Extraños como están los tiempos que vivimos, y a diferencia del año pasado, donde “la nueva normalidad” era flamante, no solamente nueva y los agarró desprevenidos teniendo que suspender todo, este año sí hay Bafici, el apócope de Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente, que celebra (finalmente) su edición número 22, el año que debería celebrar la 23, pero quién está contando.
La programación consultable está acá, el catálogo para los más old school acá y el reglamento no dista mucho de otros festivales que se vienen haciendo que es: hay funciones presenciales (con aforo) en algunas pocas salas y al aire libre (de ahí el por qué del adelanto en fechas) y tres días de funciones virtuales con posterioridad al estreno “de carne y hueso” que, supongo, tendrán algún tipo de capacidad virtual (dictaminado por la lógica del “no agotarle todo el publico natural a algo” que no me parece del todo mal) como en todos lados.
Las funciones tanto presenciales como virtuales son gratuitas este año y basta con anotarse acá, desde dos días antes de la función y hacer la reserva a razón de una persona por función. Siendo que las entradas son un bien finito, estaría bueno que reservemos solo para las películas que vayamos a ver seguro y no le caguemos la posibilidad a otrx de ver algo por propia gula, pero lo escribo y pienso “y que creamos en Papá Noel también.” Bueno, tratemos de ser todo lo buenxs que podamos.
Me imagino que, frente a un catálogo de (tan solo) un par de cientos de películas (más de eso más tarde) te podes desorientar un poco, así que por eso estoy acá, como para señalarte las cosas que (a mí, a título absolutamente personal) me llamaron la atención.
La guía para enfrentar un festival de cine la hice un poco en las ediciones festivales anteriores que se citan más arriba, así que no me voy a repetir.
Lo primero que te vas a encontrar si te pones a recorrer el catálogo es que cortos y largos están mezclados. Y eso, amigxs, nunca es buena señal. No tengo nada en contra de los cortos, una disciplina muy loable que, en lo personal no me copa tanto, eso es simplemente un tema de gustos, sino de que una página de catálogo ocupada por un corto suena a engorde y, un poquito, a estafa moral. Pero, como dije un poco más arriba: más de eso más tarde, tómatelo como un teaser, como dice la pibada ahora.
El festival tiene dos películas de apertura, supongo dictaminadas por la multiplicidad de sedes por “la nueva normalidad” que son Bandido (2021) de Luciano Juncos, una extraña película con ¡Osvaldo Laport! haciendo de ¡cantante cuartetero! y El universo de Clarita (2021) de Tomás Lipgot, que es parte del Baficito. La película de clausura, por su parte es una sola y No va más (2021) de Rafael Fillipelli, si es que sos de hacerte ese tipo de cosas (?)
Además de esto hay tres competencias: la internacional, la americana y la argentina y Noches especiales fuera de competencia, además de los clásicos “panoramas” de Trayectorias, Noches especiales, Baficito (este año con un foco de ¡Manuel García Ferré!), Música, Discos, Comedia, Romances, Artistas en acción, Pasiones, Retratos, Familias, Lugares Superhéroes, Películas sobre películas y la siempre querida Nocturna. Los homenajes de este año son tres: uno a Penélope Spheeris (sí, la directora de La caída de la civilización occidental (The Decline of Western Civilization, 1981), pero también de El mundo según Wayne (Wayne’s World, 1992)), uno a la documentalista italiana Cecilia Mangini y otro a la competencia de realización documental de Piemonte.
Eso, estructuralmente es todo. Un Bafici como cualquier otro, aunque, como dije hace un momento, sensiblemente más magro que otras veces. Más de eso, nuevamente, más adelante.
A los fines de evitar el tedio de mis queridxs lectorxs, voy a ir con una lista de películas que tendría ganas de ver en esta edición, después de hacer una revisada exhaustiva del catálogo, independientemente de qué sección ocupen.
Como siempre, cualquier festival es una buena oportunidad para ver (en sala o como puedas) películas que de otra manera suelen ser bastante inaccesibles. Las nacionales, sabemos, suelen tener suerte esquiva si no frecuentamos en Gomón (máxime ahora después de la iluminadísima decisión de discontinuar Jueves Estreno en Cine.ar, una movida solo comprensible si el objetivo es que las cosas no se vean ya con un fin sádico), así que el clásico addagio de “las nacionales a la larga las terminas viendo”, medio que dejó de aplicar.
