Míralos MorVIP 11
Mis días en París
con Silvia Prieto
Estoy por comenzar a disfrutar de mi primer baguette de crudo y queso, mi café negro y mis gitanes negros sin filtro cuando alguien grita:
— ¡Sortie! ¡Sortie! ¡Sortie!
Miro a mi alrededor. Todos corren guiados por una especie de equipo SWAT. Mientras vuelco mi café negro, apago mi gitane, agarro los dos bolsos de casi 10 kilos cada uno y me llevo mi baguette de crudo y queso, pienso que estoy en una película de acción de Georges Lautner.
— ¿Cómo llegué hasta acá?, me pregunto corriendo.
Ah, estaba en el aeropuerto Charles DeGaulle, en París. Y el estreno de Silvia Prieto (1999) dependía de mi vuelta al país.
Flashback a: 72 horas antes, Buenos Aires.
El agua hervía el martes por la noche cuando tiré las pastas dentro de la cacerola. En mi período de «cuida casas» me encontraba cuidando una en el barrio de Belgrano.
En repeat, sonaba a todo volumen Tengo que parar de Miguel Mateos, un CD que acababa de conseguir. Era un típico martes de junio del año 1999. El teléfono sonó interrumpiendo mi sesión culinaria de escucha musical.
Del otro lado de la línea, Hernán Musaluppi —productor de Silvia Prieto— me cuenta que Marcelo Alderete, hoy uno de mis programadores predilectos de festivales y por ese entonces encargado del tránsito de copias del BAFICI, tenía el pasaporte vencido y no podía viajar a París a buscar el negativo de imagen y de sonido de la película, que se estrenaba a las pocas semanas en Buenos Aires.
— ¿Tu pasaporte está actualizado?, me preguntó.
Me ofreció viajar a París a buscar los negativos, fundamental para hacer las copias del estreno.
— Saldrías mañana, estarías 36 horas en París donde tenés que hacer base en el laboratorio, esperar que se libere un pago, recibir los negativos y volar de vuelta sin despacharlos.
— You had me at París, pensé.
Cerca de 24 horas después, parto para Ezeiza desde la casa de Martín Rejtman en la calle Honduras, con mi mochila personal, otros dos bolsos vacíos (uno dentro del otro) para traer los negativos y una misión clara. Como la película iba a ser estrenada por Buena Vista, era casi como viajar en nombre del propio Walt Disney.
En el viaje de ida, tomé vino, comí queso, fui al sector fumadores y fumé. Me hice amigo de dos franceses que habían viajado a buscar el cuerpo de un amigo que había muerto en Buenos Aires.
Los franceses.
— ¿Estamos viajando con un cadáver?, pregunté de forma sutil mientras me atoraba con un jamón crudo.
Aterrizamos en París a las 9AM. 36 horas después, estaría despegando de vuelta.
Tardé cerca de 2 horas en salir del aeropuerto. No entendía ningún tipo de indicación. Tomé un tren por intuición pero era interno, así que luego de 15 minutos… aparecí nuevamente en el aeropuerto. Volví a preguntar, no lograba entender. ¿Dónde estaban mis 5 años de francés en el Belgrano? Pensé que no iba a salir, pensé que no iba a volver, pensé que Silvia Prieto no se iba a estrenar.
Luego de una sucesión de travelling ins y zoom outs lo que sigue, lo recuerdo más o menos así: tomé un micro, aparecí en una estación de tren, tomé el tren, “vi el mapa sin mirarlo” y bajé, ¡gracias al destino por intuición!, en Garde De L´este que era mas o menos donde tenía que bajar. El hotel, se suponía, estaba cerca. Caminé unas cuadras con mi mochila y el bolso dentro del otro bolso. Pregunté un par de veces:
— Parlez-vous l’anglais?.
A lo que me respondieron «No» cada vez. Al menos mi francés estaba volviendo. Ah, estaba lloviendo.
