“Un festival Clase A”
Y lo pongo entre comillas. Si bien en los últimos años el de Marpla se ha convertido en un festival interesante, sus primeros años desde su vuelta en 1997 estuvieron signados por un extraño designio de su pasado.
“Por acá pasó Truffaut” “Por acá pasó Pasolini” “Por acá pasó Newman” Bueno, maestro, genial: pero lo que estás programando ahora es lo que nadie se anima a mandar a los otros.
Quizás esté bueno entender qué es un festival “Clase A” y por qué pasar de marzo a noviembre fue una noticia espectacular hace algunos años.
Marpla es considerado como “de Clase A” por la FIAPF (la sigla para “Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos”) una organización francesa que viene desde los años 30 que un día decidió hacer una lista de “Festivales que si”.
Claro que Mar del Plata era “Clase A” en los años 60 y, para cuando volvió a finales de los 90, aún conservando las cucardas.
Y debería decir “cargando con” y no conservando. Si bien la lista de “competitivos” de PIAFP tiene más olor a cajón (El Cairo, Goa, Karlovy Vary, Locarno, Montreal, Moscú, Shanghái, Tallin, Tokio, Varsovia) que a fruta (Berlín, Cannes, San Sebastián, Venecia), todos hacen lo posible por permanecer relevantes a la luz de festivales más jóvenes y menos encorsetados que suelen ser mucho más interesantes.
Porque es justamente una de las características que lo hacen “Clase A” la que más limita a los que no están en la cresta de la ola: las películas que compitan en ellos deberán ser premieres mundiales.
Y ahí es donde empiezan los problemas, porque alguien que tiene una película para salir a recorrer el circuito de festivales se tira primero a estar en Berlín, Cannes, San Sebastián, Venecia antes que en cualquier otro.
Mar del plata desde esa vuelta después de 27 años en 1997 se hizo primero en noviembre y después por alguna razón incomprensible en marzo. Marzo, para que se entienda es “antes de que Cannes se expida sobre algo”. ¿El resultado? Muchas menos películas postuladas especulativamente.
Volver el festival a noviembre fue una buena noticia: mejores y más interesantes cosas empezaron a aparecer y Marpla empezó a crecer en programación y propuestas.
Como dije con el Festifreak hace algunas ediciones, encarar un festival de cine puede ser una tarea titánica. Si bien COVID mediante, este Marpla no tiene el tamaño de otros años, no deja de ser un festival al que hay que entrar preparado y sabiendo más o menos lo que unx busca.
Las reglas son más o menos las mismas que la otra vez. Las repito por si el público se renovó:
Lo primero que uno debería hacer frente a un festival es tratar de sopesar el catálogo: entender frente a cuántas películas potenciales estamos. Muchas veces festivales grandes, con 400 películas se vuelven inabarcables y son más frustrantes que otra cosa. Los que tienen un número más moderado, todo lo contrario.
Una vez que tenemos una idea del tamaño, deberíamos preocuparnos por su estructura: ¿Cuántas competencias y paralelas tiene? ¿Cómo están delimitadas esas muestras?
Hecho esto, lo más sincero es pensar cuánto tiempo le podemos dedicar, que generalmente se termina expresando en «quiero salir de este festival con equis cantidad de películas vistas.»
Una vez que pasamos por la ecuación de tamaño / estructura / tiempo, nos podemos poner a ver qué cosas hay para ver.
En el caso de Marpla hay siete competencias, más panoramas fuera de competencia, más muestras, más homenajes, más charlas.
Sí, un montón.
Voy a hacer, como suelo hacer en este tipo de festivales un pantallazo general de qué podés encontrar en cada lado, haciendo foco en las secciones que naturalmente interesan a Míralos Morir.
Las siete competencias son:
En la competencia internacional vamos a encontrarnos con Adiós a la memoria, la nueva película de Nicolás Prividera, Nosotros nunca moriremos de Eduardo Crespo, Isabella de Matías Piñeiro, además de las nuevas de Luis López Carrasco y ¡Sion Sono! entre varios directores debutantes.
