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214 – A propósito de un estreno reciente

Publicado el 22 de febrero de 2024

No sé qué tan al día estás con la cartelera, ni si sabrás que todavía existe, pero estamos en ese momento del año donde los cines dejan (por poco tiempo) de tener “eventos” y, movidos por tratar de “hacer la plata” con películas con posibilidad de Oscar estrenan cosas que, capaz, en una de esas, no vienen solo dobladas.

Si estás pasando por esa refrescada que nos dan todos los años, o si sos de lxs que quieren llegar al Oscar con todo visto, sabrás que el jueves pasado se estrenó La zona de interés (The Zone of Interest, 2023) de Jonathan Glazer.



Glazer, que viene del videoclip más trip-hoppero de la mano de artistas como Massive Attack o U.N.K.L.E (perdón por el viejazo) pasó al cine con películas como Sexy Beast (2000), Reencarnación (Birth, 2004) o Under the Skin (2013), que quizás estén en tu más alta estima o capaz no.

El punto es que diez años después de su última película, el inglés se despacha con esta película que compite por el Oscar a mejor película, director, guión adaptado y sonido.

Adaptado porque se basa en una novela de Martin Amis y en la historia real de Rudolph Höss, un comandante nazi a cargo del campo de exterminio de Auschwitz, que ya tuvo su paso por el cine en otras ocasiones:

Como un pequeño papel en La lista de Schindler (Schindler’s List, 1993) de Steven Spielberg, y como personaje en dos novelas que llegaron al cine: la de Madre noche de Kurt Vonnegut, adaptada en 1996 por Keith Gordon y la de La decisión de Sophie William Styron, adaptada en 1982 por, bueno, perdón por lo circular de todo y por la cinefilia, Alan J. Pakula.

“Ya lo tenía que nombrar a Pakula”

Perdoname, pero la cinefilia champagne es así. Pero dejemos de hablar de Höss, que le tengo bastante idea a los que son “fanáticos” de la Segunda Guerra Mundial, siempre me dieron la impresión de que hacés dos preguntas y tenés que llamar al INADI.

“No lo había pensado”

Te lo dejo para que reflexiones.

La película de Glazer, además de adaptar la novela de Amis, la cual cambia completamente (en el original el oficial está obsesionado con la esposa de un comandante) y se pone a trabajar sobre una idea de Hanna Arendt: la de la banalidad del mal.

Para lxs que no estén al tanto, Arendt escribió sobre Adolf Eichmann y esbozó una teoría de que quizás no todos los nazis eran psicópatas o fanáticos casi religiosos, y que quizás solo no medían las consecuencias de sus acciones y estaban cortos de empatía.
Si querés que haga un chiste para descomprimir, Arendt escribió un libro sobre el clásico “es más peligroso un pelotudo que un hijo de puta”, pero volvamos a la película de Glazer–

Concentra gran parte de su acción en pequeñas cosas de esa familia que “vive medianera de por medio con Auschwitz “, haciendo un registro pormenorizado de sus acciones rutinarias, sus problemas domésticos y sus miserias casi módicas.

Hace un registro acético, casi de cine observacional, clavando la cámara en unos ángulos casi equidistantes y fríos, como si se tratara de un contador que está haciendo un balance y no de un director de cine queriendo contar una historia.

¿Y sabés qué? La película del contador resulta muy buena, porque a la vez que se distancia de los sujetos que retrata, nos hace concentrarnos en lo que verdaderamente nos deberíamos concentrar: en lo que no vemos.

Sí, puede sonar extraño hablar de una película que muestra algo que no vemos, pero los ejemplos en el cine son miles (ya nos vamos a ocupar en un ratito de algunos) y ese comienzo con casi tres minutos de negro y ese extraño drone sonoro nos deberían dar una o dos claves de por dónde va a venir la cosa.

Y “la cosa” va a venir por presenciar esta vida familiar con algún que otro sobresalto a sabiendas de que del otro lado de la pared se vivían escenas de un horror inimaginable.

