Bueno, quizás sea momento de hablar de William Goldman. Pero viste cómo es, eso que estoy diciendo no es enteramente cierto, porque si mal no recuerdo Fer Mugica escribió sobre él en los envíos de los martes, y porque hoy vamos, como siempre que me toca a mí hablar de algo, a irnos por la tangente. “Qué paciencia que hay que tener” Infinita, hermanx. Infinita. Porque viste que por acá no hablamos de esas que todo el mundo recuerda y nos centramos más en las frutas machucadas, en esas que nadie se quiere llevar del cajón. Claro que para eso tendríamos que explicar un poco a Goldman, por si justo no sos de lxs que andan sabiendo de guionistas. Saber de guionistas es casi casi una parafilia a la altura de saber de productores. Puede ser muy útil a la hora de cinefilia, pero no reviste beneficios reales para el alma más que la acumulación de —aún más— datos inútiles. Decía: William Goldman. “Dale, por el amor de jehová” Haciendo corto algo largo: nació en Chicago a principios de la década del treinta y nos dejó hace unos cinco o seis años. Vivió en el seno de una familia acomodada, fue reclutado para la guerra de Korea, pero como sabía escribir a máquina, lo relegaron a tareas de oficina en el Pentágono. Tuvo tres carreras corriendo en paralelo, todas de escritura: empezó como novelista, siguió como dramaturgo y accidentalmente empezó a escribir guiones. Y podríamos hablar de las novelas que escribió (varias de las cuales él mismo adaptó a la pantalla grande) pero viste que esto es Míralos Morir y no El refugio de la cultura. Entre medio de algunas novelas publicadas y obras estrenadas, y a mediados de los años sesentas, un par de productores lo llaman para que les escriba adaptaciones de novelas, pero ninguna termina llegando a buen puerto. La idea de escribir para el cine, de todas maneras, había quedado activa en la mente de Goldman que, por las suyas, escribió un guión unsolicited que terminó siendo, en términos de los que hablan de la bolsa, “la vedette de la noche” y vendiéndose por una cifra impensada para la época: cuatrocientos mil dólares. Era, claro, el guión de Butch Cassidy (Butch Cassidy and the Sundance Kid, 1969) que iba a terminar dirigiendo George Roy Hill y siendo parte de lo que hoy llamamos el New Hollywood. Pero— “No estás acá para hablar de eso” Ay, gracias por el pie. Butch Cassidy fue un enorme pie en la puerta para Goldman que, a través de las décadas, se mantuvo en el candelero de los guionistas más solicitados, con sus altibajos, claro está. Su multitasking a la hora de la escritura le vino bien para irse de una disciplina a otra cuando los éxitos se hacían esquivos o cuando, simplemente, era muy hinchapelotas para los productores. En una de esas “vacaciones” a principios de los años ochenta Goldman escribió, quizás, uno de los mejores libros sobre guión (¿o debería decir sobre guionistas?) de la historia: Las aventuras de un guionista en Hollywood donde contaba, justamente eso: desavenencias, dramas y demás menesteres de la escritura de películas. El libro, quizás es más famoso por la frase que lo abre que por cualquier otra cosa: “Nadie sabe nada” Antes del libro Goldman había escrito, basado en el libro de otros, el guión de Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976) de Alan J. Pakula— Si no lo nombra Fer Mugica, lo termino nombrando yo, qué decirte. — y, resumiendo mucho y basado en novelas propias los de Maratón de la muerte (Marathon Man, 1976) y Magia (Magic, 1978), por solo nombrar algunas. Es después del guión de la película de ¿Lord? Richard Attenborough con Anthony Hopkins y el muñeco, que por cierto tiene episodio de Frame Fatale, que Goldman escribe el libro junto con otras novelas después de que varios proyectos que había escrito se habían caído en medio del siempre presente development hell. Es recién casi una década después que vuelve con los guiones del neo¿n? noir Heat (1986) de Dick Richards y de, claro La princesa prometida (The Princess Bride, 1987) de Rob Reiner. Y seguramente acá estés diciendo— “Aaaah, ese William Goldman” — y probablemente tengas razón. Estamos frente a su punto más alto en cuanto a popularidad. Pero, quizás, su punto más alto como guionista llegaría unos pocos años después cuando se le encomendó una tarea titánica y extraña: adaptar una novela que muchos consideraban inadaptable. Sí, William Goldman escribió el guión de la versión cinematográfica de Misery (1990) de Rob Reiner. Pero viste como son estos envíos. No venía acá a hablar de ninguna de esas, sino de una que está bastante enterrada tanto en la carrera de Goldman como en la del director de la película, que también es una vaca sagrada. Hablo del guión de Poder absoluto (Absolute Power, 1997) de Clint Eastwood. “Qué necesidad” Tiene una gran historia. Y contada de primera fuente, porque Goldman no se quedó solo con Aventuras de un guionista…, varios años después (en el año 2000 para ser más preciso) escribió la secuela: Nuevas aventuras de un guionista en Hollywood. Ambos libros son una verdadera gozada de leer y están tan fáciles de conseguir por ahí que la verdad que sería una picardía, pero quién soy yo para andar recomendando libros. Volvamos— En Nuevas aventuras… Goldman dedica ¡un capítulo entero! a la película de Eastwood, explicando cada una de las reescrituras que tuvo el guión dando, sin proponérselo, una clase de cine magistral. Pero también hace otra cosa en el mismo capítulo: cuenta su primera reunión con el ¿viejo y mal llevado? Clint. Y eso, justamente eso, es lo que te quería contar. “Al fin, hermano, se me pasó de moda la ropa” Goldman cuenta que llega a la oficinas de Malpaso (la productora de Eastwood) en el lote de Warner y se encuentra con dos empleados: Tom y Melissa Rooker, que le llama la atención que no haya nadie más e inmediatamente descubre que no hay nadie más nunca. Que la compañía entera son ellos dos y quien, le anuncian, lo está esperando en la oficina. Goldman, a pesar de haberse cruzado con Eastwood hacía una década o así, estaba aterrado de la opinión que el director podía tener de su primera versión del guión. Un guión que, por cierto, no conté estaba basado en una novela de David Baldacci de la que a Eastwood le interesaba la línea argumental, pero no lo que pasaba con los personajes. El comienzo de la reunión fue, según Goldman, un largo silencio, que se rompió con Eastwood diciendo: “Puede que te mate, pero es buen trabajo” Eastwood siguió: “La mujer del presidente. ¿Podría tener alguna misión?” Goldman asintió. Eastwood siguió aún más: “¿Podemos poner a Kate en algún tipo de peligro?” Goldman asintió. Un nuevo silencio largo. Goldman no sabía y se dio cuenta poco después: la reunión había terminado. Eastwood, de repente sonríe, y camina hacia atrás de donde está parado Goldman, recoge a un bebé que entró gateando a la oficina: es el hijo de los Rooker, que lo suelen llevar al trabajo. Eastwood despide a Goldman con el bebé a upa y la única sonrisa que le vio en toda la relación. Goldman cierra la anécdota diciendo algo muy cierto: “Todos los guionistas tendrían que tener una de esas reuniones una vez en la vida” Y acá te podría decir que Poder absoluto anduvo bien de tanquilla en Estados Unidos, pero sobre todo en el extranjero, quedándose ¡nueve semanas primera! en Italia y alguna que otra trivia más. No es de la películas de Eastwood que más se recuerden, ni de los guiones de Goldman, si es por eso, pero viste cómo son estos envíos. |