Edición 48
Cine japonés, cárceles de mujeres, películas de venganza y feminismo accidental
Por Santiago Calori
Como vimos miles de veces en la historia del exploitation, cuando la moda de un subgénero empieza a desvanecerse, uno nuevo aparece para seguir facturando.
Algo así pasó a principios de los años setenta en Japón, cuando el Pinku Eiga estaba por dar las hurras.
El Pinku Eiga o Pink Film fue tremendamente popular una década antes y era consecuencia directa de una serie de eventos históricos que habían ocurrido. Pero para eso, lamento decirte, vamos a tener que hacer un poco de historia:
Para el momento donde los japoneses se rindieron a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, el país estaba devastado por las bombas atómicas y había dos terrores en paralelo: el «nuclear», por llamarlo de alguna manera, que estuvo oportunamente sublimado por el Kaiju Eiga o «películas de monstruos gigantes» como ya conté en alguna ocasión que, convirtió un miedo común en un éxito que al día de hoy sigue facturando.
El otro terror era a la «pérdida de masculinidad» que significaba haber perdido la guerra en semejantes condiciones. Esa crisis del patriarcado mostró su peor cara en el cine. Y el resultado fue el Pinku Eiga, o «películas rosas» donde se desplegaban las más complejas perversiones sexuales contra (y el término no es caprichoso) las mujeres.
La suba de escolaridad femenina, con el consiguiente acceso a mejores condiciones laborales y derechos de todo tipo hacía poco porque esa fragilidad del hombre no tambaleara.
Durante gran parte de los años sesenta la platea masculina japonesa llenaba los cines para ver cómo se violaba, torturaba o abusaba de mujeres como parte de su entretenimiento. Esa inseguridad parecía estar canalizada en las películas.
El Pinku Eiga estaba hecho con la mujer como víctima y en ningún momento pasaba lo que sí pasaba en las polémicas (y accidentalmente feministas) películas de rape and revenge que hicieron los yanquis unos pocos años después como Tomar revancha (I Spit on Your Grave, 1979) de Meir Zarchi, Pánico a medianoche (Last House on the Left, 1972) de Wes Craven o incluso un poco antes con Faster, Pussycat! Kill! Kill (1965) de Russ Meyer.
Y si los yanquis las tuvieron, fue quizás gracias a que existió una saga de películas que lo hizo posible.
Una década de Pinku Eigas después, afortunadamente, la popularidad de estas producciones venía en picada. Los estudios necesitaban un espectáculo popular que volviera a llevar hordas de espectadores al cine.
Ahí fue cuando Toei, un estudio de animación pujante pero mediano que la iba a pegar más adelante con Dragon Ball, Sailor Moon y las películas de Hideo Miyasaki, Isao Takahata y Leiji Matsumoto, decidieron pegar un tiro en la oscuridad y terminaron dando en el blanco.
Y el tiro era en la oscuridad no por la temática, sino porque lo que pensaban que iba a ser una cosa terminó siendo otra.
¿Cómo cómo cómo?
Toei compró los derechos de un manga de Toru Shinohara, muy popular en ese momento y famoso por sus historias de mujeres fuertes y decidió hacer la adaptación cinematográfica con la esperanza de llevar gente más joven al cine.
Sí, como Marvel. Pero bien: ya vas a ver.
Si tuviéramos que «contar la trama», sería bien simple: un grupo de mujeres prisioneras en una cárcel en un Japón postapocalíptico se revelan contra los guardias (y por que no decirlo, contra los hombres) y nos terminan regalando una serie de películas de un feminismo empoderado absolutamente accidental.
¿Y por qué accidental? Bueno, porque las películas fueron pensadas como las de rape and revenge que se filmaron poco tiempo después en Estados Unidos: hechos brutales (mostrados en cámara) devienen en hechos brutales (también mostrados en cámara.)
El problema fue que el paso del tiempo, y la forma en la que fueron filmadas, terminó equilibrando un poco las cosas.
Bienvenido a la salvaje historia de la saga de Female Prisoner Scorpion.
Para mediados de 1972 se estrenó Female Prisoner #701: Scorpion (Joshû 701-gô: Sasori, 1972) dirigida por el debutante Shunya Ito. El proyecto fue hecho sin mucha fe y se pensó hasta como «película b» o de complemento de un estreno más grande.
La respuesta del público fue abismal, e inmediatamente se reforzó la cantidad de copias y funcionas para dar abasto.
Sí, estás leyendo bien: 1972. Casi cinco años antes de la aparición del subgénero de cine de cárceles de mujeres en Europa y Estados Unidos y una década antes de que se hiciera realmente popular con películas como Cadenas calientes (Chained Heat, 1983) con Linda Blair o Reformatorio de mujeres (Reform School Girls, 1986) con Wendy O Williams, la cantante de Plasmatics. Pero no nos desviemos.
