Edición 33

El elefante en la habitación

Por Santiago Calori

Esta semana, un extraño mea culpa. O una puesta en valor, andá a saber cómo termina.

Muchas veces me encontré diciendo «John Carpenter no tiene películas malas» o «Una mala película de Carpenter es una buena película de un director promedio.»

Llegó el momento de hablar del elefante en la habitación.

(Me gustó un poco la movida multimedia que hice la semana pasada. Así que: no estás obligadx a poner este disco mientras leés esto, pero capaz te mejora un poco la experiencia.)

John Carpenter dirigió, entre otras obras maestras: Noche de brujas (Halloween, 1978), El enigma de otro mundo (The Thing, 1982) y En la boca del miedo (In the Mouth of Madness, 1994). Nunca fue reconocido como el genio visual que es por haberse dedicado principalmente al cine de género, cuando varios con mucho menos mérito recibieron más aplausos y condecoraciones.

Carpenter es de esos personajes que me encanta citar acá: un antihéroe que estuvo adelantado a los prejuicios de la época y seguramente será homenajeado cuando sea demasiado tarde. Le pasó a Romero, no veo por qué no le vaya a pasar al querido John.

Pero no estoy acá para llorar porque a un grupo de boludos les parece más influyente el cine del país que esté de moda en ese semestre que un tipo que inventó un lenguaje visual propio, estoy acá para que hablemos del elefante en la habitación.

Situémonos a fines de la década de los ochenta. Carpenter venía de dirigir Sobreviven (They Live, 1988), otra que podría haber entrado en la lista de obras maestras de acá arriba, y estaba en un tire y afloje de derechos muy choto con los productores.

Muy choto y muy largo: para cuando quiso acordar, llevaba como tres años de idas y vueltas y no había filmado nada nuevo.

Y así fue cómo Carpenter terminó dirigiendo su obra menos personal y más polémica, que suena a adaptación de H.G. Wells, pero no tiene absolutamente nada que ver: Diario de un hombre invisible (Memoirs of an Invisible Man, 1992).

La cosa no empezó precisamente como un jardín de rosas: Chevy Chase, que iba a ser el protagónico acababa de echar a Ivan Reitman. Hay un rumor que dice que Reitman fue parte fundamental en convencerlo a Chase de que «estaba para mejores cosas» cuando John Landis lo quería limpiar del elenco de Colegio de animales (National Lampoon’s Animal House, 1978) y parece que la cosa no había mejorado mucho para ese entonces.

Cabe aclarar que Diario… era, de alguna manera un passion project del propio Chase, que llevó a Bruce Bodner como productor (para entender la dinámica entre Chase y Bodner, te recomiendo que revises la carrera de Adam Sandler y Frank Coraci: a veces a las estrellas es mejor solo decirles que sí.)

No solo eso: Chase pretendía con esta película salir del papel de tarado que lo había llevado al estrellato y probar algo con un poco más de filo.

Muchas fichas en un solo número, eh. Y más ahora que tenemos «el diario del lunes» y vemos cómo salió esa reperfilada de carrera, pero bueno. Vuelvo.

En el afán de ser un entertainer más completo y con la manija del proyecto, Chase era el que decidía.

(¿Vendrá algún día el episodio «Chevy Chase, el actor menos querido de todos los tiempos»? No puedo negarlo, pero tampoco confirmarlo.)

Diario… es una buena muestra que nos da la historia del cine para ejemplificar cada vez que les caemos a los actores, sobre todo a aquellos que culpan a todos menos a ellos de los fracasos y participan a nadie más que a ellos de los logros.

Fue tan así la cosa que todos ven a Diario… como «el comienzo de cierto decilve» en la carrera de Carpenter, y nadie lo marca en la carrera de Chase. Interesante, teniendo en cuenta que Carpenter después filmó las muy dignas En la boca del miedoEscape de Los Ángeles (Escape from LA, 1996) y Vampiros (Vampires, 1998) por nombrar algunas y Chase terminó cobrando el bolo en Community.

Qué maleducado, me puse a hablar mal de Chevy Chase y nunca te conté de qué iba la película: un experimento fallido del gobierno deja invisible a un yuppie muy mujeriego y este escapa con ayuda de una conquista amorosa de los agentes que lo quieren para estudiarlo.

¿Y cómo Carpenter agarra algo que parece ser una comedia? Una pregunta muy frecuente, que tiene su respuesta en haber visto la obra completa de Carpenter.

Fuera de varios ejemplos donde, en películas de terror, manejó bien ciertas situaciones cómicas, ver su primera película Dark Star (1974) allanaría mucho el terreno. Si la tuviéramos que clasificar, tendríamos que decir que es una comedia negra con ciencia ficción, y encima está escriba por Dan O’Bannon, que después iba a escribir Alien, el octavo pasajero (Alien, 1979) y dirigir El regreso de los muertos vivos (The Return of the Living Dead, 1985) además de escribir el mejor libro de guion de todos los tiempos. Pero no es ahora, así que vuelvo con lo que venía contando.

En la época se culpaba a Diario… de no ser ni un buen thriller, ni una comedia, ni de ser muy romántica. Bueno, quizás la culpa de las tres la haya tenido Chase y no Carpenter.

Okey, seamos justos: con la parte del romance capaz que Carpenter también estaba medio rengo, teniendo en cuenta que nadie nunca garchó ni se enamoró en toda su filmografía.

La película, vista hoy, no es tan terrible. De hecho, se sostiene bastante a pesar de Chevy Chase. Da esa saudade que dan los high concepts que ya no se filman ni que le secuestren los hijos al director del estudio y los efectos especiales (una mezcla entre primeros efectos digitales y algunos más artesanales) hay sobrevivido bastante dignamente al paso del tiempo.

Con los efectos especiales de películas pre CGI pasa algo muy extraño: como las viejas heladeras Siam, parecen hechos para durar más tiempo. Tratá hoy de ver una película picante de efectos de 2010, 2011 y contame cómo envejeció.

¿Es tan grave Diario…? Claro que no. ¿Fue «el comienzo del declive de la carrera de Carpenter»? Dos años después filmó En la boca del miedo. ¿Los actores arruinan todo? Todo, todo no. Pero bastante, sí.

Cierro como empecé y lo sostengo: «Una mala película de Carpenter es una buena película de un director promedio.»

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