Míralos MorVIP 4

Cine y literatura (?)

Nos metemos en el maravilloso mundo de las películas que adaptan libros.

[Este texto se puede leer sin haber visto la película ni leído la obra, pero a pesar de que la intención es cuidar los datos claves de la trama, será más disfrutable (o más dolorosamente infumable) si se lee conociendo ambas o al menos una de las versiones.]

La relación entre el cine y la industria del libro es una *simbiosis*, una relación estrecha y persistente entre organismos de diferentes especies. Existen diferentes tipos de simbiosis: el mutualismo, el comensalismo y el parasitismo. Intuitivamente podemos definir cada uno pero reforcemos esa intuición silvestre con definiciones:

En el mutualismo, ambos se benefician y mejoran (no pensemos ejemplos todavía).

En el comensalismo, uno de los intervinientes obtiene un beneficio, mientras que el otro no se perjudica ni se beneficia (shh, no es tiempo de hablar de Tarantino todavía).

Finalmente, en el parasitismo, uno de los participantes, el parásito, obtiene algún beneficio del otro, el huésped. Pero hay un interesante twist: el parásito depende del huésped.

La idea es que este texto inaugure una sección así que dejo librado a la imaginación la categoría simbiótica donde caen los ejemplos. Me voy a focalizar en La larga noche de Francisco Sanctis, una novela escrita por Humberto Costantini (1924-1987) en los setentas y publicada por primera vez en 1984.

SINOPSIS: En la Argentina de 1977, Francisco recibe la llamada de una vieja amiga. Ella le explica que dos personas van a ser secuestrados esa noche por hombres de la dictadura militar. Francisco debe decidir si arriesga su, hasta ese momento, apacible vida y la tranquilidad de su familia, por emprender un acto de altruismo y salvar a dos desconocidos.

Ah, ¿la de la película? Me dijeron que es muy buena

El orden seguido en esta ocasión fue ver primero la película seguido de la lectura del libro. Hay cosas a favor y en contra de esta secuencia. A favor: se lee por primera vez como si fuera una relectura, lo que hace que se preste mas atención a los detalles. En contra: difícil no poner las imágenes de la película en el proceso de lectura.

La película:

Dirigida por Francisco Márquez y Andrea Testa, circuló por el tour cuidado de Cannes y el BAFICI. En el BAFICI ganó, en Cannes no.

Les directores nacieron en 1981 y 1987 ¿Es importante? No sé, ya veremos. Uno puede filmar sobre un tiempo que no vivió pero que pertenece a su historia. Es más, sacarse de encima ciertos compromisos con la experiencia puede dar cuenta de un oxígeno que siempre es bienvenido, salir del testimonio, meterse en la resignificación. Ahora bien, ¿por qué filmar otra película sobre la dictadura? ¿Qué tiene para decir otra película sobre la dictadura pero esta vez hecha por gente nacida y criada en la postdictadura? La distancia generacional, ¿despierta preguntas o fascinación? Acá se juega la cosa.

Supongamos que uno quiere hacer una película sobre un tema que tiene ya mucho recorrido (¡hasta un Oscar!) y… -No importan los temas – me interrumpirán- importa la forma en que se narran. Tienen razón, me callo.

La película tiene muchas virtudes pero juega en el límite con algunas cosas. Cada plano que muestra un objeto del ‘77 (el teléfono gris, los ceniceros, los oficinistas de bigotes, los colectivos diesel con el motor adelante) distrae al espectador viejo con una evocación nostálgica que lo saca de la historia. Problema del espectador viejo con déficit de atención, dirán. Ahí ya no sé si tienen tanta razón. Armar escena desde los objetos es un atajo más publicitario que narrativo. Es caminar al lado del paredón de la caricatura. Pero bueno, Tarantino, el fetiche y coso.

Las virtudes están en el otro tono: en las escenas de la caminata nocturna, en los ladridos de perros. En la actitud del protagonista, que transmite algo muy dificil de lograr cuando uno lee la novela: la empatía con el hombre pequeñito que tiene su momento de gloria y tiene que decidir entre avanzar o renunciar. Un paréntesis: ¿cuales son los Franciscos Sanctis de hoy? ¿Es el freelancer precarizado que tuitea todo el día? ¿Aquel que habla de “nosotros” refiriéndose a las ganancias de la empresa para la cual trabaja? ¿Aquel que vive la despersonalización de Instagram desde el monomabiente de 25 m2 o el cuarto en casa de los padres? ¿Tienen la chance de elegir un instante de gloria los Franciscos Sanctis de hoy? No contesten ahora, sigamos.

Formalmente hay pequeñas cosas adaptadas que hacen ruido. La novela escrita por alguien que ha vivido en carne propia la dictadura y la persecución de los servicios elige nombrar con dos nombres masculinos a las víctimas. La película feminiza a uno ¿Tiene sentido ese cupo?

Pero lo más determinante, la gran diferencia entre la novela y la película, es la motivación del protagonista. Algo no tan banal.

En el libro, Francisco Sanctis ha sido seminarista y abandonó la institución católica ante una crisis de fe que se reactiva por unos meses cuando se acerca a la militancia mientras intenta cursar un año de Medicina. El nombre elegido no es aleatorio, refuerza este camino, que también es subrayado por el narrador omnisciente de la novela al poner la historia en términos de *Destino Escrito o Libre Albedrío*. De eso se trata el conflicto. El libro lo resuelve para un lado y la película para el otro. Es jugado el volantazo. Como si Peter Jackson hubiese decidido que Frodo venda el anillo en la calle Libertad y con la guita obtenida se compre una cabaña en Mar Azul.

