Míralos MorVIP 42

Las locuras del extraterrestre

Por Santiago Calori

Yo de E.T. El extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) no puedo hablar, en virtud de lo que ya confesé con motivo de la aparición de la primera parte de Cinefilia extraterrestre De Diego Trerotola en estos envíos hace unos meses.

La situación sigue inamovible y aún no vi la obra maestra de Spielberg que todos veneran.

Como ya expliqué esa vez, a esta altura no lo hago no para «hacerme el raro» sino por el terror casi paralizante a la remota posibilidad de que no me guste.

Bueno, eso lo hablaré oportunamente en terapia, pero necesitaba meter ese teaser, porque la cosa medio que hoy va por ahí.

«No me digas nada, un E.T. italiano que…» Bueno, si te perdiste el E.T. turco, acá lo tenés. No, la historia de hoy no nos hace irnos muy lejos de Estados Unidos, hasta te diría que pasan en barrios medio vecinos.

Situémonos en 1988, donde un director de cine de género al que le había ido relativamente bien con una «baratita, rapidita» estaba para grandes cosas.

Se llamaba Stewart Raffill, y a su última película Experimento Filadelfia (The Philadelphia Experimient, 1984) le había lo suficientemente bien como para recuperar la inversión y hacer diferencia.

Quizás valga la pena hacer un poco de historia: estamos en el epítome del video home, donde cada pueblo de Estados Unidos tenía varios videoclubes para tratar de dar abasto con tanta demanda.

Y ese mercado no era el único: también estaban los canales de cable, que habían empezado a picar fuerte en número de espectadores, ofreciendo películas en la televisión, pero sin cortes publicitarios.

(Sí, bueno, esto varió notablemente antes de que incluso pasaran diez años, dejándonos en donde estamos ahora: si querés programación sin tanda y sin invasiones gráficas, tenés que atravesar por lo menos dos paywalls. Pero no estoy acá para eso, estoy acá para esto:)

La gente estaba muy interesada en esta noción de que ya no tenían que ir al cine a buscar sus películas, y si bien los estudios eran parte interesada en ambos flancos (más gente viendo en sus casa significaba menos en los cines, o por lo menos ese era el mantra de la época) y había que darle a la gente lo que la gente quería.

Y acá, justamente acá, fue cuando dejó de interesar si eso que se le daba era lo mismo que le hubieran dado en una sala de cine a precio de fin de semana,

Si apenas ojeaste este newsltetter un par de veces sabrás que cada vez que surge una posibilidad de hacer una diferencia, aparece una serie de pintorescos personajes que siempre están dispuestos a hacerte la gauchada.

En la época del blockbuster, que había empezado media década antes con el glorioso verano del 82, donde se estrenaron con pocos meses de diferencia E.T. El extratrerrestrePoltergeist (1982), Viaje a las estrellas: la ira de Khan (Star Trek II: The Wrath of Khan, 1982), Conan el bárbaro (Conan The Barbarian, 1982), Tron (1982), Rocky III (1982), Mad Max 2 (The Road Warrior,» 1981), Picardías estudiantiles (Fast Times at Ridgemont High, 1981) y hasta El enigma de otro mundo (The Thing, 1981)

(Si, bueno: ahora ves a los influencers cambiándose la toallita por un upfront donde de anunciaron cinco logos y medio que te dan a ganas de ponerte medieval, pero no es el momento ni el lugar)

Bueno, volviendo: la demanda de películas para el cable y el circuito de video era tan grande, que los estudios no daban abasto con el catálogo que ya tenían y las novedades que iban produciendo para satisfacerla. Y ahí fue cuando aparecieron los aventureros.

Como había pasado en la época del clase B, pequeños estudios dispuestos a hacer películas más chicas para estos nuevos mercados: Carolco que nos dio Rambo (First Blood, 1982) y Terminator (The Terminator, 1984), Cannon con las de Chuck Norris y tantas más y hasta New Line Cinema, que iba a estar siempre en la medianera del prestigio y la saga de Pesadilla en lo profundo de la noche (A Nightmare on Elm Street, 1984).

