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23: La defensa menos pensada

Publicado el 25 de junio de 2020

Joel Schumacher filmó 23 películas. Ninguna, probablemente, entre en la historia del cine, pero varias fueron por lo menos interesantes: Que no se entere mamá (The Lost Boys, 1987), Línea mortal (Flatliners, 1990), Un día de furia (Falling Down, 1993) y Enlace mortal (Phone Booth, 2002) y otras que, como dije hace unos instantes, hoy serían festejadas: El cliente (The Client, 1994), Un toque de infidelidad (Cousins, 1989), Nadie es perfecto (Flawless, 1999) u 8mm (1999).

También filmó dos del franchising de Batman, en un momento donde estas películas eran tratadas como la pavada que son: Batman eternamente (1995) y Batman y Robin (1997) y el fandom de aquella época (igual de tóxico que el de ahora) se ensañó con su carrera con la misma intensidad que hoy en día lo hace semanalmente ahora cada vez que algo se sale de su canon.

En aquel entonces era pintoresco por lo inusual. Hoy ya es pavorosamente mainstream: como hacer un berrinche porque Mc Donald’s no te cocina el paty como a vos te gusta.

Y, en realidad, lo único que hizo Schumacher, si nos ponemos realmente serios con esto (voy a tener que hacer el esfuerzo), fue rescatar algo del componente pop que tenía el Batman original, los colores y, bueno, los planos del culo y el bulto de Robin y los pezones de los trajes.

Algo que, si pensamos en Batman como lo que en definitiva es: un solterón que se disfraza y sale a dar vueltas por la noche en compañía de un joven con el que no queda muy claro qué relación hay, qué querés que te diga: capaz que a Schumacher lo condenaron por ser demasiado sincero.

Pero no estoy acá para hablar de Batman: para eso tenés doscientos que no pueden escribir con polisílabos que de lo único que hablan es de eso, sino para hablar de una de las películas que nombre en la lista.

8mm fue la película que Schumacher filmó inmediatamente después de Batman y Robin. Venía bien aspectada y no terminó siendo todo lo que esperábamos.

Básicamente, por si no la viste: un detective privado es contratado por la viuda de un archi millonario para comprobar si una filmación en super 8 que encontró entre las posesiones del difunto es o no una película snuff.

(Del snuff vamos a tener que hablar en otro momento, con más tiempo. Del snuff y del mondo y el death, sus “hermanitos”. No será hoy.)

Y ahí va Cage, se mete en el submundo del porno en Los Ángeles, conoce a Joaquin Phoenix un muchacho que trabaja en un sex store pero está sobreescolarizado y juntos cruzan el país buscando a los culpables.

Y ahí aparece uno de los hallazgos y a la vez una de las grandes caricaturas de la película: Peter Stormare (quizás el único capaz de sobreactuar más que Cage) componiendo un auteur porno de esos que había montones en la época, como Bruce Seven.

Pero basta de sinopsis, que para eso está internet.

El gran problema no es narrativo ni de estructura, sino de tono: 8mm es tremendamente moralista.

Resulta interesante cómo alguien que se animó a ponerle pezones a Batman imaginó un mundo del porno (incluso el convencional) tan oscuro, tan de sótano, tan “porno” = “snuff”, pero fue así. El acercamiento a la pornografía es muy de señora, y muy difícil de eludir.

Aún a pesar de todo, el guión de Walker, se adivina, era bastante “a prueba de Schumacher” porque, incluso considerando lo que vengo diciendo, se las arregla para hacer algo bastante mágico a nivel narrativo.

Sobre el final de la película, cuando Cage nos regala uno de sus primeros Cage rages de su carrera y le pide explicaciones del por qué del snuff al Smithers del millonario: “¿Pod que? ¿Pod qué hizo ezo?”, el Smithers le da la respuesta más simple y aterradora que alguien puede dar: “Porque podía.”

Ese momento solo vale el precio de la entrada.

¿Es 8mm una buena película? Bueno, si te hacés esa pregunta, probablemente te venga bien releer esto, pero igualmente diré: no, probablemente no esté entre las más logradas que se hayan hecho.

Se podría decir que tiene sus momentos climáticos y es linda visualmente, como lo eran casi todas las películas donde era de noche y llovía en 1999.

8mm sí es una buena excusa para hablar de dos películas que la antecedieron, una por 20 años y otra por muy pocos.

Por un lado, son muchos los puntos de contacto con ¿Dónde está mi hija? (Hardcore, 1979) de Paul Schrader, donde si extrapolamos “pastor” por “detective” y “snuff” por “porno”, medio que tenemos la misma película.

¿Descubrimiento? Para nada: el éxito anterior de Walker como guionista (Pecados capitales (Se7en, 1995) hacía algo muy similar.

En El abominable Dr Phibes (The Abominable Dr Phibes, 1971) el personaje comienza un raid homicida basándose en las plagas de Egipto. Si extrapolamos “plagas de Egipto” por “pecados capitales”… bueno, estás entendiendo el modus operandi de Walker.

(Igual, no estoy diciendo con esto que Walker sea un ladrón ni por asomo. Sí tiene una buena forma de dar vuelta algo que ya vimos antes y hacer algo nuevo con eso.)

En fin, volviendo.

Por el otro lado estaba Tesis (1996), la brillante película debut de Alejandro Amenábar, donde se habla del snuff y es esta práctica tan misteriosa y elusiva que nadie pudo comprobar que existe el motor de su intriga. Una intriga, en este caso, más hitchcockiana que otra cosa.

Que Tesis se haya estrenado tres años antes tampoco ayudó mucho a 8mm. Un ejemplo superador y mucho menos moralista nunca es un buen antecedente.

Para cuando vimos 8mm, ya habíamos visto Tesis y le hicimos la cruz a Schumacher como los que se la habían hecho por los pezones de goma.

¿Teníamos la culpa? Probablemente no, estábamos tapados de películas buenas. ¿Era para tanto? Mirá no sé. Lo que sí se es que me das una 8mm hoy y te la meto en un top ten del año.

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