Míralos MorVIP 40
El negocio de la venganza
Por Santiago Calori
Este último mes o así he sido atacado sin piedad prácticamente con una única pregunta: ¿Viste Hermosa venganza (Promising Young Woman, 2020)?
Desde que la película primero apareció en Incas y Torrent a merced de un screener medio medio de esos de for your consideration con más ganas de arañar alguna alfombra roja que otra cosa, hasta la aparición de un webrip por derecho propio, el hype fue subiendo a límites donde la espuma ya era más alta que el propio vaso que la contenía.
Porque, parece desde afuera, que Hermosa venganza toca temas, habla del ahora, canta la posta, es una película para la GCU: la que piensa bien.
Y la verdad que es poco o nada de todo eso, y termina siendo poco más que un caos ansioso y armado con un revólver que hasta las salvas tiene mojadas.
Pero, como te podrás haber imaginado a esta altura de la soirée, su existencia se debe a cosas que pasaron en el pasado mucho más que a las que pasan en el presente. Y para eso, claro que sí, vamos a tener que hacer un poco de historia.
Muy a pesar de que su directora Emerald Fennell reniegue en cuanta entrevista aparezca por ahí sobre el género de la película, Hermosa venganza es, sin dudarlo un segundo, una hija ¿moderna? del viejo y conocido subgénero de explotación rape and revenge o, si lo querés en términos de más acá, violación y venganza.
Sí, no suena muy amigable, y seguramente en alguna edición anterior le pasé por arriba con mayor o menor detalle, pero hoy nos vamos a tener que detener en eso para entender lo otro.
Si nos vamos a atener a la historia del cine, la primera película de violación y venganza tiene muy poco que ver con el exploitation o el grindhouse más extremo: más bien todo lo contrario.
Si analizamos La fuente de la doncella (Jungfrukällan, 1960) nos vamos a encontrar con el comienzo mismo del género: seteada en una Suecia medieval, un padre venga la violación y muerte de su hija.
Y claro que existe entre ese primer intento una conexión con lo que vino después: Wes Craven, «padre» del género explicó en varias entrevistas que su Pánico a medianoche (Last House on the Left, 1972), la piedra basal de todo el movimiento, no era más que una versión retorcida y bastante más explotativa de una de sus películas favoritas del director sueco.
O sea que la culpa de todo la tiene Bergman, aunque tengo mis serias dudas de que ninguno de los que invocan su santo nombre cada dos palabras para hablarte del prestigio firmen abajo de esta solicitada.
Pánico a medianoche era (y sigue siendo, a quién mentir) una película áspera, filmada por un presupuesto cercano a nulo que tuvo su primavera de gloria en el circuito grindhouse donde, vamos a decir la verdad, nadie iba buscando nada que le hiciera pensar mucho.
Iba a establecer una estructura a la que se iban a ceñir este tipo de películas a partir de ahora: un primer acto donde la protagonista pasa por una cantidad de infiernos horrorosos y es dejada por muerta, un segundo acto donde logra rehabilitarse y superarlo y un tercero donde busca la venganza más sanguinaria posible. Esta iba a ser la medida patrón del género a partir de ahora e iba a permanecer prácticamente inamovible.
Craven no tenía la idea de hacer un espectáculo de la explotación, pero sí de hacer una película difícil de tragar. Lo segundo lo logró con creces, lo primero simplemente se lo acercó el propio circuito donde se exhibían este tipo de films.
Hubiera sido imposible que una película como Pánico a medianoche se hubiese programado de otra forma, por lo menos en Estados Unidos y con anterioridad al boom de las Midnight Movies que llegaría unos pocos años después, poniendo en valor casi como pasó con la Cahiers, una serie de películas que estaban arrumbadas a un costado con carita triste. Pero de eso, seguramente, me ocupe en otra ocasión. En el extranjero, volviendo a lo anterior, no era todo tan así: cines europeos que los gallegos llaman «de arte y ensayo» eran los encargados de proyectar las de Craven, las de Hooper y varias más. Quizás haya sido ese savoir faire que los hizo ver «las policiales» como film noirs el mismo que los hizo verles el mérito antes de tiempo, pero no nos desviemos.
Otros ejemplos de rape and revenge no tardaron en aparecer, y al poco tiempo un director de cine independiente con una historia «muy personal» para contar no iba a tardar en poner el segundo ladrillo.
Se llamaba Meir Zarchi, y contó que quiso filmar esta película después de socorrer a una víctima de violación que se le cruzó en la ruta mientras iba manejando. La película, obviamente, era I Spit on Your Grave (1978) y hasta tuvo unas remakes hace no mucho.
La película no se movía mucho de los preceptos establecidos por Craven unos años antes y quizás ahí estaba el mayor de los problemas del género: es cierto que para que haya una lógica en la venganza tiene que haber una violación, pero muchas veces (si no todas) la primera instancia era filmada con un detalle en el que, se notaba, se tomaba más como un momento erótico que después nos iba a «regalar» una película bien sangrienta.
