Puede que si te diga ZAZ, tu mente vaya para el lado de Miguel Mateos. Sería un horror, la verdad, quién querría que pase eso.
(Sé que lo de Miguel Mateos es Zas, por favor, si sos fan de Miguel, no me lo hagas saber.)
ZAZ es una sigla que, en realidad, estaba compuesta por tres apellidos, de los cuales dos eran el mismo: Zucker, Abrahams y Zucker.
Y lo que parece una empresa constructora o un estudio de arquitectos fue, en realidad, una unión creativa que cambió la comedia para siempre y como nunca más.
Si fuiste chicx en los años ochenta, recordarás unas comedias muy disparatadas, con cierta cosa accional de dibujo animado, donde había que estar en permanente estado de alerta porque siempre algo estaba pasando en el fondo, que generalmente eran versiones satíricas de otras películas exitosas.
Las pasaban muy seguido en El mundo del espectáculo y las vimos, en su mayoría con un doblaje que nos impidió disfrutarlas en lenguaje original el resto de nuestras vidas. Otras las revimos miles de veces en cumpleañitos y con subtítulos, pero ya no era lo mismo.
Y, precisamente, todo ese recuerdo grupal y emocionante de una niñez que nunca volverá fue lo que inventaron los ZAZ.
El trío, formado por Jerry Zucker Jim Abrahams y David Zucker, empezó como una troupe cómica de teatro llamada Kentucky Fried Theater en su Shorewood, Wisconsin natal mientras iban a la Universidad.
Imposible no amarlos.
El trío (que venía del interior, ya sé: estás pensando en MiDaChi) no tardó en ser un éxito por derecho propio con una mezcla de sketches en vivo y proyecciones de sátiras publicitarias a modo de “intermedio.”
Se mudaron a Los Ángeles, donde fueron un fenómeno de culto que les valió el derecho (en los años setenta Hollywood era verdaderamente una tierra de las oportunidades) a escribir su primera película: Locura yanqui (The Kentucky Fried Movie, 1977), que terminó dirigiendo John Landis, que aún estaba a un año de hacer Colegio de animales (Animal House, 1978).
Locura yanqui funcionaba como una suerte de extraño zapping televisivo, donde se veían publicidades de productos imposibles y películas de bajo presupuesto producidas por un tal Samuel L. Broncowicz.
(La idea fue “tomada” algunos años después por Landis para una película dirigida entre otros por él y Joe Dante llamada Mujeres amazonas en la Luna (Amazon Women on the Moon, 1988), que era graciosa, pero no estaba a la altura de la que homenajeaba.)
La película, de bajo presupuesto, funcionó bastante bien y le aseguró la carrera de director a Landis y la de guionistas a los ZAZ.
Para finales de la década, se habían agenciado un presupuesto que ni ellos podían creer (cerca de cuatro millones de dólares) para escribir y dirigir su primera película. Tal era la locura, que mandaban fotos a sus familias mostrándoles que lo que decían era cierto: que iban a hacer su propio film.
La película, por si hace falta aclararlo fue Y… ¿dónde está el piloto? (Airplane!, 1980), una de las comedias más exitosas de todos los tiempos.
Los ZAZ no habían hecho algo nuevo, pero sí le habían dado a algo que ya existía su propia impronta: a las sátiras que se podían ver en los comienzos de las carreras de Woody Allen o Mel Brooks, le agregaron una velocidad inusitada. Las cosas sucedían de una manera ansiosa, imposible, genial.
Y no era solo una seguidilla de gags: había en toda esa demencia una estructura dramática de fierro y cuestiones narrativas que, además de permitir que pasara todo eso, ayudaban a que hubiera una cohesión y lógica.
Tal fue el éxito de Y… ¿dónde está el piloto? que el trío se consiguió una corta pero maravillosa carrera televisiva con seis episodios de Police Squad (1981), una suerte de versión embrionaria de lo que sería la saga de La pistola desnuda, con Leslie Nielsen haciendo del inolvidable Frank Drebin.
Volvieron al cine en 1984 con lo que sería su obra cumbre: Súper secreto (Top Secret, 1984).
