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246 – Hablemos de esta otra obra maestra

Publicado el 3 de octubre de 2024

Ya hemos discutido mucho por acá acerca de un concepto acuñado por el querido Sergio Wolf: el obramaestrismo. Por si justo sos nuevx, refresquémoslo un instante:

El obramestrismo viene, generalmente, de la mano de la crítica más sesuda, que se ocupa de subirse a cuanto bondi pase más o menos cerca de un festival prestigioso, y hace un esfuerzo denodado (tanto que a veces hasta parece estar a punto de esguinzarse) por descubrir, muchas veces semanalmente, “obras maestras”

Tal o cual cosa es “una obra maestra”. Lo escuchamos cada semana. Y la verdad, que las verdaderas “obras maestras” son más escasas que las que podríamos descubrir cada siete días y, quizás el factor más importante de la ecuación, en la mayoría de los casos, se dan invariablemente con el paso del tiempo.

Porque muchas de las obras maestras sin entrecomillado empezaron como películas “menores” para la crítica sesuda de su época. Quizás bien tratadas, pero nunca consideradas como parteaguas de lo que se venía viendo hasta ese momento.

La sutil diferencia entre “che, está muy bien esto” y “ha cambiado el cine para siempre”, en general, viene de la mano de una necesidad de validación del que escribe esos postulados. Necesita descubrir algo, ser el (en general son hombres, no iría bien el “quien”) que descubra semejante cosa.

Y acá podríamos entrar en una disquisición de “tú no has descubierto nada”, cementada en la idea de que esa película que la crítica “descubre” fue pensada, escrita, producida, filmada, montada y encima de todo eso, seleccionada para competir en un festival. El aporte del crítico en ese “descubrimiento” es cercano a nulo, a menos que acreditarse y conseguir una entrada para verla revista con algún tipo de mérito.

“Uh, los re domó”

Ay, por favor, evitemos esos términos por acá.

Obvio que la crítica (bien ejercida, por individuos que se pueden contar con los dedos de las manos de un manco) es importante y ayuda al proceso de visionado de una película. Difícilmente el obramestrismo ayude a nada de todo eso. Quizás a generar un hype que hace más daño de lo que ayuda, pero bueno.

El obramaestrismo. tiene además una contracara que es la de no darle a las cosas el crédito que merecen cuando es necesario. Esto es: en tiempo y forma. Por eso que se señaló más arriba de “no llegar a tiempo con las populares”, muchas veces pilas y pilas de películas supuestamente “menores” jamás llegan a la mayoría de edad.

Y esto es, muchas veces, por una suerte de extraño fenómeno que se da con determinados géneros, a los que la crítica convencional considera no dignos de su atención o su elogio.

“Ay, ahora se va a poner a hablar de las películas de terror”

No, porque ya hablé mil veces. Voy a hablar del otro leproso de la habitación: las comedias.

Porque en estos envíos, en los que ya se puso en valor Fin e semana de locura (Weekend at Bernie’s, 1989) de Ted Kotcheff (sí, el de Hombre sin mañana (Wake in Fright, 1971) y Rambo (First Blood, 1982)) llegó el momento de hablar de Vacaciones (National Lampoon’s Vacation, 1983) de Harold Ramis.



“El hijo de puta lo acaba de hacer”

Es para emocionarse sí. Y más si tenemos en cuenta que es un guión de Joh Hughes.

De Hughes ya hablamos por acá, pero hagamos un resumen por las dudas:

Resumiendo un poco la cosa, además de esta y Mi pobre angelito (Home Alone, 1990), Hughes escribió y dirigió Se busca novio (Sixteen Candles, 1984), Ciencia loca (Weird Science, 1985), Nosotros cinco (The Breakfast Club, 1985), Un experto en diversión (Ferris Bueller’s Day Off, 1986) y hasta Mejor solo que mal acompañado (Planes, Trains and Automobiles, 1987).

Ayudó a setear, sin quererlo mucho, las reglas de la comedia estudiantil de los ochenta y le dio a muchxs desahuciadxs muchos más elementos para la vida que todas las letras de los Smiths y Morrissey juntos.

El cine de Hughes,es sobre lxs desahuciadxs, lxs desposeídxs, lxs outsiders, pero desde un lugar más celebratorio que el que podría tener La ley de la calle (Rumble Fish, 1983) de Francis Ford Coppola o Drogas, amor y muerte (Drugstore Cowboy, 1989) de Gus Van Sant, por tirar dos que nada que ver pero que sí a la vez.

Se sabe que Hugues era una “máquina de escribir guiones” y cada pequeña cosa de su vida le disparaba una historia que invariablemente terminaba siendo una película. En este caso, la idea de Vacaciones se le apareció mientras estaba atrapado en su casa de Chicago durante durante una famosa tormenta de nieve a finales de los años setenta.

