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232 – Un director medio pelo, una película de saga bastante olvidable y una anécdota hermosa

Publicado el 27 de junio de 2024

Nunca termino de entender muy bien por qué no me metí mucho con la saga de James Bond en estos envíos, al punto de casi jurar que esta es la primera vez que voy a hablar de una, pero me puedo estar equivocando.

Y quizás se deba a que tienen tantas vueltas que una sola entrega sería poco y muchas quizás cansen a los que por dentro tengan más de nueve años.

Porque la saga de Bond, que disfruté y disfruto me hace volver a esa época de la niñez con VHS donde había decenas de películas por describir, donde daba lo mismo si era Connery, Lazenby o Moore y lo importante eran los juguetes.

Así que, en este sencillo acto, doy por inaugurada la saga de Bond, que reaparecerá según convenga o como diría la posología de un remedio: a demanda.

Y empiezo, fiel al estilo de este pasquín al que ya deberías estar acostumbradx, agarrando una diagonal total: Solo se vive dos veces (You Only Live Twice, 1967) de Lewis Gilbert.



“La verdad que no podrías haber elegido una más oblicua”

La verdad que no, pero viste cómo es esto y perdón por la cinefilia.

Solo se vive dos veces es la quinta película en la saga de Bond, y vino después de El satánico Dr. No (Dr. No, 1962), De Rusia con amor (From Russia with Love, 1963), Dedos de oro (Goldfinger, 1964) y Operación trueno (Thunderball, 1965)

No te voy a decir que las escribí en orden y de memoria porque no quiero fanfarronear, pero Bond en una época de mi vida era mi

Las películas habían ido creciendo en popularidad y la gente de Eon (la productora que ¿tenía los derechos de todas las novelas de Ian Fleming? más de esto en un instante), más específicamente Harry Saltzman y Albert Broccoli, estaban para seguir con la franquicia a cómo diera lugar.

Así fue como en la búsqueda de un nuevo director para la saga, después de haber pasado por Terence Young en las dos primeras y la cuarta y Guy Hamilton en la tercera, la dupla de productores cruzó su camino con “la nueva gran cosa”

Y “la nueva gran cosa” se llamaba en ese momento Lewis Gilbert.

La carrera de Gilbert fue todo menos meteórica. Podríamos salvar en su filmografía Alfie, el seductor irresistible (1967) que habría que volver a ver si no era un producto de su era más que cualquier otra cosa.

Entró en el tren de Bond con esta, después no quiso dirigir quizás una de las mejores (Al servicio secreto de Su Majestad (On Her Majesty’s Secret Service, 1969)) y volvió para La espía que me amó (The Spy Who Loved Me, 1977) y Moonraker, misión espacial (Moonraker, 1979) que, obvio, nos parecen re camp y simpáticas, pero vamos, en serio.

Moonraker, además de, bueno, ser eso que ya viste, se fue mucho de presupuesto, así que Saltzman y Broccoli decidieron prescindir de los servicios de Gilbert en las películas que vinieron atrás.

“Atrás” vinieron, entre otras Octopussy (1983) y En la mira de los asesinos (A View to a Kill, 1985), así que qué decirte, hermanx.

Pero no estamos acá para hacerle caca encima al pobre Gilbert, que después de haber dirigido al superagente secreto se dedicó a dramas más de su época que otra cosa como Educando a Rita (Educating Rita, 1983) y Yo amo a Shirley Valentine (Shirley Valentine, 1989).

No te voy a mentir, con estos títulos que estoy tirando me siento Fer Mugica un martes, pero sigamos.

Dije hace un minuto o dos que Gilbert había dirigido Alfie, el seductor irresistible, que había sido un éxito considerable de taquilla en el cine británico y en el resto del mundo.

Esa fue la razón por la cual Saltzman y Broccoli pusieron sus ojos sobre el director que ya tenía una docena de marcas en el cinturón.

Pero detengámonos en esto un momento porque la producción de Solo se vive dos veces fue de todo menos ordenada.

Empecemos por contar que no iba a ser la quinta película de Bond sino la sexta, ya que la idea era filmar Al servicio secreto de su majestad antes.

El problema fue que se requerían escenarios nevados y estaban fuera de temporada, así es como, entre gallos y medianoches ¡Roald Dahl! se puso a adaptar metiendo mucha mano una de las miles de novelas de Ian Fleming—

Algo que, si tenemos en cuenta que Fleming escribió solo doce novelas y las películas hasta ahora son ¡veintisiete! empezó acá, pero se convirtió en norma.

No, no les estoy cayendo por haber hecho veintisiete películas de doce novelas. ¿Cómo me voy a poner la gorra con eso si hay como diez de Rápido y furioso?

Pero volvamos…

—para filmar ¡en Japón!

Y acá se abre oootro ángulo más en esta simpática historia.

Sí, me voy a desviar. La cosa es más o menos así:

Una de las locaciones que se usó, además de Tokio y Kagoshima fue el castillo de Himeji donde entrenan los ninjas, y que tiene una historia bastante particular, y para eso vamos a tener que hacer—

“Un poco de historia”

El castillo fue construído en el siglo XIV y podríamos pasarnos horas explicando que es blanco y con esa forma para representar a un ave levantando vuelo y todo eso, pero—

“No estamos acá para hablar de arquitectura”

Lo bien que lo dijiste. Estamos acá porque hay una leyenda.

