En ciertas ocasiones, las historias más deformes o torcidas de un período armonioso me resultan más atractivas que las atravesadas por la bienaventuranza de la perfección. ¿De qué y de quién hablo? Del New Hollywood y de Michael Cimino, porque ambas categorías no van de la mano habitualmente, cuando se nombra lo primero aparecen otras personalidades adelante y cuando se nombra lo segundo es para narrar sus momentos de oscuridad. No voy a hacer un racconto de la vida de este guionista y director, sí pretendo ponerle una estrellita en su camiseta -suena mal, pero es una metáfora futbolera, les juro- ya que podemos hacer un ejercicio de cinefilia y (re) ver una de sus películas menos comentadas. Manhattan Sur (Year of the Dragon, 1985)— ![]() — es la película inmediata a La puerta del cielo (Gate of Heaven, 1980), quizás “inmediata” no sea la palabra indicada porque entre una y otra pasó un lustro, y en el contexto industrial de entonces tal lapso era extenso para considerarlo lindante, más si pensamos que El francotirador (The Deer Hunter, 1978) fue hecha un par de años antes del mayor fracaso, que se convirtió en el chivo expiatorio de un fenómeno que lo dejó a Cimino como el máximo culpable de todo. Está de más señalar que este razonamiento es simplista y erróneo para hacer una lectura sobre los motivos que llevaron al New Hollywood a un abismo. La historia del cine (como la historia de cualquier disciplina, me atrevo a decir) es oblicua, tiene arrugas, pozos y otras imperfecciones que obligan a estudiar los momentos bajo un prisma contextual. Después de cinco años volvió Cimino y lo hizo con una película en la que se rodeó de pesos pesados de la narrativa cinematográfica de ese tiempo: Robert Daley, el guionista de El príncipe de la ciudad (Prince of the City, 1981) y Oliver Stone, quien por entonces ya le había puesto la firma a grandes películas de otros directores. Es posible entender la evolución de la ciudad de Nueva York solo con las películas, y muchas de ellas marcan esa transición entre el salvajismo de los 70 y el camino de la reconstrucción de los 80. En los primeros tres minutos de Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975) Sidney Lumet sintetiza el estado de la ciudad al mejor estilo Cinéma Vérité con “Amoreena” de Elton John: solo hay mugre en las calles, mucha gente sin nada que hacer y los ricos viven recluidos en sus nubes de gases tóxicos. Es interesante pensar que de la misma manera en la que el New Hollywood apareció y desapareció convergieron diversas variables, también sucedió lo mismo con el cambio de la ciudad en términos de fisonomía, tasas de criminalidad, repunte de la economía y demás. En Cruising (1980) William Friedkin recurre a las mismas estrategias visuales para ubicar la cámara en la calle, como la había hecho una década atrás con Contacto en Francia (The French Connection, 1971), especialmente evidente en las escenas diurnas del parque. Con las partes nocturnas de la película, exhibe el submundo del SM leather en pleno auge, una marginalidad escondida bajo la alfombra de la ciudad. La “documentación” de Cruising, como objeto de estudio, indica el tránsito de los salvajes 70 a un reacomodamiento de la ciudad para la década siguiente, alentada por el desarrollo inmobiliario, el cual -por ejemplo- puso en valor muchas de las locaciones que se ven en la película de Friedkin. Para entenderlo con nuestra geografía, es como si Juan Carlos Desanzo hubiera hecho “A la caza” con Gerardo Romano en Puerto Madero. Disculpen la deformidad. Sigamos. La Nueva York de Cimino en Manhattan Sur presenta otros problemas, entre ellos el de la repartija de la torta entre todas las mafias durante un período de evidente declive de un sistema delictivo. La mafia italiana se encontraba debilitada por una decapitación severa de sus organigramas y las asociaciones delictivas emergentes presentaban un desorden, que las hacían más proclives al desbaratamiento. La territorialidad es lo que se pone en juego porque Chinatown, de la manera en la que la muestra Cimino, parece ser otro país dentro de Nueva York: tiene sus propias reglas, los jefes de las triadas se encargan de los problemas y la policía solo se ocupa de mantener ese orden. El cimbronazo se da cuando un jefe chino es asesinado por sicarios a plena luz del día en un restaurante. Allí llega un nuevo “sheriff”, Stanley White (la mejor versión de Mickey Rourke) para destruir cualquier acuerdo y obligar a todas las triadas a regirse bajo las reglas de cualquier ciudadano. En la disputa intra mafia china la lucha no es solo por el territorio, sino que es una pelea generacional, y allí se pone en crisis los modos de operar. Mientras la vieja escuela considera los “buenos modos” para concretar negocios, la juventud encarnada en Joey Tai (John Lone) es pirotécnica y poco cerebral para el largo plazo de sus actividades. Desde el asesinato del primer jefe con un cuchillazo -a lo Vito Corleone joven contra Don Ciccio- sabemos que la escalada de violencia es imparable. La policía no interviene porque cree en su trabajo, más bien teme a un posible derrame a otros sectores de la ciudad, en realidad su única función es tener todo controlado, aunque no lo esté. En la progresión dramática no solo se complejiza la trama, además emergen otros personajes que hacen tridimensional al personaje de White, si solo nos quedáramos con su porte de policía recio tendríamos una de Charles Bronson (a mí no me molesta eso en absoluto), pero las diferentes aristas del personaje es lo que lo convierten en vulnerable, buen amigo, misógino, dubitativo, existencialista y un montón de otras cualidades