Si tenés WhatsApp, seguramente te llegó en estos días el afiche de una película que “ya contaba todo hace una punta de años”, The Omicron Variant.

Sí, no hay que ser un genio para darse cuenta que esa tipografía está pegada con cierta gracia pero tampoco para creérselo mucho, ni que el título está en inglés y el billing en español.
Sí, bueno, te confirmo que The Omicron Variant (la película, no la cepa) no existe.
Peeero, si fuiste a fondo con el detectivismo, te habrás dado cuenta de un nombre que quizás te llamó la atención, por haber sido repetido bastante obsesivamente en estos envíos, desde loando sus logros como diseñador gráfico y animador hasta haciéndolo partícipe necesario de uno de los complots cinéfilos más famosos que existe.
“Me perdí.”
Saul Bass. De cuya obra gráfica me ocuparé en algún momento, pero es tan basta que seguramente termine haciendo varias entregas, de las cuales esta tranquilamente podría ser la segunda.
“La primera.”
La segunda. La primera fue esa donde se debatió acaloradamente si dirigió o no la secuencia de la ducha en Psicosis (Psycho, 1960) de Alfred Hitchcock.
“Ahora sí.”
Y en esta segunda entrega de la obra de Bass sin nunca tocar su trabajo gráfico, voy a hablar de The Omicron Variant, que en realidad solo se roba el afiche de la ùnica película que Bass hizo como director: Fase IV: destrucción (Phase IV, 1974):

¿Todo más claro ahora, no?
Seguramente el pícaro que hizo el de The Omicron Variant usó un afiche español o latino, por el cambio de diseño, pero no viene al caso.
Durante gran parte de los años cincuenta y sesenta, Saul Bass fue responsable de gran parte del material gráfico —contando como eso afiches y secuencias de títulos— de algunas de las películas más representativas del período.
Sus trabajos para Otto Preminger, Billy Wilder, Charles Laughton y, más notoriamente, Alfred Hitchcock como diseñador de afiches, secuencias de títulos y hasta artista de storyboard lo habían catapultado al olimpo de los creativos de la historia de la historia del cine y la publicidad.
Durante los años sesenta, compartiendo su pasión por el trabajo en cine con el de diseñar logos para empresas —muchas de ellas los siguen usando al día de hoy—, Bass se dedicó en sus ratos libres a hacer cortos animados muy extraños y lógicos en su estilo, como este.
Viendo que era una hot property, que había dirigido la secuencia de títulos de Amor sin barreras (West Side Story, 1961) y hasta en una de esas la escena de la ducha de Psicosis (?), para principios de los años setenta, a los ejecutivos de Paramount se les ocurrió una idea.
Si pensaste “¿Y si le damos este guión a este a ver qué hace?”, la producción se va comunicar con vos para que pases a buscar tu premio.
Tenían un guión de Mayo Simon dando vueltas y no le podían encontrar novio. “Tenían un guión de Mayo Simon” no es tampoco que te diga “Tenían un guión de David Mamet”: Simon había dedicado gran parte de su carrera a escribir televisión —en la época que no era “de oro”, como le gusta decir a los iluminados ahora—, pero venía de escribir Abandonados en el espacio (Marooned, 1969) que había dirigido John Sturges y le había subido un poco el precio.
Spoiler alert: el precio le bajó después de esta, te imaginarás. Solo escribió Regreso al mundo del futuro (Futureworld, 1976) y volvió a la televisión.
“Esto ya parece Las tragedias de los famosos.”
No tanto.
Paramount le ofrece a Bass dirigir una película sobre una invasión de hormigas mutadas inteligentes.
“Pará: ¿qué?”
No, bueno, de esto ya hablamos alguna vez, pero vale la pena la refrescada. Hubo, durante gran parte de los años cincuenta y sesenta, un subgénero en el cine de horror y ciencia ficción que se podría definir como “la naturaleza se venga” donde, por una serie de extrañas mutaciones —esto es más en los años cincuenta, con el peligro nuclear respirando en la nuca— o por la mano del hombre —esto más en los sesenta, con la nueva conciencia ecológica que estaba empezando a aparecer—, esos insectos, animales y ¡hasta plantas! se convertían en una amenaza contante y sonante.
Todo, en realidad había empezado bastante antes, en los años treinta con el cuento Leiningen contra las hormigas de Carl Stephenson publicado por la revista Esquire que tuvo su adaptación cinematográfica en la primera época de oro que cito más arriba con Marabunta (The Naked Jungle, 1953) de Byron Haskin y con Charlton Heston y que después siguió con cosas incluso mejores como El mundo en peligro (Them!, 1954) de Gordon Douglas.
La cosa, naturalmente —si cabe el término— siguió durante los años setenta con el llamado “eco horror” y una serie de mutaciones propias del circuito más explotativo.
El punto es que los de Paramount tenían ese guión, un presupuesto acotado y muchas ganas de jugar a la ruleta. Le ofrecieron la película a Bass y este, ni lerdo ni perezoso, aceptó.
Puede sonar extraño que alguien con la exquisitez gráfica de Bass aceptara lo que a priori parece un producto para los autocines, pero quedate ahí que hay varias vueltas.
La historia, ya un poco alejada de las “mutaciones” o de “la mano del hombre” que habían estado tan en boga en décadas anteriores tenía, por empezar, un cierto dejo de horror cósmico.
“Ah, no era tan grave.”
Para nada: el guión planteaba que “algo había pasado en el espacio” que había hecho que las hormigas dejaran de ser enemigas entre las distintas especies y se unieran por un bien común.