Aunque, en el caso de Vacaciones, la cosa no fue tan así, porque no había ni planes de que esto fuera una película. Hablamos acá de un proto Hughes, un escritor en una revista y no un guionista hecho y derecho, justamente hasta que llegó la familia Grisworld a su vida.

Porque si bien ya había escrito dos o tres películas, entre las que estaban la olvidada estudiantina a destiempo de reencuentro de egresados Class Reunion (1982) de Michael Miller y Señor mamá (Mr, Mom, 1983) de Stan Dragoti, no fue hasta que le compraron los derechos de una historia que había publicado en una revista que los de los estudios se interesaron realmente en su trabajo.

La revista era, claro, National Lampoon.

No hay una forma simple de explicar National Lampoon que no sea “una versión de revista Mad para adultos” y quizás no haya mucho paralelo local sin irnos a ejemplos de extintas revistas de los ochenta como Satiricón (sobre todo) y Hum® (en menor medida)

Hughes publicó una historia, llamada Vacation ’58, sobre unas vacaciones familiares rumbo a un parque de diversiones (Disneyworld en la original) que se complicaba de todas las formas posibles en ese mismo año, y para cuando Hughes ya había vendido los guiones de las películas que nombré más adelante, decidió tomar eso que había escrito e intentar vendérselo a Warner, que se hizo cargo de “opcionarla” como dicen allá.

Los ejecutivos tenían sus peros, la veían muy episódica (algo medio lógico tratándose en el fondo de una road movie) pero tres años después, finalmente, empezó el rodaje con Harold Ramis como director.

Ramis fue, a lo largo de su vida, más guionista que director, pero venía de dirigir un exitazo como fue Los locos del golf (Caddyshack, 1980) y tenía todos los números para algo así.

Durante el rodaje, e incluso después de él, la película tuvo muchas reescrituras que, se suele contar por ahí, le bajaron un poco los decibeles a lo que terminaba pasando en pantalla.

Vamos con lo más simple primero: el final que todos conocimos, no era el final original. En el original, los Griswold iban hasta la casa del dueño del parque, entraban y lo intentaban secuestrar para que les abra el parque, pero llegaba la policía y nadie terminaba yendo al parque. Ese final no testeó bien en los screening previos y decidieron intercambiar a la policía y el secuestro del viejo ¡por John Candy! quien termina haciendo de un guardia de seguridad aterrado y sí terminan subiéndose a los juegos.

Claro que este cambio es simplemente estético, si querés, una tontería.

Había otro un poco más complejo. Porque Dana Barron, la actriz que hace de la hija mayor del matrimonio, a quien le encanta dar entrevistas sobre la película, en varias ocasiones contó cambios de lo que se filmó hasta lo que se terminó viendo en pantalla.

Quizás el más políticamente incorrecto (incluso para la época, imposible bajo los estándares de hoy en día) sea una secuencia en la que Rusty, el hijo menor de los Griswold aparece en el balcón del motel en el que se están quedando con una mujer parada al lado.

En el guión original, Rusty volvía a su habitación con la mujer, que estaba descrita como una prostituta. Sí, capaz que para un pibe de catorce es un poco mucho, incluso en la salvaje comedia de los años ochenta.

Muy en contra de lo que solemos contar por acá, con historias de gente que se termina tirando desde lo alto de andá a saber qué cuando no la pega en el mundo del espectáculo, a Vacaciones le fue genial y la crítica, incluso teniendo en cuenta que es una comedia tampoco la odió tanto.

Los Grisworld siguieron sus aventuras al poco tiempo con una serie de secuelas. La primera, Gran disparate yanqui en Europa (National Lampoon’s European Vacation, 1985) de Amy Heckerling donde ¡le cambian a los actores que hacen de los hijos y nadie dice nada!, seguida por la totalmente despareja pero con alguno de los mejores gags de la historia del cine Vacaciones de navidad (National Lampoon’s Christmas Vacation, 1989) de Jeremiah Chechik y Vacaciones en Las Vegas (Vegas Vacation, 1997) de Stephen Kessler. Después están el spinoff de las vacaciones del primo Eddie y la remake de 2015, todas absolutamente innecesarias, pero quién soy yo para juzgar.

N de R: Si sos de lxs que, además de leer estos envíos, escuchás este podcast, es probable que en dos semanas tengas un deja vú, porque hablamos (solo un poquito) de la saga hablando de otra película y época. Tranquilx, no hay nada que temer.

Pasaron más de cuarenta años y Vacaciones sigue siendo una comedia solidísima. Quizás sea momento de poner en la balanza si todas las otras “obras maestras” que aparecieron en este tiempo (el nuevo cine cine chino, el cine iraní, el nuevo cine filipino, por solo nombrar tres grandes hypes que me vienen a la cabeza de las últimas décadas) tienen la pregnancia del cadáver de la tía Edna subida al porta equipaje del auto un día de lluvia o no.

Pero, nuevamente, quiénes somos nosotros para andar juzgando.

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