Dijo uno de les directores:

Si leés la novela, al personaje lo que lo guía siempre es el destino, entonces él se encuentra con todos los personajes que se le van cruzando y parece como que se lo va dictando el destino. Nosotros lo que quisimos trabajar más era la voluntad. Entonces trabajamos un personaje que activa, que tiene que ver con algo ideológico, con lo que nosotros queríamos trasmitir.

El voluntarismo que salva, el aggiornamiento a esta época. Enfrentar a aquella voluntad colectiva de los 70s, este voluntarismo individual. El carácter ideológico del protagonista *proactivo* frente a la angustia del destino aciago. Como cuando un nene dice “a mí, si viene un asesino con una hacha y me ataca, yo saco un revolver y lo mato”. La fantasía que crece en la necesidad de creer en la potencia , en que sólo es cuestión de voluntad para cambiar el destino.

A raíz de esta bifurcación ideológica, los finales son opuestos. Ambos abiertos, pero uno optimista y otro pesimista.

Sobre esto, en la misma entrevista, el director dijo:

Había otra cuestión también que tenía que ver con el final, quizá ese final que estaba en el libro tenía una importante carga de denuncia que en 1984 era no solo valiente sino también revelador. Hoy, con tanta reflexión sobre la dictadura, nos parecía que podía dejar una sensación derrotista, cuando nosotros lo que queríamos trasmitir, era enfocarnos en lo que él hace, más que en el saldo, nos interesaba lo que él hacía.

Una novela escrita desde el exilio y las pérdidas de los amigos mientras estaban pasando los hechos narrados quizás salga con una “sensación derrotista”. De hecho, fue claramente una derrota. Cambiar la historia desde la ficción no está mal, de hecho la propia realidad y sus versiones en la historia son ficciones en sí mismas. Lo que suena raro es haber hecho eso con la obra. ¿Qué hubiera pensado Humberto Costantini de estar vivo? No lo sabemos. Libro y película, narrativas separadas.

El libro

Cuando abrí la primera página de la novela me encontré con una prosa muy fresca. Un narrador que juega con los personajes.

*Capítulo 1*

Donde, con el objeto de que el lector forje demasiadas ilusiones respecto a la amenidad de este librito, se declara de entrada nomás su materia que parece ser de índole más bien psicológica, o sea que para decir verdad la cosa pinta bastante aburrida. Hecha la cual advertencia se pasa a contar algo acerca de cierto intempestivo llamado telefónico.

Esta es al fin de cuentas la historia de un conflicto íntimo, de índole moral digamos. Justamente el que padeció el empleado administrativo Francisco Sanctis a partir de la nochecita del viernes 14 de noviembre de 1977, y cuya resolución (definitiva por suerte) le ha de llevar no menos de diez horas de bravísima pulseada consigo mismo.

¿Cómo no seguir leyendo?

No es la intención transcribir mucho más, aunque la tentación es grande, pero el tono es de un humor negro exquisito. Hay una vitalidad en la prosa que la película esconde bajo la solemnidad apaciguada de la apatía.

Y aparece otra gran diferencia que ayuda a entender el desbalance vital / tanático del libro versus la película. En la novela, Francisco Sanctis no es humillado en el trabajo. Es más, su percepción es que al fin le está yendo bien en la vida, en el mayorista de alimentos es jefe de sección. ¿Por qué es importante esto? Porque tiene más para perder. El conflicto moral que lo atañe sobre hacer algo o no para salvar a los dos nombres en peligro es más intenso.

Resultado final: mutualismo

1 La película y el libro son buenos. Eso es verdad. Cada uno en su contexto. La diferencia es que el contexto de la novela es más rico, lo que lo hace más valiosa.

2 Gran mérito de la película no caer en la tentación de la voz en off. De hecho, la lectura de la novela llega a ser un poco molesta por momentos: como si lo tuvieras a Llinás al lado todo el tiempo.

3 Gran mérito del libro tomar una distancia de la denuncia o el golpe de efecto dramático. El juego con el punto de vista del final es muy bueno. Y la lista con la que cierra el libro es brillante, resignificando una historia de destino fatalmente burocrático.

4 El sonido de la película es excelente. Leí por ahí que había una versión con la canción de Roberto Carlos que no está en la versión final. Seguramente porque Roberto Carlos queria tener un millón de pesos.

5 La película está bien actuada y los personajes del libro están super logrados. Sin eso, no estaríamos hablando de esto.

6 Finalmente, una ganancia secundaria: ¿hubiésemos leído la novela de no existir la película? He ahí un mérito sin intención que hay que otorgar a les directores.

7 Orden sugerido: Película, luego libro.

Correcto: a principios de los sesenta, y con el porno como una amenaza a la moral, las buenas costumbres y, sobre todo, el sueño americano más grande que incluso la llegada de los OVNIs o los comunistas (que poco antes habían sido lo mismo, pero eso lo vamos a hablar seguramente en otro momento) la CIA se puso a castear una película porno para derrocar a un dictador que, a diferencia de muchos otros, no les quería hacer caso.

Y acá es cuando la cosa se pone un poco difícil de seguir, porque lo que llegó hasta nosotros son poco más que trascendidos.

Aparentemente, la CIA habría contratado a un equipo de televisión para que casteen en el submundo de las stags (películas porno de un rollo en 8mm que ya por aquel entonces se vendían por debajo del mostrador y por correo) a alguien que se pareciera a Sukarno. Que encontraron un mexicano (sí, ni empecemos a hablar de la cantidad de capas de racismo que tiene esta sola decisión) le pusieron una máscara de látex que le daba un buen lejos, que filmaron la película y que recién ahí decidieron dar de baja el plan.

Marcos Zurita es médico psiquiatra. Además de medicar gente lo menos posible es, entre muchas otras cosas, la mitad seria de Pinkmoon Radio, y el director de Atlas, una revista sobre salud mental bastante mágica.