Míralos MorVIP 35

Del cine, del amor y de la muerte: unas palabras sobre Michele Soavi

Tenemos que hablar de Michele Soavi.

Ubiquémonos en el tiempo. Estamos en Italia. Corren los primeros años de la década del sesenta. El país intenta dejar atrás la miseria en la que estaba sumida desde la posguerra y es una fuente de inspiración cultural, con su cine incluido.

Como para entrar en contexto, la dolce vita italiana desprendía cierto glamour intelectualoide entre directores de cine de élite, estrellas de la pantalla y diseñadores de moda de alta costura. 

Como contracara, se gestaba un particular gusto por lo macabro, los asesinos sin rostro y con dudosa motivación (cosa que, del otro lado del charco, «inspirará» al posterior slasher norteamericano), el erotismo, y la sangre. 

Sí, estamos hablando del giallo, género que no sólo te presenta en pantalla lo siniestro sino que también te pone en los ojos del mismísimo perpetrador.

Podemos decir que el giallo vio la luz de la mano del gran Mario Bava con su Seis mujeres para el asesino (Sei donne per l’assassino) allá por el año 1964. 

El género entraría en un estado de esplendor en los setenta con sus principales referentes como El pájaro de las plumas de cristal (L’uccello dalle piume di cristall, 1970) ópera prima de Dario Argento y El extraño secreto del bosque de las sombras (Non si sevizia un paperino, 1972) de Lucio Fulci. 

Grandes películas donde se genera un pacto interesante: «no hay razón para que lo violento no se presente de una forma bella y delicada» y así fue cómo, como artistas de lo siniestro que eran, lo hicieron, y lo hicieron muy bien.

Pero te dije que teníamos que hablar de Michele Soavi. 

Por estos tiempos, Michele era un joven actor (en películas como Pánico en la ciudad de los muertos vivientes (Paura nella città dei morti viventi,1980) o Alien 2: sobre la Tierra (Alien 2: Sulla Tierra, 1979) por nombrar algunas) y es a sus sus veintitantos que entra sigilosamente en el tablero y decide ubicarse detrás de cámara. 

Sus primeros pasos en la dirección vinieron de la mano de directores como Marco Modugno y Joe D’Amato, que le ofrecieron trabajo como Asistente de Dirección. Pero quizás una de sus oportunidades más relevantes llega cuando Dario Argento le propone trabajar con él en Tinieblas (Tenebrae, 1982), donde se generó un estrecho vínculo que los mantendría trabajando juntos durante la década.

Así Michele continúa «absorbiendo» gran parte de la experiencia y conocimiento que luego lo haría realizar una seguidilla de películas desde 1987 a 1994, que en mi opinión, son de alto valor e integridad artística en lo que cine europeo de género refiere, aunque en su momento (y a veces hasta en la actualidad) fueron bastante ignoradas. 

Y es justamente acá que llegamos a la mejor parte.  

Con su primer largometraje Aquarius: Aullidos de pánico (Stage Fright) de 1987 (aka Aquarius, aka Deliria, aka Bloody Bird, si… muchos aka) se conforma una excelente exhibición de lo que puede hacer Soavi con un moderado presupuesto pero ubicado en el lugar que le corresponde. 

Aquarius: Aullidos de pánico, muestra con gran ingenio la capacidad de integrar el giallo con el slasher norteamericano, combinación que manejó con éxito a pesar de las dificultades que esto presentaba en la teoría.

La película expone un argumento bastante simple: un  grupo de teatro ensaya una obra sobre un asesino y la puesta teatral, resumidamente, pasa a un plano real. 

Soavi incorpora con lucidez el conflicto entre los conceptos de representación, ficción y realidad con una secuencia inicial que reúne todos los elementos en donde ahondará la película minutos después.  Con un asesino con máscara de búho (una maravilla) sus víctimas y el encierro, Soavi se hace un festín visual de lo macabro, con su punto fuerte: una realización audiovisual y  una dirección impecable. Cerca del final, la puesta teatral se lleva a cabo, pero el cómo ya lo tendrán que averiguar ustedes.

En 1989 dirige El engendro del diablo (The Church), que originalmente se pensaba como una tercera parte de la saga Demons de Lamberto Bava, idea con la cual Soavi quiso mantener distancia y lo logró de manera bastante superadora. 

Una película que retoma la temática del encierro esta vez, claro está, gracias a su nombre, en una iglesia.  

Y ya en los primeros minutos se confirma que  Michele no se anda con vueltas para presentar un argumento: una truculenta masacre  medieval marca el principio de una película con bastante más fantasía  y surrealismo que su entrega anterior. 

Con El engendro del diablo, Soavi se va distanciando de sus colegas en cuanto estilo y personalidad al filmar: en una pesadilla hay secuencias macabras pero también oníricas y poéticas, en su segunda película también y será una insignia de su trabajo.

La secta (The Sect) se estrenó en 1991 y fue una de las más bastardeadas por la crítica de ese entonces y quizás una de sus más olvidadas. 

