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248 – Unas señoras muy trastornadas

Publicado el 17 de octubre de 2024

Miles de veces hemos hablado —y seguramente hablaremos— del rol de la mujer en el cine de género.

Porque, a diferencia de los géneros más “aceptados” por la historia del cine, en el horror —o como lo quieras llamar con sus múltiples derivados— la mujer es bastante más que un florerito que decora la mesa del hombre.

La mujer, en muchos casos y con todas las comillas de la ficción “contra su voluntad” tiene que vivir calvarios de los que, en muchos casos, sale airosa.

No, no vamos a hablar de final girls, ni siquiera de first girls, como hicimos esa vez. Tenemos que hablar de un subgénero y no de un arquetipo.

“Esto se pone bueno”

Un subgénero que estuvo vivo por relativamente poco tiempo, en algún momento de los años sesenta pero dejó una marca imborrable.

Sería justo aclarar: todos los subgéneros están vivos por lo que dura el interés. A veces son más años, a veces son pocos meses, a veces son varios años, pero con ejemplos esporádicos que los van formando y así. Qué lindo que es el cine. Decía—

Estoy acá para hablarte del hagsploitation, que quizás no te suene de nada, pero cuando nos metamos, en una de esas sí.

Quizás lo primero que deberíamos establecer son los arquetipos del subgénero: hay una protagonista femenina que se está poniendo vieja, que vive en una locación algo aislada, aparece una mujer más joven que la hace sentirse amenazada, tiene que haber flashback, una cierta estética visual algo gótica y definitivamente un final sorpresa.

Hasta acá, el diario del lunes. El libro de guión, el “esto está bien porque pasa acá”, pero ¿cuál fue la película que empezó todo? Bueno, quizás ya lo sepas, y si no ahí va: ¿Qué pasó con Baby Jane? (What Ever Happened to Baby Jane?, 1962) de Robert Aldrich.



Aldrich venía de la televisión y a pesar de haber filmado varias películas, parecía que todavía tenía que pagar “derecho de piso”. ¿Qué pasó con Baby Jane? iba a ser su trampolín que lo llevaría a Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), La venganza de Ulzana (Ulzana’s Raid, 1972) o quizás su más popular Golpe bajo (The Longest Yard, 1974).

Nunca, de todas maneras, volvería a filmar una película como ¿Qué pasó con Baby Jane?

Por su importancia histórica en plantar la bandera del hagsploitation y por lo que significó en términos sociales, pero esto más adelante.

La película por si nunca la viste, contaba la historia de dos hermanas, ambas ex estrellas de Hollywood que vivían en un caserón sin mucho trabajo porque se les había pasado el cuarto de hora de gloria.

Las películas de una empiezan a pasarse en la televisión, dándole una nueva “vida” y causando enorme malestar en la otra.

Las hermanas eran Bette Davis y Joan Crawford, pero de eso y su por qué vamos a hablar en un rato.

Pero la película de Aldrich deja sentadas todas las bases que expuse más arriba, en un momento donde Psicosis (Psycho, 1960) de Hitchcock era una novedad y estrellas como Shirley Temple ya la habían pasado más. Hay algo relativamente caricaturesco con los personajes que le valió un cierto amor camp de la comunidad LGTB, pero eso quizás sea en otro momento.

Lo cierto es que el hagsploitation había nacido y con él el término psycho biddy para hablar de estos personajes. Psycho biddy literalmente sería “vieja psicótica” pero quizás el más ajustado a nuestros tiempos sea mostra.

¿Qué pasó con Baby Jane? fue un éxito total, al punto de que, como pasa siempre en estos casos, una serie de productores con muchas ganas de progresar se pusieron a buscar estrellas que habían estado pero ya no estaban en el candelero para protagonizar historias similares.

