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53 – En los cumpleañito

Publicado el 21 de enero de 2021

Como habrás visto en redes sociales, soy de promocionar esto lo mínimo indispensable. Primero porque no me copa el autobombo y segundo porque creo en el crecimiento “orgánico”: me resulta deleznable esa chusma de oligofrénicxs que quieren llegar a tal número de followers, incluso cuando eso signifique sacarle una cuenta de redes a una abuela en coma.

Lo que sí me divierte es contestar preguntas en Instagram. Lo hago porque es mejor que mirar Intratables y porque, quizás esto no se sepa tanto, hay varios que después mandan DMs diciendo que vieron tal o cual oscuridad y que están muy contentos. Muy a pesar de todos esos otrxs que se las venían guardando detrás del “no es para vos” y del “reíte como si hubieras entendido el chiste” del prestigio y los laurelitos.

Y ese es precisamente el objetivo de todo esto: demostrar que las películas están ahí para verlas y que lo único que te separa hoy por hoy de ellas es una conexión a internet y un poco de curiosidad.

Pero como entre esas preguntas siempre surge la de “¿Y cómo hago?”, como si hubiera una fórmula mágica que de la noche a la mañana te convierte en cinéfilo y lo podés poner en la bio de redes. Así que se me ocurrió que a modo de festejo de aniversario podía pelar una edición un poco más personal, un método posible y alguna que otra bronca que surja en el medio. Pero no me quiero enojar. Mucho.

¿Va a ser esta una edición de un viejo recordando? Bueno, una parte probablemente sí, pero ES MI CUMPLEAÑOS Y HAGO LO QUE QUIERO.

Bah, el Míralos Morir, en realidad pero bueh.

Si tuviera que entender cuándo empezó mi relación con las películas, me tendría que remontar a cuando tenía unos ocho años y vivía en Ushuaia por cuestiones de laburo de mi viejo.

Había en la ciudad un solo cine en ese momento que, siendo mediados de los ochenta, era más parecido a una piojera de esas de Lavalle que pasaban más eróticas de Condito que otra cosa.

Sí había videoclubes y un boom del video que se vivía de una manera desaforada. Se decía por aquel entonces que Ushuaia tenía “el videoclub más grande del mundo” con arriba de diez mil títulos. Ni idea si era el más grande, pero seguro que era un montón.

En esos años vi cosas que nunca vi en Buenos Aires incluso después, como el Videobag, una extraña mochila donde entraba ¡doce! VHS y que la gente llevaba llena de cosas que había visto y cargaba nuevamente con cosas que no.

Hay que entender, era una cuidad donde era de noche o o de día todo el día dependiendo de la estación. Era encerrarse o volverse loco.

En esa época me vi buena parte del cine de los ochenta, además de hacerme bastante fanático de las de James Bond que veía a repetición, sin que me importara mucho que “las malas” eran las de Roger Moore. Octopussy (1983) o Moonraker: misión espacial (Moonraker, 1979) en ese momento eran para mí una de Bela Tarr.

Otra de las actividades con la que ocupaba mi tiempo era viendo la sección de espectáculos de los diarios, especialmente los jueves y los fines de semana que venían tapizadas de afiches de películas que se estrenaban en Buenos Aires. Aquello, con los cines estrenando de todo, parecía el paraíso.

En las vacaciones mis viejos me mandaban a “la gran cuidad” con mi abuela y me la pasaba yendo al Los Ángeles a ver las Cupido motorizado o lo que estuviera en cartel, además de los estrenos de vacaciones en el Atlas Belgrano y el Mignon principalmente.

A los dos años volví a Buenos Aires y seguí vaciando videoclubes: a medida que se me terminaban las cosas para ver en uno, me hacía socio de otro.

Y llegó la secundaria y el centro y aparecieron Mondo Macabro y Liberarte que, a pesar de estar en veredas opuestas de la cinefilia, hacían un lindo combo y estaban a tres cuadras de distancia.

Así es como de Mondo me llevaba Pink Flamingos (1972) de John Waters y Frankenhooker (1990) de Frank Hennenlotter y de Liberarte Extraños en el paraíso (Stranger Than Paradise, 1984) de Jim Jarmusch y Todo en una noche (Helsinki Napoli All Night Long, 1987) de Mika Kaurismäki.

En paralelo iba a las Medianoches Bizarras que organizaban Fabbiano, Peña y Manes en el Club del Cine, a las funciones itinerantes del Cineclub Nocturna de Cristian Aguirre y decidí hacerme socio del Cine Club Núcleo de Salvador Sammaritano donde veía los estrenos prestigiosos y El acorazado Potemkin (Bronenosets Potemkin, 1925) en las funciones de revisión de los fines de semana.

Sí, era el único de 16 años en una platea de señorxs de más ochenta, pero me sentía “en mi elemento.”

