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El mejor canal de cable
de la historia

Por Santiago Calori

Los que peinamos canas (o los que estamos en cierta franja etaria, quién soy yo para juzgar si te andás tiñendo) tuvimos dos grandes pilares en nuestra educación cinéfila: el videoclub y las películas que se pasaban por cable.

Argentina es un país con una enorme penetración de cable, principalmente signado porque la televisión por aire nunca funcionó mucho y para poder ver incluso los cinco canales clásicos, siempre era mejor tener contratado algún servicio.

En mi época de mayor formación cinéfila, los canales de cable pasaban las películas subtituladas, sin cortes y hasta el HBO era gratis.

Sí, fue hace un montón.

La llegada de la revista del cable (sí, fue hace un montón, también) era un evento cada mes. Marcar (para programar la videocasetera y grabar) lo que iban a dar era un deporte que muchos practicábamos. Aún recuerdo la emoción cuando vi que TNT iba a pasar El rapto de los doce hombres de oro (Dr Goldfoot and Bikini Machine, 1965) con Vincent Price un miércoles a las 3AM.

Pero no estoy acá para hablar de las trasnoches de Cine 5 ni de Space. Estoy acá para hablar de algo que pasaba algunos años antes en la otra punta del continente. Unos veinte para ser más precisos.

Y para poder entender este cuento, vamos a tener que hacer un poco de historia:

La televisión por cable en los Estados Unidos empezó mucho antes que en nuestro país: para principios de los años setenta. En ese momento, el tendido de cable a localidades remotas era un commodity y muchas veces propiedad de los propios canales que a su vez le subalquilaban el cable (literal) a otros para que vendieran lo suyo.

Porque, si vos te creías que Ted Turner se había hecho mega millonario con CNN, le estabas pifiando por mucho.

Pero no nos desviemos. En aquel entonces, los nombres que estaban asomando la cabeza eran dos: HBO y Showtime. Ambos programaban películas, pero su fuerte eran los eventos en vivo, de partidos de fútbol americano o boxeo. Las películas, en ese entonces ayudaban a llenar una grilla donde no había gente jugando o boxeando o lo que fuera las veinticuatro horas del día.

Pero la historia de todo esto, y de cómo se programaban películas en el «proto cable» iba a cambiar para siempre en 1974, más precisamente en Los Ángeles, más precisamente en la zona de las colinas de Hollywood.

Unos empresarios de esos que tienen muchas ganas de progresar empezaron a vender el servicio de un canal que pasaba películas sin cortes (algo relativamente nuevo en esa época). El servicio funcionaba, pero no estaba bien programado. Se llamaba Z Channel.

Un día reciben una carta de un suscriptor. Su nombre era Jerry Harvey, y puede que recordarlo te venga bien para lo que sigue.

En la carta Harvey les decía todas las cosas que hacían mal, las que necesitaban mejorar y cómo esto se podía hacer. Lejos de decir «este hater qué sabe» y bloquearlo en el Insta, los dueños de la señal armaron una reunión.

Harvey fue a la reunión y terminó contratado en el acto. Iba ser el nuevo programador del Z Channel y le iba a cambiar la historia para siempre.

Para entender lo que sigue, es importante hacer otro poco de historia. El comienzo de Harvey a cargo de la programación del Z Channel sucedió al mismo tiempo que un evento de la historia del cine: el comienzo de la caída del New Hollywood.

Del New Hollywood ya hablé en miles de ocasiones, pero lo que tenemos que tener claro en este caso es que la película que hizo que se termine para siempre fue La puerta del cielo (Heaven’s Gate, 1980) de Michael Cimino.

Cimino, que venía de ganar Oscars a lo pavote por la ya excesiva (y genial) El francotirador (The Deer Hunter, 1978) había conseguido, en una época donde reinaba la teoría del autor en los estudios, que le dieran todo lo que pidiera (y más) sin hacerle ninguna pregunta.

El resultado fue una película de tres horas cuarenta a la que le tuvieron que sacar casi ochenta minutos para estrenarla.

Tampoco colaboró la prensa de espectáculos de la época, siempre dispuesta darle una manito al poder, que informó a lo largo de los meses de rodaje «el desastre» que era La puerta del cielo.