Luego de caminar en círculos sin saber a donde ir, decido tomar un taxi. El conductor era mi hermano, o casi. Era un portugués exiliado. Cuando le dije la dirección del hotel, estaba a dos cuadras. Y en mi periplo por ubicarme, había pasado dos veces por la puerta, bajo la lluvia, con mi mochila y con el bolso dentro del otro bolso.
Hice el check in. Me instalé. Hice un zapping, vi Friends en alemán y recordé que no había almorzado. Eran las 14 horas y a las 15 tenía que estar en el laboratorio. Salí a dar una vuelta a la manzana, vi un lugar de ventas de películas. Entré a comprar algunas, pero eran todas películas Triple X.
Pues bien, estaban en el barrio porno según me dijeron horas después. Como Meg Ryan en Quiero decirte que te amo (French Kiss, 1995), pasaban las horas en París y no había logrado ver la torre Eiffel.
Llegado al laboratorio, empecé a recuperar mi francés perdido en la memoria.
Durante unas horas, los llamados iban y venían. Yo seguía con hambre. Para las 18 horas ya estaba de vuelta en el hotel. a las 20 me pasó a buscar mi padrino Pedro —amigo de la infancia y militancia de mi padre— junto a su esposa Clotilde. Mientras recorrimos París de noche, vi finalmente la Torre Eiffel con el contador hacia el año 2000.
— ¿Qué te gustaría cenar?», me preguntó Pedro.
Le pedí por alguna típica comida francesa.
— Acá no inventaron nada, me respondió.
Clotilde, Pedro y Rotstein.
Frente a la Ópera de París, cenamos seafood dentro de una montaña de hielo sobre una bandeja de amplio diámetro.
Dormí de corrido 8 horas. Durante la mañana me enteré que los negativos ya estaban liberados. Tenía la mañana libre y a las 14 tenía que estar en el laboratorio para encarar la vuelta a Buenos Aires.
Rejtman me había recomendado «perderme por la Ciudad». No lo logré, inevitablemente caminaba en líneas rectas. Tres cuadras derecho, cuatro a la izquierda, tres a la derecha. Y así iba agrandando mi rectángulo. Como rodeando a la presa. La presa resultó ser el Arco del Triunfo. Caminé por la Champs Elyssé ida y vuelta. En línea recta, claro.
Compré para mi colecciòn el VHS Dead Man (1995) de Jim Jarmusch, que abre con un intertítulo que dice:
— Nunca es bueno viajar con un cadáver
Cuando estaba por detenerme a almorzar, ya era hora de volver al hotel. Hacer el check out, llevar mi bolso adentro del otro bolso al laboratorio, cargar los negativos y empezar el camino hacia el aeropuerto Charles DeGaulle.
La responsable del laboratorio francés, Rotstein y el bolso dentro del bolso. |
Al llegar al aeropuerto, hice el check in. Expliqué por qué tenía que viajar con las latas encima. A modo de negociación, despaché mi mochila.
Solo quedaba subir al avión. Ah, e intentar evitar que los negativos pasen por los rayos equis. Esto sucedió antes del 11 de spetiembre de 2001. Se podía fumar en el avión, se podía abordar sin tener que sacarse las zapatillas. Se podían pasar ocho (o más) latas de negativo fílmico sin problemas.
Veo un lugar para cenar. Estaba más desesperado que Hudson Hawk intentando dar con su café. Llamo a Musaluppi y le digo que está todo en orden, que estoy por comer algo por primera vez relajado desde su llamado en medio de la preparación de mis pastas casi 60 horas antes.
— Cuando aterrices en Buenos Aires te va a estar esperando alguien de Buena Vista, me dijo.
Todo estaba tranquilo. Hago la fila para pedir mi baguette de crudo y queso y mi café negro. Prendo mi Gitanes negro sin filtro, porque también se podía fumar en los aeropuertos. Me sirven todo en una hermosa bandeja. Un individual bien parisino. Lo aparto para traérlo de vuelta. Me siento y le doy dos mordiscos a la baguette de crudo y queso. Prendó un gitanes sin filtro y tomo un sorbo de mi café negro. Entonces…
— ¡Sortie! ¡Sortie! ¡Sortie!.
