Edición 70
Esto es un engaño
Por Santiago Calori
Así, en general. El cine es un gran engaño. Un engaño al que entramos voluntariamente. A ver si esta vez es verdad, o andá a saber el mecanismo mental que nos hace tener esa pulsión frente a ver películas sistemáticamente, muchas veces a repetición.
Sabemos que estamos siendo engañados, y lo aceptamos. Es parte del juego. El mismo juego que plantea un mago cuando saca un conejo que, obviamente tenía escondido en la galera. Sabemos que está, pero no nos ponemos a mirar de costado a ver cómo es que lo hace. Nos gusta que nos engañen, porque sabemos que «los que quieren saber el truco» son en general gente muy pero muy triste.
Existen por supuesto, en la galera de la magia de cine, múltiples consejos a los que se puede echar mano en caso de ser necesario.
Claro que el nivel de desesperación con el que se eche mano a los mismos es directamente proporcional a la calidad de lo que se termina viendo. No es lo mismo un truco puesto y pensado que uno manoteado en la desesperación de un tercer acto con menos cierre que un capítulo de miércoles en una tira diaria.
Ya en alguna entrega de los martes (¿no estás suscritx? No sabés lo bueno que se pone) hablé del Deus Ex Machina, esa manía de que las cosas por una casualidad o intervención casi lindante con lo divino, se solucionen y todo lo lo anterior pase a no tener importancia.
Pero no vine acá para venderte el de los martes, porque es jueves y eso hablalo con tu conciencia (?), voy a hablar de un mecanismo narrativo que muchísimas películas usan con mayor o menor gracia y que se podría definir rápidamente como «la nafta super» de la acción.
(Entendamos acción como «cosas que pasan en una película» y no como «se agarran a piñas cada cinco minutos». Acción, en términos narrativos es «lo que pasa» y no «de qué forma pasa». Pasado el maestro ciruela, sigamos.)
El dispositivo narrativo, al que Alfred Hitchcock puso nombre y perfeccionó hasta convertirlo en una piedra preciosa tiene nombre de escocés: se llama MacGuffin, aunque quizás también lo puedas encontrar como McGuffin.
¿Y qué es el MacGuffin, te preguntarás? Muy simple: un MacGuffin es nada y todo a la vez.
«Momento. Estás queriendo sacar el conejo de la galera, gordo Tusam: te estoy viendo»
No hay que entrar en pánico. Solo hay que hacer un poco de historia, y quizás irse un poco para atrás.
«Dicen que lo inventó Hitchcock.»
La verdad que no, más bien la literatura. Hay miles de ejemplos de MacGuffins en elementos que aparecen en cuentos novelas y leyendas: la fuente de la eterna juventud, reliquias a rescatar, espadas con poderes y hasta santos griales.
¿Te vas haciendo a una idea? Ahora cambiemos el ángulo.
Pensemos en una película de atracos, o en una de espías. ¿Qué motiva a un grupo que quiere reventar una joyería? Una gema determinada. ¿Qué lo hace con los señores de sombrero y sobretodo? Un microfilm, un dato, algo de eso.
¿Qué hacen esos elementos en una historia? Correcto: la hacen avanzar. Si no hubiera un diamante, los ladrones serían señores que juntan a tomar mate y hablar del clima. Ese elemento es el que los hace ser quiénes son y, lo más importante, los pone en acción.
Porque el MacGuffin es poco más que una chispa, que hace que el fuego narrativo se encienda. El Magiclick de las historias.
«Pero pará un poco, gordo poesía.»
Pasando en limpio: un MacGuffin es una motivación que, generalmente, toma forma de objeto y casi invariablemente (en caso de que la película que estemos viendo lo tenga, claro: las hay sin él) está invariablemente enterrado en algún momento del primer acto que, si no sabés de guion (porque en el fondo no tenés por qué) es el primer cuarto de cualquier película.
«Bueno, no lo inventó Hitchcock, pero le puso el nombre.»
Bueno, ni eso. Pero lo popularizó, si lo queremos poner en términos amables. Y encontró la mejor forma de definirlo.
El término es en realidad de un guionista colaborador habitual de Hitchcock que se llamaba Angus MacPhail, que escribió para él Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945) y El hombre equivocado (The Wrong Man, 1956), entre algunas otras.
Claro que el bueno de Alfred era más locuaz y lo explicaba de la siguiente manera:
«Puede ser un nombre escocés, sacado de la historia de dos hombres que van en un tren. Uno pregunta «¿Qué es ese paquete que hay ahí arriba?» y el otro responde «Es un MacGuffin.» Curioso, el primero pregunta: «¿Y qué es un MacGuffin?» y el otro le dice «Es un aparato para atrapar leones en las alturas escocesas». El curioso le retruca «Pero no hay leones en las alturas escocesas» y el otro le responde: «Entonces no es un MacGuffin». El MacGuffin, en realidad, no es nada.»
Existen dos factores fundamentales para que un MacGuffin sea un MacGuffin. Primero está lo formal:
Formalmente, debe ser un concepto de consumo interno de la película. El espectador tiene que saber de su existencia, pero no tiene por qué preocuparse por él. El MacGuffin es preocupación exclusiva de los personajes y no del público. El público nunca debe estar pendiente de lo que pasa con el MacGuffin, sino de lo que pasa por él.
Es un objeto, pero lo que despierta es lo importante y no el objeto en sí: los sentimientos que trae aparejados para quienes están viviendo la historia son lo realmente importante y lo que, en definitiva, los va a hacer ir de acá para allá.
«Entonces es como esas películas de acción que pasan cosas todo el tiempo.»
Sí y no. Sí, si está mal escrita y es un Pearl Harbor de Deus Ex Machinas, serendipias y casualidades. No cuando el MacGuffin además de poner al personaje «en funcionamiento» le da «una razón para existir.»
Cada vez vemos más películas donde los personajes son títeres que se mueven de acá para allá con un objetivo, pero aquello que los mueve es simplemente exterior. Eso es, precisamente, lo que no debería ser (ni es, en su definición) un MacGuffin.
Y hablé un montón de Hitchcock, pero voy a terminar poniendo de ejemplo una película de época parecida, pero de otro director: El halcón maltés (The Maltese Falcon, 1941), basada en la novela de Dashiell Hammett y escrita y dirigida por John Huston.
Si nunca la viste, te recomendaría que dejes de leer y vayas a verla. Vale la pena.
Bueno, ahora que la viste, no hay spoiler alert: el halcón maltés era el MacGuffin más grande la historia del cine. No era realmente importante. Pero armaba todo ese quilombo.
Como tampoco eran importantes las Nueve Reinas, o el Soldado Ryan, o la alfombra de Lebowski, o el portafolios de Marcellus Wallace, o el anillo del Señor de los ídem, o el Rosebud de Kane.
Todos MacGuffins, todos en grandes películas. Todos ayudaron a avanzar la trama.
Hace algunos párrafos dije que había dos factores fundamentales y cité uno solo. Sos muy sagaz. te habías dado cuenta. Me lo estaba guardando para acá. Porque el segundo es el moral:
¿Son los MacGuffins un timo? ¿Un truco de feria? ¿Una forma más de engañar al espectador?
Como dije al principio, el cine es uno de los únicos lugares donde pagamos una entrada para que nos engañen por un plazo de tiempo determinado.
Y, lo mejor de todo: está oscuro y nadie se entera.