Para cuando se estrenó mutilada por el estudio en cines, la gente ya sabía que pensaba de la película sin haberla visto.

Pero hagamos un flash forward y volvamos con Harvey: había cultivado con los años una amistad con Cimino y le propuso pasar La puerta del cielo sin cortes y en «el corte del director» por Z Channel.

Había nacido un New New Hollywood donde directores como Robert Altman, Paul Mazursky y Sam Peckinpah entregaban sus «patitos feos» para que tuvieran una nueva vida.

Y el público, en su mayoría de la industria e influyente, empezó a ver que había otro cine y los que todavía estaban esperando a entrar en él, también.

Porque el «videoclub» al que se refiere Tarantino siempre que habla de su formación grababa muchas de sus oscuridades del Z Channel, como, salvando todas las distancias del mundo, a veces Mondo Macabro tenía cosas grabadas de la tele en alquiler.

Y cómo sería de influyente la gente que lo veía (no nos olvidemos que era uno de los pocos canales que llegaba a las colinas de Hollywood) que hasta hizo que una película que había pasado sin pena ni gloria estuviera nominada a los Oscar.

Cuando se estrenó, a Salvador (1986) de Oliver Stone le fue horriblemente mal. El estudio pidió cortes y la versión estrenada no tenía nada que ver con lo que el director había pensado.

Una vez más, y casi a fin de año Harvey propuso a Stone hacer lo mismo que había hecho con Cimino y ponerla de «película del mes» en la tapa de la revista. ¿El resultado? Salvador nominada a dos Oscars, incluyendo mejor guion y mejor actor.

¿Mencioné la revista, verdad? Era una piedra angular del Z Channel. Porque no era meramente informativa: tenía críticas, y muchas veces feroces de su propia programación. Imaginate si la Miradas hubiera sido así.

Para su momento de gloria el Z Channel estrenaba películas en versión completa, acercaba al publico de la costa oeste fenómenos más fáciles de encontrar en la costa este (películas europeas en con subtítulos, por ejemplo) y ayudaba a poner en el mapa del cinéfilo yanqui a nuevos directores europeos como Paul Verhoeven y Andrej Zulawski.

Claro que toda esta influencia era obra de (y recaía sobre) una solo persona. Y Harvey no era precisamente el ser humano más equilibrado que haya pisado la Tierra. Era famoso por sus vaivenes depresivos, que balanceaba químicamente como podía. Harvey por momentos estaba presente y por momentos no.

Pasada la mitad de los años ochenta, y después de haberle ganado en número de abonados por años a HBO y Showtime, los canales le iniciaron una guerra: hablaron con los estudios para tener la primicia de ciertos títulos y embarrarle la cancha a Z Channel lo más que pudieran.

Esto terminó en un juicio de Harvey contra HBO que no llegaría a nada. Su psiquis estaba cada vez más dañada, las visitas a su psiquiatra era cada vez más frecuentes y su pesimismo estaba a la orden del día.

El 9 de abril de 1988 la policía llegó a la casa de Harvey alertada por los vecinos. Encontró a Harvey y su esposa muertos con heridas de arma de fuego. La había asesinado y se había suicidado con el revolver que le había regalado su amigo Sam Peckinpah, otro al que los estudios encerraron hasta asfixiarlo, si vale la cita cinéfila ante tanta atrocidad.

Pocos días antes, el Z Channel había sido vendido a la cadena American Spectacor, que había decidido pasar eventos deportivos además de películas. Diría afortunadamente, pero quizás el marco no lo amerita, Harvey no llegó a verlo.

Como era de esperar, el Z Channel dejó el aire para siempre en 1989.

Sí, bueno: terminaba como el orto.

¿Cómo puede ser que esta historia no tenga una película? Bueno, la tiene. Es un documental de Xan Casavettes (la hija de John y Gerna Rowlands), que se llama Z Channel: A Magnificent Obsession (2004) y no te digo que está facilísima para encontrar en la esquina de Incas y Torrent, pero tampoco debería resultarte tan difícil.

A por ella.