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82 – Hay que esperar a los platillos

Publicado el 12 de agosto de 2021

Es momento de hablar del elefante en la habitación. Venimos hablando del período Warner, del Paramount, del Universal y nunca hablamos del período inglés.

“¿Es un complot? ¿Te paga la Embajada, gordo cipayo?”

Nada que yo más quisiera, pero no. Simplemente pasó.

El período inglés de Hitchcock, que se extendió entre 1922 y 1939, más específicamente en términos de filmografía entre El inquilino (The Lodger: A Story of the London Fog, 1927) y La dama desaparece (The Lady Vanishes, 1938) —o si querés ser muy hinchapelotas La posada maldita (Jamaica Inn, 1939) que era coproducción—, tuvo de todo.

Porque fue, quizás en la obra de un control freak como él, la época de mayor experimentación y menos “todo agarrado de las riendas y bajo control”.

Tuvo comedias, películas románticas pero los melones eventualmente se fueron acomodando, sobre todo después de El inquilino para terminar con el Hitchcock que terminamos conociendo del otro lado del Atlántico años después.

Dentro de esa filmografía, de la que podríamos destacar sin mucho esfuerzo varios títulos (y lo haremos en breve), hubo una que lo cementó como el director del que íbamos a estar hablando en ¿seis? ¿siete? entregas de un newsletter cuarenta y pocos años después de su muerte.

La película (¿o debo decir las películas?) era / fueron El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much) en sus versiones de los años 1934 y 1956.

“Ah, tanto que te quejás de las remakes y ahora me venís con esto. Sincodigueada total.”

Bueno, no tanto.

El concepto de remake quizás estaba fresco, pero no era ajeno a la aparición de la idea en la cabeza del inglés. Muchas películas basadas en un mismo libro, muchas películas rehechas “con sonido” después del fin del período mudo, etcétera… Remakes hubo siempre pero, si bien hay ejemplos recientes de directores haciendo dos veces su propia película (pienso en Haneke y sus dos Funny Games (de 1997 y 2007 respectivamente) o George Sluizer y sus dos El rapto (Spoorlos de 1988 y The Vanishing de 1993 respectivamente, también)), la decisión de remakear su mayor éxito inglés llegó a la cabeza de Hitchcock en medio de un aprieto, pero de eso vamos a hablar en un instante.

Pero primero vamos a hablar del período inglés un rato: contextualizar es la mitad o más de una cinefilia más o menos sana, por si no te diste cuenta leyendo esto y sus ¡81! ediciones anteriores.

La carrera de Hitchcock no empezó justamente con el pie derecho: su primera película, una comedia llamada Mrs. Peabody (1922) nunca se terminó por falta de presupuesto.

La primera película que estrenó fue Always Tell Your Wife (1923), donde compartió la dirección con el actor Seymour Hicks y no fue acreditado.

Recién se lo iba a reconocer en títulos unos años después con The Pleasure Garden (1925) y The Mountain Eagle (1926), dos dramas que poco tenían que ver con lo que nos iba a dar poco después.

(Hasta acá, si hubiera habido Twitter, el bueno de Alfred podría haber ido a ventilar su frustración contra los que sí tenían el nombre en cosas que valían la pena y quizás no estaríamos hoy hablando de él. Por suerte no había redes sociales, ni siquiera sonido en las películas.)

En 1926 se casó con su editora y mano derecha y casi otra mitad (quizás no tan románticamente hablando, cosa que se ha debatido mucho, y la verdad que no sé si tiene tanta importancia) Alma Reville y forma esa extraña sociedad no se iba a romper jamás.

Al año siguiente llegó El inquilino que tanto él como sus estudiosos consideran “su primera película”, donde despliega un poco primitivamente lo que iba a terminar desarrollando a lo largo de su carrera: adaptar una novela, poner a un tipo en el lugar incorrecto y aparecer en un planito a modo de cameo.

La base estaba.

(Sí, en el medio hubo otras películas, pero voy a hacer highlights si no esta entrega la vas a terminar leyendo para el brindis del 24 a la noche.)