“Bueno, técnicamente estamos acá para hablar de cine, pero estoy”

El castillo, se supone, tiene por lo menos tres leyendas de fantasmas (o kaidan, como le gusta decir a la pibada de allá (?)) que van desde una sirvienta que perdió unos platos y en castigo lo ahogaron en un aljibe que vuelve todas las noches contándolos a ver si están todos, pasando por el fantasma de una vieja que evita a los humanos pero puede leer su mente y controlar las de los animales, hasta el de un carpintero que se suicidó durante la construcción porque su trabajo no resultó lo suficientemente bueno.

Independientemente de lo embrujado o no que esté, el castillo sirvió como locación a varias películas más, más notoriamente a Kagemusha: la sombra del guerrero (Kagemusha, 1980) y Ran (1985) de Akira Kurosawa.

“Pero será posible, de no nombrarlo nunca a nombrarlo todas las semanas”

Y encima te digo que te guardes ese nombre que te va a venir bien en un ratito.

“Empiezo con palpitaciones”

Pero sigamos con la producción. porque Operación trueno (Thunderball, 1965), la cuarta en la saga y la inmediatamente anterior a esta, había sido un éxito descomunal y buscaban que esta “nueva normalidad” siguiera a como dé lugar.

Pero había varios problemas. El primero era el protagonista. Sean Connery estaba harto de hacer de Bond y le decía a todo aquel que se cruzara con él que esta era su última película como James Bond.

Algo que, bueno, después no pasó del todo, pero esa historia es más larga y compleja y nos ocuparemos debidamente en algún momento.

Connery no quería quedar encasillado como un one trick pony y, si bien las películas lo habían puesto en el mapa, quería soltarlas para buscar otras pasturas.

Alguien que conozco diría “devolvé la guita”, pero tampoco entremos ahí.

Porque no solo Connery no quería ser más Bond, también estaban los de Columbia. Y esta historia quizás haya que explicarla con más detalle porque tiene mil ribetes, pero:

Casino Royale (1967) era una película que se había hecho a la luz del éxito de Operación trueno, cuando uno estudio competidor había logrado hacerse de los derechos de una novela de Ian Fleming que había quedado afuera del paquete que había comprado United Artists, Saltzman y Broccoli: la primera.

Porque cuando Fleming era joven y no sabía lo que hacía le había vendido por muy poca plata los derechos a un productor llamado Gregory Ratoff que los vendió y fueron pasando de mano en mano hasta que se volvieron algo deseable: había una película de Bond que se podía hacer sin tener que pasar por el férreo y celoso control de su productores de toda la vida.

Pero no fue tan tan así, porque en realidad los que tenían los derechos en la mano en ese momento se los ofrecieron a la dupla, pero no llegaron a un acuerdo con las ganancias y así fue como terminaron con Columbia.

El resultado fue que, unos meses antes del estreno de Solo se vive dos vecesCasino Royale llegó a los cines con David Niven, Peter Sellers y Woody Allen, por solo nombrar unos pocos y un tono de comedia psicodélica muy acorde a los tiempos que se vivían.

Ahora hacé esta cuenta: si una fake news dura años en la mente de ese tío que te manda memes de Coherencia por favor, imaginate en la época, donde la gente no entendía qué pasaba con James Bond que se había vuelto cómico y colorido de más.

Casino Royale fue un drama para la comunicación de la película en el momento de su estreno, pero para eso tenían que pasar varias cosas más antes.

La primera era la constante prensa negativa que tenía Connery en Japón que, harto de ser Bond, hacía declaraciones que armaban escándalos, no le hacía caso a Gilbert en el set, al punto de pedir que sin no estaban Saltzman y Broccoli presentes él no filmaba más, entre otras delicias.

Ojo, también podemos decir que si bien Solo se vive dos veces no es la mejor película de la saga de Bond, nos presenta al personaje de Blofeld por primera vez (en su encarnación más perfecta a cargo de un Donald Pleasance que no pestañea jamás), que sube la apuesta (quizás más dramáticamente por primera vez) con los gadgets delirantes, esas pistolas de Chejov que esperábamos como el perro de Pavlov y tiene una canción hermosa de Nancy Sinatra a nada de grabar el genial Nancy & Lee junto a Lee Hazlewood, pero no estamos acá para hablar de música.

Porque también podemos decir que la película, con los ojos de hoy, tiene una de las más infames y ridículas apropiaciones culturales con James Bond haciéndose pasar por japonés que mueve a la risa y mueve al espanto.

Pero viste como es: ya lo dijimos varias veces por acá: no debemos juzgar con armas del presente el pasado.

Es justamente en medio de todo este berenjenal, y mientras filmaban las escenas de Tokio, que cayó una visita muy especial en el set: Akira Kurosawa quería ver cómo se filmaba una película de esas.

El director, que para este momento ya tenía filmadas Rashomon (Rashômon, 1950), Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954), Trono de sangre (Kumonosu-jô, 1957) y Yojimbo (Kakushi-toride no san-akunin, 1958) entre otras, tenía un interés genuino en ver cómo se filmaba una de Bond.

Encantador, ya lo sé.

Cuestión que le hicieron los honores y visitó el set en un día donde había varias explosiones. Charlando con Gilbert le preguntó cómo iban a hacer.

Gilbert ni lerdo ni perezoso le explicó que iban a explotar acá y acá, así el resultado tal o cual cosa.

Kurosawa lo miró extrañado y le retrucó con un “¿Pero dónde va a poner la cámara?” a lo que Gilbert sin mucha preocupación le dijo que de eso se ocupaba el director de fotografía.

Kurosawa sonrío y dijo “Pensé que estaba hablando con el director”

Dije hace unos minutos que “no estamos acá para hacerle caca encima al pobre Gilbert”, pero bueno, qué sé yo, es Kurosawa.

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