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51 – Finalmente, toda la verdad*

Publicado el 7 de enero de 2021

Son muchas las historias que escuchamos a lo largo de nuestras vidas sobre por qué determinado cartel aparece en determinado lugar.

“Las tazas de café de Mc Donald’s tienen la advertencia de caliente porque una señora les hizo juicio cuando se quemó” Verdad: el caso fue 100% real.

Claro que muchas de las cosas que escuchamos de “ese cartel está ahí porque alguien hizo juicio” se alejan un poco de la realidad.

¿Existe una “industria del juicio” en Estados Unidos? Claro que sí. Hay Lionel Hutz y Saul Goodmans para hacer dulce. ¿Esos juicios siempre salen a favor de los que lo inician? Claro que no.

Algunos casos que recuerdo: el secuestrador que le hizo juicio a sus víctimas por escaparse, el que quiso iniciar acciones legales a un local que vendía la hamburguesa común y la con queso al mismo precio, la de la ciudad de Batman por uso indebido del nombre contra DC Comics y la lista sigue eternamente.

Pero sí hubo casos que ganaron. Y casos que sentaron jurisprudencia. Tanto, que casi noventa años después seguimos viendo la advertencia y quizás no sepamos de dónde vino.

¿Cuantas veces viste esto–

— en el comienzo o en el rodante final de una película? ¿Siempre?

Puede parecer ridículo tener que aclarar por escrito que una película es una pieza de ficción, pero en 1932 empezó a ser necesario.

Pero para contar esta historia, te imaginarás, va a ser necesario hacer un poco de ídem. Empecemos.

Para esta explicación vamos a tener que irnos hasta la Rusia de los zares, más precisamente un par de años antes de la revolución bolchevique.

La cosa es más o menos así: todo empieza con Rasputín.

No, quedate que está bueno.

Grigori Yefimovich Rasputin, más conocido como Rasputín a secas, era un hombre místico, por definirlo de alguna manera. Decía que tenía el poder de la curación y había logrado, mediante una larga amistad, hacerse cercano a la familia de Nicolás II, el último zar que tuvo Rusia.

Para principios del siglo veinte, comenzó a ser “el sanador oficial” del hijo del monarca, que tenía hemofilia. Su poder en influencia empezaron a crecer hasta que el propio pueblo empezó a creer que, efectivamente, tenía poderes.

(Una historia similar a la de Criswell, que le pegó al pronóstico del tiempo dos días seguidos y terminó adivinando el futuro en la tele, pero eso es para otro momento.)

Para 1915, cuando Nicolás II se fue a atender unas cosas del ejército fuera de San Petersburgo, dejó a su esposa Alexandra y a Rasputín al mando de todo.

El descontento era grande entre propios y ajenos y tras un intento de asesinato fallido, finalmente varias balas hicieron blanco en el cuerpo del místico en diciembre de 1916. Un futuro que, se ve, no pudo predecir.

Y murió en manos de un propio, más que de un ajeno.

Entra en escena Felix Yusupov, un aristócrata ruso que estaba casado con Irina Aleksandrovna Romanova, sobrina de Nicolás II. Yusupov no veía con buenos ojos “el Lopez Reguismo” de Rasputín y lo culpaba de la inminente caída del imperio.

Diligentemente, urdió un plan que incluía hacerse amigo para que no sospechara nada. Lo consultó por una dolencia y logró que Rasputín fuera a su casa una noche. Lo estaba esperando con dos amigos más.

El orden de las secuencias no se termina de cerrar y hay varias versiones, pero Rasputín terminó baleado por alguno de los tres. Pudo escapar, pero murió a la intemperie rusa poco tiempo después.

La muerte de Rasputín no hizo que el imperio ruso siga como hasta antes de su aparición y terminó cayendo poco tiempo después de su muerte.

Ya en un exilio forzado en Francia tras la revolución bolchevique, Yusupov se dedicó a escribir sus memorias, en las que contaba con lujo de detalles y orgullo cómo se había cargado a Rasputín.

Y por qué te estoy contando esta novela de la tarde, te estarás preguntando. Lo bien que hacés.

Los escritos de Yusupov fueron usados por Charles McArthur (guionista de Ayuno de amor (His Girl Friday, 1940) y Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939) entre otras), que se “inspiró” en la historia para escribir una película algunos años después.

Y no era una película cualquiera: era una superproducción de la MGM con lxs tres Barrymore (Ethel, Lionel y John) juntos por única vez de protagonistas. Se llamaba Rasputín y la emperatriz (Rasputin and the Empress, 1932) y fue un éxito de taquilla.

Tan grande, que la novedad llegó hasta Francia, donde Yusunov no se copó tanto con la idea de que su esposa en la ficción hubiera sido “amada” por el charlatán místico.

Sí: no le jodía para nada contar que había matado cobardemente a un tipo en un libro, pero ojo con que alguien insinúe que le estaban comiendo la jermu.

Yusunov inició acciones legales contra MGM, diciendo que la película estaba promocionada como “basada en hechos reales”, que lo que contaba no se ajustaba con la realidad y mancillaba el buen nombre de su esposa. Y lo ganó, claro: se llevó a plata de hoy unos 20 millones de dólares.

MGM, que acababa de perder más de lo que había ganado con ese exitazo, decidió tomar el toro por las astas, agregando a cada película la advertencia que leemos hasta nuestros días. Los demás estudios, por si les llovía una carta documento a ellos también, no tardaron en unirse a la idea.

Y es por eso que hoy, casi noventa años después, lo seguimos leyendo en el rodante final, incluso cuando la película está “basada en una historia real.” Pero esos tecnicismos, seguramente, llegarán en otro momento.

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