Pocos años después llegaría su primera película sonora, Chantaje (Blackmail, 1929) que además de ser una de las más exitosas en Inglaterra ese año, ayudó a delimitar los períodos (mudo / sonoro) de la etapa inglesa del bueno de Alfred.

(Es debatible el “sonora”, de todas maneras, porque Chantaje se filmó como una película muda y después se agregaron las voces, pero para la historia medio que quedó.)

En Murder! (1930) volvió a explorar ese suspense que tanto lo tenía intrigado. Se filmó en doble versión (inglés / alemán) y nuevamente tenía a alguien parado en un lugar incorrecto (en este caso, una actriz condenada a muerte.)

Para principios de los años treinta, el rumor de que “hay in inglés con la cara graciosa que filma muy bien” ya había cruzado el Atlántico y el interés por ver sus películas crecía.

Esto coincidió con la firma —para 1934— de un contrato de exclusividad con la rama británica de la francesa Gaumont, uno de los pesos pesados de aquel entonces (aún activa a nuestros días con el logo casi intacto, ya que estamos contemos todo).

Su primera película para ellos fue El hombre que sabía demasiado, que se considera su primer éxito internacional, por la cantidad de tickets cortados tanto en Europa como del otro lado del charco.

“Ah, ahora vas a hablar de la inglesa.”

No, no aún, en un ratito. Terminemos primero con la carrera inglesa de Hitchcock, sino es un desorden.

Con ese as en la manga, el inglés metió una seguidilla de adaptaciones de novelas y “lo mejor que sabía hacer” con 39 escalones (The 39 Steps, 1935), El agente secreto (Secret Agent, 1936), Sabotaje (Sabotage, 1936), la por muchos considerada “menor” Young and Innocent (1937) y La dama desaparece.

Y acá los yanquis, y especialmente la gestión de David O. Selznick, le ofrecieron el oro y el moro, Hitchcock se cruzó el océano y ahí empiezan todos los Míralos Morir anteriores.

(Sí, te la conté en flashback, corte Casino (1995) (?))

Bueno, hecha la contextualización, parémonos en Hollywood a mediados de los años cincuenta.

Hitchcock, bajo contrato con Paramount, venía de una seguidilla difícil de empatar: La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), Para atrapar al ladrón (To Catch a Thief, 1955) y El tercer tiro (The Trouble with Harry, 1955)… Podríamos decir que estaba en condiciones de hacer lo que quisiera.

Si bien había considerado hacer la remake más “recién bajado del barco” a principios de los años cuarenta, el proyecto nunca prosperó.

Finalmente una década y pico después decidió rehacer una película que ya había hecho, pero con una serie de “obstrucciones” para los que lo rodeaban.

La película era El hombre que sabía demasiado, esa que dijimos hace un rato había sido un éxito total en suelo inglés, pero con veinte años más encima Hitchcock pensaba que la podía mejorar.

En conversaciones con Truffaut, llegó a confesar que sentía que la versión de 1934 era “la obra de un amateur” mientras que la de 1956 “la de un profesional”.

Bueno, ahora sí me parece que es hora de hablar de la versión inglesa un poco.

Viniendo de un par de pifies fuertes, Hitchcock decidió volver a contar una historia de suspenso, teniendo en cuenta lo bien que le había ido con El inquilino.

Decidió adaptar unos cuentos de los que solo se quedó el título (más de esto más abajo) y llamar al húngaro Peter Lorre (protagonista de El vampiro negro (M – Eine Stadt sucht einen Mörder, 1931) de Fritz Lang) para el villano. Todo esto sin saber que Lorre no hablaba inglés y terminó haciendo su papel por fonética.

Filmada con poco presupuesto, la película resultó un éxito muy a pesar de que los productores, en el momento del estreno y no del todo convencidos con el producto, la mandaron al muere como segunda de un doble programa.

