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Los paqueteros y la magia de la sneakernet

Por Santiago Calori

El 2020 fue el año de decir un montón de cosas. Varias cosas que «escondíamos» salieron a la luz y, mayormente, nos sinceramos sobre consumos audiovisuales que quizás rocen la ilegalidad.

¿Por qué? Porque la ausencia de cines nos simplificó el «Y qué querés si…» y las ganas pudieron más. ¿Vemos más cosas bajadas que antes? Las mismas, pero ahora somos más sinceros.

El protocolo bit torrent ha sido, desde hace por lo menos quince años, la columna vertebral de muchas cinefilias. Máxime en un país donde el formato físico parecía con más ganas de tener una muerte prematura que en otras partes del mundo.

Por si te interesa el dato: cuando llegó el bluray, la única forma de producirlos legalmente en el país era mandarlos a hacer a Brasil. Ese fue el certificado de defunción del formato físico en nuestras tierras. ¿Se puede culpar a los empresarios, teniendo en cuenta que somos un mercado pequeño? La verdad que ni idea.

El tema es que en un país donde no hay un mercado de formato físico (sea este comprar o alquilar, hasta hace algunos años) fuerte y una cantidad de pantallas escasa y atomizada, muchas de las cosas que hay que ver se ven de manera poco lícita. ¿Es realmente grave eso? Hablémoslo con la vuelta de los cines, y veamos si efectivamente vuelven «mejores» (?), pero hoy por hoy parece inevitable.

Y este no va a ser un «Y qué querés, si me empujan a delinquir» sino todo lo contrario. Porque nosotros, mal que mal tenemos internet y la cosa dentro de todo, tarde o temprano aparece.

¿Pero qué pasa en los lugares donde la internet es escasa y prácticamente testimonial?

Bueno, ahí es justamente donde la historia se pone buena. Bienvenidx al Paquete Semanal cubano y la magia de la sneakernet.

Si buscamos la definición sneakernet probablemente nos aparezca algo parecido a esto:

«Sneakernet (sneaker: zapatilla de deporte; Net: red) término usado para la transferencia de la información electrónica por los medios desprendibles físicamente (ej: cinta magnética, disquetes, discos compactos) a partir de un ordenador personal a otro.» 

La tentación de llamarla «internet a gamba» es alta y, por qué no decirlo, bastante exacta.

Nos cansamos de leer que Cuba tiene uno de los índices de alfabetización más grandes del mundo. También que tiene el más bajo de penetración de internet del mundo occidental.

Se calcula que solo un 5% de la población tiene acceso a una conexión que se podría considerar «decente» y que un 20% la accede a través de wifis pagos en plazas a precios bastante onerosos teniendo en cuenta el promedio de sueldos en parques de la ciudad.

Aún así, los cubanos se las arreglaron para tener su propio Netflix.

¿Cómo cómo cómo?

«El paquete semanal» es su versión del monopolio rojo, con una variedad que podría asustar a más de un abogado de derechos de autor.

Por medio de una red de implicados, todos los lunes se llena un disco de 1 terabyte donde se pueden encontrar novedades de películas, series, videos de YouTube y varias cosas más.

¿Y cómo es esto posible? Quizás la mejor respuesta sea «con organización.»

El sistema se divide en tres partes fundamentales: las matrices, los paqueteros y el público y cada uno cumple un rol específico.

Las matrices, que son más bien pocas (unas cuatro o cinco) tienen sus propios proveedores de material.

Sobre la provisión del material es donde se genera el mayor gris de la historia, ya que nadie parece dispuesto a revelar cómo llegó eso a ese disco rígido, pero se supone que se trata de gante con un acceso a internet un poco mejor que la media: empleados del gobierno, trabajadores de hoteles, universitarios, etcétera.

(No sería descabellado pensar en una hipótesis como la de Irina Nistor, la doblajista rumana del comunismo que trabajaba de doble agente doblando para la tele de día y películas de Chuck Norris de noche. Pero de eso ya hablé antes, así que volvamos.)

Cada uno de estos proveedores tiene como trabajo semanal dedicarse a bajar algo específico (películas de acción, series románticas, etcétera) y entregárselo a la matriz para que pueda entrar en la compilación del lunes.

Las matrices recopilan todo este material, llenando las carpetas principales de cada rígido semanal, que suelen ser siempre las mismas: «Series americanas», «Películas», «YouTube», etcétera. Le pagan a sus proveedores y luego venden el paquete a los paqueteros, que son los que en mayor o menor medida se ocupan de distribuirlo por toda la isla.

Y acá es cuando «la velocidad de internet» se vuelve bastante mágica, porque los paqueteros tiene ya tendida su propia red que no tiene fibra sino personas: empleados de aerolíneas, choferes de ómnibus, camioneros y taxistas hacen llegar el paquete con la celeridad del caso a cada rincón de la isla.

El paquetero, además, trabaja como «programador»: sabe lo que su público busca, y es dueño de agregar o quitar cosas al paquete semanal según le parezca que va a ser de más o menos interés para su audiencia.

Programador o censor, según cómo lo quieras ver: si bien hay una serie de reglas que se cumplen, algunos paqueteros sacan cosas que van contra sus creencias religiosas o que les hacen ruido.

¿Cuáles son las reglas de esta internet con tracción a sangre, te preguntarás? Las mismas que en una cena navideña familiar: no se habla de sexo ni de política. Todo contenido sexual, porno o incluso menos y toda cosa que vaya contra los valores de la sociedad y política cubanas queda afuera del paquete sin excepción.

Sí, medio como Disney+, pero con más variedad.

Los paqueteros distribuyen el paquete entero o otros paqueteros junior que a su vez lo desmenuzan para su venta al público. Generalmente bajo la «fachada» de una casa de arreglo de celulares o de un videoclub, el público se puede acercar y copiar en sus propios pendrives o discos externos el material que quieran: películas, series, videos de YouTube y hasta capturas de artículos de Wikipedia. El precio de cada cosa varía de acuerdo al tamaño, tiempo, cara del cliente y, lo más importante: el tiempo que separe al archivo de la novedad del momento.

Porque al paquete semanal, igual que con las películas y sus «ventanas», el tiempo hace que vaya perdiendo valor. El tiempo y las sucesivas copias de persona a persona que también suceden. En una sociedad socialista, es medio lógico que «el bien común» también sea pasarle la nueva Rápido y furioso a un primo y no cobrarle.

¿Y qué pasa con el copyright, te preguntarás? Bueno, nada. Bah, o lo mismo que pasaba en la Rumania comunista o en cualquier país con un embargo: si no pueden entrar los productos, tampoco pueden entrar las cartas documento.

Si bien el paquete cubano no es una novedad y hay historias similares en India, Camboya y varios países más, lo que sucede con este caso en particular es que ha evolucionado.

Como la publicidad está prohibida en los canales de televisión y radio que son controlados por el gobierno, las matrices se las arreglan para meter «publicidades» de productos locales por las que cobran, además de servir de «promotores» de artistas musicales y youtubers locales. Porque, como te habrás imaginado para este momento, gran parte del consumo de youtubers cubanos se da a través del paquete y no de ver sus videos en la red por la baja velocidad de conexión.

La gran duda, igual, parece ser si estos distribuidores de material de otros un día se van a convertir en distribuidores de su propio material y empezar a generar el propio, como pasó con esa maravilla de la pujancia y el despropósito que es Nollywood. Pero eso va a tener que ser en otra ocasión.