Qué decir de Súper secreto más que que si nunca la viste la corras a ver. Es, probablemente, una de las comedias mejor hechas de la historia de la humanidad.
Difícil seguir pintando después de haber hecho la Capilla Sixtina, pero los ZAZ lo intentaron, cambiando un poco lo que venían haciendo. Ese tren de frente se llamó Por fin me la quité de encima (Ruthless People, 1986) y no fue muy bien recibida.
El trío decidió seguir cada uno por su lado y perseguir diferentes proyectos, se habló de una “pelea”, pero esa teoría, temo contarte, es absolutamente falsa. Fue todo un tema de guita, pero sin que nadie se enoje con nadie.
La cuestión es bastante simple: fuera de que algunos en el trío querían probar cosas nuevas, el mayor drama era que, justamente, eran tres.
Firmaban las películas como guionistas y directores y, por más bien que le fuera a un proyecto, todas las regalías debían dividirse entre los inovlucrados.
Para cuando llegó el primer fracaso en 1986, se dieron cuenta que ese tercio podía no ser suficiente para poder seguir dedicando el tiempo a semejantes empresas.
Cada uno tenía ideas por separado, y lo que antes eran franchisings conjuntos, pasaron a ser “de cada uno”: Abrahams se fue a hacer las películas de Locos del aire (Hot Shots!, 1991), mientras que David Zucker hizo lo propio con la saga de La pistola desnuda (The Naked Gun, 1988).
Ambas sagas, llenas de gags inolvidables, son igualmente “menores” en comparación con lo que habían hecho menos de diez años antes. Pero, nuevamente, la Capilla Sixtina ya estaba pintada.
Jerry Zucker, por su lado, se decidió por una carrera de cine más convencional (similar a la de uno de los Farrelly haciendo Green Book (2018), pero con un poco más de dignidad) y terminó metiendo un batacazo de principios de los años noventa: Ghost, la sombra del amor (Ghost, 1990).
Claro que el “en solitario” es relativo, porque basta revisar el equipo de las películas que hicieron y aparecen los demás de coguionistas, productores y demás cotillón. No los podemos culpar, con todo lo que nos dieron, de querer tener un quincho más grande en la casa de fin de semana.
La obra de ZAZ es extraña porque es muy “autocontenida”: a pesar de haber hecho éxitos imposibles y de que su estilo de humor fuera uno de los más internacionales que se puedan encontrar, su estilo rara vez fue imitado.
Seguro, hay que tener el talento y la destreza visual de ellos para lograrlo y los pocos que lo intentaron quedaron muy a mitad de camino, pero de todas maneras: teniendo en cuenta lo exitosas que eran, demasiados pocos quisieron ver si les daba la nafta.
Peeeero, de todas maneras, siempre hay un legado. Podríamos decir que, en gran parte, esa forma ansiosa de veinte chistes por minuto que tienen Los Simpson o South Park tiene su anclaje en todo esto que vengo contando, pero en el cine la cosa se torna casi nula. Y es casi, justamente porque hay una excepción bien clara y, por cierto, exitosa.
Tendremos que agradecerle a los ZAZ la carrera de un actor y director que, si tomamos la carrera de Jerry Zucker como parámetro, hizo el mismo camino, pero exactamente al revés.
Porque el único lugar donde, hoy por hoy, podemos encontrar algo que nos recuerde al cine de los ZAZ, con las diferencias autorales del caso, es en el cine de Ben Stiller.
Stiller, que empezó haciendo esa extraña “comedia romántica” medio grunge que fue Generación X (Reality Bites, 1994), pasó a la comedia más demente con El insoportable (The Cable Guy, 1996), terminó graduándose con honores en “la Universidad de ZAZ” con Zoolander (2001) y, sobre todo, con Una guerra de película (Tropic Thunder, 2008).
Pero por más que tengamos versiones aggiornadas de cosas que disfrutamos como locos de chicos, siempre volveremos a reírnos como idiotas cada vez que Joe Patatas dice “No es Mel Tormé.”