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217 – La colonia de El Sacramento, por Fer Mugica

Publicado el 30 de julio de 2024

El texto que vas a leer a continuación es el resultado de un demorado deseo de reivindicación, combinado con un recurso mediático trillado. O para decirlo más fácil, quería escribir sobre una película y estaba esperando una excusa para hacerlo. La oportunidad llegó gracias a la agenda de estrenos.

Por supuesto, estoy obligada por contrato a aclarar que Míralos MorVIP no se rige por la agenda de estrenos. Pero eso ya lo sabés, porque venís leyendo sobre películas de décadas pasadas y contando las referencias a Alan J. Pakula.

Y menos mal que es así, sino sería muy difícil elegir un tema cada cuatro semanas y no un mes. Este tipo de libertad es invaluable, pero, a veces, el instinto de periodista de diario se enciende y ahí aparece el oportunismo de la agenda.

¿Por qué te cuento todo esto? Porque creo que la película de la que voy a hablar hoy quedó un poco perdida por ciertas cuestiones de la agenda del momento de su estreno y por cómo siguió la carrera de su director.

Empecemos por revelar el recurso mediático trillado: con motivo del estreno de una nueva película de un director, rescatamos uno de sus films anteriores. No es tan grave, aunque gastadísimo.

En este caso, el director es Ti West, el inminente estreno es MaXXXine (2024) y la película de la que vamos a hablar es The Sacrament (2013).



Como estás suscrito a este newsletter, supongo que es muy probable que estés enterado de la llegada a los cines de MaXXXine, la última película de la trilogía formada por X y Pearl, ambas de 2022. El estreno del film de West en los cines es una gran noticia, teniendo en cuenta que las otras dos películas protagonizadas por Mia Goth solo se pudieron ver en streaming.

No voy a hablar de estas películas, porque no tiene gracia, todo el mundo va a estar haciendo lo mismo. Por más que haya caído en la trampa de la agenda, acá estamos en otra. Esto se trata de un deseo de reivindicación… que sólo me importa a mí, pero intentaré convencerte de que tengo razón.

Y, si, perdón, acá viene la parte personal de mi acercamiento al cine de West. En 2009, vi The House of the Devil en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, en la queridísima sección Hora Cero, y quedé impresionada por el estilo y cinefilia explícita de este guionista y director, que tenía dos largometrajes anteriores, The Roost (2005) y Trigger Man (2007), los cuales no había visto.

Decir que The House of the Devil está ambientada en los años ochenta, es quedarse corto. Porque The House of the Devil es una película de los ochenta hecha a fines de los 2000, desde la tipografía de los títulos hasta la puesta en escena. Pero lejos del cosplay, lo que podría ser solo un ejercicio de estilo, cobra un sentido propio.

Con esta historia de una universitaria que acepta un trabajo de niñera en una casa en la que seguro pasa algo raro, West nos lleva de vuelta al terror de los ochenta en muchos sentidos, pero tomando ciertas decisiones que permitían suponer que se trataba de un director que podía hacer mucho más que copiar.

Sus siguientes películas fueron muy diferentes. Dejemos fuera de la discusión a Cabin Fever 2 (2009), de la cual West pidió que retiraran su nombre, luego de que el estudio le quitara el control sobre el corte final y, según él, la “rehicieran por completo”.

En The Innkeepers (2011), el guionista y director recicló clichés del cine de terror, volviendo a demostrar su capacidad para construir algo nuevo a partir de la vasta biblioteca de referencias que tiene en su cabeza. Se trata de una historia de fantasmas en un viejo hotel, que comienza con algo de humor y un escenario apto para el terror, pero también muy pedestre. Como había hecho en The House of the Devil, West crea un ambiente siniestro de a poco, para luego dar una estocada final con escenas de verdadero horror.

La misma estrategia se repite en The Sacrament, su siguiente largometraje (en el medio hizo cortos para Las crónicas del miedo o V/H/S y The ABCs of Death). La cocción a fuego lento es una de las características del cine de West, que en The Sacrament se convirtió en uno de los mayores aciertos y, paradójicamente, también una de las quejas de parte del público.

Claro que no estoy para nada de acuerdo con esta crítica. A mi entender, se trata de una observación del tipo “La bruja no da miedo”. Refutar este tipo de críticas es sencillo, pero no fácil. Porque el conflicto está en la propia concepción del cine de terror, en lo que el espectador espera de una película catalogada dentro de este género. El público que busca gore o un efecto de sonido que lo sobresalte, no lo va a encontrar en La bruja, ni en The Sacrament (tampoco demasiado en The House of the Devil).

Ahora, aquel público que busca pasar nervios y sentirse mal sobre la condición humana durante una hora y cuarenta, bienvenido sea.

Más allá del chiste, en mi opinión, el cine de terror no es solo un tren fantasma. Por supuesto que puede serlo y resultar tan divertido como subirse a un carrito y que te asusten con esqueletos que aparecen de repente. Pero el terror también es un modo de contar historias y de representar la experiencia humana; un género capaz de una potencia que muchas veces supera al drama. Como sucede con la comedia, en el terror lo visceral y lo intelectual se conjugan para ayudarnos a encontrarle sentido a este tren fantasma de la realidad al que estamos subidos desde que nacimos.

