En las semanas anteriores hablamos del período Warner, del período Paramount y del período Universal, algo tangencialmente porque nos metimos con la que casualmente lo inició por falta de fe en la carrera de Alfred Hitchcock.
Hoy, vamos a hablar de una obsesión con un animal que duró varias películas, de las veces que nos teaseó una cosa que no era y de la única vez donde esa obsesión y eso que había teaseado se corporizaron en forma de película.
Si no lo adivinaste por el título ganchero que puse (?), tenemos que hablar de Los pájaros (The Birds, 1963). Pero antes, te imaginarás, la vamos a tener que poner el contexto.

Casi como un capítulo en continuidad de una serie de trece episodios que termina con un cliffhanger, Hitchcock estaba, al momento de empezar a trabajar en Los pájaros en la cima de su éxito.
Había estrenado Psicosis (Psycho, 1960) hacía relativamente poco y, si bien se entretenía dirigiendo episodios de Alfred Hitchock presenta y de The Alfred Hitchcock Hour, todos estaban esperando su próxima película.
Ya bajo contrato con Universal, que sería “su última casa”, los convenció para comprar los derechos de una historia de Daphne Du Maurier, escritora inglesa de misterios y afines muy popular en la época y de quien el inglés ya había adaptado Rebecca, una mujer inolvidable (Rebecca, 1940) y se puso a trabajar con Evan Hunter (nacido Salvatore Albert Lombino) que, como aprendimos de ocasiones anteriores con los guionistas de Hitchcock, venía de la televisión y después de algún que otro esfuerzo para el cine, volvió a la televisión.
(Esta distinción es importante, más teniendo en cuenta que hasta bien entrados los años noventa, con el comienzo de “las series buenas” que derivaron en “la era dorada de la series” de la que hoy estamos padeciendo los coletazos más horrorosos, la televisión era la lepra para los del cine y el cine la curación de dicha enfermedad para los de la tele.)
Paradójicamente, y contrario a lo que aprendimos en ocasiones anteriores no se registran durante la escritura ningún” juego de la silla” con varios guionistas, de lo que se desprende que Hunter —aunque prefiero llamarlo Lombino— le cumplió con todos los caprichos al inglés.
(Sí, para esta altura de la soirée ya podríamos establecer que Hitchcock usaba a los guionistas como “máquinas de escribir” de las cosas que él quería hacer, en un proceso quizás menos colaborativo que el que tenía con sus fotógrafos, sonidistas. compositores o diseñadores, pero de eso ya hablamos.)
Lo cierto es que del cuento de Du Maurier quedó poco más que la premisa (“pájaros atacan gente sin mucha razón”) y el inglés y el italoamericano hicieron de las suyas con la historia.

Y si bien Hitchcok habló varias veces mientras promocionaba el film de “La maldad de la naturaleza” o de trabajar sobre la idea de “la impotencia de la gente frente a ella, que no es muy distinta que la que siente frente a un bombardeo”, el guión hacía algo muy inteligente en cuanto a cruza de géneros.
Sí, Los pájaros es una película de terror, pero también es una comedia romántica con elementos de screwball. Esta “normalidad” es, justamente, la que hace que el horror resalte incluso más. Esos personajes que vimos miles de veces enamorándose ahora tenían un problema extra.
Pero la revolución no se iba a quedar solo en el plano narrativo, también iba a estar en la banda sonora. O mejor dicho, en la ausencia de la misma.
Los pájaros, fuera de alguna aparición diegética, no tiene música. Si tiene “sonidos” de pájaros que fueron arreglados por —quién si no— el mismísimo Bernard Herrmann.
La película iba a marcar, por un lado, el debut cinematográfico —y en un protagónico— de Tippy Hedren y, por el otro, la aparición de la última de sus rubias como protagonista.
Pero dejemos de enumerar cosas y vayamos al punto. Esos pájaros.
Hace un ratito hablé de “caprichos”, quizás sea más correcto enmarcarlos como “obsesiones” que habían estado presentes en la filmografía de Hitchcock con anterioridad a Los pájaros. En su película anterior, sin ir más lejos.
Cualquiera que haya visto Psicosis no va a poder olvidar el extraño hobby que tenía Norman Bates: embalsamar pájaros. Estos pájaros, man
ifiestos en esta película más que en ninguna otra, pero presentes en otros lugares de su filmografía, tenían un carácter simbólico fuerte en la narrativa del inglés: cuando aparecían, eran una señal inequívoca de peligro.