Miro a mi alrededor. Todos corren. Guiados por un equipo SWAT. Yo, vuelco mi café, apago mi Gitane, me llevo mi baguette de crudo y queso, y me cuelgo los dos bolsos con los negativos… mientras todo parecía una película de acción de George Lautner.
Gracias al francés aprendido en la escuela pública, pude hablar con un Guardia de seguridad.
— Hay una bomba en el baño de mujeres.
A medida que me alejo de la zona, noto que los SWAT forman un perímetro rodeando al baño de mujeres al cual no se podía ingresar. Quedo parado justo al lado de una zona de asientos y de teléfonos públicos.
Frente al teléfono público, llamo a Musaluppi. No lo encuentro. Le dejo el mensaje a su hermana,
— Hay una bomba en el baño de mujeres. No sé qué va a pasar.
Me despido poniendo en duda cuándo será mi próxima comunicación. Decidí que este pequeño detalle no empañe lo que estaba por ser mi único momento de tranquilidad.
Me senté en el asiento más próximo al perímetro delimitado por los SWAT. Apoyé los bolsos con los negativos a un lado y me dispuse a disfrutar de la baguette y a seguir fumando mis Gitanes.
De pronto, unos gritos, un anuncio y una detonación. Escuché un grito de susto muy agudo. Era yo.
Aplausos. Me sumé. Al rato un SWAT salió del baño de mujeres, tenía en sus manos un tacho de basura quemado con la bomba detonada adentro y papel higiénico pegado en uno de sus borcegos.
De a poco, todo se tranquilizó y llegó el momento de ir al pre-embarque. Todos los que estaban delante mío, hacían pasar sus bolsos por los rayos equis. Algo había aprendido de mi estadía en París de 36 horas y de Pedro, mi padrino:
— Los franceses se aman.
Llegó mi momento. Los dos bolsos con las latas esperan sobre la mesa. Mi francés aprendido en el Nacional N6 Manuel Belgrano y enseñado por la Profesora Roberts se ponen a prueba.
Le explico al Señor de la Aduana, que las latas eran de una película que tenía que llevar a la Argentina, que había participado del festival de Cannes de hacía unas semanas y que no podía pasarlas por los rayos x pues podría dañarse el negativo: un poco inverosímil, lo sé.
Ante la duda del Señor de la Aduana, desde lo mas profundo de mi corazón le dije que era una película «sobre Charles De Gaulle” dirigida por un argentino.
El Señor de la aduana ni dudó, ni preguntó nada más.
— Oh lalà, y me dejó pasar sin pasar los bolsos valijas por los rayos equis.
El viaje de vuelta lo dormí por completo. No cené ni tomé ni comí nada.
Al aterrizar, y apenas puse un pie fuera del avión, me estaba esperando Mister Buena Vista. Me llevó directo a un remís. Entregué las latas a salvo.
Volví a mi casa cerca del mediodía. Había dejado en la cacerola los fideos dentro del agua que había hervido.
Los tiré, puse play y Miguel Mateos continuó cantando Tengo que Parar.
En cuanto a mi, finalmente pude almorzar tranquilo. Los fetuccinis a la parisienne, llegaron una hora después de haber hecho el pedido.
Sebastián Rotstein ha sido cinéfilo desde siempre.
Mientras cursaba sus estudios de cine, armó la primera videoteca de la escuela buceando en las viejas grillas de la programación de cable.
Fue luego programador de las dos primeras ediciones de Bafici, batiendo su propio récord viendo ocho películas en un día.
En la actualidad es guionista de series, miniseries, sitcoms, web series y películas. Dirigió Terror 5 (2016), que dio la vuelta al mundo y, cada tanto, conduce Lettera 22 un podcast sobre el guionismo.