Viste cómo es vivir acá. Qué te voy a contar, sobre todo en las últimas semanas. Pero parece haber un cambio, sobre todo desde el discurso dirigente que tiende a hablar bien de algo que antes, no había dudas, estaba definitivamente mal. Los yanquis. Y acá me voy a detener un momento, porque la verdad que no es todo sí o todo no. Gran parte de la contracultura en la vivimos —o intentamos vivir— y consumimos se la debemos justamente a que los yanquis fueron, son y serán esos yanquis. Es casi imposible que exista una contracultura si no hay una “cultura” contra la cual ir. Sí, puede sonar idiota, sobre todo si te criaste —como yo— en los ochenta y noventa y el término “yanqui” era despectivo. Lamento decirte, claro, que en eso había una trampa: porque todo lo que te gustaba, para bien o para mal, tenía las huellas digitales de los yanquis. Y vamos a hablar de huellas digitales hoy, pero no me hagas irme por las ramas. “Yo no te dije nada” Bueno, me pareció. “Estás escuchando voces. Te voy a pasar un teléfono que—” Decía: la trampa era que los que decían “yanqui” como cosa despectiva después hacían un arte de mierda, en la enorme mayoría de los casos. Pero los “yanquis” que lo eran solo por haber nacido ahí y estaban en contra del status quo tenían una vara de calidad muy alta. ¿Confundidx? No es tan complicado. Nadie es bueno o malo por dónde nace, sino por lo que hace después. En la vereda de enfrente, tenés el aspiracional argentino que cree que Elon Musk va a hacer algo por nosotros. Daría la sensación de que no. Entonces ¿cómo hacemos frente a esto? Bueno, aprendemos de esa contracultura con la que nos criamos, y empezamos por nunca, y repito: nunca, se fan de un político, sea del partido que sea. ¿Y por qué todo esto? Bueno, ahí viene. Porque voy a hablar de dos muertes, de dos personajes que quizás no conociste ni vivos. Y que, de alguna manera, estaban uno parado en cada vereda. “Esto es de cine, eh” Sí, claro que sí. Y eso es lo mágico de esto: que vamos a hablar de cine. Y vamos a hablar de ese cine “re yanqui” y de un personaje que ayudó —y caramba que ayudó— a moldearlo. “Pero entonces—” No, no es de películas necesariamente “buenas” o “malas”, pero sí de algunas que quizás vimos miles de veces y tuvieron cambios sutiles —y no tanto— para poder terminarse y dejar a “todos” contentos. “Me intriga” Y cómo no. Empecemos por hablar del primero de los personajes (¿o debería decir de los muertos?: David L. Robb. Robb era un periodista especializado que en 2004 había sacado un libro que hizo un poco de ruido. Se llamaba Operation Hollywood: How the Pentagon Shapes and Censors the Movies y, si te gustan las conspiraciones más que respirar y leés en inglés —creo que se había editado en español, supongo que se llamará Operación Hollywood algo—, quién te está parando de que lo leas. El libro planteaba, usando papeles desclasificados del Pentágono, la cantidad de vetos por los que ciertas películas tenían que pasar para tener “el apoyo” del Departamento de Defensa. Sí, te imaginarás que no eran indies de gente charlando en un departamento neoyorkino muy chiquito y lleno de libros, eran big fucking movies. La que el libro decía, que no parece ser algo muy alejado de la realidad, es que cuando esas big fucking movies necesitaban el apoyo, solo lo tenían si hacían cambios después de que el Departamento de Defensa revisara el guión. Más de esto más tarde. “Pero cuál era el apoyo” Simple: tratándose de películas generalmente militaristas, el DdD proveía de equipamiento —nidea, tanques, esas cosas— y se quedaba con el veto de decir “Mejor esto no lo pongas” “Censura previa” Qué sé yo. Gran parte del cine militarista está bastante alineado, no es que le cambiaron el final a Bambi (1942), pero bueno. El libro hablaba de las huellas digitales del Pentágono en películas tan obvias como El pelotón chiflado (Stripes, 1981), Elegidos para la gloria (The Right Stuff, 1983), Top Gun (1986), Sin salida (No Way Out, 1987) o La caza al Octubre Rojo (The Hunt For Red October, 1990) y de otras no tanto como Viaje a las estrellas 4: Misión salvar la Tierra (Star Trek IV: The Voyage Home, 1986), Forrest Gump (1994), Goldeneye (1995) o Día de la independencia (Independence Day, 1996). “Me dejás heladx” Bueno, la primera lista no es para helar a nadie. Me imagino que igual estarás queriendo saber para qué lado estamos yendo. “Sí” Robb se pasó su vida tratando de descular la relación entre el Pentágono y Hollywood y, si bien ese era su área de expertise, terminó escribiendo sobre