A la par, leía todo lo que estaba a mi alcance: libros, y sobre todo en esa época revistas, que llegaban con relativa facilidad a BL (todavía no era Camelot), Librofilm y algunas comiquerías como Meridiana.

Eran épocas de leer la Psychotronic Video, la Shock Cinema, la Filmfax, la Cinefantastique, la Film Threat, la Sight & Sound y varias más, además de hacer lo posible por entender el panorama local, entendiendo al toque la la única que se salvaba era la Film.

Con todo eso y sin internet, ayudado por una Film Guide de Maltin y la Film Ecyclopedia de Katz, uno iba armándose un panorama en la cabeza.

No había IMdB ni mucho menos y para mediados de los noventa, cuando salió Un diccionario de films argentinos de Manrupe y Portela, se leía de principio a fin como una novela.

Ese fue un poco “mi método”, que fue más error que prueba, pero me funcionó.

¿Existe hoy otro método mejor que sea seguro y te saque cinéfilo en tres meses? La verdad que no, a menos que quieras ser cinéfilo de Marvel, en cuyo caso solo tenés que ver dos docenas de películas y ponerte un canal de Youtube.

Lo que sí hay ahora es más oferta y facilidad de acceso. Pero esperá que hay una mala: la mayor oferta y facilidad de acceso también traen consigo el drama del ruido que generan muchos. Pero prometí que no me iba a enojar, así que sigo.

Le preguntes a quién le preguntes, probablemente te conteste más o menos lo mismo: “Mirá todo lo que puedas y leé mucho que las conexiones van a aparecer solas.” Voy a tratar de profundizar un poco sobre eso, a ver si se puede encorsetar un poco “el método”.

Y me voy a poner lúdico: si tuviera que escribirle una carta al Calo más joven y darle consejos (?) seguramente tendría el siguiente itemizado:

1) Mirá todo lo que puedas. Bueno, malo, del medio. Todo nutre de alguna manera.

2) Leé todo lo que puedas. No solo de cine estrictamente, de historia del mundo en el momento en el que se filmó tal o cual cosa. Las películas no nacen de los árboles, pasan por algo.

3) Tratá de llevar un log de lo que ves. Hoy existe Letterboxd, yo la verdad que no tengo la rigurosidad de antaño, pero en una de esas te puede servir.

4) No escuches la opinión de nadie. O mejor dicho, no escuches todas las opiniones. Buscate gente con la que concuerdes en el gusto, y usalos de “faro” al principio. Y solo al principio: no quieras estar de acuerdo siempre. Los gustos son variables, no todos coincidimos en lo mismo y esa es justamente la gracia. También leé a “la contra” porque qué es una cinefilia sino envenenarse por boludeces. Y la más importante: guardate tu opinión hasta que sepas un montón y hasta incluso sabiendo tené en claro que es tu opinión y que no vale más que la de otro que pueda argumentar lo contrario.

5) No estés en la boludez de la novedad. Los clásicos del cine tienen 80, 70, 50 años. Imaginate si no los tuvieras que ver porque no son la de Netflix de esa semana. Bueno, un montón de oligofrénicxs han construído carreras sin haber visto una puta película anterior al 2000, pero dije que NO ME IBA A ENOJAR. La novedad (y ellxs) es solo eso: un pedo en el viento.

6) No leas “noticias”. No importa si Ben Affleck va a hacer tal o cual cosa. Las películas importan cuando se pueden ver. Lo demás, dejáselo a Intrusos.

7) No veas tráilers. Llegá a la película lo más inocente posible. La gracia es que te sorprenda y no que estés esperando eso que viste en la propaganda.

8) Se desprejuiciadx con lo que consumís. Si te gusta tal o cual cosa, adelante. Nadie debería decirte qué ver y qué no.

9) Sé omnivorx en tu dieta: ni solo Hollywood, ni solo indies, ni solo europeas, ni solo orientales. Una dieta saludable y un criterio amplio son lo único que te va a salvar del paco de la novedad.

10) El dato no tiene valor. Hoy por hoy, teniendo un teléfono en el bolsillo, saber de qué año es tal o cual película no vale nada. Si vale entender por qué fue más o menos en ese año y qué tenía alrededor. Agreguemos a este ítem la trivia de IMdB, que ha construido carreras, pero no es más que un “sabías que…” de efeméride que la verdad vale nada si no podés conectar un hecho con otro.

Bueno, al final eran diez.

El sábado estos envíos jóvenes pero pujantes cumplen un año.

Sumados, entre los de los martes y los jueves, dan 86: un número no redondo que me destruye el TOC, pero igual es un montón.

Solo puedo decirte gracias por acompañarme esta aventura y prometerte que todavía falta un montón.

Haré mi mayor esfuerzo.

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