La primera película nos presenta un personaje que vamos a seguir a lo largo de la saga: Nami Matsushima, alias Scorpion (encarnada magistralmente por Meiko Kaji, quizás la Christina Lindberg nipona) que se enamora de un policía corrupto que la la traiciona horriblemente y su fallida venganza la lleva a una sórdida cárcel de mujeres, donde termina transformándose en alguien fuerte y capaz de participar de un motín donde finalmente puede vengarse.
Sí, capaz te la spoilié un toque, pero si no no te puedo hablar de las otras.
Y así fue como el Pinku Eiga se convirtió en Pinky Violence.
El Pinky Violence es un revés empoderado del Pinku Eiga, donde las mujeres son protagonistas y pandilleras y rudas y se vengan de todo lo malo que les pueda pasar.
¿Pensaban los de Toei hacer una película de Pinky Violence? Probablemente no. Pero el Pinku Eiga estaba muerto y había que celebrarlo con toda esa plata para contar.
Pocos párrafos atrás hablé de «las otras». Sí, *las* otras. Porque la saga de Female Prisoner Scorpion terminó teniendo cuatro películas. En dos años. Si te ponés a pensar que la saga de Los extermineitors tiene la misma cantidad de películas y se filmó en el doble de tiempo con ese resultado, te hace dudar un poco del cine argentino. Pero no nos desviemos.
La película hizo pedazos la taquilla y rápidamente se pusieron a hacer una secuela que se estrenó ¡para finales de ese mismo año!
Female Prisoner Scorpion: Jailhouse 41 (Joshû sasori: Dai-41 zakkyo-bô, 1972) retomaba donde terminaba la anterior. Con Scorpion en aislamiento por el motín, iniciando uno nuevo y haciendo trabajo forzado que termina en una fuga. Una fuga interminable y espectacular por zonas deshabitadas de Japón, con terror a ser atrapadas.
La película, mucho más sombría que la anterior, se metía en temas extraños y en imaginería esotérica, que cuando la ves te hace pensar que a Jodorowsky nunca le dio la nafta realmente.
¿Y funcionó? ¡Pero por supuesto, Lucho!
Para mediados del año siguiente, Female Prisoner Scorpion: Beast Stable (Joshuu sasori: Kemono-beya, 1973) llegó a los cines. En esta ocasión, Scorpion sigue en libertad, y debe correr no solo de la policía sino de unos mafiosos que se la tienen jurada desde la primera película.
El film, que puede verse sin haber visto los anteriores, crea un nuevo universo con el mismo personaje y nos arma una película más de Yakuza que de Pinky Violence.
El tono, obviamente, se siguió ensombreciendo y fue la última película de la saga dirigida por Ito, que se fue a buscar pastos más verdes.
Y ahí entro Yasunaru Hasebe, que ya había tranbajado con Meiko Kaji en otra saga muy exitosa, la de Stray Cat Rock. Pero eso, en otro momento.
Y así fue como para finales de ese mismo año se estrenó Female Prisoner Scorpion: #701’s Grudge Song (Joshû 701-gô: Sasori, 1973), donde Scorpion sigue en libertad con la policía respirándole cerca, finalmente conoce un hombre del hampa en que (cree) puede confiar, terminan enamorándose y convirtiéndose en peores enemigos según avanza la trama.
La cuarta es, quizás, la más Melvilleana de la saga, con recuerdos claros a El circulo rojo (Le cercle rouge, 1970) o Historia de un policía (Un flic, 1972), pero no llega a estar a la altura de las primeras dos (o incluso tres).
El lazo creativo entre Ito y Kaji era indudable, muy a pesar de los esfuerzos de Hasebe por estar a la altura.
Pero fuera de lo que se pueda decir de la cuarta de la saga, hay algo que se puede decir de la saga completa. Quizás la principal razón por la cual se han revalorizado (con una edición en Bluray hermosa que se puede conseguir en la esquina de Los Incas y Torrent) es que, usando lenguaje técnico, está filmadas como la concha de la lora.
Perdón si fui muy técnico en mi apreciación, trataré de pasarlo a lenguaje más coloquial (?): la saga es importante por lo que hizo con el cine japonés (sea esto accidental o no) y derivó en una serie de cambios estéticos y visuales bastante mágicos que ocurrieron al mismo tiempo y después de que estas películas estaban «ocurriendo.»
La noción de que Kaji pasó a hacer papeles menores en películas y a dedicarse a ser cantante no es casual. Sobre todo si tenemos en cuenta que esos «papeles menores» fueron en la pentalogía de Batallas sin honor ni humanidad (Jingi naki tatakai, 1973-1974) que Kinji Fukasaku (sí, el de Battle Royale) filmó también en ¡solo dos años!
Es difícil pensar qué hubiera sido del cine de mafiosos, tanto yanqui como oriental, como lo conocemos hoy en día si no hubiese existido Fukasaku, es difícil saber si sus películas hubieran existido si no hubiera existido la saga de Female Prisoner Scorpion, que empezó siendo una cosa y terminó siendo otra muy distinta.
¿Cómo que no corriste a verla? Que no pase de hoy.