Y sería, quizás, La zona de interés una película de esas donde el horror está fuera de cuadro y listo, pero Glazer decide hacer algo más, y aquí quizás esté su mayor valor: contar todo eso desde el diseño de sonido.

Y acá nos vamos a tener que detener un momento y hablar de lo injusto que es el mundo con los sonidistas.

Bueh, no tanto, porque son bastante hinchapelotas en rodaje, pero igualmente: si vemos la lista de nominados a mejor sonido en los Óscar de este año, vamos a ver que más de la mitad son películas donde explota todo y hay “mucho barullo”

Parecería que las películas necesitan del sonido para que se escuchen los diálogos, para que entre música cuando hay una transición y, sobre todas las cosas, para que las explosiones y los tiros suenen bien fuerte y por todos los parlantes.

Y la realidad es que el cine es un arte audiovisual, quizás no haga falta desgranar mucho el término ni la importancia de ambas disciplinas, pero quizás si se pueda hacer un pequeño ejercicio que explique la importancia desde hoy y para siempre:

Probá de ver una película (cualquiera, pero una sin tiros mejor) con el volumen lo más bajo posible.

Listo, explicada la importancia del sonido como parte de la narración cinematográfica. Volvamos a Glazer–

Porque lo que hace en esta película es de otro mundo. la noción de “normalidad acá, horror allá” hace que no puedas pensar en otra cosa mientras los personajes tienen sus “problemas” que, en el fondo, poco importan.

Y poco importan porque no podemos ocupar la cabeza en otra cosa que no sea pensar “cómo va a estar preocupándose por esa boludez si al lado…”

Eso lo hace el diseño de sonido, y hace que estemos mucho más atentos que cuando vemos cualquier película de cualquier multiverso.

Y acá vos me dirás–

“No es la primera vez en la historia del cine que el sonido…”

Y no, más vale: tenemos la respiración en 2001: Odisea del espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) de Kubrick, lo que escucha Harry en La conversación (1974) de Coppola, el sonido (en este caso, además de lo que se ve) en Eraserhead (1977) de David Lynch o yendo a cosas más cercanas, la respiración en El proyecto Blair Witch (The Blair Witch Project, 1999) de Daniel Myrick y Eduardo Sánchez o las botas en Sin lugar para los débiles (No Country For Old Men, 2007) de los hermanos Coen.

O, si querés que hagamos algo más digno de los gustos cinéfilos de este pasquín los crímenes que no vemos pero escuchamos en Henry: retrato de un asesino (Henry: Portrait of a Serial Killer, 1986) de John McNaughton, el director que tendría que haber tenido más amor del que tuvo.

¿Qué te pensabas? Que iba a poner El sonido de la muerte (Blow Out, 1981)? Bueno, chistes de De Palma de lado, más vale que voy a poner El sonido de la muerte.

Pero volvamos un segundo a la película de Glazer que tanto nos hizo pensar esta semana–

Sumando un punto al final, con el campo en tiempo presente y sus empleados retratados de manera casi documental haciendo la limpieza del Museo que hoy aloja, como si Gllazer nos quisiera decir “Mirá, lo que viste de la Segunda Guerra Mundial hasta ahora estaba muy estilizado”, pero quizás soy yo que estoy sacando más conclusiones de las que debería.

Ojo, que también podríamos decir que la forma de Glazer es puro artificio, y quizás tengamos un punto si encontramos dos o tres razones de peso que podríamos pensar fácilmente.

Ahora, vamos a lo importante del artificio: ¿qué cosa en el cine no lo es?

Deseo de todo corazón que hayas visto esta película en sala, a pesar de la tentación del protocolo bit torrent. Deseo de todo corazón, en caso de que hayas sido permeable a una situación de magnet link ofrecido (?), que la hayas visto con auriculares. Si no hiciste nada de eso aún, bueno, bien vale el consejo.

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