Entre medio de todo esto, a Raffill le había ido bien con Experimento Filadelfia. Y no tardó en conseguir que le pusieran una onerosa cantidad de plata (se calcula) que unos 12 millones de dólares de los cuales la película (spoiler alert) recaudó poco más de la mitad.

La película, a riesgo de generarte un flashback fuertísimo si andas en mi misma franja etaria era Mi amigo Mac (Mac And Me, 1988).

La idea era simple: un extraterrestre se escapa de un centro de experimentacion de la NASA y no tarda en hacerse amigo de un chico en silla de ruedas.

Y acá es cuando Mi amigo Mac hace la primera de varias cosas interesantes, que parecen estar ausentes cada vez que leés vivos en Rottentomatoes queriendo ser los más ingeniosos: el chico en silla de ruedas es un verdadero actor en silla de ruedas.

Si, el Oscar para Te amaré en silencio (Children of a Lesser God, 1986) unos años antes estaba ahí para atestiguar que no era una novedad pero, que en pleno Reaganismo una película se tomara el tiempo de hacer esa milla extra es algo que generalmente no se ve en la lista de cosas que se le achacan, quizás sea hora de ponerse a hacer un juicio un poco menos apresurado.

Que una película del período Reaganista tenga este progresismo y hasta se las arregle para ser una metáfora del racismo quizás sea un lindo cartón lleno.

Pero no, porque estaba la secuencia del McDonalds. Si me dieran un peso por cada vez que la gente habla «de oido» de una película solo recordando un cosita, hoy sería millonario.

Sí, tiene un secuencia ¡musical! en un McDonald’s, que venía pisando fuerte y queriendo conquistar el mundo del cine no como el gag culinario que venía siendo y siguió así en hitos como Un príncipe en Nueva York (Going to America, 1988).

Quizás, la decisión fue demasiado lejos, quizás no era necesario tanto: si nunca le viste, te la dejo acá para que te deleites.

Ahora bien, secuencia del McDonalds aparte, la película no es muchísimo peor que otras por las que se hace menos escándalo.

La película, como no podía ser de otra manera, estuvo nominada en la entrega de los Razzies de ese año, perdiendo ante Coctel (Cocktail, 1988) de Roger Donaldson, que si la ponés ahora con lo que se estrena de ese mismo tenor, te digo que hasta entra en algún top 10.

Y acá es cuando si ves una entrega de los Razzies se te van las ganas de pensar que son relevantes: un grupo de oligrofrénicos sin gracias alguna se ríen de películas que, aún malas, estarían incapacitados para filmar.

Creo que me despaché largo sobre los Razziesen este episodio de Hoy Trasnochedonde hablábamos de ese tiro en el pie que era You Don’t Naomi (2019) y de cómo Showgirls (1995) era una película mucho más valiente que los que se reían de ella.

Y ahí es cuando lo que pasó con Mi amigo Mac, dejando de lado rl casi módico tiro en el pie que expuse más arriba, es una película mucho más interesante que las que todos los que se ríen de ella.

¿Y por qué?

Porque en simplemente hacer existe un acto mucho más revolucionario que cualquier risa que pueda provocar la película. Revolucionario y valiente, de enfrentar las cosas cómo vengan y cómo sea, sin importar la mirada de los otros, que parece haber alquilado un tres ambientes con dependencias en las redes sociales y no parece dispuesta a salir a dar una vuelta en el futuro inmediato.

¿Todo esto tiene una moraleja? No sé, quizás sí.

Quizás si cada vez que te estás por decir algo de una película de la que se están riendo todos te sentás a pensar si vos la podrías hacer mejor, o incluso menos, si sabes cómo se hace una película, quizás empecemos a ser menos picantes, patoteros y, hasta en una de esas, mejores personas.

Nulas esperanzas tengo, pero bueno, no pierdo nada con decirlo.