Míralos MorVIP 37

¿La primera de la nouvelle vague?

Por Santiago Calori

Esta edición tiene soundtrack, por si te pinta.

Solemos fechar más o menos a la nouvelle vague para finales de los años cincuenta y principios de los sesenta y también solemos ubicarla geográficamente en Francia, más específicamente en París.

También es costumbre pensar que todo el movimiento fue consecuencia de la existencia de las teorías de Bazin, de la aparición de la revista Cahiers du Cinéma y de un montón de críticos llenos de ideas que un día se decidieron a hacer sus propias películas, cansados de lo malas que eran las de los otros.

Esto es, convirtiendo una cosa muy compleja en una situación bastante más simple de la que fue. Si lo tuviéramos que explicar un poco más largo, podríamos decir que: 

En 1951 André Bazin y un grupo de jóvenes críticos de cine fundaron la Cahiers du Cinéma, una revista de cine con cosas para decir. La mayoría de sus redactores iba a terminar pasando de la teoría a la práctica y fundando la nouvelle vague o nueva ola francesa.

En la salida a la cancha de la Cahiers de ese momento había jugadores como Francois Truffaut, Jean Luc Godard, Claude Chabrol, Jacques Rivette o Eric Rohmer, una delantera bastante rendidora.

La noción de «críticos que dirigen películas» hoy nos puede parecer un delirio cuando los vemos haciendo un vivo de Instagram y no pueden ni encuadrar derecho el fondo, pero en aquel momento se ve que la vara todavía no estaba en el quinto subsuelo.

Y los nouvelle vagos estaban ahí para hacer películas, pero también para provocar: descreían de las teorías de montaje en su versión rusa y americana y sí creían en las tomas largas, en la composición compleja de cuadro, en la mise en scene y en la teoría del autor.

La teoría del autor, o del auteur si la querés ver así, es un concepto que venía dando vueltas, pero que Bazin se ocupó de dejar grabado a fuego. En ella, los directores son lo más importante de una película y está en su criterio que una película sea como es.

Había, obvio, un caveat: para ellos, esto solo aplicaba a películas “buenas”. Y «buenas» porque ellos lo decían. Y esa fue la madre de todas las guerras cinéfilas de ahí en adelante.

Pero no nos distraigamos hablando mal (una vez más) de lxs boludxs que distinguen entre «cine comercial» y «cine arte» y simplemente esperemos que el camino al infierno esté tapizado con sus pieles.

La aparición de Cahiers además, y ya lo dije en alguna ocasión, trajo un montón de películas de nouvelle vague, sobre las que podemos tener opiniones diversas (y todas muy válidas), y ayudó a poner en valor, mediante la perversa teoría del auteur, la idea de que cierto cine Hollywoodense era mucho más que un mero entretenimiento.

Así fue como los que se conocían como «policiales» o «películas de detectives» pasaron a ser film noirs de la noche a la mañana y directores como Hitchcock dejaron de ser meros llevadores de espectadores a los cines y a ser algo más complejo.

Chabrol y Godard en la oficina de Cahiers.

¿Por qué todo esto? Bueno, esperá, no te pongas ansiosx. Siempre lo mismo con vos.

En los libros más básicos, te van a fechar la irrupción de la nouvelle vague en 1959, con la estreno de Los cuatrocientos golpes (Les quatre cents coups, 1959) de Truffaut e Hiroshima Mon Amour (1959) de Resnais, seguidos por Sin aliento (À bout de souffle, 1960) de Godard a los pocos meses.

En los que se preocuparon un poco más, quizás alguno te cite El bello Sergio (Le beau Serge, 1958) de Chabrol como la primera primera.

¿Vas a hablar de El bello Sergio? ¿Toda esta intro para hablar de El bello Sergio?

No, claro que no: voy a hablar de una película que debería ser considerada nouvelle vague, incluso la primera película de la movida, pero como eran ellos mismos los que estaban dando los carnets en su «club de amigos» de tapas amarillas nunca pasó.

Estoy hablando de Ascensor para el cadalso (Ascenseur pour l’échafaud, 1958) de Louis Malle, la primera película de la nouvelle vague que, por supuesto, no era consciente de que lo estaba siendo.

Primero saquémonos de  encima los tecnicismos: El bello Sergio se estrenó en junio de 1958 y Ascensor para el cadalso en enero de ese mismo año: primera es primera. Hecha esta mojada de oreja digna de hincha de fútbol que espeta los campeonatos del club de sus amores cada vez que tiene que argumentar algo, vamos con la importante.