que pueden etiquetarse. La mano de los tres guionistas hace que los escenarios esperables no se conviertan en clichés, por ejemplo, la subtrama del matrimonio de Stanley que presenta algo visto en innumerables ocasiones como lo es un vínculo roto por la obsesión laboral de un policía. Entre Stanley y Connie solo hay un par de peldaños de lo que alguna vez fue un puente, él muestra su lado más frágil cuando ella le hace preguntas básicas como: “¿Qué querés?”, a eso no puede responder, mientras que en su trabajo siempre exhibe firmeza y convicción. Para sumarle más melodrama a su vida, su superior es su cuñado y amigo de toda la vida (el gran Raymond J. Barry) con quien tiene todas las rispideces posibles, tanto en el ámbito laboral como en lo personal, así y todo, se deja entrever una amistad blindada entre ambos, a la que de todos modos se pone a prueba con cada latigazo que la trama presenta. Stanley es de esos personajes que, si los problemas no tocan a su puerta, él va a buscarlos. Es de esa forma que se enamora de una periodista china americana, Tracy Tzu (la modelo Ariane) encargada de cubrir las noticias de Chinatown, y por supuesto la revolución de las triadas en esa zona de Nueva York le resulta una obsesión. Stanley es un tornado, todo a su paso queda arrasado, incluso aquello que procura defender. Se desliza, dentro de su perfil psicológico, una distorsión nacida de su trauma por Vietnam: muchos de los obstáculos con los que chocan terminan en una reflexión sobre sus heridas indelebles de la guerra. No se debate con esto un resquemor racial, sino una batalla interna desgarradora entre esas cicatrices personales y las intenciones honestas de un policía, al cual le caben una serie de zonas grises en su mapa de decisiones. Aquí es necesario volver a traer al trío de guionistas, si bien estamos en la mitad de la década de 1980 el halo del New Hollywood se mantiene porque un protagonista así de ambiguo, moralmente cuestionable en algunos aspectos y de un rictus en su rostro que adelanta la tragedia tiene un germen (al menos rebrotado) en ese período de ebullición creativa. En este sentido se ve a un Cimino inquebrantable en sus formas, ideas e intereses. Después de un gran traspié, la carrera del pobre Michael podría haberse encaminado en una comodidad al aceptar trabajos más complacientes o encargos más amables para sostenerse en la industria, sin embargo, redobla la apuesta en su búsqueda por surcar el camino de la tragedia inevitable, además, en sus historias. ¿Y qué vino después para Michael Cimino? Si extendemos la filmografía para adelante, lo primero que puede señalarse es que solo hizo otras tres películas: El siciliano (The Sicilian, 1987), la remake Horas desesperadas (Desperate Hours, 1990) y la pequeñísima Viaje violento (The Sunchaser, 1996). La primera es un policial extraño filmado en Italia con Christopher Lambert, Terence Stamp y John Turturro (el único tano del elenco principal) que se solía ver desperdigado en las bateas de los videoclubes muchas veces puesta al lado de clásicos de la mafia. Es correcta, aunque se puede percibir el dejo épico propio de Cimino, lo que también es notoria es la reducción de presupuesto, aquí solo tuvo a disposición 9 millones de dólares, y con un mercado igual de estrecho para su distribución. Horas desesperadas fue una producción de Dino De Laurentiis, por lo tanto, pueden imaginarse en qué derivó la película: mutilaciones de negativo, órdenes de restricción para que Cimino se acercara a la isla de edición y demás recurrencias que envolvían al productor / talabartero italiano. La película original fue dirigida por Willyam Wyler y el papel principal estuvo a cargo de Humphrey Bogart, en uno de sus últimos trabajos. Cimino respetó la premisa original de unos presos que se escapan de un juzgado y que terminan refugiándose en la casa de un millonario y su familia, haciéndoles pasar diferentes tormentos. De todos modos, el corte de los productores y del estudio exhibió serios problemas narrativos, en un intento por acortar el metraje. La despedida del cine para Cimino se dio con Viaje violento, otro thriller de toma de rehenes, aquí el que lo sufre es un oncólogo (Woody Harrelson) en manos de un joven delincuente latino (Jon Seda) con un tumor en el cerebro, quien no tiene mucho que perder -aparentemente- y no tiene mejor idea que salir a la ruta a punta de pistola en un intento por recomponerse espiritualmente antes de morir. Rara y con momentos destacables deja entrever todavía cierto encanto en la mano del director, a pesar de ello también lo que se puede observar es a un director con la magia perdida, ni siquiera se trata del escenario común del realizador en su fase final, acá se ve a un espectro: ni vivo ni muerto. ¿Es posible que Michael Cimino haya sido un director conflictivo y autodestructivo? Sí, por supuesto además de haber sufrido un escarnio público en Hollywood por ser el culpable de algo que no tenía un solo culpable, y peor aún, de un cierre de ciclo que resultaba imposible de atribuírsele a una persona. Como lo sucedido con La puerta del cielo, el caso de este director maldito tiene varias capas, no se trata de un director que terminó con una carrera más corta de la que se avizoraba en sus inicios por culpa exclusiva de la industria ni tampoco es que se olvidó de filmar películas buenas. Como siempre sucede cuando ponemos el ojo en la historia del cine, es imprescindible tomar al contexto por lo ancho y no solo por una cronología didáctica de sucesos puntuales. Si a veces nos ponemos a revisitar cada cosa ¿por qué no hacerlo con las pocas películas de Michael Cimino? |