(Lo de debutantes es siempre buena noticia, porque detrás de estas sinopsis que podemos encontrar en el catálogo tenemos la posibilidad de jugarnos y, en una de esas, “ver en Cemento” a unx para seguirle la carrera después)
En la competencia latinoamericana de largometrajes tenemos Como el cielo después de llover de Mercedes Gaviria, Fauna la nueva película del mexicano Nicolás Pereda, Mascarados de los brasileños Marcela Borela y Henrique Borela y varias primeras y segundas películas latinoamericana más, pero este humilde newsletter le pone todas las fichas a la uruguaya Al morir la matinée de Maximiliano Contenti la que, por lo que vimos en tráilers, se perfila como un homenaje hermoso a Demonios (Dèmoni, 1985) de Lamberto Bava.

En la competencia argentina de largometrajes tenemos 1982 de Lucas Gallo, El tiempo perdido de María Álvarez, una suerte de continuación de la hermosa Las cinéphilas (2017), Esquirlas de Natalia Garayalde, Historia de lo oculto de Cristian Ponce, responsable de La frecuencia Kirlian en Netflix y Las ranas de Edgardo Castro, entre varias otras.
Está, como todos los años la competencia de work in progress, donde se pueden ver películas en diferentes estadios de realización, además de las competencia latinoamericana de cortometrajes y competencia argentina de cortometrajes, un rubro en el que nunca me meto mucho, pero que sé que tiene fanáticos.
Pero déjenme que les hable de la competencia que más disfruto año a año, que es Estados Alterados.
En Estados Alterados vas a encontrar cosas que se salen de la media, que no entran bien en un cajón, difíciles de envolver como El tango del viudo y su espejo deformante la ¿nueva? película de Raúl Ruiz (murió en 2011) y su viuda Valeria Sarmiento, la serbia Homelands de Jelena Maksimovic, la inglesa Look Then Below de Ben Rivers, un extraño experimento sobre cuevas, la inclasificable Lúa vermella del español Lois Patiño y la francesa y ¿de espías? Mes chers espions de Vladimir Léon, entre muchas otras.
(De más está decirlo, pero igual: de todas las películas que se pasan en el festival, las de esta sección son las que mejor entran en la categoría “es ahora o nunca más”)
Pero Estados Alterados no está sola: combina muy bien con Hora Cero que, para lxs que fueron alguna vez al festival, se traduce como “las trasnoches del Ambassador”
Este año Hora Cero viene chiquita y con solo tres películas: las francesas Teddy (una de un monstruo salvaje en los Pirineos con un tráiler hermoso) de Ludovic y Zoran Boukherma y Méandre (una de “terror de encierro” que le tengo más ganas que a cobrar aguinaldo) de Mathieu Turi, además de la canadiense Come True (una de sueños extraños) de Anthony Scott Burns.

Pero pará que la cosa sigue: va a haber homenajes a Norma Aleandro (si es que eso es lo que te interesa), a Manuel Antín y a Edgardo Cozarinsky.
Va a haber películas de grandes autores locales fuera de competencia: Spiner, Gugliotta, Hernández, Cozarinsky y hasta ¡Campusano! que parece que no lo detuvo ni la pandemia.
Va a haber películas infantiles en “Mar de chicas y chicos” (un poquito rebuscado el nombre la verdad) y hasta una función homenaje por el 25 aniversario del primer Historias breves, el concurso de cortos que cambió la historia del cine argentino para siempre.
Y dejame que te agregue que va a haber “invitados” virtuales que van a dar charlas. Entre ellos Rita Acevedo Gomez, Albert Serra, Miranda July y ¡Walter Hill!
Bueno, creo que no me olvido de nada.
Ah, si: el festival de este año está dedicado a Fernando “Pino” Solanas, haciendo apertura y cierre con dos de sus películas. Hay homenajes también a Rosario Bléfari y a María Luisa Bemberg (se me hace que Un sueño hermoso (2019) fue un poco la culpable de esta merecida puesta en valor de su obra.)
¿Y cómo hacés para ver todo esto? Bueno, vas a la página del festival y consultás los horarios. Las funciones son por ese mismo medio, gratuitas pero con reserva y aforo. Desde el día del estreno, las películas permanecen por tres días en la página para los que las quieran ver, dependiendo de cuánta gente las haya visto hasta ese momento. Qué tan dramático o difícil va a ser ver algo lo sabremos recién el sábado.
Hasta entonces, ¡alegría sin fin!