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217 – Cuando ataca la maldad

Publicado el 14 de marzo de 2024

Bueno, este va a ser un envío que nunca me hubiera gustado escribir. De hecho, me costó (y cuesta) mucho más que cualquier otro.

Porque Míralos Morir, a riesgo de que se lo acuse de “antipolítica” siempre celebró las películas, pero ocupándose de reírse de los que creían que el comunismo era un peligro (en cualquier momento de la historia) y todo eso.

No es muy difícil entender de qué lado del espectro podría estar, aunque no es de ese literalmente. Porque, como ya sostuve en millones de ocasiones, si hay algo que los Clash nos enseñaron es que fan de un político nunca.

Sumemosle a esto el clásico del que insulta por redes con la banda ancha pagada por los papis de “Hablá de lo que sabés”, que suele ser un arma de doble filo porque: ¿qué es saber de cine? ¿los años de las películas? ¿haber visto muchas? ¿los nombres de los actores? ¿o es poder contextualizar equis película en un momento histórico específico?

Bueno, quisiera creer que tu respuesta fue sí a la última de las preguntas. No quiero caer en la bobada de Raúl Rizzo sobreactuando el “todo el política” pero estamos en una semana donde de verdad pasó algo que nos afecta, incluso si somos meros espectadores.

No sé si estarás al tanto de esto:



No, voy a perder un minuto hablando de esa gráfica hecha con el Canva. Alguien algún día debería escribir un paper sobre el tema. Decía—

Había habido muchos rumores, trascendidos, publinotas y varias cosas más pero nunca un papel impreso. Y acá lo tenemos. Desgraciadamente, confirma los rumores y trascendidos y pasa (una vez más) con un camión por encima de las publinotas del “no es para tanto, hay que ver”.

Lo cierto es que además que quitar cualquier esperanza de saneamiento del INCAA, algo por cierto muy necesario —más de eso en un ratito— lo desfinancia en base a una falacia (un término que aprendí en la secundaria y que ahora es complicado de usar viendo el coro de virgos que la repiten ad nauseam): la de los chicos del Chaco.

El costo de producir un centenar de películas al año con un quinto de lo que cuesta una película de Marvel difícilmente alimente a los chicos del Chaco, sobre todo cuando la fuente de financiamiento del INCAA es autárquica y dependiente de impuestos del ENACOM que pagan millonarios dueños de canales de televisión y no “los jubilados”, “la gente” o como le quieras poner.

El costo de mantener el Enerc y sus sedes en todo el país y dar una educación de excelencia y gratuita para que más jóvenes se inserten en la industria, el costo del festival de Mar del Plata y Ventana Sur que puso y pone al cine argentino en el mapa mundial y miles de etcéteras creería que tampoco.

¿Había que sanear el INCAA? Por supuesto que sí, es una cosa que vengo sosteniendo hace miles de años con miles de horas de archivo sonoro a disposición.

¿Cómo se puede sanear el INCAA? Bueno, no debería ser tan difícil nombrar en voz alta a los cinco o seis nombres que todos callan y “seguir la guita”, sumado a la idea de que las comisiones no sigan eligiendo siempre “la misma película”, entender el cine como algo local, pero que puede tener una proyección internacional, pensar en “el espectador” no embruteciendo sino no subestimándolo y pensar en ese espectador más que en el ego de los directores.

Por ahí se podría haber empezado. Te diría que ya con los cinco o seis nombres tenías ganada gran parte de la batalla, pero ya es medio al pedo explicarlo.

Como explicar que se podría haber seguido fortaleciendo el costado formativo (que el Enerc cumple con creces) y poner en funcionamiento de una vez por todas la Cinemateca.

Y acá me quiero detener un instante: entiendo que “cuidar las películas” no fue prioridad de ningún gobierno en este país nunca, porque es como la obra hídrica.

Es cara, no es necesaria “hasta que se inunda” y una vez que está hecha la gente no la nota porque está haciendo su trabajo.

Cuidar las películas que ya se hicieron es esa obra hídrica que nadie quiere hacer. Con una salvedad: es infinitamente más barato que entubar un arroyo.

Y con otra salvedad, que quizás sea la que más bronca da, que es la de la contradicción. Porque si están midiendo todo en términos de costo y beneficio, deberían darse cuenta que esas latas que se están pudriendo hace años en un galpón sin ningún tipo de cuidado son una inversión. Es plata que ya “pusieron”. Y acá es cuando la idea de “la maldad por la maldad misma” florece.

Porque si alguno de ellos hereda el departamento de una abuela muerta, probablemente lo tenga en buenas condiciones: para vivir en él, para alquilarlo, para venderlo o para lo que sea.

Ese cine argentino que no se está cuidando recibe reconocimientos internacionales, incluso décadas después, como el caso de las cosas revalorizadas y restauradas en Estados Unidos por la Film Noir Foundation de Eddie Muller; no solo somos el país de la región que más Oscars tiene, que más entradas a festivales internacionales, que más ediciones Criterion… puedo seguir la lista por horas.

Pero se ve que no la ven. Creen que es un gasto, que poner el nombre de un país en boca de todo el cine del mundo no tiene ningún valor, que no da ganancia.

Pero hay algo peor: y es el valor simbólico que tiene esto.

Si lo pensamos fríamente ese déficit del que hablan es casi nulo frente a los gastos reales de un país. No mueve la aguja de nada. Es un cero coma cero cero de algo.