El éxito cruzó el Atlántico y fue la primera vez que muchos norteamericanos (y sobre todo ejecutivos de estudios Hollywoodenses) aprendieron el nombre de Alfred Hitchcock.

Bueno, volvamos a los años cincuenta.

Si bien la había filmado bajo contrato con Gaumont y había significado un éxito enorme, los presupuestos que se manejaban de un lado y otro del Atlántico eran abismalmente distintos.

Con la idea de “mejorarla” o quizás de “hacer lo que hubiera querido hacer en ese momento”, Hitchcock puso manos a la obra en un guion nuevo.

Se juntó con John Michael Hayes, que venía de escribir con el La ventana indiscretaPara atrapar al ladrón y  El tercer tiro y lo obligó a una serie de reglas: no ver la película original ni leer el guión, limitándose solo a contarle la historia para que éste le devolviera su propia versión de lo que había escuchado.

“Pero esperá: ¿se llevó bien con guionista de una? ¿No pasó nada esta vez?”

Qué bueno que estás atentx. Por supuesto que no fue una caminata por la campiña inglesa.

Si bien Hayes escribió el guión, se basó en un tratamiento que había escrito Angus MacPhail sobre unos cuentos del periodista británico D. B. Wyndham-Lewis de los que Hitchcock había comprado los derechos en su período inglés, pero solo usado el título. De MacPhail ya hablamos cuando hablamos de MacGuffins, pero digamos que había escrito para el inglés Cuéntame tu vida (Spellbound, 1945) y El hombre equivocado (The Wrong Man, 1956), entre otras.

Cuando Hitchcock anotó la película lo hizo a nombre de los dos, algo que enfureció a Hayes y lo obligó pedir un arbitraje frente al sindicato. Logró el título para él solo, y nunca más trabajó con el inglés. Una de cal y una de arena: no hubo “juego de la silla” de guionistas, pero la silla quedó vacía igual.

Y, si bien a pesar de todos los intríngulis judiciales la trama no varía en mucho, el despliegue sí.

(Es momento de explicar que quizás no tenían por aquel entonces la tecnología de green screen que tenemos hoy en día, donde las películas de superhéroes agregan hasta los extras en una escena de bar con este método, y que si te sentás a verla te hagan un poco de ruido esos “fondos”. Bancala, el cine clásico champagne es así.)

Filmada “en escenarios naturales” (esto es, exteriores en Marruecos, pero después todo en estudio), la versión de 1956 en comparación con la de 1934 parece la Wanda Nara de la actualidad mirando a la de 2008.

Hablaba, antes de hacer ese chiste de Wanda Nara, del despliegue. Y es probable que lo que más te quede de cualquiera de las dos versiones (pero sobre todo de la última) sea la secuencia en el Albert Hall.

Dura doce minutos, tiene ciento cuarenta y cuatro planos y no tiene ni una sola línea de diálogo.

O sí.

Lo tiene, pero de manera visual y sonora. Y sobre todo sonora. No es para menos: El hombre que sabía demasiado iba a ser una de las primeras colaboraciones entre Hitchcock y Bernard Herrmann, a quien se puede ver dirigiendo la orquesta en la secuencia.

Herrmann, con su composición logra narrar sonoramente y apoyar lo que Hitchcock está haciendo visualmente: generar la tensión necesaria para que estemos esperando que el señor toque los platillos.

Es muy discutido entre estudiosos de la obra del inglés si El hombre que sabía demasiado de 1956 fue un gusto que se quiso dar o simplemente un trámite para que los de Paramount le dejaran de respirar en la nuca.

Muchos sostienen que, muy a pesar de que lo le había dicho a Truffaut para salir del paso, Hitchcock prefería la versión inglesa que, sí, tenía un poco más de rebarba y, en una de esas, un poco más de filo.

Difícilmente lo podamos saber, pero qué perdemos con plantar una conspiración más.

Y ya para cerrar, ¿qué decís? ¿Hacemos la séptima (y ultima) o no? Podés votar acá.

Ah, esta democracia sí que se puede ver.

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