Generalmente, reacciono mal a las recomendaciones. No es una característica de mi personalidad que me parezca genial, pero basta con que me insistan para ver algo para que la ponga en el último lugar de la pila de cosas para ver.
No estoy orgulloso, pero reconocer el problema es el primer paso para empezar la recuperación. Una onda El show debe seguir (All That Jazz, 1979): “Negación, ira, negociación, depresión y aceptación”. Ah, no te esperabas que te cite un musical. Es el único que me gusta.
Bueno, de todas maneras, a pesar de mi férrea convicción de no ver cosas que me recomienden mucho, tengo varios caveats para la regla. Bah, varios no, pero uno principal: sí escucho recomendaciones de gente que no se la pasa recomendando todo el tiempo, porque en esa excepción debe haber algo que está pasando.
Todo esta intro para decir: De Caro me empezó a insistir para que viera esta película de la que voy a hablar. No suele insistir, no suele recomendar mucho, supongo que porque a él también le jode que le recomienden.
“Bro, tenés que ver The Empty Man (2020)”
Y la fui a ver. Y qué aventura extraña que es.
No sé si estarás al tanto de qué es todo esto, pero voy a explicarlo así que no te pongas ansiosx: está basada en una novela gráfica (el término que usamos los que nos da vergüenza usar “historieta”) que Fox compró hace ya varios años con la idea de desarrollar.
Y ahí, justamente ahí, es cuando empieza esta historia de accidentes.
Cuando revisamos la carrera del su director David Prior, le encontramos una larga carrera como director de documentales en rodaje o making ofs. No suena a algo muy auspicioso: hay making ofs y making ofs, pero generalmente el rubro es considerado “socialero” y no parte del rodaje del producto final.
Claro, que Prior le hacía los making ofs a David Fincher y a Peter Weir. Pero eso fue después de hacer algo bastante heroico.
Prior había tranajado en el making of de una película a que no le había ido bien. Se llamaba Voraz (Ravenous, 1999) y estaba dirigida por Antonia Bird.
Prior estaba convencido de que a la película le tendría que haber ido mucho mejor de lo que le fue y convenció a los ejecutivos de Fox para que le dejaran hacer una super edición para el mercado del DVD. Funcionó. La película tuvo un nuevo público en el circuito “de culto” y los del estudio le ofrecieron su próximo trabajo: que vaya a hacer el making of y se encargue de la edición especial en DVD de una película que no terminaban de entender qué tal iba a ser: se llamaba El club de la pelea (Fight Club, 1999) y era un último voto de confianza en David Fincher, que ya no había recaudado lo de Pecados capitales (Se7en, 1995) con Al filo de la muerte (The Game, 1997).
Esto forjó una amistad entre Prior y Fincher, y trabajaron juntos en muchas de las películas que vinieron después. Esta unión le valió a Prior, que había hecho un corto muy interesante, que se pudiera reunir con los de Fox no como “el del making of” sino como un director potencial.
Muchas fueron las idas y vueltas, con proyectos que parecía que iban a salir y se caían, hasta que los del estudio le pasaron una copia de The Empty Man, la novela gráfica de Cullen Bunn y Vanesa Del Rey para que les diga qué opinaba.
Usando el disparador de la “historieta” y agregándole cosas de varios guiones que tenía escritos, Prior convenció a los de Fox que le dieran luz verde al proyecto.
Bueno “luz verde”: fue, lo que se conoce como un development hell o “infierno de desarrollo”, donde todo lo que pudría potencialmente haber salido mal salió horrorosamente.
La película, que se debía filmar en Sudáfrica para aprovechar unos beneficios fiscales y en las afueras de Chicago se tuvo que suspender ni bien empezó el rodaje por problemas climáticos en ambos lados, justo a tiempo para renuncia del ejecutivo de Fox que más había hecho por que el proyecto se hiciera.
Ya en un limbo medio raro y sin el apoyo que suponía que tenía, Prior terminó The Empty Man y empezó a mostrarla en test screenings. No salió bien: la gente pensaba que era larga, que no se entendía y varias cosas más.
