Míralos MorVIP 65
El otro Quentin
Por Santiago Calori
Es mucho lo que podemos hablar bien (sobre todo) y mal (solo cuando logra niveles de autoconciencia insufribles) del cine galo. Un país con una filmografía rica, muchas veces avant garde y hasta por momentos pasada de rosca, Francia nos ha dado más sorpresas que desazones.
Subidos siempre a la vanguardia, sobre todo desde que se pusieron a analizar el cine de otros y hacer uno muy personal y propio allá por finales de los años cincuenta, el cine francés nos ha interpelado, sea para bien o para mal.
Claro que no todo el cine que viene del país del gallito es serio, o experimental o siquiera existencialista, con gente fumando cigarrillos negros en departamentos llenos de libros: también tienen las películas de las que realmente vive su industria. Tiros, persecuciones, policiales y demás cotillón que, generalmente, llevan más espectadores al cine que las aplaudidas por media hora en festivales sin un solo video que lo atestigüe.
La historia de hoy va a hablar un poco de cine experimental, pero no como lo podríamos entender si decimos “cine experimental francés”, que inmediatamente nos va a llevar a pensar en Alain Resanis y su Hiroshima mon amour (1959) o productos de igual nivel de hermeticidad.
La persona de la que voy a hablar tiene, por empezar, un nombre muy complicado si querés hacer cine, porque se llama Quentin.
Llamarte así y querer hacer cine, inmediatamente te va a llevar a ser “el otro” siempre, y la verdad que su filmografía tiene tantas singularidades que deberíamos preguntarnos si es realmente “el otro” o si es efectivamente “el Quentin.”
”Ah, esto se está poniendo picante.”
Nah, no tanto: porque cuando veas de qué tipo de películas voy a hablar, en una de esas se te dibuja más una sonrisa que una cara de cinéfilo serio, sin perder nunca el valor cinematográfico de estas raras avis.
Quizás seas de la generación a la que Daft Punk le pasó por el costado y con eso, todo el movimiento electro francés. No es que sea importante para las películas de las que voy a hablar, pero es un poco parte de su historia.
Daft Punk apareció en la escena musical pasada la mitad de los años noventa con una propuesta musical algo radical para la época y un despliegue visual pocas veces antes visto.
No nos olvidemos: estábamos (los que hoy peinamos canas) parados en los últimos estertores del videoclip como arte, de canales de televisión que los pasaban las veinticuatro horas como si no hubiera mañana y de una serie de descubrimientos —estéticos primero, de nombres concretos de directores un poco después— que no se volvió a ver nunca más, sobre todo cuando la principal cadena que se ocupaba de hacer este noble trabajo descubrió que grabar unos boludos en una casa era más barato y redituable.
En estos años, justamente, es que aparece la última gran camada de directores que venían del videoclip —inaugurada en los ochenta con pilas de directores y perfeccionada en los noventa con artistas de la talla de David Fincher— con sangre joven como Spike Jonze, Michel Gondry, Mark Romanek, Jonathan Glazer o Anton Corbjin.
Daft Punk, como representante de ese último estertor del videoclip, supo surfear la ola con una gracia única, una imagen robótica futurista y un extraño dato: venían de Francia.
Exraño hasta por ahí nomás, porque, si leíste lo que venía diciendo más arriba o entregas anteriores, sabrás que si hay algo que le gusta más a un francés que los cigarrillos negros o quedar como un pedante es, justamente, ser la vanguardia.
Daft Punk había lanzado, un poco después de su disco debut Homework, una edición en DVD llamada D.A.F.T. : A Story About Dogs, Androids, Firemen And Tomatoes (1999), donde se unían —a modo de un extraño mediometraje— los brillantes videclips que habían salido del disco.
¿Era esto cine? No precisamente, pero iba a derivar poco después en algo que sí.
No contentos con esto, el dúo de Guy-Manuel de Homem-Christo y Thomas Bangalter lanzaron la película de animación Interstella 5555 (2003) —quizás muy inspirada en este video de los pioneros italianos La Bionda, pero eso es para un debate más profundo— y la más personal y de carne y hueso Electroma (2006) que se estrenó en Cannes y todo.
La unión de Daft Punk con el cine no termina ahí: el propio Bangalter colaboró con la banda sonora de Irreversible (Irréversible, 2002) de Gaspar Noé y la banda como dúo hicieron lo que pudieron por ponerle onda al innecesario reboot Tron: el legado (Tron: Legacy, 2010).
”Bueno, viniste a hablar de Daft Punk.”
No, la verdad que no. Vine a contextualizar por qué vamos a llegar a donde vamos a llegar. Porque vamos a llegar a algún lado, aunque no lo creas.
Lo que pasaba en la —llamémosla así— escena electrónica francesa de ese momento no era solo gracias a Daft Punk, pero gracias a su éxito internacional empezaron a aparecer movidas similares que comenzaron a darle una idiosincrasia a la música del país de las baguettes asomando de las bolsas de compras en las películas.
Para principios de los dos mil se había armado una pequeña escena que tenía su propio sonido (primo del de Daft Punk, aunque un poco más violento, si cabe el término) alrededor de un sello discográfico fundado en el año 2003 por un muchacho que se hacía llamar Pedro Winter (había nacido Pierre, obvio) y que usaba Busy P como nombre artístico.
Pedro no era un improvisado en estos menesteres: en 1996 y cuando aún estudiaba derecho, conoció a Bangalter y de Homem-Christo y le pidieron que sea el manager de la banda que estaba por grabar su primer disco.