Si bien hoy podemos hacer lecturas con estas dos y las que vinieron atrás, como la «un poco más cuidada» Violación (Lipstick, 1976) de Lamont Johnson o la absolutamente genial Ángel de venganza (Ms. 45, 1981) de Abel Ferrara, el género fue perdiendo el interés y, a diferencia de la mayoria de los que el grindhouse ha dejado en el camino, mutó.
Y mutó por una versión donde los hombres (cuándo no) eran los héroes. En paralelo al apogeo y posterior caída del rape and revenge, las películas de vigilante tuvieron un cuarto de hora de gloria que duró mucho más que el género al que pretendían emular.
Con largas sagas como la de El vengador anónimo (Death Wish, 1974), de la que ya hablé en alguna ocasión, pero haciendo foco en la tercera, el rol de la venganza sobre algo que le había ocurrido a una mujer quedaba, igual que en la película de Bergman, en manos de un hombre. Y si ese hombre podía tener el bigote más tupido posible, muchísimo mejor.
Las películas del vigilante nunca se terminaron y llegaron hasta nuestros días con todas esas en las que a Liam Neeson le pasa algo y recibe una llamada y bueno, lo que hace cada tres o cuatro meses en distintas locaciones.
Claro que las mutaciones no pararon con el vigilante, y el propio rape and revenge tuvo, por extraño que suene, un regreso triunfal y más adaptado a los tiempos que corren.
Y fue con dos películas de un mismo año que, si no viste, deberías hacer lo posible por ver: M.F.A. (2017) de Natalia Leite y Revenge (2017) de Coralie Fargeat.
La segunda, que hasta tiene su propio episodio de Hoy Trasnoche, se atiene bastante a los preceptos impuestos por Craven décadas atrás y lo hace de una manera cruda, lindante con el extremismo francés y, lo más importante: dirigida por una mujer.
M.F.A., en cambio, va por un camino completamente distinto: si bien es formalmente una rape and revenge, se focaliza en lo inútil de la venganza y en cómo el personaje sana, algo de lo que la película de Fennell podría haberse ocupado, si no hubiese estado demasiado ocupada por tocar la mayor cantidad de temas escabrosos posibles de la forma más canchera que le vino a la mente.
Porque el mayor pecado de Hermosa venganza es ese. Usando palabras del querido Sebastián De Caro, cuando hablaba de los stormtroopers en la saga de La guerra de las galaxias: «Tiran tiros para todos lados y no le pegan nunca a nadie.»
Hermosa venganza con solo dos palabras en su título se las arregla para mentirnos en dos ocasiones: porque no es una venganza ni es muy hermosa que digamos.
Pero aun así se las arregló, mediante el artificio y la deshonestidad, a estar nominada junto con la otra cultora de este género tan extraño que parece estar apareciendo al calor de las necesidades del mercado: Descuida, yo te cuido (I Care a Lot, 2020) de J. Blakeson que se llevó un premio de actuación a Rosamund Pike, que ya hizo un papel que ¿buscaba lo mismo? en la genial Perdida (Gone Girl, 2014) de David Fincher.
Arrumbadita a un costado, entre las nominadas pero sin levantar mucho la cabeza, estaba la verdadera heroína del lote: The Assistant (2020) de Kitty Green, una película que no cancherea, que no hace planos que no van a sobrevivir pasado diciembre de este mismo año, que no se vale de la ya a esta altura toxiquísima y manoseada «cultura pop» y que sí construye un relato horroroso y asfixiante.
En la categoría en la que estaba nominada (los Golden Globes distingue entre drama y comedia, no vaya a ser que alguien se confunda) terminó ganando Nomadland (2020) de Chloe Zhao, película que bauticé como La Navidad de Luis: The Motion Picture, un dramón que tira sus tiros, pero tiene la delicadeza de hacerlo bastante más lejos de las butacas del auditorio que The Assistant
Son las reglas del juego, las mismas que dictamina que ahora hay que hacer de estas películas, pero tampoco exagerando mucho.
El mayor pecado de Hermosa venganza ni siquiera es ser una mala película, ni ser aburrida ni nada de eso: su mayor pecado es no tener alma, parecer construida en base a una serie de focus groups o, incluso menos, uno de esos memes de «Fan del Kuelgue starter pack» y poco más.
Hermosa venganza, como todas las que ya vimos por vías alternativas en estos últimos meses, será estrenada a principios del mes que viene en esa mesa de ofertas de libros con sobrante de stock de la calle Corrientes en que se han convertido los cines.
Podés hacer lo que quieras si aún no la viste, no serán estos envíos justamente los que te saquen las ganas de ir a ver *lo que sea* al cine, pero es mi obligación como adulto responsable decirte que una cagada en la tele de tu casa en un cine solo se ve más grande.
Quizás si vas a buscar el resto de las películas que se nombran en esta edición te encuentres con cosas realmente originales: muchas veces la guarnición es mejor que el plato principal.