Edición 35

Nunca digas nunca verás

Por Santiago Calori

Por cuestiones del trabajo de mi padre, pasé dos años de mi niñez en Ushuaia, Tierra del Fuego.

Esos años coincidieron con el primer boom del video.

Hijo único, sin muchos amigos en una ciudad donde o es todo el día de día o todo el día de noche fueron un terreno fértil para el alquiler de VHS a repetición.

Fuera de los clásicos de la época con sus Spielbergs, Zemeckis, Lucas y demás, recuerdo que un consumo sostenido y repetido eran las películas de la saga de Bond.

A diferencia de varios de mis amigos, no desarrollé con los años y la adultez una pasión ni una especialización con el agente secreto, pero lo recuerdo con cariño y tengo memorias de alguna función de sábado o domingo a la tarde viendo En la mira de los asesinos (A View to a Kill, 1985) en el cine Metro con mi abuela.

Hechas todas estas aclaraciones, me gustaría dejar sentada mi postura en la eterna discusión del Bond preferido: Connery es el mejor, de eso no hay dudas. Lazenby es el que se animó a cambiarlo, y duró poco. No entiendo el ensañamiento con Moore, el Bond pop autoconsciente: sus películas son graciosas y disfrutables por demás. Pierce Brosnan no está entre mis favoritos, pero tiene Goldeneye (1995), que tiene que entrar en un top five de algo. Tanto Dalton como Craig me parecen un cáncer.

A quién le importa tu opinión, gordo autorreferencia.

Igual no estoy acá para hablar de Bond como producto, estoy acá para hablar de Bond como catalizador de una consecuencia.

¿Qué cosa?

Claro, porque el éxito de Bond trajo una consecuencia directa en el cine menos financiado, pero con más ganas de ser redituable.

¿Estás acá para hablar de exploitation? Ya nos vamos entendiendo.

Ya expliqué muchas veces el concepto de exploitation, y no lo voy a hacer nuevamente. Solo tenés que ir y leer alguna edición anterior y lo vas a encontrar.

Es crucial que entiendas que para que la lógica de «aparece algo exitoso, salen varios a tratar de hacer guita con algo parecido» funcionara, Bond a principios de los años sesenta era el producto cinematográfico (y pop) más grande que se pueda imaginar. Como los franchises de hoy, pero en un mundo sin tantas cosas que te distraigan: era obvio que un grupo de productores facinerosos iban a intentar sacarle una tajada.

Y lo hiceron, claro. Caramba si no.

Para entender qué fue la Bondsploitation, es mejor entender primero qué no fue:

No podemos entender como exploitation de James Bond a las películas fuera de canon como Nunca digas nunca jamás (1983) o Casino Royale (1967): están basadas en novelas de Ian Fleming, tienen los derechos para usar al personaje y, a pesar de que puedan haber sido un poco picantes en cuanto a la forma en la que ejercieron esos derechos, pueden considerarse productos inoportunos, pero no ilegales.

Tampoco podemos entender como exploitation a las películas de espías de los años sesenta como Matt Helm contra las asesinas (Murderer’s Row, 1966) o Flint: Misión insólita (In Like Flint, 1967). Sí, eran una consecuencia directa, pero estaban orientadas hacia la comedia y los colores y eran productos entretenidos por derecho propio.

Tampoco deberíamos meter en la bolsa a series de televisión de la época como El agente de CIPOL o el Superagente 86.

¿Y entonces de qué vas a hablar? Aguantá que ahí viene.

Decía hace dos minutos: para principios de los años sesenta, James Bond era el franchise más exitoso en el que se pudiera pensar. Cualquier revista, novela, serie de televisión y hasta película que tuviera espías y chicas lindas se vendía en un instante.

Y no habían pasado ni dos minutos hasta que los europeos sonrieron y les brilló el diente de oro: como ya vimos con otros subgéneros, productos similares de calidad y moral dudosa empezaron a salir de España, Alemania, Francia e Italia.

¿Mencioné Italia, verdad? Siempre menciono Italia.

Los italianos venían de ganar mucha guita con los Peplums, pero la moda se estaba agotando. Todavía no habían descubierto las mieles del Spaghetti Western y en el medio decidieron ensaguchar un nuevo subgénero: había nacido la Bondsploitation, conocida hasta nuestros días como el Eurospy.

Si bien el período histórico concreto del Eurospy tiene un recorrido de unos pocos años, su influencia iba a llegar casi casi hasta nuestros días.

Sí, Bond era un personaje fascinante, pero lo que tenía de fascinante lo tenía de inverosímil. No era muy complicado ponerse a pensar en versiones satíricas de un espía que mata, enamora, toma Martinis y nunca se le arruga el traje.

Y así fue como aparecieron algunos de los más famosos títulos (por favor, tomate el «famosos» y «títulos» con el entrecomillado del caso) como el díptico (?) James Tont, Operación U.N.O. (James Tont operazione U.N.O., 1965) y James Tont, Operación D.O.S. (James Tont operazione D.U.E., 1966), donde Lando Buzzanca (quizás más famoso por la «inolvidable» Homo eroticus: supermacho (Homo Eroticus, 1971)) luchaba contra archivillanos como Goldsinger y similares o Dos mafiosos contra Goldfinger (Due mafiosi contro Goldginger, 1966) donde, bueno, pasaba más o menos lo que el título sugería.

