Míralos MorVIP 21
Godzilla, en el fondo,
suena a apellido tano
Por Santiago Calori
Hace casi setenta años, Inoshiro Honda dirigió una película que cambió la historia del cine japonés para siempre: se llamó Godzilla, el rey de los monstruos (Gojira, 1954) y creo que no necesita mucha presentación.
Por si la necesita, hagamos una breve historia que (prometo) debería engordar en ediciones futuras.
Con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, Japón estaba poco más que en ruinas. Las intervenciones nucleares de los Estados Unidos los habían dejado sin ciudades enteras y con una paranoia feroz.
Existía en la cultura una idea que iba a quedar ahí para siempre: «¿Cuáles son los verdaderos efectos de estas bombas? ¿Qué nos puede pasar?»
Con el empuje de esas paranoias que se podrían considerar «esperables» fue que la ciencia ficción japonesa tuvo su cuarto de hora de gloria. Tomando estos miedos como «nafta súper» de sus ideas, lograron crecer a límites insospechados.
Notá que el «crecer» no es caprichoso. Gran parte de lo que se fantaseaba tenía que ver justamente con eso: la noción de la mutación, el gigantismo y el crecimiento a tamaños monstruosos para bien o para mal.
Casi un Gulliver pero desde el punto de vista de los pequeños, el scifi nipón habló de esos crecimientos exponenciales empezando con Godzilla y siguiendo con sus múltiples héroes: Ultraman, Ultra-7, Astroboy, etcétera.
Godzilla dio lugar a los kaiju eigas, o «películas de monstruos gigantes» que llegan incluso hasta nuestros días, en sus versiones de país de origen y reversiones yanquis, con el reinado de dos criaturas principales y antagónicas: Godzilla, como producto principal de los estudios Toho (quizás el «Boca» de todo esto) y Gamera, la tortuga gigante, como representante del «River» en esta dualidad de equipos, de los estudios Daiei.
Peeero de todo eso vamos a hablar en otro momento. Volvamos a lo que venía contando.
El éxito de la versión japonesa fue total, y los yanquis se dieron cuenta que no había mucha forma de que una película de «sus enemigos hasta hace cinco minutos» pegara en el mercado a menos que le hicieran una serie de modificaciones.
Así fue que se compraron los derechos de la película de Honda, la doblaron y le agregaron una subtrama con un yanqui que soluciona todo (encarnado por Raymond Burr) y así fue como terminó apareciendo Godzilla, King of the Monsters (1956) que se podría considerar «la versión internacional» de Gojira o, «la que vimos todos primero en video.»
Pero esperá que había algo más: en ese agregado que hicieron los yanquis, la convirtieron en una película completamente distinta. Lo que empezó como una clara fábula antinuclear en la versión yanqui prácticamente no se mencionaba.
Se veía a Godzilla como un «monstruo que salió del agua» y no como el horror de la guerra que atacaba y destruía una ciudad en la mente de Honda. En la versión yanqui, todo se veía a través de los ojos de Burr y esa era «nuestra mirada.»
Solo para aclarar y entender la magnitud de la Gojira de Honda: el año de su estreno salió segunda mejor película según la Academia de Cine de Japón, perdiendo contra… ¡Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) de Akira Kurosawa!
Sí, e hicieron un montón de muñequitos, pero eso vino después.
Lo que también vino después es la historia que realmente te venía a contar esta mañana de martes: para cuando la ola del kaiju eiga ya estaba prácticamente insurfeable, unos abonados a este newsletter asomaron la cabeza.
(Y digo «prácticamente» porque todavía no había entrado en kaiju land el aporte norcoreano de Pulgasari (1985), del cual ya me ocupé en una de las primeras versiones de este envío. En fin: volvamos.)
¿Lo podés señalar en un mapa de Europa? ¡Claro que sí!
Italia quiso «entrar a dar una mano» y el resultado fue, como siempre y como mínimo, extraño. Difícilmente podamos referirnos a lo que terminó pasando como «la Godzilla italiana.»
¿Qué terminó pasando, preguntás? Ahí viene.
Un director que, a esta altura, era un viejo lobo de mar (de esos que están agazapado esperando que la liebre se distraiga para ponerle un supositorio) vio que los derechos de la Godzilla yanqui estaban regalados y los compró, veintipico de años después para «hacer una versión como la de los americanos.»
Los de Toho, que nunca podían imaginarse lo que se venía, se los vendieron y ahí empezó la aventura.
Me parece que es el momento que te diga que «un director» era en realidad el querido Luigi Cozzi.
A esta altura, quizás Luigi no necesite presentación, pero de todas maneras: guionista, director y amigo de Dario Argento (quizás esto sea lo más importante de todo), nos ha regalado cosas que van desde el guion de El gato de las nueve colas (Il gatto a nove code, 1971) a la dirección de las lisérgicas Infierno en el cosmos (Starcrash, 1978) o Alien: Contaminación (Contamination, 1980).
Cozzi le quiso dar su impronta, además de darse cuenta que en 1977 nadie iba a querer pagar una entrada para ver una película con más de veinte años y en blanco y negro.
La edad no la iba a poder mentir, pero sí los colores. Solo tenía que ocurrírsele algo. Y más rápido de lo que se tarda en decir «quiero recuperar la guita ahora mismo», Cozzi inventó un nuevo sistema de visionado de films: el Spectrorama 70.
¿Y qué es el Spectrorama 70? Bueno, nadie lo puede explicar muy bien porque, aunque no lo creas, esta fue la única película donde se usó… ¿O debería decir «en el afiche de esta película fue el único lugar donde se usó»?
Aparentemente, si investigamos un poco, el Spectrorama 70 era un revolucionario sistema de color.
«Un revolucionario sistema de color» que requería que el original en blanco y negro fuera «coloreado» por secciones o «teñido», más bien.
¿El resultado? Una remera batik que podría decir «Recuerdo de Villa Gesell» hecha película. O, si querés una menos poética (?) una película en blanco y negro que vira a colores psicodélicos variados.
Ojo, capaz que diez años antes, con todos tomando ácido hasta para ir al chino, podía ser un golazo, pero en 1977 era más una noticia vieja que otra cosa.
Pero esperá que hay más: no solo Cozzi pensaba revolucionar la imagen, también estaba lleno de ideas para el sonido. Primero, le cambió la banda sonora a una hecha por los enormes Bixio, Frizzi y Tempera, con un tema principal que después Frizzi se choreó para la banda sonora de Zombie (Zombi 2, 1979) de Lucio Fulci y después remezcló el material en un sistema que (él mismo, claro) bautizó Futursound, que era una especie de Sensurround con todos los bajos reventados para que parezca que la cosa vibra.
Los de Toho, que le habían vendido los derechos, no la consideran parte de «las Godzilla» como sí pasa con la norteamericana y pidieron no aparecer en los títulos. En sus propias palabras: «La película es una abominación.»
«La Godzilla Italiana», por supuesto, no funcionó en lo más mínimo y fue al cajón de los que se quisieron acordar, que fueron pocos. Se la consideró perdida por décadas, hasta que una copia más o menos decente apareció hace algunos años, recibiendo el maravilloso mote de Cozzilla.
Resultó ser un espectáculo tan tremendo, que en IMDb se la encuentra como Godzilla: The Euro-Trash Version.
Si no me creés, metete en el link.