N. de R.: Quizás esta edición se disfrute máscon esta banda sonora de fondo.
De tres veces que abro la boca hablando de películas, en por lo menos una nombro a El enigma de otro mundo (The Thing, 1982) de John Carpenter. Cómo hice ochenta y siete entregas de estos envios y nunca le dediqué uno lo voy a hablar en terapia.
Hoy es ese día.
Hace ya algunas ediciones, hablé del mágico verano del 82 en Estados Unidos y de cómo ese momento de la historia del cine cambió todo para siempre. Para bien, por lo que pasó en ese momento y para mal, por lo que estamos viviendo hoy en día como consecuencia.
Pero como es tema ya lo tocamos, no vale la pena extenderse demasiado, salvo para decir que: una de las películas de ese verano de ensueño fue, justamente, El enigma de otro mundo.
Hoy quizás sea extraño pensar que una película con ese nivel de sanguinolencia y horror cósmico pueda pueda contarse entre los éxitos de taquilla pero se ve que otra época pensaban bastante bastante distinto. O que la historia se termina de escribir con el paso del tiempo, pero no nos adelantemos.
John Carpenter por ese entonces venía con una seguidilla de películas que quedarían en la historia muy a horario vencido como Asalto a la prisión 13 (Assault on Precinct 13, 1976), Noche de brujas (Halloween, 1978), La niebla (The Fog, 1981) y Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981).
Lo que se dice “una buena racha.”
En el medio había metido dos películas para televisión de la cual se podría destacar Someone’s Watching Me! (1978), que casi que podría estar entre su filmografía más ortodoxa.
De las cuatro que nombré dos párrafos más arriba, recién en Escape de Nueva York intervino marginalmente en la distribución algún “nombre grande” del sistema de estudios. todas las anteriores, y todas hits de taquilla en mayor o menor medida —sobre todo si tenemos en cuenta el ratio en invertido / recuperado— eran “producciones independientes” de “poco presupuesto.”
Y fue justamente en el verano del 82 (bueno, un poco antes, eso fue el estreno) que a Carpenter se le abrió su primera gran oportunidad de dirigir en las grandes ligas.
Porque, además de estar producida por Lawrence Turman y David Foster —dos pesos pesados de la época— la película tenía distribución de Universal asegurada.
Y como todo proyecto “de estudio grande” se le presentó a Carpenter de forma diametralmente opuesta a cómo él encaraba las películas hasta ese momento: en forma de un guion que ya estaba escrito y que era una nueva adaptación de una novela de ciencia ficción llamada Who Goes There? de John W. Campbell —de quien ya se había adaptado esta misma para El enigma de otro mundo (The Thing, 1951) de Christian Nyby y no mucho más en el mundo del cine— que, como todo guion “de estudio” había pasado por varias manos y varias iteraciones.
Se dice que William F. Nolan, responsable del guion de Fuga del siglo 23 (Logan’s Run, 1976) y hasta que Tobe Hooper and Kim Henkel, responsables del guion de El loco de la motosierra (The Texas Chainsaw Massacre, 1974) habían metido mano, pero los responsables no parecían contentos con lo que leyeron.
No fue hasta la aparición de un “hijo de” —en este caso del actor Burt Lancaster— que la cosa estuvo un poco encaminada. Bill Lancaster, que venía de escribir Pandilla de pícaros (Bad News Bears, 1976) con Walter Mattau y dirigida por Michael Ritchie y que después de esta no escribió ninguna película más, tuvo una extraña alineación cósmica —nunca mejor puesto en este caso— produjo un guion que Carpenter amó y que, si sos de esxs perversxs podés leer acá.
Carpenter, a pesar de venir del indie y estar empezando a jugar en “las grandes ligas” con esta, hizo algo atípico para lo que suele ocurrir generalmente: se fue a trabajar en el nuevo proyecto con su equipo técnico, su núcleo duro, su círculo de confianza, especialmente Dean Cundey en fotografía, con quién ya había trabajado en Noche de brujas, La niebla y Escape de Nueva York como reaseguro.

Podríamos llegar incluso a decir que mucha de la destreza visual que se estudia con lupa del cine de Carpenter puede tener un porcentaje de mano de Cundey, que después se iba a ir a hacer cosas como Jurassic Park (1993) de Spielberg solo para poner en contexto la escala, pero eso quizás sea para otro momento.
Para los efectos visuales, se decidió por un muchacho que tenía fama de trabajar bien, que se llamaba Rob Bottin. Más del “muchacho” y de Bottin un poco más tarde.
Como cereza del postre, y contra lo que venía haciendo componiendo sus propias bandas sonoras por falta de prespuesto primero y por gusto después —que derivó en esta extraña carrera de rockstar con giras y teatros llenos que vive en la actualidad— Carpenter, quizás aprovechando la guita grande, llamó a Ennio Morricone —con música de quien se había casado— para que componga la banda sonora.

