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7 – Te juro que va a ser distinto

Publicado el 5 de marzo de 2020

Una película maldita

Esta semana voy a escribir largo de una película que se pasa de maldita. De una película que terminó cobrándose la vida de varios involucrados, incluido su propio director. De una película que el año pasado cumplió 40 años y que poca gente vio completa. Hablo de Stalker (1979) de Andrei Tarkovksy.

¿Ya te fuiste? Volvé, que el cuento es buenísimo.

Sí: es una película rusa. Sí: dura 162 minutos. Sí: tiene un ritmo, por ponerlo en términos amables, cansino. Pero, a su vez, es uno de los eventos cinematográficos (en una época donde “evento cinematográfico” en general viene de la mano de una promo de pochoclos y coca) más grandes de todos los tiempos.

¿Y por qué? Bueno, eso es justamente lo que te quería contar.

Si nunca la viste, sería interesante que lo hagas. No es una película fácil. No es amable, ni accesible, ni divertida, ni siquiera es muy colorida.

Pero pensaba que, quizás después de leer todo esto, en una de esas te daban ganas de verla. Y ahí salimos ganando vos, yo y el cine.

Y, a diferencia de las películas de las que solemos hablar todas las semanas, esta quizás sí necesite un poco de juego previo. Que sepas a dónde te vas a meter si nunca te metiste.

Para ver Stalker de Tarkovsky sí, para ver El irlandés en Netflix no. Espero captes la sutileza.

Stalker es la quinta película filmada por Tarkovsky en la Unión Soviética e iba a ser la última. De su corta filmografía de solo siete esfuerzos, los dos últimos iban a ser filmados en Italia y Suecia.

Quizás la mejor forma de en qué época estamos parados sea hacer un poco de historia.

El cine ruso post Revolución había puesto varios temas sobre la mesa y había llegado a inventar técnicas de montaje que se usan hasta nuestros días, con películas con El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein o La madre (1926) de Vsevolod Pudovkin.

Claro que la novedad duró un tiempo y las reglas sobre lo que se podía y debía contar se hicieron cada vez más estrictas y el cine ruso, sobre todo durante el Stalinismo entró en una larga decadencia.

Tras la muerte de Stalin la cosa mejoró considerablemente y se puede hablar de un “nuevo cine ruso” o una nueva generación de directores que venían a contar nuevas historias. Entre ellos estaban Grigori Chukhrai con Balada para un soldado (1959), Mikhail Kalatozov con Pasaron las grullas (1957) o el propio Tarkovsky con La infancia de Iván (1962).

Esta nueva generación heredó la proeza visual se sus antecesores y le dio una vuelta de rosca a la narrativa, abriendo un poco las fronteras de un cine que miraba mucho para adentro.

¿A dónde estoy yendo con esto? Ahí viene. No seas ansiosx.

Tarkovsky filma su tercera película en 1972: Solaris (1972). Pensada por la crítica más vaga como “una respuesta rusa a 2001: odisea del espacio (1968)” el film fue, de alguna manera, una vuelta personal sobre un género que se suponía masivo: la ciencia ficción. Y validó un poco al mismo, que venía relegado a “menor” y “una pavada” por los cerebros de turno (siempre los hubo, hay y habrá: qué puedo hacer yo contra eso).

Su siguiente película, El espejo (1975) fue más personal. Y la que menos funcionó. Y la que parecía que iba a terminar su carrera. No tuvo buena recepción de los censores e instituciones cinematográficas rusas y no se vio fuera del país hasta algunos años después.

Tarkovsky estaba, por ponerlo en términos amables, deprimido. Pensaba que su carrera en el cine había terminado y que solo le quedaba escribir para teatro, algo que hizo los años intermedios hasta que le llegó la posibilidad de desempatar su partido contra el gran público.

Y caray que era cabeza dura.

Se decidió por una novela rusa llamada Picnic extraterrestre, de los hermanos Boris y Arkady Strugatsky. Una novela que adaptó muy libremente: en la original hay extraterrestres y muchas cosas que la dejarían cómoda en el estante de “ciencia ficción” de una librería y que Tarkovsky, bueno, cambió un poquito.

La historia es pavorosamente simple: en un país sin nombre y un futuro cercano, un guía (llamado aquí un “Stalker”) lleva de paseo a dos hombres (“El profesor” y “El escritor”, ningún personaje tiene nombre) a “la Zona”, un territorio que ha sido vedado por el gobierno y dentro del cual, se supone, está “El cuarto”: un lugar donde todos los deseos se cumplen.

Hasta acá, todo normal. Pero esperá, querés.

El rodaje fue cualquier cosa menos un picnic. Quizás junto con Apocalipsis Now (1979) de Francis Ford Coppola y Fitzcarraldo (1982) de Werner Herzog, Stalker es una de las películas más malditas de todos los tiempos.

¿Por qué? Bueno, por empezar no se filmó donde se pensaba filmar: tenían todo planeado en la zona de Tayikistán, que ese año sufrió un terremoto devastador. Tuvieron que mudarse a las apuradas a Tallin, en Estonia.

“Bueno, pero las películas cambian de locación todo el tiempo”. De acuerdo: pero pocas veces las cambian por una zona que, se sabe, está llena de residuos químicos que te pueden joder la salud.

Si miran con atención a la película, hay secuencias donde cae una extraña nieve o polvo, que no es otra cosa que químicos de una planta de fabricación de papel que estaba ahí cerca.

