Los diez
Voy a sobreactuar con tres películas que están por ahí y que tienen menos posibilidades de estreno que la carrera presidencial de Javier Milei.
Empiezo con un, podría decirse, clásico del documental moderno que es la tercera película de Errol Morris.
Ya hablé de Morris hace unas semanas a raíz de su nueva película American Dharma (2019) y seguramente hable de Morris en el futuro, porque nunca se puede hablar lo suficiente de él.
En este caso, un crimen de un policía en un pueblo de Texas, dos sospechosos que tienen testimonios coincidentes que en un momento se bifurcan, un departamento de policía más preocupado por conseguir a un culpable que al culpable y un obsesivo de la investigación que justo cayó a filmar, documentar y reconstruir todo.
Y Morris lo reconstruye con sus formas y su estética, con los personajes principales hablando a cámara y unas reconstrucciones de una belleza visual total: piensen en un Simplemente sangre (1984), pero de verdad.
Probablemente ya lo hayas leído en el newsletter anterior, pero igualmente: en su tercera película Morris logró que un condenado a muerte sea liberado.
The Thin Blue Line (1988) es todo lo que Making a Murderer (2015) debería haber sido y, admitámoslo: ya somos grandes, no le dio la nafta.
Esto sería algo así como: si te gustan ese tipo de documentales donde hay un crimen, un culpable y todo termina siendo un thriller, acá tenés al padre de la criatura haciendo una propuesta absolutamente superadora.
Sigo con una también algo histórica (dentro del límite que nos estamos manejando) que es Capturing the Friedmans (2003) de Andrew Jarecki.
Jarecki siguió en esta ruta hermosa después de este esfuerzo, y fue el productor de Catfish (2010, la película no la cosa esa horrible de MTV) y dirigió la miniserie The Jinx (2015), que si no te heló la sangre es porque todavía no la viste.
No sé qué tanto sabrás de esta, pero lo mejor es que no sepas casi nada.
Solo diré que es la historia de una familia de clase media los suburbios de Long Island que tiene una vida aparentemente normal.
Y se pone dark. Pero dark dark, eh.
Capturing the Friedmans no es una caminata por la pradera, no es para gente muy impresionable ni es, precisamente, una de las películas más canto a la vida que podrás ver, pero es una maravilla de efectividad.
El mismo caveat que con The Thin Blue Line: si te gustan esas, esta es para vos.
La tercera es más reciente, y sigue un poco en la línea “documentales familiares”
Three Identical Strangers (2018) de Tim Wardle cuenta la historia de unos trillizos que no sabían que lo eran hasta la adolescencia cuando, por una serie de coincidencias, descubren que fueron adoptados por distintas familias.
El reencuentro, el revuelo, la notoriedad pública, los programas de televisión y qué plato la verdad.
Hasta acá todo muy lindo. La segunda mitad de la película es dónde las cosas se ponen peludas. Porque descubrimos que, quizás, todo eso que les pasó fue más que una simple confusión de las agencias de adopción.
Espero que andes con ganas de emociones fuertes, porque eso es precisamente lo que esta película tiene para vos.
De nuevo, como con Capturing the Friedmans, cuanto más inocente entres, más te va a dejar temblando.
Igual, tranquilx que hay cosas menos graves en el horizonte.
Pero esas cosas menos graves no van a llegar con esta, la cuarta que tengo para vos.
The Imposter (2012) de Bart Layton es hija del cine de Errol Morris (de hecho, si ves las dos vas a notar patrones estéticos bien marcados) y una de las mejores historias que salieron del cine documental en la última década o dos.
Un chico desaparece de un pueblo de Texas. Tres años después la familia recibe un llamado, diciéndoles que el chico está en España.
Shockeados por lo extraño del caso y felices por la aparición con vida, deciden repatriarlo y tomarse su tiempo en ver qué fue lo que pasó.
¿Y saben qué? El chico no es el chico.
Y acá empieza la película. Y cuando pensamos que es un simple caso de robo de identidad, nos enteramos que es otra cosa. Y cuando llegamos a esa otra cosa, volvemos a volantear.
Haciendo simple un asunto complejo: o The Imposter te pone la piel de gallina o te devuelvo la guita (?)
Bueno, y sigue sin llegar el baño de buena onda, porque la quinta es una maravilla que no se termina de entender cómo fue posible.
The Act of Killing (2012) de Joshua Oppenheimer se ocupa de los escuadrones de la muerte indonesios durante la última dictadura militar.
Y lo hace de la forma más extraña posible: los entrevista y los convence de que “actúen” y “dirijan” lo que hacían.
Sí, puede sonar demente y es porque lisa y llanamente lo es. El resultado son secuencias de film noir, acción y hasta ¡musicales!
La película está codirigida por un director indonesio que aparece como “Anónimo” en los títulos por temor a las represalias que estos grupos, libres y aún con poder, pudieran tener y tuvieron sobre ellos.
Porque, de más está decirlo, no quedan del todo bien parados.
Si estás para una montaña rusa que incluye torturas, muertes y cuadros de baile, esta cuarentena tiene buenas noticias para vos.
