Y bueno, viste que por acá la conexión entre una cosa y la otra medio que se dan de casualidad. Y, quizás haciendo el mismo ejercicio que hice la otra vez de conectar Huston, Wilder, Kurosawa y terminar contando de la vez que Huston casi la queda por la parsimonia de Kurosawa para abrir un sobre en la entrega de los Oscar, es que esa anécdota me hizo acordar de otra que me permite hablar de un original, una remake y todo ese drama. “Me pregunto cómo la vas a enganchar” Bueno, si leíste ese envío con atención, sabrás que el “encuentro de genios” (la referencia a la carrera dramatúrgica de Beto Casella es constante por estos lares) se dio para entregar el Oscar a mejor película en el año 1986. “Sí” Y que ese Oscar fue para— “Africa mía, qué necesidad” Porque el Oscar siempre le da el premio a la que no. Sabido, firmado, sellado y entregado en mesa de entradas. “¿Y?” Sidney Pollack. “No hacía falta” No, ya sé que no. Por algo en todo este tiempo solo lo nombramos muy por arriba. “¿Es malo?” No, malo era Hitler. Con las películas es un tema de gustos. Pero la verdad que antes de revisar la carrera de Pollack prefiero revisar la de… “¿Hitler?” Bueno, no sé si tanto, pero se entiende. Decía: esos tres le dieron el premio a Pollack, pero no era la última vez que el director iba a ver a uno de ellos. Porque, quizás no te acuerdes por esas cosas que hace la mente para bloquear los recuerdos traumáticos, Pollack dirigió una remake de una película de Billy Wilder diez años después del evento que nos convocó la semana pasada. Sí, claro que hablo de Sabrina (1995). “La de Julia Ormond y Harrison Ford” Mirá cómo te la acordabas. El tema, claro, es que lo que Pollack hizo fue adaptar a los tiempos que corrían un clásico de la filmografía de Billy WIlder de casi cuarenta años antes. Por supuesto que hablo de Sabrina (1954). Y acá viene la parte donde decimos que cuánto mejor era la original, que qué necesidad de volver a filmar algo que ya estaba perfecto, que la manía de la gente de ver las cosas en colores (que se ha transformado en “sin subtítulos” en los últimos tiempos) y varias delicias más. Pero quizás esté bueno hablar de ambas, marcar diferencias y, en una de esas muy rebuscadas, hacer el ejercicio de ver las dos en orden. “Ah, viene con actividades” Es que Míralos Morir no es solo un apostolado, es docencia también. Decía— Hablemos primero de la de Wilder, que se estrenó en 1954, un momento donde el Código de Producción (más conocido popularmente como “Hays”) seguía en vigencia, pero estaba empezando a perder un poco de fuerza. No tanta como la que perdería para principios de los años sesenta y después, pero igualmente. Estaba basada en una obra de teatro de Samuel A. Taylor y Wilder, además de participar en la escritura de la adaptación había llamado a Ernest Lehman, que después de esta escribió entre otras Intriga internacional (North by Northwest, 1959) de Alfred Hitchcock, Amor sin barreras (West Side Story, 1961) de Robert Wise y Jerome Robbins, ¿Quién le teme a Virginia Wolfe? (Who’s Afraid of Virginia Woolf?, 1966) de Mike Nichols o Hello, Dolly! (1969) de Gene Kelly, por solo nombrar las cinco veces que estuvo nominado al Oscar que, como suele pasar, finalmente le entregaron en forma “honoraria” en 2001. El elenco tuvo idas y venidas, porque se quería a Cary Grant para el papel principal y terminó siendo Humphrey Bogart en un casteo extraño, más acostumbrado a roles de duro. Como contraparte masculina fue William Holden y como el interés que ambos se disputan Audrey Hepburn. Bogart quería que su mujer Lauren Bacall hiciera el papel, pero no logró convencer a nadie y se llevaron muy mal durante todo el rodaje. ¿Pero viste que te nombré a Lehman antes? Bueno, no fue por ese fetiche que tengo de nombrar al guionista. No solamente. La película se rodó con tanto apuro que Lehman terminaba una escena a la noche y se filmaba al día siguiente. La película es un poco “la fundación” de las comedias ¿románticas? ¿con sentimientos? ¿cómo llamarlas? de Wilder tras un largo período de dramas como El ocaso de una vida (Sunset Boulevard, 1950), Cadenas de roca (Ace in the Hole, 1951) o Infierno 17 (Stalag 17, 1953). Esto seguiría con películas como La comezón del séptimo año (The Seven Year Itch, 1955), Amor en la tarde (Love in the Afternoon, 1957), Una Eva y dos Adanes (Some Like it Hot, 1959) y llegaría, quizás a su punto más perfecto con Piso de soltero (The Apartment, 