Guionada junto a Dario Argento también nos presenta en su prólogo una masacre pero esta vez ubicada en 1970 y llevada a cabo por hippies satánicos (¡Hola, Charles Manson!) que están dispuestos a todo con tal de cumplir su objetivo: vengarse de Dios.  

Con simbolismos religiosos, atmósferas bastante más oscuras, un conejo (esta vez DON’T follow the white rabbit), un gran protagónico de Kelly Curtis (hermana de Jamie Lee), mucho esoterismo y macumba, nos adentramos al nacimiento de nadie más que el  Anticristo y durante toda su duración se percibe que Soavi quiso hacer de todo menos dejarnos indiferentes.  

En 1994 dirige Dellamorte Dellamore (aka Cemetery Man, en España fue titulada muy creativamente como Mi novia es una zombie, cosa que debe haber espantado a varios), quizás el último suspiro del cine italiano de terror, donde todos los elementos que se plantearon en sus películas anteriores toman fuerza no solo desde lo visual sino también narrativamente. 

Dellamorte Dellamore es muchas cosas a la vez y, a mi criterio, todas funcionan. Lo trato de explicar:

Tomando como referencia el cómic Dylan Dog de Tiziano Sclavi,  Soavi nos cuenta la historia de Francesco Dellamorte (primer protagónico de un maravilloso Rupert Everett), un cuidador de cementerio que junto a su amigo mudo Gnaghi, además de sus tareas cotidianas,  tienen que encargarse de volver a matar a los muertos, ya que por alguna razón , se levantan de su tumba después de siete días de enterrados. Soavi presenta esta problemática en los minutos iniciales con una dulce naturalidad: hasta ahora Francesco parece ser sólo víctima de un trabajo mal pago.

Sin embargo entre un particular humor negro, una voz en off de tonos reflexivos, un enamoramiento y un encuentro con la misma muerte, Francesco cambia y la película cambia con él. 

Tomando distancia del “terror”, Dellamorte Dellamore se revuelve entre lo erótico, lo surrealista, la comedia, lo bizarro y principalmente lo filosófico, expresando la insatisfacción de la vida y el trabajo que genera lidiar con la muerte.  

El mundo de Francesco Dellamorte se encuentra dividido en un paralelismo irónico: entre un cementerio lleno de vida y un mundo exterior lleno de tedio. Esto último se verá plasmado en una secuencia final impecable,  digna del recuerdo de cualquiera que la haya visto.


La bola de nieve

Si bien hay varios elementos que se repiten en sus  películas, mi favorito es el concepto y/o imagen de la bola de nieve (imposible no acordarse un poco del final de El ciudadano (Citizen Kane, 1941).  Repetido en Aquarius: Aullidos de pánicoLa secta y Dellamorte Dellamore, Soavi exterioriza en la pantalla lo que está dentro de las bolas de cristal, a las cuales se encarga de darle una sutil atención.  Tal como en esos objetos de universos solitarios, Soavi supo cómo crear atmósferas personales e íntimas a partir de personajes que lidian en un aislamiento lleno de miedo, deseos y muerte.

El cine de Soavi, es un cine claustrofóbico, fantasioso y bastante desolador, plasmado en un lienzo que sabe desplegar (y no estoy siendo exagerada) con soberbia hermosura. 

Esto dista de la particularidad del gusto individual; no creo que siempre guste, pero menos aún creo que “no sea para todos” (expresión más odiosa creo que no hay). Con Michele la entrada es gratis y la salida ni siquiera existe. 

La “herencia” que recibió de sus colegas no tuvo tanto que ver con un género específico sino con una actitud al filmar, el compromiso de seguir una visión propia en una realidad donde sus películas eran pobremente financiadas y gratuitamente menospreciadas. Resulta un poco curioso, siempre que se lee sobre Michele aparecen palabras parecidas: discípulo, legado, tradición, etcétera que dejan a Soavi oculto en las tinieblas de otros nombres propios.

Okey, yo lo entiendo, pero me parece que a esta perspectiva le falta una «vuelta de tuerca». 

No es Soavi quien mantuvo sobre su espalda un legado de un género y una manera de narrar que ya se encontraba declive, él era el mismísimo legado. 

Hizo que el ciclo de vida de estas películas, con el esplendor de sus inicios, tenga un último respiro a la altura del primero. Estableció un círculo  donde, habitualmente,  suele haber una línea en picada. No es poca cosa. 

«Lo que ha sido confiado, debe cuidarse» dice el Cura en El engendro del diablo y efectivamente, no sólo fue cuidado sino que fue embellecido.

Por eso te dije que teníamos que hablar de Michele Soavi.

 

Delfina Gentilini, aka Delfina Plissken es una rosarina viviendo en Rosario. Estudió cine y es licenciada en Comunicación Social. Es coleccionista de VHS, trabaja actualmente de editora de video.

En sus ratos libres intenta divulgar sobre películas marginadas desde sus cuentas de Twitter e Instagram