Casi igual de «famosa» fue la saga del agente ¡Bob Fleming! cuyo n´mero era ¡077! con la trilogía (?) Crimen internacional, S.A. (Da 077: le spie uccidono a Beirut, 1965) , 077 Desafio a los asesinos (A 077, sfida ai killers, 1966) y Furia en Marrakech (Furia a Marrakech, 1966) donde este agente de la CIA recorría el mundo luchando contra organizaciones delictivas y buscando microfilms.

(Cabe destacar que la Argentina de aquel entonces, que iba y venía entre gobiernos democráticos y «de los otros» fue terreno muy fértil para este tipo de películas que sugerían más que lo mostraban: no era complicado estrenar una comedia italiana y hacerle un poster que hiciera creer a los espectadores que iban a ver algo que nunca veían. Pero esa es una historia para otra vez. O para un documental, andá a saber.)

Los franceses y los alemanes, por su lado, adaptaron al cine series de novelas famosas como las de Jean Bruce e hicieron películas con un poco más de vuelo, algunas incluso dirigidas por el mismísimo Claude Chabrol o con actores un poco más arriba como Jean Paul Belmondo.

Pero no estoy acá para hablarte de «la cosa del prestigio».

El Eurospy tenía un modo de producción interesante: eran películas baratas, imposibles de creer y que se valían de un truco que no era para nada malo: del mismo modo que crecían «a la sombra» de la saga de Bond, usaban «personajes sombríos» (o que habían quedado «a la sombra») en sus propias producciones.

Así fue como Shirley Eaton (Jill Masterson en Goldfinger (1964)) terminó a las órdenes de Jesús Franco y Bernard Lee (M durante muchos años) y Lois Maxwell (Miss Moneypenny durante muchos otros) terminaron en Operation Kid Brother aka ¡OK Connery! (1967).

Y acá me voy a detener un momento, porque esta es la segunda historia más demencial que tengo para vos hoy.

Sean Connery había dejado la saga y el productor Dario Sabatello le ofreció el papel del espía protagonista del film. Connery, que se ve que hizo lo posible por mantener una carrera con éxito, le dijo que no y Sabatello fue en busca de su hermano.

Así fue como el hermano menor de Connery, Neil Connery, que trabaja de yesero en ese momento, terminó siendo un espía en la pantalla grande.

Para colmo de males, en el momento en que Neil tenía que doblar su performance, se agarró una apendicitis y terminó doblado por otro actor.

Notá que dije la segunda más demencial. Esperá a leer la primera.

El Eurospy se fue apagando a medida que se apagaba la década, y el mundo entero empezó a hacer sus propias versiones del agente secreto más famoso del mundo:

Así fue como aparecieron cosas como la francesa De Hong Kong con amor (Bons baisers de Hong Kong, 1975), donde la reina de Inglaterra era secuestrada ¡por Hitler! y cuatro espías franceses la tienen que salvar, la hongkonesa Deadly Hands of Kung Fu (Li san jiao wei zhen di yu men, 1977) donde (un clon de) Bruce Lee termina en el infierno, abre un gimnasio (!) y descubre un macabro plan del cual son parte Clint Eastwood, Emanuelle, Drácula y ¡James Bond!, o incluso la argentina Un loco en acción (1983), con Carlitos Balá haciendo del agente secreto Charlie Bonex entrando en la democracia después de haberle hecho (junto a Palito Ortega) una película a cada fuerza durante la dictadura, pero esa es otra historia.

Una mención especial debería recibir George Lazenby, el Bond que solo estuvo en Al servicio secreto de Su Majestad (On Her Majesty’s Secret Service, 1969) y abandonó la saga enojado porque los productores querían que Connery volviera para una película más después de esa. Decir que «despegó» y «le fue genial» sería una ironía: se la pasó haciendo de «agente secreto» en películas europeas y filipinas y terminó en una película para televisión de Los agentes de CIPOL haciendo de un personaje llamado «JB».

Pero igual ninguna de todas estas es la historia más demencial que tengo para contarte.

Para fines de los años setenta y principios de los ochenta, Filipinas era el destino de producciones exploitation de todo tipo. Se podía filmar muy, pero muy barato. Para allá fueron Corman y todos los que se le parecían a sacar películas en dos semanas o menos.

Y es dentro de la producción fílmica de ese extraño país que nos encontramos con el Bondsploitation más extraño que haya existido: Agente 003 y 1/2 (For Y’ur Height Only, 1981), protagonizada por Weng Weng.

¿Y quién es Weng Weng? Según el Libro Guiness de los Records, es el primer actor de talla pequeña en protagonizar un largometraje. Un largometraje que se podría definir como la versión Bondsplotation de Francella enano (Corazón de león, 2013).

¿No me creés? Mirá este trailer.