Quizás este envío sea algo coyuntural, pero a la vez no. “Ay dios, que explique todo de una vez” La cosa es más o menos así: el sábado fui a ver, después de no haber ido nunca por razones que van desde “era adolescente y muy boludo” a “qué mal que suena el Polo”, pasando por “me dio paja ir a La Plata” a Paul McCartney. “Esto es un newsletter de cine” No, más vale. Vos quedate piola que vas a ver. “Ay” La cosa es que todo muy lindo qué puedo decir yo de los Beatles que no se sepa. Pero me puse a pensar en el metié de estos envíos y ese hecho personal del fin de semana y me dieron ganas de hablar de algo. Porque, claro, podríamos hablar de las películas de los Beatles (de hecho, hay un envío pandémico sobre Get Back y las diferencias con Let It Be, la película de la que usa material y todo el entuerto en el momento de la original), y definir cuál es la mejorcita, la más graciosa y todo eso. “Pero no vas a hacer eso” Bueno, no, claro. “Bueno” También podríamos hablar (y la verdad que me tienta un poco, quizás lo haga en algún momento) de la carrera actoral del Beatle realmente carismático. “Ringo” Correcto. Y sus incursiones en el spaghetti western, la del cavernícola o hasta Born to Boogie (1972), la película concierto de T-Rex en la que aparece vestido de mono. “Bueno, es tentador” Pero será otro día. “Buh” Porque me pareció que, si bien Paul fue el disparador y Ringo el que, a la larga, se divirtió más, quizás haya que hablar del más calladito. “John” Qué va a ser calladito ese, pero qué embole de filmografía. “Ya sé: Pete Best” Harrison, hermanx. Harrison. Que de todos, y muy pesar de la pepa, la sitar y maharishi, fue el que mejor carrera fílmica tuvo. “Momento, qué” Pero no delante de las cámaras, sino detrás. Porque sí, Apple Films y la mar en coche, pero Harrison a finales de los años setenta abrió una productora propia. Hablo de HandMade Films, claro. HandMade Films, a diferencia de Apple Films se dedicaba a cosas que nada tenían que ver con el universo Beatle y su “cosa segura” De hecho, su fundación tiene que ver con la asociación del Beatle de la camisa de bambula con su manager y productor, el yanqui Denis O’Brien que querían producir la ¿segunda? ¿tercera si contamos a And Now for Something Completely Different (1971) como primera? película de los Monty Python. La película, claro, era La vida de Brian (Life Brian, 1979). HandMade Films ayudó a moldear gran parte de ese nuevo cine británico de finales de los setenta y principios y mediados de los ochenta. Y quizás acá haya que hacer un poco de historia y entender lo heroico de Harrison hipotecando su casa para poner plata en La vida de Brian. El Reino Unido de ese entonces estaba fundido, la recesión era total, no en vano aparecieron los punks y todo eso. Gran parte de la reactivación económica posterior (y con ello un cine más “esperablemente inglés”) se da justamente con la aparición anterior de pequeñas productoras que sostenían un cine en decadencia con buenas y nuevas ideas: el caso de HandMade, pero también de Merchant Ivory y de Goldcrest. Así fue como HandMade (de la que estamos hablando hoy, las otras veremos si otro día) produjo no solo la película de los Monty Python sino también Los aventureros del tiempo (Time Bandits, 1981) de Terry Gilliam, Mona Lisa (1985) de Neil Jordan o Withnail y yo (Withnail and I, 1987) de Bruce Robinson, moldeando cierta modernidad del cine británico a fuerza de hacer cosas nuevas. Pero— “Ay” HandMade Films quizás sea más famosa por otra película. O por lo menos para los que nos gusta el cine más atravesado y con rebaba. “Ayno” Porque es muy famosa la historia de “George Harrison casi se funde con…”, y quizás haya que agarrar ese toro por los cuernos y decir que, probablemente, George Harrison (al igual que lo que nos cansamos de leer hoy en día con Coppola y Megalópolis (2024) que vendió un viñedo y la gente ya cree que está alquilando un monoambiente con vista lateral) nunca se haya podido fundir del todo. Pero, igualmente, esta película dejó su marca. La película es, obviamente, Shanghai Surprise (1986) de Jim Goddard, porque el mundo no termina en Jean-Luc (?)