Cuando vi The Sacrament, en el Bafici de 2014, me pareció que West no solo había logrado hacer una película de esas que te quedan grabadas en el cerebro, sino que en su experimentación dentro del género había encontrado un punto justo para su cine. Con esa impresión, te imaginarás, supuse que todo el mundo (bueh, a los que les importa el cine) iba a estar hablando de esta película. No pasó.

¿Estaba exagerando en mi apreciación de la película? Puede ser, al final, esto es solo una opinión. Si puedo decirte que la mía no cambió cuando la volví a ver, fuera de la fiebre festivalera. The Sacrament no es una película perfecta, sin dudas. Pero verla es una experiencia inolvidable y si después te pones a analizarla, te das cuenta de que es el resultado de un trabajo magistral de guión y dirección.

Tengo una idea sobre cuál puede ser uno de los motivos por los que The Sacrament no es una película de la que se hable demasiado (obvio que hay quienes hablan de ella, no descubrí la pólvora, pero no se le da el lugar que merece, en mi opinión).

Volviendo al principio de este texto, creo que el contexto del cine de terror de la época en la que se estrenó la película de West tiene algo que ver con su semi-olvido. Entre la década de los 2000 y los primeros años de la década de 2010, hubo una explosión del found footage, en el que se enmarca The Sacrament.

Lo que podría traducirse como “filmación o grabación encontrada” (yo preferiría ‘pietaje’, porque soy vieja y pienso en fílmico), se refiere a la construcción de una ficción como si fuera la filmación de una serie de hechos reales, que luego fue encontrada y editada. Si bien no se circunscribe al terror, la mayoría de los ejemplos más conocidos sí pertenecen a este género.

Sucede que el found footage se presta muy bien para el terror, por el valor agregado que la cualidad de “real” supone en la narración de sucesos terroríficos y violentos. Además, la idea de que ese material fue encontrado, en vez de ser publicado por sus creadores, suele estar explicado por la muerte o desaparición de las personas que vivieron y filmaron esos hechos.

Está claro que El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999), de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez, no fue el primer found footage de la historia, basta con nombrar a Holocausto Caníbal (Cannibal Holocaust, 1982), de Ruggero Deodato, entre otros ejemplos. Pero su estreno en 1999, apalancado por una campaña de marketing que utilizaba la incipiente popularidad de internet para sembrar la idea de que los hechos representados en la película podían ser verídicos, puso a este tipo de películas de moda.

Ya sabés cómo funciona esto. Todos se copian; algunos lo hacen bien, o incluso encuentran formas originales de abordar un modelo prefabricado. Otros, solo repiten clichés, hasta que el público se harta.

Cuando West se volcó al found footage con The Sacrament, ya habían pasado fenómenos como Actividad paranormal (Paranormal Activity, 2007), de Oren Pelli; Cloverfield – Monstruo (Cloverfield, 2008), de Matt Reeves; y Rec (2007), de Jaume Balagueró y Paco Plaza; y también películas que usaban este recurso con menos éxito.

Creo que una distribución limitada y su aparición en un terreno repleto de películas found footage dejó a The Sacrament un poco perdida. Lo cual es una pena, porque es uno de los films en los que ese modelo está mejor utilizado.

Llegamos a un punto complicado. Si todavía no viste The Sacrament, por supuesto que todo este texto es una recomendación para que lo hagas. Depende cual sea tu relación con los spoilers, tal vez, tengas que dejar de leer acá y volver después de verla, porque a esta altura ya no puedo evitarlos.

Viéndola de nuevo hace poco, me di cuenta hasta qué punto The Sacrament es una película representativa de su época, o sea, los primeros años de la década de 2010. No solo por ser parte de esta moda del found footage, ni por tener un cast repleto de figuras del indie de esos años, como Joe Swanberg, A. J. Bowen, Amy Seimetz y Kentucker Audley. Sino también porque usa el sello del sitio periodístico Vice como concepto de un tipo de periodismo joven, arriesgado, canchero; la versión siglo veintiuno de la Rolling Stone de la época de Hunter Thompson. (*)

(*) Si querés ver una parodia espectacular del estilo de los documentales de Vice, te recomiendo el episodio DRONEZ: The Hunt for El Chingon, de la serie Documentary Now!, creada por Bill Hader y Fred Armisen. Y ya que estás, mira toda la serie, que es una maravilla

Así empieza The Sacrament: con un periodista de Vice (Bowen) que cuenta el viaje en el que se van a embarcar con un fotógrafo (Audley) para visitar a la hermana de este (Seimetz), que vive en una “comunidad” religiosa en una locación tropical desconocida. Ambos personajes y un camarógrafo (Swanberg) que se une a la aventura, son neoyorquinos cool y no necesariamente simpáticos, que van a la caza de la historia de lo que sospechan es una secta.