Igual, bancame que la buena onda está a la vuelta de la esquina.
Y le voy a ir cambiando un poco el ángulo. Porque la próxima tiene personajes al límite, pero es bastante más divertida.
No sé qué tanto sabrás de Werner Herzog, uno de los directores del nuevo cine alemán que, durante de los años 70 y principios de los 80, hizo algunas de las películas más dementes de las que se tenga memoria: entre ellas, Aguirre, la ira de dios (1972) y Fitzcarraldo (1982).
Herzog, por ese entonces tenía un actor fetiche, alguien que era de alguna manera el jing de su jang. Una némesis que amaba y odiaba poner en cámara: Klaus Kinski.
Mi mejor amigo (Mein liebster Feind, 1999) del propio Herzog habla de esa relación desde su punto de vista, varios años después de la muerte de Kinski.
Con escenas de rodaje donde los podemos ver peleando de las maneras más creativas, que incluyen a Kinski subido a un árbol en el medio de la selva y a Herzog esperándolo con un revólver abajo, Mi mejor amigo es una película sobre lo suicida del cine, sobre la posibilidad de lo imposible y varias cosas más.
Y, quién te dice, en una de esas te dan ganas de ver alguna más del bueno de Werner y ganamos todos.
Y sigamos en el mundo del espectáculo con esta, que es hermosa.
Robert Evans era vendedor de pantalones hasta que el cine se cruzó en su camino: un productor lo vio fachero y le propuso hacer papelitos en películas. Pero a Robert no le interesaba actuar: el quería tomar decisiones.
The Kid Stays in the Picture (2002) de Nanette Burstein y Brett Morgen esta basada en la autobiografía de Evans del mismo nombre, y cuenta cómo este muchacho con cero experiencia pero muy buenas ideas terminó siendo el jefe de producción de Paramount a fines de los años 60 y principios de los 70 y moldeando lo que terminó siendo el New Hollywood.
Y cuando digo “basado en la autobiografía” quizás me estoy quedando corto: Evans lee su propio libro, mientras material de archivo increíble va apareciendo en pantalla.
The Kid Stays in the Picture es una carta de amor al cine y a ese Hollywood que no va a volver nunca más: una mucho más cariñosa que ese berrinche pop que estrenó Tarantino el año pasado.
Y aguantá que la cosa sigue y se pone medio deforme.
No sé si conocerás la historia del Winnebago Man (2009).
Un actor de un infomercial se equivoca muchas veces durante la grabación del mismo y putea de maneras muy creativas.
El crudo de cámara se filtra Jack Rebney se convierte en uno de los primeros virales de los que se tenga existencia.
Con una trampa: nadie sabe dónde está ni que fue de su vida.
Ben Steinbauer sale en su búsqueda y lo que se encuentra es algo mucho más humano e interesante de lo que te vende el trailer.
Porque Winnebago Man es una película sobre la celebridad instantánea, sobre cómo puede afectar a alguien y sobre lo que hay detrás de esa persona de la que nos reímos voluntariamente por algo que para él fue involuntario.
¿Es una comedia? Sí, claro. ¿Es mucho más que eso? También.
Esta tuvo un poco más de rodaje, pero a veces me sorprendo cuando me entero que hay gente que no vio tal o cual cosa, así que bien vale la prevención.
The King of Kong: A Fistful of Quarters (2007) de Seth Gordon es una historia de competencia. Y quizás la encarnizada de todos los tiempos.
A principios de los años 80 un muchacho llamado Billy Mitchell hizo un récord de Donkey Kong que duró dos décadas y pico y le dio un status de celebridad total en el mundo de los fichines.
Principios de los 2000, un profesor desempleado decide empezar a construir su propio récord.
El que estuvo en la gloria veintipico de años no está muy contento.
The King of Kong es Karate Kid (1984), pero con nerds y videojuegos. Y cuando digo Karate Kid no estoy exagerando, más bien me estoy quedando bastante corto.
Si la viste, volvela a ver porque solo mejora en visionados posteriores. Si nunca la habías oído nombrar, corré a buscarla porque no falla.
Y la última no podía ser menos que una deformidad. Porque es un documental sobre una tipografía.
Pará: ¿qué?
Si, porque Helvetica (2007) no es ni más ni menos que eso: la historia y, sobre todo, la influencia de la tipografía más ubicua y utilizada de todos los tiempos. Esa tipografía que está ahí para que no la veas.
Y lejos de ser un embole para iniciados en el diseño gráfico, es una carta de amor a la lucha contra la fealdad, que puede emocionar hasta a los que usan Comic Sans como si el chiste no hubiera pasado de moda.
Se discute la aberración de la Arial y varios temas más, pero por sobre todas las cosas, se habla de la belleza y de lo simple y utilitario, temas que quizás pasemos por alto porque, como la Helvetica, simplemente están ahí.
Gary Hustwit, su director siguió en este tren y completó una trilogía con Objectified (2009, sobre diseño industrial) y Urbanized (2011, sobre urbanismo) que también valen muchísimo la pena.