1960), pero quién soy yo para andar poniendo puntos a las películas de otro. Me imagino que si no viste nada de esto estás yendo a hacer justicia en la fila de los torrents. Volviendo, la película fue estupendamente recibida de crítica y público. Estuvo nominada a seis Oscars: director, actriz, guión, dirección de arte, fotografía y vestuario y solo ganó este último. Y, bueno, el resto es historia. Y lo hubiera sido sin sobresaltos si a un ejecutivo de Paramount de mediados de los años noventa no se le hubiera ocurrido que era necesario hacer una remake “en colores” del clásico de Wilder y llamar a Sidney Pollack para que la dirija. Pollack estaba en un período de gracia, porque hacía relativamente poco había metido un hitazo: Fachada (The Firm, 1993) y como había dirigido comedias y todo tipos como Tootsie (1982) o África mía (Out of Africa, 1985) Sí, no seremos quienes juzguen la carrera de Pollack, ya lo dijimos al principio. Pero los de Paramount de los noventa pensaban que podían aportar algo más que el color a la remake de la película de Wilder: estaban convencidos de que ir a filmar a las locaciones reales y no hacer la película en set como era la costumbre de los años cincuenta iba a ayudar a la película. Así fue como la Sabrina de Pollack costó casi sesenta millones de dólares y recaudó poco menos que eso. “Se fundieron” No, acá no se funda nadie, porque eso es solo de taquilla al momento del estreno. Si te ponés a pensar dónde la viste por primera vez y tu respuesta es— “Seguramente en la tele” Ahí tenés que nadie perdió guita nunca. Lo cierto es que además de los colores y las locaciones, la Sabrina de los noventa hacía un gran esfuerzo por mostrarse más “moderna” que la anterior, cambiando “matrimonios” por “parejas circunstanciales” “ella va a aprender cocina a París” por “hace una pasantía en una revista de moda” y “fabrican plásticos muy resistentes” por “fabrican televisores de pantalla plana”. Sí, la hicieron en colores nomás. Sumándole insulto a la injuria, la Sabrina de los noventa dura casi quince minutos más. Y hasta acá estaríamos bien y hubiéramos cumplido con el objetivo de disparar una nueva necesidad cinéfila que estos envíos se proponen cada vez que le dan al “enviar”, pero hay una cosita más. “Ay” Lo bien que hacés en estar emocionadx. Porque te dije al principio que no era la última vez que Pollack y Wilder se iban a cruzar. Y acá podés suponer que fue cuando pidió permiso para filmar la película y tendrías razón. Pollack insistió, cuando los de Paramount le ofrecieron el trabajo, de tener el visto bueno de Wilder para hacer la película. Lo obtuvo, no sabemos si porque Wilder no era tan cabrón en el fondo o porque quería ver qué hacía este otro. Pero el verdadero cruce se dio antes del estreno. Pollack llamó a Wilder para preguntarle si quería ver la película y Wilder no parecía morirse de ganas. Pollack insistió con un buen argumento: “Todos te van a preguntar si la viste igualmente” Se lo dijo a Wilder, de todas las personas en el mundo: el que ya nos regaló el remate de Pearl Harbor con Kurosawa, y el autor de algunas de las mejores comedias de la historia del cine. Una persona, se podría decir, con el remate a mano. Y acá empieza la leyenda. Cuenta la misma que Wilder, aceptó ver la película con dos condiciones: que Pollack estuviera presente y que no hubiera nadie más que ellos dos en la sala. Pollack hizo los arreglos del caso y ambos estuvieron a la hora señalada en el lote de Paramount. Mientras la película rodaba, Wilder preguntó si la proyección no estaba muy oscura, a lo que Pollack le dijo que no, que era así. Wilder retrucó con un “¿Por qué es tan oscura si es una comedia?” Pollack no tuvo respuesta, pero tampoco hubo más preguntas de Wilder, que se quedó callado hasta el final. Cuando salieron, Wilder dijo un “bastante buena” entre dientes y le ofreció a Pollack ir a tomar algo, algo que el director aceptó. Y fue ahí, Martinis de por medio que Wilder hizo una pregunta casual que hizo una crítica sin proponérselo… O sí. — ¿Cuántos Oscars tenés? A lo que Pollack respondió con una sonrisa: — Dos de la misma película. — Yo tengo cinco— Respondió Wilder y siguió hablando de otra cosa. Ambos salieron del bar caminando despacio. Wilder habiéndole dicho lo que pensaba sin hacerlo y Pollack entendiendo lo que el director pensaba de su remake. Algo que, en épocas de trolls, puteadas y doxeos es casi un acto de literatura. |