Trabajó de eso y representó a otros bajo su emprendimiento Headbanger Entertainment, hasta que llegó el momento de empezar a editar su propia música y —más que nada— la de los demás.
Es sello era Ed Banger Records, de donde salieron varios artistas con despegue internacional como Mr. Flash, Justice, SebastiAn, Uffie, DJ Mehdi y Mr. Oizo.
”No entiendo a dónde estás yendo.”
Bueno, nos estamos acercando.
Porque, justamente, vamos a hablar de el último artista de esa lista de más arriba, Mr. Oizo o, como también lo conocimos, Quentin Dupieux. Pero poco voy a decir de su discografía, que queda linkeada ahí arriba por si te interesa hacer la milla extra: voy a hablar de su filmografía.
”Ah, era de cine.”
Sí, siempre es de cine. Bueh, o casi siempre.
Porque Dupieux, a pesar de haberla pegado en los charts (?), tuvo un interés audiovisual que le corrió en paralelo a su carrera musical. Y caramba que lo llevó adelante.
Todo empezó con un hit: Flat Beat, que fue elegido para una campaña publicitaria de una conocida marca de jeans (¡por qué no ponía la marca!), que terminó dirigida por el propio Dupieux, junto con el videoclip de la canción.
Ya en el video, protagonizado por un títere de nombre Flat Eric, se empezaban a ver inquietudes fuera de la norma: sobre todo la de dar vida a objetos inanimados.
Poca fue la sorpresa cuando en 2002 Dupieux estrenó su primer largometraje: Nonfilm, una película sobre un director que quiere terminar su película a pesar de los contratiempos, siendo uno de ellos que uno de los actores mata accidentalmente a parte del equipo técnico.
Su siguiente película Steak (2007) ya tenía personajes que se hacían cirugías estéticas para formar parte de una extraña hermandad.
Hasta acá todo normal, porque en 2010—
— se puso a trabajar en su proyecto más ambicioso hasta el momento: Rubber.
Quizás oíste hablar de ella, quizás no. Eso es lo menos importante. Rubber es, esencialmente, una película de un neumático asesino.
”Pero cómo puede ser.”
Es.
Usando los arquetipos del slasher más ochentero (un personaje reaparece / vuelve a la vida en busca de venganza), Dupieux juega con los estándares del subgénero, pero con un neumático de protagonista.
Y lo que suena como “muy divertido para un corto, no sé si para una película” resulta más que una grata sorpresa: la destreza visual —y narrativa, con el neumático yendo tras un viejo amor— no deja un segundo para la duda y hace que la película sea solo disfrute.
Esto es, si nos dejamos llevar por la suspensión de la incredulidad, claro. Pero quién no querría hacerlo.
Después de Rubber vino Wrong (2012), donde un hombre pierde a su perro y sale en un viaje demente en el que se cruza con personajes que ni Todd Solondz hubiera podido soñar.
Y demostrando que todas las reglas del marketing están equivocadas, un año después dirigió Wrong Cops (2013), una película que bien “se podría haber confundido con la anterior” pero no, donde unos policía tratan de tapar una cagada que se mandaron y pasan más cosas que en The Shield.
(No, mentira, no es humanamente posible que pasen más cosas que en The Shield, pero igualmente.)
Al año siguiente, con una producción más veloz que la de Perrone —y con bastantes más planos en foco, digamos todo— dirigió Reality (Réalité, 2014), donde un productor tiene que buscar en cuarenta y ocho horas un gemido de dolor digno de ganarse un Óscar.
Sí: Charlie Kaufmann LTA.
Se ve que sacó discos o algo, porque volvió unos años después con Keep an Eye Out (Au poste!, 2018), una extraña película de “hombre parado en el lugar incorrecto” con la actuación estelar del querido Benoît Poelvoorde (sí, el asesino de Ocurrió cerca de su casa (C’est arrivé près de chez vous, 1992))
Y se ve que se aburría porque al año siguiente dirigió Le dain (2019), sobre un hombre que se obsesiona con comprarse una campera de piel de ciervo y para poder hacerlo entra en espiral de crimen y malas decisiones.
Y esto nos lleva hasta nuestros días, donde su nueva película —que aún no pude ver, pero espero casi tanto como la de Verhoeven— Mandibles (Mandibules, 2020) está de gira por festivales, abriendo la misma nada menos que en Venecia.
En esta (ya se podría decir) extensa filmografía Dupieux no solo escribió y dirigió, sino que fue director de fotografía, montajista y autor de la banda sonora —esto último con alguna que otra excepción—. Que venga la teoría del auteur y se haga un picnic.
Y, por si hiciera falta decirlo: no, ninguna película del otro Quentin fue estrenada comercialmente en nuestro país ni por asomo. Se ve que había cosas más importantes.
Antes de cerrar, una aclaración importante que puede —o no, dependiendo de cuánto hayas visto— derivar en un descubrimiento:
Si, obvio que Dupieux le debe mucho a Jacques Tati, casi tanto como le debe Roy Andersson, David Lynch o incluso Wes Anderson, pero a diferencia de los que nombré recién, en el caso de el otro Quentin la cosa es más díscola y menos cerebral.
Quizás como Tati hubiera querido.
¿No hiciste la conexión con Tati porque no sabés de qué hablo? Bueno, nunca es tarde para llegar a esa maravilla: empezá por Playtime (1967) y contame cómo te fue.
Si, quedo en deuda con una entrega (¿o deberían ser varias?) sobre este otro francés. Seguramente suceda más temprano que tarde, pero….
No será hoy.