Edición 42
El Míralos Morir
de Míralos Morir
Por Santiago Calori
Targets (1968) es la primera película de Peter Bogdanovich, un señor que más adelante en su carrera nos iba a regalar joyas como La última película (The Last Picture Show, 1971), Luna de papel (Paper Moon, 1973) o Nuestros ángeles tramposos (They All Laughed, 1981), por solo poner tres.
Targets se estrenó en México como Pequeños asesinatos y en España como El héroe anda suelto (!). Como era una época donde las películas chicas estaban en manos de distribuidores independientes, andá a saber por qué alguien decidió llamarla de otra manera.
Y donde dice «andá a saber por qué» en debería decir «algún distribuidor local no se quiso perder la oportunidad de meter un título ganchero.» En Argentina, Targets, la primera película de Peter Bogdanovich se llamó Míralos Morir .
Y ese título siempre me pareció que habla mucho de la película, pero también habla mucho del cine: cuando nos sentamos en una butaca, lo que estamos esperando es ver algo que nos conmueva. Todos estamos «mirando morir» a alguien cuando pagamos una entrada, independientemente de lo que fuimos a ver.
¿Y por qué esta semana? Bueno, porque es bastante especial, pero para eso te tengo que contar otra cosa.
Tengo desde la adolescencia una fascinación por los afiches de películas. Generalmente «de películas viejas». Tuve períodos de cine de género, de cine argentino oscuro, de spaghetti western, de películas de karate, de eróticas europeas y de varias cosas más.
Siempre los compré relativamente baratos, en esa época en la no se le daba valor a nada que estuviera un poco amarillo y donde los sitios de subastas donde hoy te quieren vender juguete de McDonald’s de hace dos años como si fuera vintage eran un relato de ciencia ficción.
Con ¿casi treinta? años años de coleccionismo intermitente me fui haciendo de varias de las cosas que soñaba de muy joven. Y de muchas que, bueno, justo estaban ahí y ¿cómo no te vas a llevar ese afiche de Los viciosos (1962) que lo hizo Venturi? hasta llegar a unos dos mil, aunque el arqueo nunca es claro ni está hecho (aún).
Entre los cuatro o cinco que tenía pendientes en la lista de «toda la vida», había uno que esta semana apareció gracias a una gestión mágica del querido genio de los afiches Matías Gil Roberts. El afiche en cuestión (bueno, es obvio) es el de Míralos Morir.
Por eso esta semana.
Recapitulando: Míralos morir es la primera película de Peter Bogdanovich, un señor que más adelante en su carrera nos iba a regalar joyas como La útima película (The Last Picture Show, 1971), Luna de papel (Paper Moon, 1973) o Nuestros ángeles tramposos (They All Laughed, 1981), por solo poner tres.
Bogdanovich de más joven había sido actor pero, sobre todo, había sido cinéfilo. En una movida «muy francesa» había hecho las mismas cosas que sus colegas de Cahiers du cinéma, revalorizando la obra de muchos directores «de estudio» a los que los yanquis no daban mayor importancia.
Su libros sobre Welles y Ford, además de los de conversaciones son lectura obligatoria para cualquier cinéfilo.
La historia de Bogdanovich tranquilamente podría ser la de Truffaut: un cinéfilo enfermo que escribe de cine sin parar y termina dirigiendo, pero hay un detalle: su primera película fue casi un accidente.
Bueh, no sé si un accidente accidente, pero sí un poco accidentada.
Bogdanovich, como gran parte de los directores de lo que después se iba a conocer como el New Hollywood empezó con una película barata, filmada en 10 días y a la sombra de otra.
¿Y quién era el que ofrecía esos paquetes turísticos al mundo del cine en esa época? Sí, correcto: Roger Corman.
Corman, ya lo conté cien veces, dio «primeras oportunidades» a montones de directores que iban a terminar siendo enormes: Scorsese, Coppola, Dante, Cameron y la lista sigue ad nauseam.