Malle no era crítico de cine, y era mucho más joven que el promedio de Cahiers, que habrán sido nouvelle, pero jeune seguro que no. Estrenó esta, su primera película, a los 25 años.

Era joven, pero no inexperto: venía de codirigir junto a ¡Jacques Cousteau! el documental de las profundidades marinas El mundo silencioso (Le monde du silence, 1956), que había ganado la Palma de Oro en Cannes el año anterior y de ser asistente de dirección de Robert Bresson en Un condenado a muerte se escapa (Un condamné à mort s’est échappé, 1956).

En un claro homenaje al film noir, su primera película en solitario está basada en una novela de poco prestigio de la que se roba el «esqueleto» de la historia para construir arriba. Y es precisamente eso que construye por encima lo que hace que más de sesenta años después estemos hablando de ella.

Su admiración por Bresson y las ganas de construir una película «como las de Hitchcock», además de un par de guiños a Laura (1944) de Otto Preminger hicieron el resto. 

Estaba convencido de que poca plata y un equipo chico ayudaban a que hubiera mayor libertad creativa, y la verdad que no se equivocó. Ascensor para el cadalso no podría considerarse una película experimental por todo lo que los Cahiers hicieron pocos años después, pero le pega en el palo.

La falta de presupuesto hizo que Malle tuviera un enfoque más «neorrealista italiano» sobre la idea de robar planos por la calle y hacerlos sin más que la luz que había en ese momento disponible del alumbrado público y las vidrieras.

Su director de fotografía no fue otro que Henri Decaë, que venía de trabajar (y después siguió trabajando) con Jean Pierre Melville y que pasó casi inmediatamente a trabajar con Truffaut en Los cuatrocientos golpes y con Chabrol en El bello SergioLos primos (Les cousins, 1959) e incontables más.

Es esa sensación de libertad la que hace que Ascensor para el cadalso entre dentro de la nouvelle vague como por un tubo: además de los planos robados por la calle de los cuales las películas sí consideradas como del movimiento estaban llenos, esa sensación de que no hay «buenos y malos» sino «malos y malos», la ausencia total de héroes, incluso entre la policía que investiga el caso.

Las coincidencias entre los implicados, la sensación de libertad, ciertos ejes temáticos comunes y una cosa que la distingue del resto: una banda sonora inolvidable.

Miles Davis, que estaba viviendo en París en ese momento vio la película dos veces, juntó a unos músicos y la grabó en dos tomas en una noche.

Malle nunca volvió a filmar un film noir. Quizás lo más interesante de su carrera haya sido estar décadas probando algo para soltarlo y probar otra cosa completamente distinta. Una conducta que, por supuesto, esa crítica a la que nunca perteneció desdeñó siempre. Y Ascensor para el cadalso es justamente eso: un ejercicio de género dónde la ejecución es mucho más importante que el repertorio.

Si fue la primera película de la nouvelle vague o no, es realmente accesorio y poco más que un clickbait para que sigas leyendo: lo realmente importante es saber que esa sensación de libertad había nacido algunos años antes de que los de Cahiers empezaran a dar los certificados.

Como suele pasar con cualquier moda, y a pesar de haber dejado grandes películas (y varios «reíte como si hubieras entendido el chiste»), la nouvelle vague duró más o menos cinco años. Los que estaban en condiciones de evolucionar del berrinche y convertirse en directores «sin el truco» siguieron sus carreras, los que no, bueno, siguen haciendo berrinches al día de hoy.

Lo más importante de su legado, probablemente, sea la capacidad que tuvo de «despertar» al cine de otros países de Europa y generar los «nuevos cines» italianos, alemanes, polacos, checos, brasileños y hasta argentinos durante buena parte de los años sesenta, pero eso, como ya imaginarás, será otro día.

Si nunca viste Ascensor para el cadalso y sos de esxs a lxs que las películas en blanco y negro no «lxs aburren», te diría que vayas a ver todo lo que le deben muchas películas del pasado e incluso del presente.

Ver películas en blanco y negro no necesariamente te va a convertir en alguien que levanta la ceja cuando le dicen «cine de autor» o en un «snob», palabra que parecen haberse aprendido los que solo responden a estímulos generados por explosiones o peleas en un green screen cada equis cantidad de minutos: te va a convertir en alguien que puede conectar una cosa con otra con mayor facilidad. Y esa, justamente, es la mayor gracia de la cinefilia, no las fechas, no los directores, no los actores: entender por qué las cosas pasaron cuando pasaron.

Godard dijo una vez que «Lo único que se necesita para filmar un policial es una chica y una pistola.» Me permito agregar: y que haya existido Ascensor para el cadalso dos años antes de Sin aliento.