conflictos sindicales en Hollywood. El 8 de diciembre pasado, Robb dejó está dimensión de un cáncer en el cerebro. “Bueno, esto ya es La vida y el triste final” Ni La vida y el triste final se animó a meter el doblete que vamos a meter hoy. “Me estoy empezando a poner entre nervioso y—” Tranquilx, ahí viene. Porque hablé de dos muertos. El segundo, bueno, puede hacer que las cosas sean un poco más interesantes. Porque tenemos que hablar de un un agente del Departamento de Defensa, de un espía si se quiere. de un espía sobre el cual Robb ponía la lupa especialmente en su libro, diciendo que tenía “más de 400 películas dirigidas” en forma de broma. De un espía que tiene créditos a su nombre en IMDb. Su nombre era Phil Strub y murió en algún momento de noviembre pasado. “Esto se está empezando a poner bueno” Agarrate el Dramamine, porque esto sigue. Si vemos su perfil en IMDb vamos a ver que en la mayoría de los créditos, en una decena de películas —las declaradas— aparece como consultor o “contacto” del Departamento de Defensa. Acá, justamente acá es cuando la cosa se empieza a poner más interesante. Se dice —y acá tenemos que entrar en un terreno un poco especulativo— que Strub era una suerte de líder de la propaganda de parte del Pentágono. Tenía una visión bastante simple: toda aquella película que mostrara a los militares de manera poco decorosa era “inexacta” Claro que no existía un manual de instrucciones para el trabajo que hacía Strub, y él más bien hacía lo que quería. Y acá podríamos decir “Estás sintiendo unos Miguel Paulino Tato vibes” pero sería un poco injusto, porque lo que Strub hacía no era censura sino “aconsejar” sobre lo que le película debía hacer a los fines de tener el apoyo y que le presten los helicópteros o andá a saber qué. Strub hizo este trabajo desde algún momento en los años noventa hasta 2010. ¿Qué hizo en todo ese tiempo? Bueno— En Goldeneye, el guión original tenía un militar yanqui que era seducido por una mafiosa rusa. Consiguieron los helicópteros cambiandole la nacionalidad al milico enamoradizo. Si querés que sigamos con Bond, en El mañana nunca muere (Tomorrow Never Dies, 1997) Bond se tenía que tirar en paracaídas y aterrizar en Vietnam y tuvieron que sacar un chiste que hacía referencia a Estados Unidos perdiendo la guerra. Strub metió mucha mano en Peligro inminente (Clear and Present Danger, 1994) para que el presidente —que no era Harrison Ford, eso fue un poco después— no estuviera tan ciego de venganza después de que le matan al amigo, además de evitar que un jet bombardee un avión de pasajeros solo porque llevaba un cargamento de cocaína. Strub metió mucha mano en Armageddon (1998). Se dice que había unas ganas locas —y mutuas— de colaborar con Jerry Bruckheimer, ya que no habían podido hacer nada con Marea roja (Crimson Tide, 1995) de Tony Scott porque no pudieron llegar a un acuerdo de que no hubiera motín. Sí, parece un chiste. Igualmente, estos son solo detalles menores… pero. ¿Qué pasaba con las películas que Strub odiaba y los productores no querían ceder? Bueno, hay dos casos emblemáticos: Por un lado estaba Trece días (Thirteen Days, 2000), la película de Roger Donaldson sobre la crisis de los misiles cubanos. Sí, no era genial, pero en una de esas con esto la querés un poco más. Strub dijo en su informe que la película estaba “muy de un solo lado” y que “hacía revisionismo histórico”. Los productores no estuvieron de acuerdo con férrea visión del empleado del DdD y reacondicionaron unos aviones filipinos rotos de los años sesenta y le metieron un poco de CGI. Pero el odio mayor fue contra James Webb, que en ese entonces no había sido senador de los Estados Unidos y era simplemente un veterano de la guerra de Vietnam que había escrito un libro llamado Fields of Fire sobre los horrores de la misma que había sido un éxito de ventas y que querían adaptar al cine. Strub le escribió la carta a Webb diciéndole que lo que hacían los marines de su novela “ensuciaban a la institución” y ningún productor que quisiera conseguir un tanque o un helicóptero después quiso tocar el libro para adaptarlo nunca más desde 1993. Tom Seckler, periodista y coautor de National Security Cinema: The Shocking New Evidence of Government Control in Hollywood recibió tras la muerte de Strub una carta de su hermano, pretendiendo que alguien le escribiera un obituario que lo dejara mejor parado. No pudo ser. Somos lo que hicimos y con una obra como esta, bueno, solo quedan estos homenajes. Vuelen alto, coyote y correcaminos. |