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64 – A medianoche

Publicado el 8 de abril de 2021

Dejando de lado las rivalidades futboleras que, supongo, no se extinguirán jamás, tenemos una relación extraña con Brasil. No es que lo odiemos manifiestamente, o que lo ignoremos, difícil sería ignorar semejante mole, ni nada por el estilo: simplemente hablamos distinto.

La barrera idiomática que impuso el detalle de que ellos hayan sido una colonia portuguesa y la enorme mayoría de Latinoamérica una española hizo que Brasil, enorme como es, se haya quedado “aislado” culturalmente del resto de sus vecinos.

No es que les haya hecho mal ni nada. A diferencia de otros países de la región, su idiosincracia es clara e intransferible: tienen sus propios códigos, su copia cultura y su propia percepción de espectáculo, como una versión en anabólicos que la provincia de Córdoba, que tiene su propio star system con Sabroso y Chébere llenando estadios (?)

Por todo esto es que sabemos poco de la historia del cine brasileño. Podemos aprender, obvio, si nos ocupamos de buscar, pero son contadísimas las películas que llegan cada año, si comparamos el flujo de producción que tiene y las películas que finalmente terminan en las salas. Hará una década o así, hubo un flujo mayor, pero se trataba en su mayoría de comedias imposibles con el bendito “elenco global”

(El “elenco global” se refiere a actores bajo contrato de la cadena de televisión Globo. Sería algo así como que nosotros solo exportemos las películas de Carnevale. Pa, ñeri: mirá la pesadilla que te acabo de contar.)

Obvio que cuando legan las excepciones, como las dos últimas películas de Kleber Mendonça Filho Aquarius (2016) y Bacurau (2019), te sentís como cuando te juntás con esxs amigxs que no ves tan seguido y la pasas genial y te preguntás por qué no se ven todo el tiempo.

Pero, como te imaginarás no vengo a hablar de eso, y para poder contar lo que vengo a contar voy a necesitar que nos ubiquemos en tiempo y espacio.

Y nos vamos a tener que ir a Brasil, pero en los años sesenta. El país, con un idioma raro, no estaba ajeno al bombardeo de vanguardias cinematográficas que había por todas partes del globo en ese momento: los franceses, los polacos, los checos, los argentinos con el primer Nuevo cine argentino y los brasileños con el Cinema Novo.

Como cualquier vanguardia que sea precie, el Cinema Novo se rebelaba frente al cine industrial que se venía haciendo en el país hasta ese momento, plagado de comedias y películas que querían parecerse a las de Hollywood sin mucha suerte.

El Cinema Novo llegó para romper con todo eso: hablaba de independencia y libertad, tocaba temas que eran más afines al público local y tuvo varios exponentes de peso.

El más famoso quizás haya sido Glauber Rocha con su Dios y el diablo en la tierra del sol (Deus e o Diabo na Terra do Sol, 1964), un drama histórico, pero también un western con disforia de hemisferio.

(Ya se ha hablado esto, pero el publico se renueva: si en Alemania se hacía el kraut western y en Italia el spaghetti western, el de Rocha era sin dudas el feixoada western. Pará, no te vayas, te juro que no sigo con eso.)

Pero no vengo acá tampoco a hablar de Cinema Novo. Vengo a hablar de una película que nos hizo descubrir a un personaje que llevaríamos por siempre en nuestros corazones desde el momento en que lo conocimos. O que llevarás, si no lo conocías y lo conoces gracias a este envío.

Esta es la historia de un chico, que era el hijo del dueño de un cine en Sao Paulo, a quien a corta edad recibió de regalo una cámara de paso reducido y empezó a experimentar haciendo cortometrajes y algunas películas casi amateur, hasta que a los 27 años decidió que era el momento de hacer esa película con la que siempre había soñado.

Su nombre era José Mojica Marins, más conocido con el nombre de su personaje más memorable: Zé do Caixão.

Con cortísima edad y poquísimo presupuesto, Mojica Marins se las arregló para hacer una película de terror, algo muy poco común incluso hasta en la actualidad del cine brasileño, y encarnando el papel principal.

La película, dueña de uno de los mejores títulos que te vas a encontrar en tu vida A medianoche me llevaré tu alma (À Meia-Noite Levarei Sua Alma, 1964) contaba la historia de Zé do Caixão, o “José Ataúd” si lo querés traducido, un sepulturero que echaba maldiciones en un pueblo y buscaba a la mujer perfecta.

La película se distribuyó, en principio, como se pudo. Solo recién cuando llegó a las salas y fue un éxito incomprensible de público, la cosa tuvo algún ribete de seriedad.