Sí, acá cobran todxs, qué te creías.
Así que acá va una lista desordenada de cosas que me llamaron la atención, sin mucho orden más que el que vaya pintando.
Va siendo hora, igual, de que le ponga el culo a la jeringa y diga que dos películas de este año cuentan con mi grata presencia: una es Los visionadores (2021) de Néstor Frenkel, película en la que “””actué””” (no me alcanzan las comillas) cuando era joven y necesitaba el dinero que se termina recién ahora y Directamente para video (2021) de Emilio Silva Torres, un documental sobre el amado thriller uruguayo Acto de violencia en una joven periodista (¿1988?) de Manuel Lamas, donde soy testimonian junto al querido Sebastián Rotstein. Y si hablamos de gente querida, también se estrena New Indians, el camino del grunge (2021) de Sebastían De Caro y Fernando Guida, un documental sobre la gira como músico del basquetbolista Fabricio Oberto.
Habiendo pasados los chivos de rigor, y sobre los que no puedo opinar por la cercanía que me une a los sujetos involucrados, voy con las que me llamaron la atención:
Entre las “películas esperadas” o “películas de directorxs que hemos visto en ocasiones anteriores” hay bastantes:
Después de habernos hecho esperar no sé cuánto para La flor (2018), Mariano Llinás tiene película nueva este año con Concierto para la batalla de El Tala (2021) que, por si te lo estás preguntando, dura poco más de una hora.
Nos podemos cruzar con Israel (2021), la nueva película del siempre experimental Ernesto Baca, con La vagancia (2021), primer esfuerzo “de carne y hueso” del genial animador Ayar Blasco o con La promesa del retorno (2020) del chileno Christián Sanchez, a quien varios señalan como el sucesor de Raoul Ruiz. Queda en vos definir si eso es algo bueno o malo, claro.
Entre esas cosas que vos mismo deberías definir está Death of Nintendo (2020) del filipino Raya Martin, El diablo entre las piernas (2019) del mexicano Arturo Ripstein e Introduction (2020) del coreano Hong Sang-soo.
De no conseguir entradas para esta última, bastará solo con ver la anterior y hacer de cuenta que se está viendo la nueva, porque es sabido que:
Bueno, volviendo.
Lopez (2021) el documental sobre el artista Marcos Lopez a cargo de Ulises Rosell (Bonanza (2001), sin ir más lejos) puede ser una buena opción, igual que Responsabilidad empresarial (2020) de Jonathan Perel, que viene armando un corpus de obra sin prisa pero sin pausa en los costados más extremos del documental más experimental y despojado. Está también entre las que podemos señalar fácilmente Le sel des larmes (222) de Phillipe Garrel, de quien el Bafici hasta tuvo retrospectiva.
Pero, de entre todos los nombres conocidos, quizás destaquen dos por la rareza, a esta altura de la soirée: el de Alexandre Rockwell, con una nueva película llamada Sweet Thing (2020) y el del exiliado en Italia Abel Ferrara con Tommasso (2020), una suerte de cruel autobiografía sobre su estado actual de cosas.
Hay, también, películas de directorxs que capaz no son tan conocidxs, pero que han hecho levantar una ceja por multiplicidad de razones:
Jesus Shows You the Way to the Highway (2019) de Miguel Llansó es una coproducción entre Estonia, España, Etiopía, Letonia, Rumania y Reino Unido, una extraña película de postsuperhéroes que, si lo que el catalogo promete se cumple, puede ser una versión siglo veintiuno de Rat Pfink A Boo Boo (1966) de Ray Dennis Steckler y varias cosas más.
Siguiendo con las inclasificables, tenemos The Mystery of the Pink Flamingo (2020) del español Javier Polo que indaga sobre la figura decorativa del flamenco rosa, Sammy-Gate (2020) de Noel Lawrence, una de conspiraciones, Watergate y Sammy Davis Junior y la uruguaya Ficción (2020) que se pregunta desde su sinopsis: “¿Dónde está una película antes de ser filmada?”
