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255 – Quizás se hable de un musical (*)

Publicado el 5 de diciembre de 2024

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Viste que a mí el tema alemanes en Hollywood me puede.

“Alemanes sueltos”

Sí. Y me di cuenta el otro día que había uno al que le había pasado por el costado.

Quizás porque sus películas, basándome exclusivamente en mi gusto personal, no son de las que suelo rever mucho, quizás porque es de “la primera oleada” de alemanes que fueron en busca de sol y clima más estable entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial o quizás porque hay todavía cientos de miles de temas que este pasquín aún no hay explorado.

“Pero decilo de una vez, hermano, que me da algo”

William Wyler.

“Hijo de puta, 255 envíos y ni una mención”

Qué querés que te diga. No pasó. Pero hoy sí.

“Bueno, lo importante es corregir y seguir para adelante”

Gracias por el coaching. Decía: William Wyler, nacido en Alemania a princpios del siglo veinte, hijo de un matrimonio judío de un suizo y una alemana que, sucedía, era la prima de Carl Laemmle, el dueño de Universal, pero lo vamos a dejar pasar por ahora.

“Nepo baby”

Sí, habría que definir si el término aplica en 1920, ¿no? donde irse “a trabajar a las películas” no era muy distinto a “mi tío coloca techado asfáltico en San Miguel”, pero bueh.

El tema es que llegó la Primera Guerra, y el negocio familiar del que William estaba por tomar las riendas (un mayorista de productos de mercería) se vio bastante afectado, el joven se fue a París aprovechando su pasaporte suizo y se puso a vender camisas y corbatas en una tienda.

Ahí es cuando su madre se contacta con su primo, que viajaba a Europa anualmente en busca de jóvenes talentos. Laemmle se reúne con Wyler y en 1921 este empieza a trabajar en las oficinas de Universal de Nueva York.

Al poco tiempo se mudó a Los Ángeles y empezó de “che pibe” en el estudio y fue escalando posiciones hasta que le dieron a dirigir westerns de esos de Universal sacaba a destajo en ese momento.

Para los años treinta ya se había pasado al drama y a la comedia, géneros que parecía dominar con maestría.
Y acá quizás haya que hacer un alto y contar una cosa importante: Wyler era muy hinchapelotas. Pero muy, eh. Pensá en la persona más hinchapelotas que conozcas.

No, te quedaste cortx.

Se habla mucho de su “atencion del detalle” cuando se quiere ser amable y de “una tortura medieval” cuando se quiere ser más exactos para hablar de su actitud en el set.

Lo cierto es que, también seamos buenos, el producto que se terminaba proyectando era más cercano a un objeto de orfebrería que a algo manufacturado dentro de un sistema productivo.

Wyler, a su modo, era un artesano de lo que hacía y quizás el mejor de todos ellos.

Y acá, quizás haya que detenerse otro momento, porque Wyler, bueno, decir que no se lo nombra sería inexacto y no señalar que “se lo nombra menos” también. Así que zanjaremos ese conflicto de la mejor manera: culpando a la crítica.

Para el momento donde el cine de Hollywood empezó a ser revalorizado por la crítica, Wyler era un objeto extraño: su cine era variado, no parecía tener “un tema”, ese tema que buscaban los críticos para poder poner en una cajita las cosas como suelen hacer cuando hablan de “nueva comedia americana” o “post horror” como sí pasaba con otros de sus compañeros del mismo período.

Puesto de manera brutal y simple: era más fácil encontrarle el tema a Hitchcock que a Wyler.

Y qué bueno que lo nombre al inglés, porque si querías un paralelo este está servido: ambos se dedicaron toda su vida a dirigir, usando adaptaciones de libros u obras o lo que sea que otros escribían. Quizás ahí también radique el extrañamiento que Wyler siempre produjo: en escaparse de la “teoría del autor” al no poder tachar todos los casilleros necesarios.

Otra cosa que quizás abone a la teoría anterior sea pensar en alguien totalmente hinchapelotas que produce un hit de taquilla tras otro. Esto, primero, le permite serlo  y, segundo, lo saca de la historia si no es “un incomprendido que vinimos a poner en valor nosotros los franceses”. Pero dejemos los rants de lado y volvamos sobre el señor—

Así fue como (y hablaremos más en otro momento, pero vengo a contar otra cosa hoy) Wyler en su carrera de más de sesenta películas dirigió comedias como La alegre mentira (The Gay Deception, 1935), triángulos amorosos tortuosos como Infamia (These Three, 1936), film noirs como Callejón sin salida (Dead End, 1937), adaptaciones de clásicos como Cumbres borrascosas (Wuthering Heights, 1939), dramas de posguerra como Lo mejor de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946), comedias románticas como La princesa que quería vivir (Roman Holiday, 1953), westerns como Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958), o épicas “de espada y sandalia” como Ben Hur (1959) y así podría seguir toda la mañana.

Te podés hacer una idea de la variedad del menú de Wyler y quizás también el favor de meter esa lista furiosa en la torrentera.

Y así es como llegamos a 1967 y una propuesta que Wyler decide no rechazar: adaptar el exitoso musical de Broadway Funny Girl para la pantalla grande.