Perdón lo tenía que hacer.
Los pájaros, si tomamos a Psicosis como el epítome de la carrera de Hitchcock, podría considerarse el comienzo del declive final, con las cinco películas que vendrían después, muchas veces desdeñadas, muy a pesar de que haya entre ellas cosas cercanas a obras maestras. Pero eso otro día.
(Hablar de “declive” en una carrera como la del inglés está más cercano a un comentario que se puede escuchar en un asado, pero hay varios textos académicos que, se ve, lo creen.)
Lo que sí hizo los pájaros fue unir esa obsesión con la aparición de pájaros —como dijimos antes, presentes embalsamados en Psicosis y en varios lugares más de su filmografía— como señal de “peligro”, todas las veces que —como también dijimos antes— teasió el elemento sobrenatural, solo para hacernos creer algo que no era y los unió en la que, en definitiva, se podría convertir en su única película donde ocurre algo que se sale de los carriles de la dimensionalidad más esperable.
Porque si había algo que le gustaba hacer al inglés era hacernos creer que estábamos frente a algo sobrenatural y después demostrarnos que la estábamos flashando.
¿Cuándo? Bueno, en todas estas ocasiones:
En El agente secreto (Secret Agent, 1936) un perro “siente” la muerte de su amo que está muy lejos.
En la escena inicial de La sombra de una duda (Shadow of a Doubt, 1943) dos personajes tió y sobrina que comparten el nombre de Charlie se conectan casi telepáticamente.
La ama de llaves en Rebecca, una mujer inolvidable tiene una extraña relación con su empleador, incluso después de muerto.
En La ventana indiscreta (Rear Window, 1954), un personaje mata al perro de su vecino porque “sabía demasiado.”
Madeleine en Vértigo (1958) parece estar poseída por el espíritu de una mujer muerta.
En la injustamente denostada Trama macabra (Family Plot, 1976) la protagonista es una falsa mentalista que, para el final de la película termina adivinando donde están unos diamantes.
Todos estos argumentos, obviamente, terminan teniendo un basamento más psicológico que sobrenatural conforme avanza la trama.
Y esto es porque Hitchock, a diferencia de otros directores que se movieron en el mundo del thriller o el horror más clásico, tenía una fascinación por los demonios de lo psicológico y no por los de lo sobrenatural. Algo que se podría definir simplemente entre los fanáticos del género dividiéndolos entre los que les gustan las de fantasmas o las de un asesino con un cuchillo.
El inglés, además, tenía una tendencia a tratar a los objetos inanimados como personajes: algo que se puede notar en la construcción del sonido o la escenografía de muchas de sus películas, pero muy especialmente en La soga (Rope, 1948), donde las paredes, los muebles y prácticamente cualquier cosa que se ve en cámara tiene una sensación de “animación” dictaminada por el tipo de set que se usó para filmarla con una cámara que también tiene vida.
Y quizás todo esta fascinación venga de sus años más mozos, donde Hitchcock aún en Europa fue de visita al set de Los nibelungos (Die Nibelungen, 1924) de Fritz Lang.
“Pero Hitchcock no era un director expresionista”
Gran verdad, pero quizás haya que revisar lo que hizo cuarenta años después con los sets de Marnie (1964), su simbolismo casi freudiano y su banda sonora de Bernard Herrmann que, la verdad, sonaba lo suficientemente alemana. O llamar a Salvador Dalí para que diseñe la secuencia del sueño en Cuéntame tu vida (Spellbound, 1946). Pero eso quizás sea para otro día.
Mirá vos, empecé hablando de Los pájaros y terminé en cualquier lado.
Pero para terminar y volver sobre lo mismo, casi un off topic. Dije mucho más arriba que Hitchcock tomó solo la premisa del cuento de Du Maurier y le inventó una historia alrededor. Una historia que, podríamos decir, era la más sobrenatural de su carrera.
¿Lo era realmente?
En agosto de 1961, un diario californiano informó sobre una extraño envenenamiento de gaviotas que, enloquecidas, comían anchoas y se tiraban de manera suicida sobre las cosas y las personas en el norte de Monterrey Bay.
No tengo las pruebas de que Hitchcock haya decidido dar de baja la historia de De Maurier justo después de leer esta noticia, pero las fechas coinciden demasiado.
Esto haría que, una vez más, el inglés nos haya hecho comer la galletita de lo sobrenatural cuando, en realidad, todo tenía una explicación científica.
El hecho se volvió a repetir en 1991 en el mismo lugar y se culpó a un ácido domoico que los pájaros (en esta segunda ocasión, pelícanos y no gaviotas) habían consumido del agua de la zona.
No se han registrado más incidentes de este tipo hasta la fecha.
Mirá vos, empecé hablando de Los pájaros y terminé en la Muy interesante.