Mojica Marins había inventando un monstruo, su monstruo personal que lo iba a acompañar a lo largo de cuatro películas más: Esta noche encarnaré en tu cadaver (Esta noite encarnarei no teu cadáver, 1967), El extraño mundo de Ze Do Caixao (O estranho mundo de Zé do Caixão, 1968), El despertar de la bestia (O Ritual dos Sádicos, 1970) y el extrañísimo y relativamente reciente reboot La encarnación del demonio (Encarnação do Demônio, 2008)

Zé do Caixao tuvo su propia serie de televisión e historieta y Mojica Marins (¿acaso no eran una misma cosa?) terminó dirigiendo más de cuarenta películas, de temática sobrenatural y hasta fue uno de los pioneros del cine porno en el país vecino, llegando a cometer algunos excesos de los que se habla más adelante.

Perpetuamente disfrazado, con sus uñas largas y su halo diabólico, Mojica Marins no tardó en convertirse en una versión mucho más real de ese Bela Lugosi o Boris Karloff que quiso imitar, con ese extraño halo que te da la duda de si, efectivamente, Zé do Caixão era real o no.

Y de eso, justamente, es de lo que te vengo a hablar. Mojica Marins visitó nuestro país en dos ocasiones: para el primer y décimo Bafici.

En el primer Bafici se hizo una retrospectiva de su obra hasta el momento, que incluyó para los presentes algunos momentos que quedarían grabados a fuego en su memoria cinéfila.

En un esfuerzo denodado de producción (?), Míralos Morir se comunicó con mi compañero de podcast Sebastián Rotstein, en ese momento parte de la programación de ese festival que nadie sabía muy bien cómo iba a ser.

La cosa había empezado accidentada:

“Mojica Marins no era la primera opción. La primera era Russ Meyer, con quien hablé un par de veces por teléfono, pero esa es historia para otro momento. No teníamos cerrada la sección de medianoche y hablando con Esteban Sapir, que era uno de los programadores, me dice “Che, yo conocí un director brasilero, no me acuerdo el nombre, tenía uñas largas, las películas eran una locura… Entonces, con esos datos, lo llamé a Kuschevatzky y le digo: “Che, uñas largas, brasilero…” y automáticamente me responde “Zé do Caixão.”

Llamé al festival de Rotterdam, que era donde lo había visto Sapir, ellos me dieron un teléfono en algún lugar de Brasil al cual llamé. Nunca supe con quién hablé, pero me dijo “Llama en una hora”, a la hora llamé. Hablé con Mojica Marins que no hablaba ni castellano ni inglés y yo no hablaba portugués. Más o menos nos entendimos y a las cuatro horas me mandó un mail su biógrafo André Barcinski, que fue con el que terminé coordinando la visita.

El otro invitado grande de ese primer Bafici, además de Mojica Marins y su biógrafo André Barcinski, era Gaspar Noé y pegamos buena onda con él. Cuando le cuento que el otro invitado era Mojica Marins me dice “Pero ese es el primero que hizo una película porno con animales. Lo quiero conocer.” Noé tenía la opción de ir a un almuerzo con Francis Ford Coppola, que había venido “de rebote” acompañando a su hija Sofía que presentaba un corto, y decidió venir a Babilonia a almorzar con Mojica Marins, Axel y yo.”

En la noche del comienzo de la retrospectiva, que cayó un jueves de Pascua, pasaron varias cosas:

“El día del estreno de lo fui a buscar al Bauen. Fuimos caminando hasta el Cosmos con André Barcinski y cuando estamos llegando vemos una fila que llegaba como hasta la esquina y nos preguntamos “Che, ¿qué es esta fila? ¿Qué onda?” Y cuando nos dimos cuenta que era una fila para ver A medianoche me llevaré tu alma, que fue la primera película que se vio de él en la retrospectiva, el tipo quedó impactado. A punto tal, que el último día llegó media hora tarde al cine porque, según su biógrafo, estaba pasado de emoción por la repercusión que había tenido su retrospectiva y no quería que lo vieran llorar.”

El show estuvo en la película y en la presentación, donde Mojica Marins, canalizando a Zé do Caixão, hizo una invocación de brujería para proteger a los espectadores.

“La retrospectiva de Bafici generó que el festival de Sundance levantara otro foco que ya tenía preparado y mandara a hacer copias nuevas de todas sus películas para hacer su propia retrospectiva al año siguiente.

Diez años después lo volvieron a invitar a presentar su nueva película y vino. Sergio Wolf, que dirigía Bafici en ese momento, me invitó a moderar la charla nuevamente. Fue la última vez que lo vi.”

José Mojica Marins, el Bela Lugosi brasileño murió en febrero del año pasado a los 83 años, llevándose con él la leyenda y un concepto cada vez más escaso: el de “superhéroes que sí.”

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