Corman tenía un sistema muy extraño de producción que bien podríamos llamar cariñosamente como «el dos por uno», esto es: si me voy a llevar un equipo y actores a una locación, mejor les saco dos películas.
Generalmente filmaba una él y otra alguno de sus «jóvenes talentos». Así fue como tuvimos Demencia 13 (Dementia 13, 1966) de Coppola o Pasajeros profesionales (Boxcar Bertha, 1972) de Scorsese entre muchas otras.
Como parte de este pensamiento de «dos por uno», a Corman le habían quedado a favor dos días de rodaje de Boris Karloff, porque El terror (The Terror, 1963) se filmó en menos tiempo de lo esperado. Bogdanovich estaba rondándole con la idea de hacer una película y Corman le propuso lo siguiente: si podía usar pedazos de El terror y filmar esos dos días que ya estaban pagos con Karloff y sacar algo coherente en 10 días, podía filmar su primera película.
Bogdanovich se puso a trabajar con Polly Platt, su novia de aquel momento y uno de los nombres más talentosos que menos se nombra de la historia de Hollywood (más de ella en breve) se pusieron a mirar el material de El terror y a tratar de encontrarle la vuelta.
Era 1968, los hippies, el verano del amor y toda la bola y al mismo tiempo los secuestros de aviones, los francotiradores y los que volvían de Vietnam con piezas flojas.
Viendo la película se dieron cuenta de lo anticuada que era: de como ese horror gótico había perdido fuerza frente a lo que uno podía encontrar leyendo el diario. Y fue justamente con el diario, que contaba la historia de Charles Whitman, un ex marine que se apostó en una torre de la Universidad de Texas y le tiró a todo los que se moviera, fue que se les prendió la lamparita.
Karloff iba a estar, iba a haber escenas de El terror, pero iban a estar en un contexto más moderno: en una película de terror urbana donde un joven rubio y americano se arma hasta los dientes y empieza a disparar con una mira.
Míralos morir es la historia de un actor viejo y entrado en decadencia que decide retirarse antes de que lo retiren (Byron Orlok, Boris Karloff con las letras desordenadas), un joven director que hizo con el una película de terror, pero que ahora quiere convencerlo para que haga una más personal (el propio Bogdanovich) y un extraño triángulo amoroso entre ellos y una joven asistente. Orlok tiene que hacer la presentación de su última película en un autocine de mala muerte y, bueno, si no la viste, supongo que para este momento ya estás corriendo a buscarla. Buena suerte con eso.
Pero Míralos morir es, en realidad, dos películas: porque también es la historia de Bobby Thompson, un joven americano de esos que parecen salidos de una publicidad de cereales que, cuando lo conocemos, parece muy copado comprándose una escopeta con mira telescópica para cazar. Cuando vuelve a su auto, nos damos cuenta que tiene el baúl lleno de armas y municiones y, probablemente, otros planes.
Miralos morir es la película de cuando estas dos anteriores se encuentran.
Y es mucho más que eso: es una película que se preguntó «¿Che, no está todo mal en realidad?» antes de que la propia contracultura lo hiciera, que habló sin hablar del shock postraumático de la guerra, que hizo un homenaje hermoso a Boris Karloff, devolviéndole el honor y la libertad poco tiempo antes de su muerte y, sobre todo, es una película que Bogdanovich filmó en 10 días con un presupuesto de Roger Corman.
La influencia de la película en clásicos posteriores como Taxi Driver (1976) o películas que todos dijeron que eran geniales pero bueh como Guasón (Joker, 2019) es enorme, pero Míralos morir hace algo distinto: nos da el punto de vista del asesino, pero en ningún momento «lo comprende». La payasada que hace Phillips con el personaje de DC y ese V de Vendetta del final que hizo que varios que no vieron una película ni en un bondi de larga distancia dijeran «cine» por primera vez en su vida es un triste reflejo del presente que tenemos.
Por suerte hay películas como Míralos morir. Y es por películas como ella es que Míralos Morir se llama Míralos Morir.