Y ahí, justamente ahí, Fox compró Disney, volviendo e tirar la película a otro limbo extraño, donde nadie (ni los que habían comprado) entendían muy bien qué compatibilidad podía tener una película de terror con la empresa del ratoncito. Hoy, con el diario del lunes, creo que ya podemos responder esa pregunta, pero quizás sea para otro día.
Decidieron ir a montaje de nuevo, hasta que encontraron una versión que al público le gustaba. prior estaba convencido que debía sacarle seis minutos más para que quedara perfecta. No puedo hacerlo, porque los del estudio apuraron el estreno para poder cobrar los beneficios fiscales sudafricanos en año calendario.
Y ese año calendario fue el 2020, que ya viste lo bueno que fue con el cine.
La película finalmente se entrenó en octubre del año pasado en Estados Unidos, como parte de esa “avalancha” de estrenos de cine de terror que generalmente llegan para Halloween. “Se estrenó”, de todas maneras es muy exagerado para decir “la tiraron a desangrarse en las salas pocas salas que por ese entonces estaban abiertas.”
Uno de los mayores errores del lanzamiento, claro, fue de los bochitos de marketing, que decidieron venderla como si fuera una de leyendas urbanas y creepypastas corte Slender Man (2018), un producto a esta altura (afortunadamente) perimido.
Uno de los mayores errores de los equipos de marketing es creer que el fan del horror va a ver cualquier cosa, que le da lo mismo Mandy (2018) que Actividad paraporonga mil. El público de horror es exigente, mucho más que el de la acción, la aventura y la comedia y entiende perfecto cuando le quieren vender gato por liebre.
En este caso, le quisieron vender liebre por gato y el tiro les fue a parar al pie, justo arriba de esos zapatos carísimos. La película no recaudó absolutamente nada y fue, como siempre, culpa del producto y no de la campaña.
Las críticas no ayudaron mucho, tampoco colaboró cierto bullying masivo que se puede oler entre las hordas de resentidos emocionales que pueblan Rotten Tomatoes y sitios similares, llenando de manchas verdes todo aquello cuya bilis del resentimiento le muestra que debería haber sido su lugar.
La película llegó a salas de nuestro país en enero como Empty Man: el mensajero del último día, o eso me dice la internet. Aparentemente, fue justo cuando Tenet (2020) también fracasaba en las pocas salas del interior que estaban abiertas, pero quedaba primera. La de Prior no arañó ni un mitad de tabla.
La verdad que si tengo que hablar de The Empty Man, solo puedo hacerlo bien: una película de proporciones épicas, que se toma cerca de veinte minutos en el comienzo de sus casi dos horas veinte en hacer una introducción a la mitología que va a explorar en el resto del metraje, sin que le importen las fórmulas que sabemos de memoria de “película de terror, una hora y media.”
La valentía con la que lo hace, las ideas visuales y narrativas que tiene, la pone en esa liga de películas que deberíamos revisar y no pasar rápido.
Esa mezcla de horror cósmico lovecraftiano, horror oriental y hasta ciertos guiños a Candyman, el dominio de la mente (Candyman, 1992) de Bernard Rose, la vuelven bastante irresistible.
Y en una época donde, por lo menos desde dónde yo estoy escribiendo esto, a las ocho de la noche te tenés que guardar en tu casa, una de dos horas y algo que te obliga a dejar el teléfono en la otra punta y prestarle atención es una verdadera bendición.
Independientemente de que la película te guste mucho (mi caso), poco o nada, deberíamos celebrarla como a cualquiera que haya hecho lo posible por salirse un poco de la norma en una época donde todo está tan formulaico y encorsetado.
Porque el cine del pasado que llegó hasta nuestros días y que admiramos y al que nos referimos todo el tiempo fue justamente ese: el que decidió romper con los estándares de su tiempo y probar de hacer algo nuevo, valiéndose de lo que tenía alrededor o no.
El tiempo será el que termine dictaminando si esta extraña película pasada de duración y con varias cosas para charlar después de verla finalmente pase a engrosa la lista de “las de culto” que veneramos hasta nuestros días.
Yo le pongo fichas a que sí.