La compasión del espectador se va despertando a medida que va quedando claro que los protagonistas están en peligro. El primer indicio de que la comunidad llamada Eden Parish tiene secretos que debe resguardar son los hombres armados que los reciben en la entrada del complejo y no los quieren dejar entrar. La aparición de la hermana resuelve la situación, pero la tensión continúa en aumento, a medida que su actuación de hippie pacífica se va resquebrajando con una falsedad peligrosa, revelada por su tono de voz y sus gestos (la interpretación de Amy Seimetz es magnífica).

West juega con el humor al mostrar cómo la fachada de los periodistas cool se deshace en un minuto, ante la primera señal de peligro. El periodista enseguida se quiere volver a Nueva York. Todo les resulta raro e incómodo. Pero no les queda otra que esperar.

El espectador también se va poniendo incómodo y la distancia emocional con los protagonistas se va achicando, a medida que van recopilando los testimonios de los miembros de la comunidad. La forma en la que hablan sobre cómo abandonaron sus lugares de origen y vendieron todos sus bienes para donar el dinero a Eden Parish va reafirmando las sospechas de que se trata de una secta.

Peor es la forma en la que se refieren a Father, el líder que los llevó hasta ahí. A través de esos testimonios, West va construyendo a un personaje que cuando aparece, encarnado por Gene Jones, hiela la sangre con su falsedad y capacidad para convencer a la gente de vivir bajo su influencia.

La entrevista, si se puede llamar así, entre el periodista y Father es un modelo perfecto de escalada de tensión, lograda a partir del diálogo y las interpretaciones. Father es un hombre que no contesta ninguna pregunta, solo dice lo que quiere decir. Sus declaraciones son vagas, fórmulas demagógicas dirigidas a su público cautivo (como si se presentara a elecciones).

Escuchándolo su carácter siniestro se hace evidente. En especial, cuando las preguntas empiezan a molestarle y desvía la atención con una respuesta que tiene algo de amenaza, pero también un toque de adulación que el periodista, como él mismo reconoce después en cámara, no sabe cómo manejar.

A partir de ahí, el suspenso y la tensión que se fueron construyendo se convierten en un terror innegable. Las sospechas, en una realidad horrible.

West hace algo muy ingenioso con el paso del tiempo en el film, que transcurre en un solo día. Toda la primera parte de la película sucede a plena luz del día, mientras lo siniestro se va develando. Al caer la noche, la entrevista y otras situaciones llevan a la comprensión de que el peligro es real. Cuando llega de nuevo el día, hay una rebelión entre algunos de los miembros de la comunidad que se quieren ir de ahí con los periodistas y la violencia se desata, culminando con la decisión de Father de que sus discípulos se suiciden en masa, tomando un jugo con veneno.

Con este detalle se completa la referencia del film a la masacre de Jonestown, sucedida en Guyana, en 1978, en la que los miembros del Peoples Temple Cult, fueron instigados / obligados por su líder, Jim Jones, a tomar un jugo tipo Tang, mezclado con cianuro y otras sustancias letales (esto es todo lo que sé del tema, pero me imagino que mis amigos de Matar está mal deben conocer otros detalles).

No solo las escenas más violentas suceden mientras brilla el sol, sino que West le da a toda la historia un ambiente que tiene poco de misterioso o de terror clásico. El terror elegante de cada plano de The House of the Devil, o, incluso, el look cliché del hotel embrujado de The Innkeepers no tienen nada que ver con la estética de The Sacrament.

Por un lado, la fotografía tiene un aspecto simple, limitado a la luz natural y las fuentes de luz artificial que hay en el lugar, como sucedería en un documental periodístico tipo Vice (no quiero decir que no haya un trabajo de fotografía, sino que el efecto buscado es el de no intervención).

Esto subraya los elementos de aspecto ordinario y poco misterioso, por llamarlo de alguna manera. Las casas de madera que los miembros de la comunidad construyeron ellos mismos, la ropa que usan, todo se ve común, más bien feo, pero en el sentido más básico de la palabra. No parece diseñado para crear un clima de terror, pero termina subrayando el horror que allí sucede.

Una de las escenas más violentas, la de la muerte del fotógrafo a manos de su hermana, tiene lugar en una oficina casi monocromática, aburrida a la vista. Lo que pasa allí es una prueba de la violencia de la que es capaz una persona desesperada en su propio convencimiento, incapaz de conectarse con sentimientos de amor filial, ni siquiera de compasión humana. El contraste entre el horror de esa muerte y la banalidad estética del lugar en el que ocurre, es un contrapunto que funciona a la perfección.

El final de la película es devastador y está construido parte por parte, a fuego lento. Es probable que algunos espectadores no tengan paciencia para eso; para mí, es una fórmula mágica. La experiencia a la que expone West a su público con esta película es más que satisfactoria y, repito lo que dije antes, resulta inolvidable.

Pero bueno, parece que no fue así para todo el mundo. Luego de The Sacrament, West se dedicó a dirigir episodios de series y dio un giro de género filmando el western In a Valley of Violence (2016), protagonizado por Ethan Hawke y John Travolta. Su vuelta al cine de terror fue en 2022 con X y Pearl. En ese momento, todos volvieron a hablar de West, admirando su talento y originalidad para el terror, pero The Sacrament siguió quedando como una nota al pie.

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