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28 – El fino arte de señalar gente

Publicado el 30 de julio de 2020

Ni bien terminaba la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos tenía un nuevo enemigo que podía hacer peligrar las maravillas del American Way of Life: con los nazis ya vencidos, la cosa igualmente venía del este: más precisamente de los rusos, que hasta hacía cinco minutos, eran sus aliados contra el mal mayor.

Los Comunistas parecían, en ese momento, esa extraña fuerza que se iba a querer llevar todo lo bueno e instalar todo lo malo.

Se empezó a hablar de “la amenaza roja” y poco tiempo después flashaban que había un afiliado al Partido debajo de cada baldosa.

Para 1947 el gobierno decide darle más poder al Comité de Actividades Antiamericanas (o House Unamerican Activities Comitee, a partir de ahora HUAC)

El HUAC era una institución famosa por ver Comunista hasta en la sopa que tenía algunos años de rodaje (en años anteriores se había especializado en encontrar nazis o miembros del Klu Klux Klan) y no tardó en desplegar a un nivel enorme lo que venía haciendo más chiquito: señalar y lograr que la gente se señale entre sí.

Las pretensiones esta vez eran dos: la primera, “cazar” a todos los Comunistas que pudieran y la segunda: dar el ejemplo.

Y ahí la cosa se puso realmente extraña, porque valiéndose de uno de los sistemas de representación más poderosos que se conocieron incluso hasta nuestros días, decidieron desplegar una puesta en escena nunca antes vista.

Una puesta en escena que, además, iba a ir en contra de una de las industrias más visibles para ese (y casi cualquier) momento: las películas.

Podríamos decir que “los atacaron con sus propias armas” y sería válido. Pero era más bien una toma de aikido, ese arte marcial donde se usa la fuerza del oponente para doblegarlo (o eso me explicó Steven Seagal): usaron la enorme fama de muchos actores, actrices, guionistas y directores para dar el ejemplo a “los civiles.”

El concepto parecía ser: “Si ellos no se salvaron, imaginate lo que te puede pasar a vos que no te conoce nadie.”

El principal objetivo era reprimir todo espectáculo que consideraran “propaganda comunista” y ver el nivel de participación de simpatizantes del Partido en los sindicatos de la industria.

Es pertinente aclarar que durante los años treinta y cuarenta, gran parte de la intelectualidad, asqueada por el nazismo, simpatizó en gran parte y militó en menor medida en el Partido Comunista. Cualquiera que haya estado en el ambiente o era o conocía a alguien que podía ser o había sido.

Durante 1947 el HUAC hizo nueve audiencias con entrevistas a personajes que creían sospechosos y con los que se morían de ganas de señalar a quién fuera necesario, por miedo o por convencimiento.

Las audiencias empezaron con “contribuyentes voluntarios” que iban a dar sus testimonio: actores como Gary Cooper, Robert Taylor, Robert Montgomery y Ronald Reagan y cabezas de estudio como Jack Warner, Louis B. Mayer y Walt Disney.

Disney, que fue el único en Hollywood que le hizo una visita guiada a Leni Riefenstahl en pleno nazismo (de eso seguramente hablaré en otro momento) fue de los que más se apuró en colaborar, dando nombres de ex empleados y de todo lo que fuera necesario.

Y ahí, justamente, ahí, nacieron “Los diez de Hollywood”

“Los diez de Hollywood” fueron un grupo conformado mayormente por guionistas que se negaron a declarar su filiación partidaria.

Ante esta negativa, fueron declarados en rebeldía y condenados a penas de seis meses a un año de cárcel, además de multas monetarias.

Los diez de Hollywood eran: Alvah Bessie, el guionista nominado al Oscar por Aventuras en Birmania (Objective, Burma! 1945) de Raoul Walsh; Herbert Biberman, guionista y director de Semidioses de barro (The Master Race, 1944); Lester Cole, coguionista de Bessie y fundador del Screen Writers Guild; Edward Dmytryk, director de Encrucijada de odios (Crossfire, 1947); Bing Lardner Jr, guionista de La mujer del año (Woman of the Year, 1942) de George Stevens; John Howard Lawson, guionista de Bloqueo (Blockade, 1938) de William Dieterle, además de cofundador de la SWG; Albert Maltz, guionista de Este amor nuestro (Pride of the Marines, 1945); Samuel Ornitz, guionista de A cualquiera le sucede (It Could Happen to You, 1937); Adrian Scott, productor de Encrucijada de odios y Dalton Trumbo, guionista de Espejismo de amor (Kitty Foyle, 1940)

El resto de Hollywood no quiso ser menos que los directores de los estudios: la MPAA comunicó que cualquiera de los diez no debía trabajar hasta que no pidieran perdón y juraran que no eran Comunistas.

Y los estudios, además, podían ver en todo este run run una posibilidad de hacer un billetín: además de señalar a todos los que pudieron, se ocuparon de producir películas que tocaran el tema desde un costado condenatorio.

Y así fue como aparecieron películas increíblemente moralistas y didácticas donde alguien “se hace comunista” y genera infelicidad, problemas y muerte.

Esta es la parte fea (?), pero esperá que hubo una buena: el terror a los Comunistas tuvo como consecuencia directa la aparición de las películas de invasiones extraterrestres. Marcianos, planeta rojo, bueno… No era la metáfora más iluminada, pero funcionó a la perfección.

De eso, igual, voy a tener que hablar largo otro día.

El HUAC siguió en actividades varios años y tuvo un segundo contraataque en 1952, donde volvieron a testificar varios. Ninguno más colaborador que Elia Kazan.

Sí, el director de Un tranvía llamado deseo (A Streetcar Named Desire, 1951) o Nido de ratas (On the Waterfront, 1954) no dudó un segundo en contar todo lo que sabía y el resultado fue interesante: fue discriminado por sus propios compañeros y odiado hasta el final de su vida.

Se dice que su decisión de testificar le valió no ganar el Oscar con Un tranvía… y recién en 1999 cuando se le entregó el premio a la trayectoria, el aplauso fue más bien tímido.

Un dato interesante y para nada menor antes de cerrar: de todos los estudios de la época (que, merge más merge menos, son los mismos que siguen hasta nuestros días) el único que no rodó una película anticomunista fue Universal. Datos, no opinión.

¿Y por qué vengo y te cuento esta historia? Bueno, porque parece que señalar gente no ha pasado de moda y estamos en el pico de julio o del mes que sea con ese tema.

Quizás, como dije hace algunas semanas, sea el momento de revisar la historia y ver en qué momentos la sociedad tuvo comportamientos de este tipo, prestando atención a cómo empezaron y, sobre todo, a cómo terminaron.

Porque en mi diccionario “nunca con la yuta” es nunca en serio.

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