“Obrero y parásito.”
Bueno, casi casi. El punto es que los insectos, lejos de mutar y hacerse enormes y todo lo que se venía viendo en el cine hasta ese momento, solo se organizaban.
Sí, como Travis en Taxi Driver (1976).
Aparecen unas extrañas construcciones en el desierto de Arizona y unos científicos van a investigar y… Bueno, deberías ver la película.
Lo que pasó después, bueno, es otra película aparte y es por eso que estamos acá, casi cincuenta años después acordándonos.
Bass, que entendía perfectamente que cada uno debía cumplir un rol en un rodaje, tuvo una idea revolucionaria para la época: contrató dos directores de fotografía. Uno para los actores, y otro para las hormigas.
Para los actores llamó a Dick Bush, el df de El salario del miedo (Sorcerer, 1977), por citar solo una y para las hormigas a Ken Middleham, un fotógrafo especializado en documentar insectos, que terminó teniendo una filmografía en el cine de terror gracias a esto.
Porque, ahora viene lo realmente interesante: las hormigas en la película actúan, igual que las personas.
“Pará, pará, pará: más despacio para mi tía que lo está leyendo en…”
Lo que Middleham logra con las hormigas en Fase IV: destrucción es algo que ya solo vale el precio de la entrada.
(Bueno, suponiendo que vas a pagar una entrada, te la vas a bajar a quién queremos engañar.)
Y el resultado, claro, no es un “hombre contra la naturaleza” o un “la naturaleza se venga”, sino algo mucho más complejo, porque Bass, que dirigió la película con la misma seriedad con la que hubiera encarado 2001: odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) —y esta comparación es cero caprichosa— hace que el hombre quede de lado y, misteriosamente, nos pongamos del lado de las hormigas.
Lo visual y geométrico de Bass atropella lo narrativo: las secuencias de las hormigas parecen parte de una irrealidad que hoy, computadora en mano, sería mucho más fácil de mentir que hace cincuenta años.
No solo eso: filmó una secuencia final y apocalíptica, de una psicodelia pocas veces vista que remite casi directamente a la película de Kubrick. Pero de eso voy a hablar en un momento.
Podríamos especular que todo este despliegue para una película que, en definitiva, el estudio veía como “de terror” haya sido la rebeldía de Bass por haberle sido encomendada una tarea tan menor en comparación con su talento, pero no tenemos forma de saberlo a ciencia cierta.
Lo que sí sabemos es que tanto esfuerzo, dedicación y psicodelia —quizás algo tardía— no tuvo el mejor de los finales.
“Ahora sí es Las tragedias de los famosos.”
No tanto, pero un poco sí.
“Decidite.”
Bueno, sí. Los de Paramount, que le habían encargado “una de terror” y Bass le hizo actuar a las hormigas y hasta las hizo ganar al final, decidieron meter mano.
Y ya sabemos cómo salen esas cosas, ¿verdad?
Les pareció que el final psicodélico “era muy confuso” y remontaron la película hasta que quedara bien redonda (¿o cuadrada, capaz?) y la estrenaron con Bass echando humo por las orejas.
De más está decir —sobre todo si abrí esto diciendo “la única”— que Bass nunca más dirigió un largometraje, sí algunos cortos que podés encontrar fácilmente en YouTube.
La película, a pesar de haber pasado sin pena ni gloria por los cines, logró amasar, con el correr de las décadas, primero un seguimiento más “de culto” y luego la reivindicación que merecía.
Al punto que muchos, conociendo la historia de ese final perdido, empezaron a buscarlo. ¿Y adiviná qué pasó? Lo encontraron en 2012 en los archivos de la propia Paramount, como parte de un corte que se había presentado ante audiencias de prueba y que, por supuesto, había sido bochado.
Una búsqueda más rigurosa del material hizo que dieran con los negativos y se armara una “versión del director” en 35mm que anduvo dando vueltas por cines de reposición de los Estados Unidos para fines de ese mismo año.
La edición en blu-ray de 2015, de todas maneras, conserva el final del estudio y no tiene ningún extra.
Esto siguió así hasta el año pasado —un timing perfecto para una película que lleva Fase en su título— cuando un sello inglés lanzó una edición doble con el final de Bass a modo de extra.
La influencia de la película es enorme: desde Panos Cosmatos (el de Mandy (2018), obvio) citándola como el germen para su críptico primer film Beyond the Black Rainbow (2010) hasta —atentos al orgullo catastral— nuestro Nicolás Goldbart poniendo la película en la tele en uno de los planos de su Fase 7 (2010), haciendo que el “único tiro” de Bass en la dirección de largometrajes fuera mucho más que eso.
Y eso no es todo, si querés ponerte el sombrero de papel de aluminio, es la primera película que tiene “círculos en los cultivos” que, en lugar de estar hechos por extraterrestres, están hechos por hormigas.
Las primeras denuncias de “círculos en los cultivos” extraterrestres fueron en Inglaterra, dos años después del estreno de la película de Bass.
“¿Shockeadx?”
¿La tenés que ir a ver? Esa pregunta se responde con otra: ¿Y a vos qué te parece?
En épocas donde los productos masivos muchas veces están “atontados” por decisiones del marketing, no vaya a ser que nadie —pero especialmente ellos, los que deciden— se queden afuera, una película como Fase IV: destrucción en su estado más primitivo es, además de una maravilla, una linda clase de historia de “uno de los lugares donde empezó todo.”