El resultado, claro, fue Funny Girl, una de sus últimas películas.



“Sos, eh”

Dejame vivir. Decía: Wyler, que se la había pasado adaptando libros y obras y coso y que ya tenía en su haber, bueno, eso que vimos acá arriba medio por arriba pero que algún día profundizaremos,

Lo cierto es que para el momento en el que Columbia parecía interesado en adaptar el musical, mucha agua había pasado por debajo del puente.

El musical, que no iba a ser un musical, pero eso hablamos en un instante, ya llevaba tres años de éxito ininterrumpido, una gira a Inglaterra y varias cosas más.

Una única cosa era constante: el rol de una joven promesa llamada Barbra Streisand que jamás había actuado en nada que tuviera que ver con el cine, pero que estos cuatro años la habían dejado en posición de decir cosas.

Y acá podríamos usar la carta de “actores”, o incluso peor la de “actores de teatro”, o incluso peor la de “actores de teatro musical” pero no, ¿sabés? porque soy una persona nueva (?) Volviendo—

La película, a su vez, estaba escrita por Isobel Lennart, de quien habría que hablar un día, guionista, escritora y dramaturga que trabajó para MGM en algún momento de su extensa carrera, venía de ganar Oscars y que la había pensado como una película que se iba a llamar My Man.

El interés inicial de Ray Stark, agente y productor de quien también algún día tendríamos que hablar y uno de los padres del musical moderno, se apagó un poco para hacer una película, pero tuvo una buena idea: pensó que ese guión se podía adaptar a un musical de Broadway.

Bueno, acá va el “el resto es historia”

Tras el éxito en las tablas, llegó la propuesta formal de llevarlo a la pantalla grande de manos de Columbia.

Y ahí es cuando Lennart se pone firme y dice que sí a todo, menos a reemplazar a la protagonista: quien terminara como Fanny en las salas de cine tenía que ser sí o sí Streisand.

Los estudio, tras un desplante o dos de Sark accedieron, a pesar de querer a Shirley MacLaine en el papel protagónico y empezaron a presionar para que el coprotagonista fuera alguien de peso fílmico: empezaron por Sinatra, pero viste lo que psas con Sinatra, como pasó con Duro de matar (Die Hard, 1988) capaz ya era un poco grande para el papel y pidió cantar él canciónes también y bueno, dejá Frank, ya está.

Y ahí empezaron a desfilar otros nombres de la época como Cary Grant, Marlon Brando, Gregory Peck o Sean Connery.

Finalmente, en lo que parece ser un “no teníamos plata para…” el papel terminó en manos del egipcio Omar Shariff, a quien todos recordamos compactado en Súper secreto (Top Secret, 1984), pero que ya venía de protagonizar Doctor Zhivago (1965) de David Lean.

Y ahí es cuando a Wyler, que por ese entonces ya tenía como sesenta y cinco años, le ofrecen dirigirla. Un trabajo para el que, si tenemos en cuenta lo que ya hablamos más arriba, estaba más que capacitado.

Streisand, claro, no sabía esto de Wyler y puso en duda su capacidad para hacer el proyecto argumentando, justamente lo que para cualquier otro hubiera sido un plus: que había dirigido Beh Hur.

Sí, viste que a veces los argumentos no cierran del todo. Lo cierto es que con Wyler de director la película fue a rodaje.

Quizás sea el momento de aclarar una cosa que, si sabés algo de la historia del cine, estas diciéndotelo desde que se la nombró por primera vez: Barbra Streisand es un poquito complicada.

No sería esta la primera ni la última vez que lo sería, pero enfrente tenía a William Wyler que, bueno, ya venía con una flor de mochila encima y su propio método perfeccionista, bueno, te imaginarás la reunión de consorcio que fue ese rodaje.

Se cuenta que Streisand quería repetir toma cuando Wyler no y así sucesivamente hasta que, bueno, en un momento se terminó esa tortura y la filmación.

Claro que Wyler fue el peor se lo tomó para el final del día. La propia Streisand, que considera a la película que la consagró como actriz de musicales de Hollywood como menor en su filmografia, escribio en su autobiografía que:

“Agarraron ocho canciones del musical de Broadway y nos pidieron que escribamos algunas nuevas. No querían ir a lo seguro. Querían hacer lo que siempre hicieron con los musicales. Cambiar las cosas a su nueva visión y hacerlo mal. Pero, para todos los musicales que arruinaron, este fue el mejor de todos.”

Wyler, con más marcas en el cinturón que un vaquero de película de Ford, en cambio, solo hizo una declaración al respecto cuando hacía la prensa de la película. Cuando le preguntaron si había tenido problemas con Streisand, su fama y su estrellato respondió:

“Ningún problema, más teniendo en cuenta que es la primera película que dirige”

En ese giro (in)sospechado de eventos que suele ser la entrega de los Oscar del año siguiente, la película tuvo ocho nominaciones, de las cuales solo se llevo el de mejor actriz. Dirección, quizás ni haga falta aclararlo, no estaba entre las categorías destacadas.

Si, al final fue un poco “Actores, qué querés” pero camuflado. Viste como soy, no puedo con mi genio.

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