Club Internacional Aguerridos (2019) del mexicano Leandro Córdova es un falso documental sobre un alguien que se mete a hurgar en la extraña escena punk en el DF y termina uniéndoseles, como una Patty Hearst a la que le gusta el picante. Los plebes (2021) de Eduardo Giralt Brun & Emmanuel Massú, un documental sobre sicarios en Sinaloa, quizás no desentone para nada con la anterior si lo que buscas es un doble programa de ficción / no ficción. Y solo para seguir con los documentales, Una casa sin ventanas (2020) de Julián Troksberg intenta desandar el destino de Isabel Perón y sus lazos (o no) con el peronismo más ortodoxo.
Communists! (2021) de Christopher Small promete ser una comedia salvaje sobre el mundo de los festivales de cine y la cinefilia en general. Carmen Vidal mujer detective (2021) de la uruguaya Eva Dans nos mete en un mundo de film noir rioplatense que nos hace preguntarnos cuándo nos va a defraudar el cine uruguayo. Algo se enciende (2021), opera prima de la argentina Luciana Gentinetta se dispone a ser una suerte de misterio por la desaparición de una joven y un tratado de teen angst que dan ganas de explorar. Expansivas (2021), la nueva película de Ramiro García Bogliano (Masacre, esta noche (2009) y la genial Scherzo diabólico (2015), entre otras) promete un thriller protagonizado por mujeres.
Entre las musicales, se destacan la francesa Le choc du futur, de Marc Collin (a quien quizás conozcas de su banda Nouvelle Vague) sobre la música francesa durante los años setenta y la genial (y española, por cierto) The Rise of the Synths (2019), un documental sobre la movida synthwave que tiene una intro de nadie menos que John Carpenter.
Y creería que por ahí tenés algo que te oriente. Como siempre, agarra lo que te parezca interesante y desecha lo que no. Y revisá vos mismx el catálogo, que quizás encuentres cosas que a mí se me pasaron.
Bueno, hecho el trabajo de revista Miradas, quisiera decir un par de cosas. Hace muchos párrafos teaseé un par de veces con unos “más de eso más tarde” y el momento llegó.
Empiezo haciendo el disclaimer del bien pensante y digo: me imagino que todo esto va a cambiar ni bien “la normalidad” vuelva a restablecerse, pero. Siempre hay un pero, máxime en el país donde el impuesto al cheque era algo transitorio de dos meses.
Quisiera creer (sigo con la bondad, verás) que esta merma de casi el 50% en la cantidad de títulos y ni hablar en la cantidad de largometrajes obedecen a que estamos “bajo circunstancias especiales” y al “qué bueno que se pudo hacer como sea”, dos argumentos que nadie refutaría ni habiendo fumado paco.
También es cierto, y los catálogos de años anteriores están ahí para atestiguarlo, que los Baficis de cuando la pandemia era apenas un argumento en una película de ciencia ficción medio barreta, habían mermado en su cantidad de oferta. De los años de “quinientas películas” anunciadas con bombos y platillos (incluyendo los cortos, un chiste que no se pasa de moda), pasamos a las “cuatrocientas” y a no decir nada más en los últimos años, un dato que era comentado sotto voce en pasillos entre los que estábamos interesados en la salud del evento, incluso con gente que trabajaba y trabaja en el.
Obvio que el contexto económico en una actividad que depende de viajes y screener fees (que cada vez son menos pedidos, pero aún existen) en dólares puede ser una razón para el achique. En la otra mano, las sucesivas decisiones (conscientes o no, como los cambios de sede a lugares con menos salas y demás cotillón) no parecen contribuir a pensar que va a estar todo bien ni a creer, como dije antes hablando de otra cosa, que Papá Noel existe.
Me consta de mil maneras que los que trabajan en el festival hacen su mayor esfuerzo para que las cosas salgan lo mejor posible, esperemos que la decisiones del lado de Cultura estén a la altura de lo que un festival como el Bafici, del que haremos muchos chistes siempre pero al que queremos y del que estamos orgullosos, necesita.
Ahí está. Era eso. No era una denuncia, ni siquiera una sospecha: simplemente un “quisiera creer que soy solo un malpensado” que tiene más ganas de que se termine convirtiendo en un “qué manía que tengo de pensar siempre mal” que en un “puta, al final tenía razón.”
El tiempo lo dirá.