Pero desfinanciar, cerrar, o como le quieras llamar, al INCAA tiene un capital simbólico infinito.
Y para eso, vamos a tener que hacer un poco de historia.

En los años veinte, cuando Hollywood ya no era ese barrial más parecido al que Jim Jones llevó a sus fieles en Guyana sino una industria hecha y derecha, a muchos se les levantó una ceja.
Una ceja que los hacía pensar que eso parecía “una iglesia en la Costa Oeste de los Estados Unidos con fieles en cada ciudad” y veían en el espectáculo una amenaza a su modo de vida recto y lleno de moral.

Los primeros en levantar la voz, como siempre, fueron los conservadores.

Claro que oponerse al espectáculo o al arte es complicado, porque la gente en general amaba entretenerse, fascinarse, etcétera como una forma, muchas veces, de escapar a una realidad que le resultaba difícil de llevar, más con la Gran Depresión a la vuelta de la esquina.

Los nombres de Charles Chaplin, Mary Pickford, Douglas Fairbanks, Buster Keaton, Fatty Arbuckle, Harold Lloyd o Laurel y Hardy eran más importantes que los de cualquier pastor, líder carismático o incluso político del momento.

¿Cómo a alguien le podría interesar más el cine de Buster Keaton que lo que un pastor leyera de un libro, no? Impensado.

El resultado de esto fue el Código Hays, donde un tímido político ultraconservador llamado Will H. Hays decidió tomar las riendas de la Motion Picture Producers and Distributors of America y escribir un código de lo que se podía hacer o no, pensando siempre en “el bien mayor.”
Pero ¿cómo iban a convencer antes a esa otredad que era —y sigue siendo— la gente de que esas estrellas estaban en el lado incorrecto?

Mostrándoles que ese mundo al que ellos le pagaban una entrada era en realidad Sodoma y Gomorra.

Y acá podría entrar a cuadro Roscoe “Fatty” Arbuckle y un escándalo del que nos ocupamos debidamente, o casi cualquier lio de polleras más o menos complejos del Hollywood de los años veinte o treinta.

Si la gente veía que esas personas famosísimas eran malas, que cometían actos impuros y que eran castigados por sus actos, el poder podía estar tranquilo de casi cualquier tropelía que quisieran cometer.

Atacar hoy a los actores, directores y gente de la cultura que salen a tratar de que no se desfinancie una industria que, mayormente, es virtuosa y que no funciona sin la ayuda del estado en ninguna parte del mundo (incluso en Estados Unidos con exenciones impositivas en determinados estados para películas carísimas) es atacar a “una cara visible” a un “Fatty” Arbuckle que le está comiendo la polenta a los chicos del Chaco en una ficción que ni Wattpad se animaría a publicar.

O ponele la cara que quieras, es simbólico. Es para la tribuna. Una tribuna que los votó y que quiere ver sangre. Y que cuando tenga que poner la suya saldrá a buscar la de los que se la piden, porque la historia es hermosa, circular y está llena de ejemplos.

¿Muy sanguinario? Bueno, perdoname.

Hoy a las 17 hay una marcha “de la cultura” frente al cine Gaumont. Una convocatoria lo suficientemente amplia como para ser todo y nada a la vez.

No, no le estoy cayendo a los propios, simplemente estoy pensando en voz alta.

Existe un conflicto (quizás sea solo mío, no lo sé) o quizás deba decir existía un conflicto hasta este comunicado de hace unas horas que me ponía bastante en contra de este tipo de acciones: generalmente a los que veías en la primera fila con carita de circunstancia eran los primeros que deberían irse para convertir a “el cine”, “el INCAA” o como lo quieras llamar en un ciclo constantemente virtuoso.

Miles de veces discutí con amigos directores aduciendo que “yo con ese no marcho ni a una comisaría” y lo sigo creyendo, pero me parece que esta vez tiene otro cariz, porque la marcha más que a favor de una forma de producción es, como dije hace un momento, contra la maldad por la maldad misma.

Y acá quizás también debamos hablar de los propios (si los podemos considerar como tales, claro, no es mi caso, pero nunca está de más): es ensordecedor el silencio de cierto costado de la industria y de la prensa. Ensordecedor. Pero, como decía mi abuela: “qué podés esperar de un burro más que una patada”

Pero esperá que hay una buena. O una buena entre tanta mierda. Y está en la misma historia que te conté antes:

Cuando el Código Hays empezó a tambalear a mediados de los años sesenta, el público había cambiado mucho y los estudios que nunca se animaron a inclumplirlo necesitaron cambiar de aliado estratégico para sobrevivir: ahí dejaron de lado la moral y empezaron a darle plata a hippies y drogadictos pra que filmaran sus historias. Ahí empezó el New Hollywood.

¿La querés más local? Bueno: en la Argentina de Menem, con un INCAA abierto pero que filmaba poco y muy caro películas para nadie sobre “los grandes temas”, un grupo de inadaptados con lo que tenían a mano salieron a filmar sus historias y se fundó el Nuevo Cine Argentino.

¿Vos te creés que no va a pasar? Solo estaría bueno que no todo fuera tan cuesta arriba.

Perdón por la entrega intempestiva y definitivamente enojada. No es mi estilo y estos envíos volverán a su estupidez profunda habitual en tan solo una semana.

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