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43 – La maldición mongola

Publicado el 12 de noviembre de 2020

Antes de empezar, saquémonos una cosa del medio: John Wayne está cancelado. Cancelado por cosas racistas que dijo en una entrevista cuando Estados Unidos todavía no se decidía de si era racista o no del todo. ¿Estuvo bien en decir lo que dijo? Claro que no. ¿Sería de la asociación del rifle si estuviera vivo? Claro que sí. ¿Me gustan tanto sus películas como para defenderlo? La verdad que no, pero tengo una postura tomada frente a ciertos ataques contra determinadas películas: estoy del lado de que las películas se vean y se puedan sacar las conclusiones del caso. Ya lo hablé el otra ocasión con el drama de Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939), pero el público se renueva.

Por supuesto que mi postura hippie de “hagan lo que quieran, chicos” tiene una salvedad y es “a menos que haya cometido un crimen imprescriptible”. Dicho esto: las cosas que se dijeron en una época y contexto deberían pasarse por el filtro de la época y el contexto. Si no hacemos esto, quizás debamos bajar más estatuas de las que pensamos, sobre todo de próceres de la patria, y por crímenes imprescriptibles.

Habiendo hecho el disclaimer: voy a hablar de una película con John Wayne, pero no de cualquier película. De la película que, aseguran, lo mató.

Wayne murió en 1979, víctima de un cáncer de estómago contra el que luchó por los menos una década y media. Y fumando más que en el juicio a las juntas, digamos todo.

Lo cierto es que la muerte ¿esperable? de Wayne se convierte en el último clavo de una maldición cuando la ponemos en contexto.

¿Y cómo es eso? Ah, al final te interesó.

La muerte del astro fue la última en una larga lista de decesos que tienen un solo factor en común: haber estado todos en un mismo set de filmación.

El conquistador de Mongolia (The Conqueror, 1956) era una producción de la RKO y el por entonces ya bastante extraño magnate Howard Hughes.

Los de RKO querían a Marlon Brando para el papel, pero Wayne había leído el guion y habló con Hughes. El magnate y el estudio se pelearon un rato hasta que Hugues decidió meter un poco de presión y lograr que el cowboy más famoso de la historia tuviera un nuevo protagónico.

La idea, la pensamos hoy y no resiste mucho: la historia de Gengis Kan. Con John Wayne, que venía explicando que “La película es un western, yo la voy a filmar como un western.”

Bueno, quizás si la vemos como uno de esos westerns de “hombres blancos conquistan nativos”, puede ser, pero igualmente. Un desacierto de casting que no se veía desde El cantor de jazz (The Jazz Singer, 1927)

Imaginate que si a Wayne le parecía bien decir cosas racistas en 1971, no se preguntó veinte años antes si lo que estaba haciendo era una apropiación cultural del nivel de un blackface. Más vale que aceptó re copado.

La película tuvo las peores críticas de la historia y fue la culpable del fin de RKO como estudio y de Hughes como productor. Recién ahí Wayne se dio cuenta que quizás no estaba para hacer todos los papeles. Claro que las pocas estrellitas serían nada con lo que vendría después. Pero para entender todo mejor, mejor volvamos un poco atrás en el tiempo:

El rodaje se hizo en St George, Utah una zona que, decían, era igual al desierto de Gobi. Pero había un problemita: dos años antes del rodaje, en 1953 el ejército había hecho unas pruebitas nucleares en Yucca Flat, Nevada a unos 300 kilómetros de ahí.

Y por pruebitas quiero decir: había detonado ¡once! bombas atómicas para “ver qué onda.”

Es importante destacar que nadie entendía muy bien el alcance ni el peligro de todo esto: en Las Vegas se organizaban eventos para ver las detonaciones en el desierto, con todos escabiando y mirando el hongo con anteojos oscuros como única protección. Pero eso es para otro día.

La cuestión es que dos años después de las ¡once! bombas atómicas la producción de El conquistador de Mongolia llegó lo más campante a filmar a St George durante ¡trece semanas!

Los lugareños hablaban extrañados de “las nubes rosas” que se veían en los últimos tiempos, pero parece que nadie le dio mayor importancia. Mirá si la radiación le iba a hacer algo a John Wayne, que hasta se sacó una foto de publicidad con sus hijos y un contador Geiger.

Pero esperá que no termina: la película tenía rodaje en exteriores y en interiores. Ahí fue cuando al director Dick Powell no se le ocurrió mejor idea que llevar camiones y camiones (se calcular unas sesenta toneladas) de tierra de la zona para Los Ángeles “así empataban” las tomas en estudio.

Sí, camiones y camiones de tierra radioactiva de Utah a California, no fuera a ser que durante lo que quedara de rodaje nadie estuviera expuesto a nada. Y no hubo que esperar mucho para empezar a ver los primeros resultados.

El primero en caer fue Powell, que murió de un cáncer linfático en 1963. Ese mismo año, el actor Pedro Armendáriz recibió la noticia de que tenía cáncer y decidió suicidarse.

Pero esperá que sigue: Agnes Moorehead murió en 1974 de cáncer de útero. Susan Hayward hizo lo propio de una combinación de cáncer de piel y cerebral y el propio Wayne, al que saber usar el contador se ve que no le hizo mucho efecto, fue diagnosticado con cáncer de pulmón en 1969, le extirparon uno de los dos y siguió quince años más hasta que lo atacó uno de estómago y mucho más no le dio la piola.

Y esto, si solo hablamos de los principales.

Se calcula que de las 220 personas que participaron del rodaje 91 fueron diagnosticadas con algún tipo de cáncer. Esto sería, haciendo los números, un 41% en comparación con el 13% que dictamina la ley de probabilidad.

Durante años, tanto el estudio como el gobierno de los Estados Unidos adujeron que las muertes eran porque “eran todos fumadores”. Recién en 1990 se aprobó una ley reparatoria para las víctimas de las pruebas nucleares. Imagino que para ese entonces quedaban pocos para cobrar la indemnización.

Durante muchos años se bromeó diciendo que más que “An RKO Radio Picture” El conquistador de Mongolia era “An RKO Radioactive Picture.” Y eso si no intentamos sentarnos a verla, claro.

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