— ![]() — que en nuestras tierras tuvo el título delirante y oportunista de Las aventuras de Madonna en Shanghai. Y quizás debamos hablar un poco de coyuntura nacional antes de seguir y explicar ese título. Porque en una de esas no tenés la edad para saber que la televisión argentina de los años ochenta, atenta a cuanta cosa estuviera medio de moda para hacer un tie-in tirado de los pelos, tuvo primero, con el boom de Michael Jackson un programa llamado Bailando con Michael Jackson, que pasaba videoclips del astro y de cualquier otra cosa, conducido por el inolvidable Domingo Di Núbila por Canal 9, que incluía también un concurso de breakdance. Sí, estuvieron picantes los ochenta. Los del mismo canal, cuando se dieron cuenta que Michael estaba a full pero que tardaba mucho en sacar disco, decidieron ir con la siguiente gran cosa: Madonna. Así fue como nació otro programa de videoclips e imitaciones llamado El club de Madonna. Del mismo modo que hablamos alguna vez de “el verano de los ninjas” (un término acuñado por el querido Seba De cCaro) donde cualquier película tenía que tener el término en el afiche, es que terminamos rebautizando a Shanghai Surprise. Claro que había que vender de alguna manera a la película de “el otro Goddard”, porque, te imaginarás si le estamos dedicando un envío, tiene una historia con ripio. Así que antes de empezar, digamos dos cosas, la primera— 1986, el año donde todo lo que fuera película de acción y aventuras en escenarios más o menos estrambóticos cortaba entradas. Eran épocas de Indiana Jones, de Cocodrilo Dundee, de Dakota Harris —perdón por la cinefilia—, de gente que buscaba esmeraldas perdidas y… bueno, se entiende. La noción de un cazarrecompensas y una médica sin fronteras buscando opio en China era lógica y hasta vendible. Ahora la segunda— Ellos dos. Madonna y Sean Penn se habían casado a finales de 1985 y al poco tiempo se anunció que iban a filmar una película en Macau y Hong Kong a principios del año siguiente. Eso quizás es lo más interesante de Las aventuras de Madonna en Shanghai (me divierte mucho llamarla así, perdón), que no es un “en qué estaban pensando” ni de casualidad. Bueno, acá sí empiezan las cosas: la primera es el director. Porque Jim Goddard no era (ni fue ni antes ni después) un nombre que le levante la ceja a nadie. Director de tele con un par de experiencias fílmicas, nadie recordará a su carrera por tener algún tipo de vuelo. Quizás su experiencia de décadas en la cadena ABC le daban la posibilidad de ser “sobreadaptado”, pero miranos a nosotros los argentinos y nadie nos ofrece una película. A eso sumale que la pareja protagónica era la cosa más deseada por la prensa del corazón de ese momento. Los paparazzis se apostaron en el rodaje y la cosa, sin tardar mucho, se puso tensa. Y vos dirás “Claro, Madonna, una diva” y, no ¿sabés que no? El problema era Sean Penn que, antes de ir a rescatar con su barco y un camarógrafo para que lo muestre o de terminar con la guerra de Rusia y Ucrania estaba muy molesto por dos cosas: La primera era que no era el protagonista sino que lo era ella. Y la otra, quizás mucho más grave en una mente con esa, era que la prensa lo llamaba “Mr Madonna” Te dejo un momento para que sonrías. Sigamos. Las peleas con la prensa escalaron tanto y atrasaron tanto las cosas que no tardaron en llegar a Londres noticias de que la película se estaba yendo de presupuesto. Goddard poco podía hacer con semejante tormenta de facha y egos. Y ahí fue cuando el bueno de George decidió intervenir. Se tomó un avión a China, trató de pacificar a Penn con la prensa y hasta compuso unas canciones para la banda sonora a ver si eso ayudaba algo. De poco sirvió en el resultado final, de una película que costó, después de muchas idas y vueltas diecisiete millones de dólares y recaudó poco más de tres. Tan poca gente la fue a ver, que la crítica del New York Times de la época abría diciendo: “Quizás lo mejor de Las aventuras de Madonna en Shanghai, el ampliamente publicitado fracaso con las actuaciones de Madonna y Sean Penn sea que se la puede ser casi en total privacidad. La primera función en el cine Loews State donde la película se estrenó el viernes, no podía armar un equipo de baseball con el números de espectadores” Sí, antes las críticas tenían otro vuelo. Sí, fui a ver a Paul McCartney el sábado y mi mente funciona así. |