Y eso es lo que se ve: lo que no se ve es que gran parte del rodaje fue con el equipo técnico con medio cuerpo hundido en un río por el que bajaban los efluvios de esa misma planta.

Y eso si no contamos que los primeros tres meses de rodaje ¿o debería decir el primer rodaje? de la película no sirvieron.

Pará: ¿Qué?

El director de fotografía Georgii Rerberg estaba probando un nuevo material fílmico, el Kodak 5247, que después fue uno de los materiales color más famosos de la historia, con el que se filmó Blade Runner (1982), El resplandor (1980) o Alien: el octavo pasajero (1979). En 1979, y para los laboratorios rusos, era toda una novedad. Y no sabían muy bien cómo revelarlo. Y por “no sabían muy bien” quiero decir: arruinaron el trabajo de tres meses.

Influídos por la bebida de ambos lados de esta grieta, Tarkovksy culpó a Rerberg, Rerberg culpó a Tarkovksy y dejaron de trabajar juntos. Rerberg guardó el material original por varios años, dicen que se volvió loco y que murió por culpa de este rodaje y que el material del rodaje original se destruyó en un incendio. Pero no me quiero adelantar.

Tarkovsky entonces contrató a un nuevo director de fotografía llamado Leonid Kalashnikov para ver si salían a filmar un mes o dos y podían salvar la ropa: Tarkovsky no quedó convencido con el trabajo de Kalashnikov y decidió… A ver te doy dos segundos para que tires una respuesta. Sí, correcto: decidió ¡ir a filmar de nuevo toda la película! A veces no alcanzan los signos de exclamación.

Y esa es la versión de Stalker que conocemos: ni la primera que se quemó, ni la “segunda” que no conveció a Tarkovsky: la tercera. Filmada, por supuesto, en el mismo lugar tóxico que las dos anteriores.

Para cuando Stalker estuvo terminada, Tarkovsky recibió una carta del Comité Cinematográfico Soviético diciéndole que la película “era muy aburrida” y él les contestó que “le gustaría que fuera incluso más aburrida” y acá es donde nos tenemos que detener por un rato.

Stalker es una película donde no pasa mucho, su sinopsis, ya vimos, se explica en una línea y no es tan importante lo que pasa como lo que transmite.

Si lo querés ver desde un costado formal y de números: una película comercial tiene entre 1500 y 3000 planos en unas dos horas de metraje que duran entre 4 y 6 segundos de promedio. Stalker tiene 142 planos en dos horas cuarenta minutos, con un promedio de duración de un minuto ochos segundos, y varias excepciones de entre cuatro y cinco minutos por plano.

Es una película donde el aburrimiento tiene un peso narrativo. Donde el espectador, a diferencia de las películas donde se explica todo “no vaya a ser que a alguien le quede una duda y tenga que buscar el final explicado en YouTube”, puede aportar su propia interpretación de lo que vio y hacerla propia.

Porque, como explicó cientos de veces el bueno de Andrei, su cine es sobre las metáforas y no sobre los símbolos. El cine más simbólico, si bien tiene varios exponentes muy interesantes y grandes películas, es un poco simple de interpretar y medio que toca siempre el mismo pianito de pocas teclas.

Stalker, que se basa en una serie de metáforas por demás abiertas deja que interpretemos de ella lo que queramos: una alegoría sobre el estado controlador soviético, una película sobre los refugiados políticos, una previsión del desastre nuclear de Chernobyl, un alegato sobre lo que estamos haciendo con el planeta hasta hoy en día, etcétera.

Cualquier interpretación es posible, y cualquier interpretación vale lo mismo que la que está al lado de ella.

En Stalker no pasa nada y pasa todo lo que vos pensás que pasa. Y eso es lo mágico: en una época donde lo único que importa es llegar a la sorpresa y el camino se ve el fast forward, una película que solo se ocupa de mostrarnos minuciosamente ese recorrido sin explicarnos absolutamente nada es algo poderosamente nuevo, incluso cuarenta años después.

Pero esperá que esta no es una disertación sobre una película rusa que ya te estoy avisando que es medio atravesada de ver y que tuvo un rodaje medio áspero: también hay una maldición.

Ya conté más arriba que Georgii Rerberg se volvió loco y se murió, y que el material que había dejado en custodia de una montajista se prendió fuego. Okey: hay tres muertes más.

Empecemos por la del actor que hace del escritor, Anatoly Solonitsyn. Murió de cáncer a los 47 años en 1982. Larisa, la esposa de Tarkovsky corrió la misma suerte en 1998 y el propio Andrei dejó esta dimensión por la misma causa en 1986 a corta edad de 54 años.

Claro que una maldición es nada sin un presagio: poco antes de que los hombres lleguen a “el Cuarto”, pasa una hoja de calendario que, si miramos muy pero muy bien, es del año 1986. Entra música de Los expedientes secretos X.

Aburrida o no, maldita o no, Stalker es la razón por la que a mí y a varios más nos gustan las películas. Por la que las defendemos con tanta pasión y a veces con tanto enojo.

Porque si un proyecto es capaz de hacer todo esto y generar tantas cosas en tanta gente involucrada y no, es porque tiene una importancia y un tamaño que nunca tendrán cinco boludos haciendo que se pelean adelante de una pantalla verde.

Y mirá si viviremos en una época maravillosa, que una cuenta de YouTube la subió completa, en una calidad preciosa y con subtítulos en miles de idiomas para que no la tengas ni que buscar.

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