Una banda sonora de una sola canción, si nos ponemos realmente técnicos, a pesar de que hay un álbum con varias composiciones más. Morricone lo explicó en un momento:
“Era muy difícil para mí entender qué tipo de banda sonora quería, así que compuse una serie de cosas completamente diferentes, esperando que algo de todo eso le interese. Eligió una pieza que se parecía a sus propias composiciones. Esa es, obviamente, el leit motif que se puede escuchar a lo largo de toda la película.”
El álbum de la banda sonora, de todas maneras, además de incluir el tema principal, incluye otras de las composiciones que Morricone hizo, pero que nunca se usaron en el producto final.
“Compuse más de una hora de música para El enigma de otro mundo, simplemente no puedo creer cómo fue ignorada.”
Si me hiciste caso al principio de este envío, lo venís escuchando hace un ratito.
Pero volvamos un momento a un personaje que nombré antes y que, quizás junto con la destreza visual y visión de Carpenter es el segundo máximo responsable de que El enigma de otro mundo sea la película que es, casi cuarenta años después.

Rob Bottin. Fuera de nombre gracioso, que nos hace pensar en “robotín”, había empezado de pinche en La guerra de las galaxias (Star Wars, 1977), y hecho los efectos visuales de cosas tan disímiles como Piraña (Piranha, 1978) y Aullidos (The Howling, 1981) de Joe Dante, La niebla y hasta la inclasificable Maníaco (Maniac, 1980) de William Lustig y tenía solo 22 años en el momento de filmar El enigma de otro mundo.
El diseño de la criatura es una colaboración con el veterano de efectos especiales Stan Winston —responsable después por Depredador (Predator, 1987), Jurassic Park y hasta Terminator 2 – juicio final (Terminator 2: Judgment Day, 1991)— y se cuenta que Winston, impresionado por el trabajo de Bottin, renunció a su crédito en los títulos, para que él recibiera todos los aplausos.
Porque Bottin, a pesar de todo lo que está a la vista con un simple visionado de la película, hizo algo clave: convenció a Carpenter de algo que, hizo que estemos hablando de ella casi cuarenta años después.
Cuenta la leyenda que Carpenter quería un acercamiento más de ciencia ficción clásica, donde el monstruo está, pero se muestra lo menos posible. Luego de largas discusiones con Bottin, este le dijo: “No, lo tenés que poner en la luz, lo más iluminado posible. El público se va a volver loco. Y eso es porque lo van a tener enfrente.”
Una movida que, si venís leyendo estos envíos con asiduidad, sabrás que era por demás riesgosa, teniendo en cuenta que estamos justo en la época donde esconder al monstruo era el signo de esos tiempos.
Claro que eso pasó, y llega el momento de decir que, si El enigma de otro mundo aparece en “las listas” de hits del verano del 82 es un ejercicio más con “el diario del lunes” que otra cosa.
En su momento, la crítica fue cero benevolente con ella, acusándola de hiperviolenta y de no tener “esperanza” —algo que, se ve, iba a permear en los productos que vendrían después, incluso hasta nuestros días, esa noción perversa del “que termine bien”— y la película medio que pasó sin pena ni gloria, sobre todo teniendo en cuenta que salió con poca distancia entre E.T, el extraterrestre (E.T. the Extra-Terrestrial, 1982) de Steven Spielberg y Blade Runner (1982) de Ridley Scott.
Si eras un fanático de la ciencia ficción en la época —y esta película, a pesar de cruzar el umbral del horror con creces, era considerada una, sobre todo teniendo en cuenta su abolengo— quizás El enigma de otro mundo era “un poco mucho para vos” y algo completamente entendible.
Con la templanza de los incomprendidos, Carpenter se lamentó del hecho, sosteniendo que su carrera hubiera sido muy distinta si la película hubiera funcionado un poco mejor. Si tenemos en cuenta la relevancia cultural de la película en nuestros días, hasta podríamos aventurar que ganó esa pelea por puntos, pero no nos vamos a meter en esa, porque es muy subjetiva y no tiene posibilidades de conclusión ni siquiera cercanas.
Hace poco, en un episodio de Frame Fatale—decir en cuál es imposible, las charlas son tan inconexas tantas veces— hablábamos de la importancia para la “probabilidad de futuro” de una película que le daban los efectos prácticos a las películas.
Puede parecer menor, pero si pensamos que hace menos de quince años, algo que hoy todxs llevamos en el bolsillo y damos por sentado como son los teléfonos inteligentes eran un elemento de ciencia ficción, no debería ser dificil que nos demos cuenta que la tecnología avanza a una velocidad muchas veces incomprensible.
Mientras tanto, “una manzana sigue siendo una manzana”.
“Ah, ya estás metiendo cualquiera.”
No tanto: las cosas concretas, reales, lo siguen siendo. Esa realidad, esa concretitud —te juro que el término existe— le dan a El enigma de otro mundo —y miles de otras, sobre todo de esta época de oro de los efectos especiales prácticos— esa “probabilidad de futuro” prácticamente infinita.
Y si no me creés, hacé este ejercicio: agarrá cualquier película que esté llena de efectos digitales de hace, no sé, diez o doce años, y contame si no los podés hacer mejor con una app que te bajás gratis hoy.
Porque, después de todo, sabemos que el tiempo pone todo en su lugar.