Así fue como aparecieron en rápida sucesión:

Aldrich fue el primero en repetir fórmula con Cálmate dulce Carlota (Hush… Hush, Sweet Charlotte, 1964) con Bette Davis y Olivia de Havilland donde una mujer está encerrada en un caserón después de haber sospechado que mató a su esposo. Una prima aparece en el cuadro y, quizás, sepa más de lo que dice.
Camisa de fuerza (Strait-Jacket, 1964) del querido William Castle, donde Joan Crawford intenta adaptarse a la sociedad después de pasar veinte años en una institución mental por matar a su marido como un hacha. La película tuvo uno de los mejores taglines de todos los tiempos: “Solo repítanse: es solo una película, es solo una película, es solo una película”. En el afiche local, vaya este breve orgullo catastral no nos quedamos atrás con un “¡Acá se mata a hachazo limpio!”

Otra fue Diez horas de terror (Lady in a Cage, 1964) de William Grauman, con Olivia de Havilland como una mujer discapacitada encerrada en el ascensor de un caserón al que entran unos intrusos y descubren más de lo que deberían descubrir.

Una nota que quizás sea importante a esta altura: las protagonistas de estas películas no respondían a ningún arquetipo anterior. No eran damiselas en apuros, no eran femme fatales, no eran nada que se hubiera visto antes.

Y ahora viene la parte donde te cuento que el periodismo cultural es muy fácil de hacer:

Porque, como todo género del pasado, le podemos caer con la visión de hoy, eso es fácil: “el hagsploitation es problemático —sí, lo estoy extremando para que sea doblemente ridículo juzgar con armas del presente a algo que pasó hace sesenta años— porque explota los estereotipos de las mujeres a medida que se van poniendo viejas”

¿Viste qué fácil que es tener una columna de opinión? Lo difícil es contextualizar, ahí vamos:

Empecemos por decir que mientras el hagsploitation estaba sucediendo, el Código Hays estaba en pleno funcionamiento. Los guionistas y directores debían valerse de lo que tenían y podían para shockear a una audiencia.

Sigamos por decir la importancia del subgénero en la historia del cine y su verdadero por qué: la “era dorada” de Hollywood estaba tambaleando —no en baño llegaría el New Hollywood más menos un lustro después— y la brújula estaba rota.

Eso ya lo vimos miles de veces: estudios que no sabían a dónde disparar. Pero había otra brújula que se había roto, y era la del star System de esa “era dorada”: muchas de las actrices que habían brillado quizás una o dos décadas atrás hoy estaban en limbo extraño: demasiado viejas para ser intereses afectivos, demasiado jóvenes para hacer de abuelas.

Y esto es, encima, sin el sistema para castear esposas de Star y Francella en vigor, pero no nos adelantemos (?)

El hagsploitation fue, de alguna manera, una salida laboral, una movilidad ascendente en el grupo de estrellas que pensaba que ya no les quedaba nada.

¿Ah, viste cómo puesto en términos sindicales la cosa es más amable?

Y ahora revisemos el rol del hombre en estas películas. Sí, correcto, era prácticamente inexistente. Su presencia se limitaba a la crueldad o la estupidez porque, esto quizás haya que resaltarlo en estos días donde el subtexto ha desaparecido y es todo exposición o simbolismo: las heroínas eran esas señoras.

Como una década y monedas después lo fueron los final girls y así sucesivamente. Porque si querés entender cómo el cine de género hizo las cosas antes del otro cine sin que nadie dijera “qué maravilla” solo tenés que ajustar un poco la mirada.

Claro que hagsploitation siguió, no de manera literal pero sí en la cultura del género a lo largo de las décadas: la mujer de la habitación 237 en El resplandor (The Shining, 1980), Helena Markos en Suspiria (1977) de Dario Argento, Faye Dunaway en Mamita querida (Mommie dearest, 1981) de Frank Perry o Dianne Ladd en Corazón salvaje (Wild at Heart, 1990) de David Lynch son claros ejemplos o, si te querés acercar más en el tiempo, los psycho biddys de House of the Devil (2009) de Ti West o, metiéndonos casi en la novedad, Pearl en X (2020) del mismo director.

Todos los ejemplos del presente —o casi— se centran en alguien viejo que aparece desnudo y comete actos de violencia porque “no anda bien” y es de esa forma que el género vuelve a la vida, aunque más no sea por unos instantes. Porque, digamos todo, hemos llegado a un punto en la pasteurización de la historia del cine donde un desnudo en pantalla se convierte un acto de resistencia.

Terminamos hablando de una nueva, ¿viste?

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