cómo es posible que haya dirigido esa maravilla que es Domingo negro antes de esta de la que hablamos hoy?

Ah, estúpido y sensual Míralos Morir te deja pensando y conspiranoicx.